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«Querer es poder dice el refrán popular». Porque la libertad es el mejor don del ser humano. Pero a lo largo de nuestra historia occidental, quizá hemos olvidado que la libertad no consiste solo en hacer hoy y ahora lo que me gusta o atrae, sino en la responsabilidad de querer asumir y aceptar lo no elegido.

Es más conveniente para nuestra armonía interior la aceptación que el dominio. De lo contrario, siempre iremos a contrapelo, en una tensión interior que nos rompe por dentro y se muestra hacia fuera en actitudes agresivas y violentas, porque el yo, contaminado por una susceptibilidad enfermiza, se siente siempre atacado.

Nunca como en el siglo XXI han estado los seres humanos más esclavizados por otros, a pesar de las constantes proclamas y reivindicaciones de los derechos humanos. El que no se acepta a sí mismo en su vulnerabilidad, tampoco acepta a los otros y la contrapartida es dominarlos, porque nuestras frustraciones las convertimos en cabeza de turco para volcarlas sobre los demás.

Etty Hillesum y los sufrimientos que se temen

Dice en sus Diarios Etty Hillesum (joven judía ejecutada en Auschwitz): «Empiezo a darme cuenta de que, cuando sientes aversión hacia el prójimo, debes buscar la raíz en el disgusto contigo mismo» (Une vie bouleversée. Journal (1941-43), ed. Du Seuil, 1985, pág. 81, traducido del francés). Y más adelante: «Los peores sufrimientos del hombre son los que se temen» (Idem pág. 230).

Reducir la ansiedad a que nos conduce el dominio propio o de los demás, es una prueba de libertad que nos libera de muchas tensiones, de tener que exhibir contra viento y marea unas determinadas cotas de status social o intelectual que nos agotan en el camino de conseguirlos o de mantenerlos, como un deportista de élite que no puede bajar su marca, sin perder su posición en el ranking.

La lucha constante contra los demás nos impide la armonía interior y crea una ansiedad que nos vuelve esclavos de nuestra propia imagen narcisista. Renunciar a entenderlo todo, a ser comprendidos, a ser valorados en todo momento, es un ejercicio de libertad que libera nuestras tensiones.

Por el contrario, la vulnerabilidad atrae, como lo muestra el Caballero de la Triste Figura -nuestro mejor y universal mito literario- totalmente ajeno a la arrogancia y, al mismo tiempo, aquella favorece siempre el diálogo. Como dice Levinás: «Somos personas en la medida de nuestra necesidad del otro». El diálogo es cercanía, lugar de encuentro, frente al afán de dominio; deseos de compartir frente a las imposiciones del ego.

Don Quijote es signo de convivencia porque en él siempre se vislumbra al otro: mozas, venteros, arrieros, pastores, cabreros

Para María Zambrano, Don Quijote es signo de convivencia porque en él siempre se vislumbra al otro: mozas, venteros, arrieros, pastores, cabreros, todos son algo de su yo y de su circunstancia, como diría Ortega y Gasset. Alonso Quijano siempre elude una razón inerte a favor de una razón cordial, como diría Unamuno, o una razón misericordiosa, en palabras de María Zambrano.

El trato de don Quijote se basa en la confianza y ante ella, todos se desarman, se crecen y olvidan resentimientos que podrían hacer confusa la medida de lo humano.

El encabezamiento de estas líneas, «aceptación frente a dominio», supone asumir la opción de que «todo empieza donde tú quieres» ya que aquella, en lugar de esclavizarnos, nos libera. Crear comunidad supone romper las ataduras del individualismo, hoy más potentes que nunca.

Concluiremos con esta cita de Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote: «Amor es un divino arquitecto que bajó al mundo, según Platón «a fin de que todo en el universo viva en conexión». La inconexión es el aniquilamiento. El odio que fabrica inconexión, que aísla y desliga, atomiza el orbe y pulveriza la individualidad» (Austral, 2.000, pp. 5/6).

Catedrática de Lengua y Literatura Española.