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Un festival es una fiesta. Y más cuando se cumplen veinte años. Este es el caso del Festival de Cine Británico de Dinard, la bella estación balnearia de la Costa Esmeralda, que afirma así el éxito un proyecto que hace veinte años parecía a muchos ilusorio. Hoy, en cambio, el puente establecido con Gran Bretaña es una realidad, como lo es el interés de la población local, pues toda una región se transforma en un público que llena las cinco salas de proyección del festival. Este ha sido siempre seguido por la mirada atenta de su presidenta actual, Sylvie Mallet, responsable de la cultura de la ciudad de la que es alcalde su esposo, Marius Mallet, sin olvidar al director artístico del certamen, Hussam Hindi.

¿Por qué Dinard es sede de un Festival de Cine Británico? La respuesta es evidente. Porque desde 1836 en que lord Russel viniera pasar sus vacaciones a Dinard, la ciudad comenzaba una metamorfosis británica, sin olvidar que frente a la ciudadela corsaria de Saint-Malo, el paisaje es uno de los más bellos de la costa bretona. Los turistas ingleses llegaban cada vez más numerosos y las calles y las tiendas adoptaban nombres británicos -George V, Edouard VII, Winston Churchill, etc.-, consagrando así lazos ancestrales. Se nos recuerda que Agatha Christie aprendió a nadar en Dinard y que quizá Alfred Hitchcock se inspiró en una casa de Dinard para el decorado de la sombría mansión de Psicosis.

Como en Canes hay Palmas, en Berlín Osos, en San Sebastián Conchas, en Dinard hay Hitchcock. Una estatua monumental de cinco metros de altura preside desde el 8 de octubre la playa, remplazando la antigua imagen del maestro del suspense, un género que reivindica su origen británico.

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Desde hace unos años el festival multiplica sus proyecciones, estas comprenden más de una docena de «avant premières» y seis películas en competición, que son muchas veces primeras obras. Añadamos este año diez autores, descubiertos en Dinard pero aún al comienzo de sus carreras. No hay que olvidar que Dinard puede gloriarse de haber sido la rampa de lanzamiento de directores hoy famosos. Citemos a título de ejemplo a Danny Boyle (Slumdog millionaire) que obtenía en 1994 el gran Premio por su primera película Shallow Grave, pero también Michael Winterbottom, Stephen Daldry, Paul Greengrass, Peter Cattaneo, Shane Meadows, etc. Ycómo no evocar en 1999 a un joven de 28 años, Christopher Nolan, con una película realizada con un puñado de libras: Following. ¿Quién reconocería hoy en este joven al director de The Dark Knight, segunda película en los resultados de taquilla de todos los Cartel oficial del festival tiempos justo detrás de Titanic?

Ante un festival existe siempre la tentación de buscar una línea directiva cuando en realidad estamos ante un caleidoscopio de tendencias. La noche de la inauguración, Sylvie Mallet citaba a Paul Nizan «He tenido veinte años y no dejaré decir a nadie que es la más bella edad de la vida». Quizá pensaba en ciertos títulos de la selección, de tonos sombríos, pero cómo no pensar en los dos grandes premios de este año, el Hitchcock de Oro otorgado a White Lightnin de Dominic Murphy, la película más dura, y el Premio del Público (obtenido por votación de los espectadores), para Sounds Like Teen Spirit de Jamie Jay Johnson, un extraordinario documental sobre Eurovisión Junior, auténtico homenaje a los jóvenes de diez a quince años a través de los países europeos. Pero, dejando de lado estas dos tendencias que dibujan el actual divorcio entre el público y una parte de la creación, es preciso reconocer la diversidad. A esta edición se han presentado películas de denuncia política, dramas sociales -de la droga en particular-, conflictos comunitarios, todo ello en una tradición bien británica, representada por Ken Loach y por Mike Leigh, con un cierto olvido de las películas de época, realizadas como una parte del cine de James Ivory, en los suntuosos palacios ingleses a los cuales hemos vuelto con la película de clausura de Julian Fellowes, From Time to Time, fantasía entre varias épocas que nos han hecho encontrar de nuevo actores como Maggie Smith o Timothy Spall, en una vieja casa con fantasmas y todo. Una mirada general no estaría completa sin aludir a los documentales, capítulo significativo de este festival, que prueba la importancia de creación cinematográfica que el género ha recobrado en los últimos años. Y cómo no señalar la tendencia cosmopolita del cine británico realizado por directores venidos de horizontes diversos, con buen número de películas rodadas fuera del Reino Unido.

DENUNCIA POLÍTICA Y SOCIAL

La inauguración, fuera de concurso, estaba dedicada a An Englishman in New York de Richard Laxton, que cuenta los últimos años de la vida del escritor homosexual Quentin Crisp en América. Se trataba de recibir la visita de John Hurt, gloria del cine británico con más de cuarenta años de carrera. Su trabajo de actor transforma la homosexualidad en tragedia de la vejez y de la soledad.

En la competición, la denuncia se impone en Jean Charles de Henrique Goldman, un director nacido en São Paolo y que ha trabajado en Estados Unidos y Roma antes de establecerse en Londres. La primera parte de la película parece seguir la línea del retrato de las comunidades extranjeras en Londres, con la presentación de un personaje, Jean Charles, que se esfuerza en incorporar a la vida británica a una prima, recientemente llegada del Brasil. Se describen así las dificultades de los inmigrantes clandestinos, con detalles de picaresca divertidos. Pero todo cambia con un drama que nos conecta con la realidad. Jean Charles fue la víctima en 2005, en plena crisis del terrorismo en Londres, de un error de la policía. El joven brasileño, víctima colateral del terrorismo, no tenía nada que ver con los islamistas, la policía había cometido un error fatal, de la que el gobierno se excusaría después, pero sin que la familia haya podido obtener una satisfacción completa. Henrique Goldman evita todo exceso, su película es un relato sobrio de los hechos.

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En In the Loop de Armando Ianucci la denuncia cobra forma a través de la sátira. Tiene lugar esta vez en las altas esferas políticas. Un presidente americano (que sólo puede ser George Bush) y un primer ministro británico (forzosamente Tony Blair), aunque nunca sean nombrados en la película. Establecen contacto porque desean desencadenar una guerra que tampoco se identifica. Se trata puesde insinuar una cierta frivolidad en la decisión del ataque, pero el problema de esta película radica en su exceso de sutilidad en el contraste entre Washington y Londres y finalmente en la enorme confusión en el relato, agravada por un montaje demasiado acelerado. Es difícil saber quién es quién, pues los personajes importantes actúan a menudo a través de sus colaboradores.

UNA SOCIEDAD MULTIRRACIAL

Desde hace tiempo el tema de la inmigración se ha impuesto en el cine europeo. Ya evocado en Jean Charles, está presente también en otras películas como She, a Chinese de Xiaolu Guo, directora venida de Pekín a Londres en 2004. En su cuarta película, Xiaolu Guo cuenta la historia de Mei (Huang Lu), nacida en un pueblo, que desea vivir en una gran ciudad.La primera etapa de su itinerario será Pekín, donde vivirá una historia de amor con un joven delincuente. La segunda etapa es Londres donde va a casarse con un viudo de cierta edad que le ofrece seguridad, pero sin amor. She caerá en los brazos de Rachid, un joven de origen pakistaní. Pasadas las primeras ilusiones, Mei deberá volver a China, embarazada de Rachid que no desea asumir sus responsabilidades. Xiaolu Guo desea romper con el cine tradicional chino, interesándose por el destino de una muchacha en un Occidente decepcionante. Pero la directora no evita ciertos tópicos sobre las frustraciones de los sueños frente a la realidad.

LA DROGA, UNA LACRA OMNIPRESENTE

Cuando se aborda la miseria social la droga es un tema recurrente. En Crying With Laughter de Justin Molotnikov la droga es marginal e importante. Se cuenta la historia de un humorista a la deriva, adicto a la cocaína, que tiene dificultad para asumir las obligaciones de padre divorciado. A ello se suma la visita inesperada de un antiguo compañero de la escuela militar que había frecuentado veinte años antes. Hay un enigma y una venganza, que se revelan poco a poco y que conducen a un affaire de abusos sexuales en la citada escuela. La confusión reina para mantener el suspense, pues nunca sabemos a ciencia cierta qué rol desempeñan los personajes. Tampoco es el momento aquí de revelar los mecanismos del suspense. Pero sí se puede desvelar que la buena factura cinematográfica no es suficiente para superar los errores de un guión que acumula los misterios para dar al final una explicación esperada pero no por ello menos confusa.

White Lightnin, primera película de Dominic Murphy, conocido en el terreno del documental y la publicidad, no deja indiferente. También aquí la droga, desde la infancia, tiene un efecto destructor. La película ilustra el interés evocado más arriba del cine británico de partir lejos. En efecto, la historia de Jesco White (Edward Hogg) transcurre en las montañas Appalaches de Virginia. La juventud del protagonista transcurre entre el reformatorio y el asilo, pues el personaje se encuentra en plena juventud y decadencia moral. Su punto fuerte: su padre le ha enseñado la «danza de montaña», una versión frenética, mezcla de tap dancing y de música country. Dos individuos borrachos han causado la muerte de su padre y la idea de vengarse avanza en la cabeza de Jesco a pesar de un idilio improbable con una mujer que le dobla en edad. Todo es de una enorme dureza, con un erotismo brutal y sobre todo con una fuerte dosis de violencia. La fuerza trágica de la historia está además avalada por una especie de sermón intermitente que previene de la fuerza del diablo, de la que el protagonista se siente poseído, y que le empuja a vengar a su padre. Todo conduce a una actitud de sacrificio con símbolos religiosos. Dominic Murphy, al recibir su premio, aseguraba que su película no era antirreligiosa. Es cierto que las alusiones a la religión son una prueba de la conciencia de un personaje en plena crisis. Si nadie duda de la fuerza de la película, es difícil aceptar una cierta grandilocuencia en sudesarrollo. Por ello, la película y el premio eran recibidos con un cierto malestar.

EN BUSCA DE LA REALIDAD

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Ya hemos indicado la importancia del cine documental este año en Dinard. Algunas películas fuera de concurso nos han conducido a ciertas realidades históricas. Así lo hace, por ejemplo, Fifty Dead Men Walking de Kari Skogland, directora y guionista canadiense, que aborda un tema apasionante en el Belfast de los años ochenta, en lo más duro del conflicto de Irlanda del Norte. La película es la verdadera historia de un joven católico, Martin McGartland (Jim Sturgess), que es reclutado por el agente Fergus (Ben Kingley) para infiltrarse en el IRA. El carácter histórico de los hechos (las memorias de McGartland) no impide ni la acción ni el suspense.Quizás por primera vez el IRA es tratado con dureza, sus acciones presentadas como brutales, pero ello no quiere decir que la acción de los ingleses sea aprobada, sus métodos represivos son también criticados. La película desarrolla además la relación entre los dos personajes principales, al mismo tiempo que describe la situación familiar de McGartland.

De la ficción sobre una verdadera historia es preciso pasar al puro documental. Mugabe and the White African de Lucy Balley y Andrew Thompson cuenta la historia de Mike Campbell y de su familia, uno de los últimos agricultores blancos de Zimbabue que en 2008 ha decidido defender su explotación agrícola que es además la de quinientas familias de color. Para ello el «hombre blanco» desafía al presidente Mugabe al no aceptar su programa de reforma agraria e interponer un recurso ante un tribunal internacional por discriminación racial y violación de los derechos humanos. Campbell se ve obligado a abandonar el país pero su recurso jurídico sigue en marcha. La película, rodada con cámara oculta, pone de relieve en 78 minutos, la tragedia de un país que fue próspero, hoy en plena crisis económica y humana. Y la responsabilidad de los dirigentes africanos que no dan los pasos para que Zimbabue recobre su libertad.

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En fin, en el lote de las películas en competición el ya citado premio del público merece una especial atención por su originalidad, su maestría en el montaje y por la fuerza emotiva de su testimonio. Se trataba para Jamie Jay Johnson de introducirse en Sounds Like Teen Spirit, en los preparativos del concurso de Eurovisión Junior de la Canción. El Eurovisión de adultos reúne 600 millones de telespectadores, siendo el acontecimiento mediático más importante después de los Juegos Olímpicos. La versión Junior se encuentra en su séptima edición; los participantes no pueden ser profesionales y cantan sus propias canciones en la lengua de su país. Resulta imposible para Jamie Jay Jonson seguir a todos los participantes por lo que se centra en algunos: un muchacho chipriota, un grupo belga, una chica ucraniana, etc. Seguirá sin embargo todos los preparativos, se familiarizará con los participantes hasta poder filmarlos con toda naturalidad. Todo artificio desaparece de los testimonios, para seguir la competición misma, captando las peripecias de la votación. La observación del director es siempre pertinente, capaz de descubrir las ilusiones que la aventura supone para cada participante. Un ejercicio divertido, emocionante y eufórico -ningún conflicto entre los países participantes durante el último año-, quizá no es demasiado pedir que la esperanza que la película suscita pueda prolongarse en el futuro.