Tiempo de lectura: 5 min.

Los seguidores de Sebastián Piñera, nuevo presidente de Chile, gustan decir que su elección abre la segunda transición política. ¿Qué se quiere decir? Para saberlo hay que comprender la primera. Esta fue la expresión de la voluntad popular, y de la mayor parte de las élites, de llevar la vida política del país a una democracia plena, mediante un pacto tácito por el que los logros económicos, y también los sociales, de la dictadura serían tomados como base material para el desarrollo futuro del país, a cambio de la restauración de los derechos civiles de las viejas fuerzas políticas e ideológicas.

En los veinte años de la Concertación, la base material de Chile ha aumentado varias veces de tamaño. Entonces, ¿por qué ha perdido? El triunfo de Piñera no hubiera sido posible sin la crisis y fatiga internas de las dos grandes fuerzas ideológicas, la democracia cristiana y el partido socialista…, y sin el deslumbramiento que causa la figura de ese selfmade man multimillonario, Sebastián Piñera, que en 1988 saldó sus cuentas con la dictadura oponiéndose a su continuación, y no fue parte de los equívocos compromisos que permitieron la larga y ahora periclitada hegemonía de la Concertación. El candidato de esta, Eduardo Frei, realizó una campaña basada en la exageración de las fórmulas ya usadas, de modo que el electorado vio en ella ataques al mercado y, sobre todo, percibió su insistencia en el asistencialismo social y el predominio público de la educación, como rasgos del pasado. Piñera, por el contrario, apeló al mercado como instrumento de transformación social, prometiendo incentivos fiscales a las empresas, y apoyó la libertad de los padres para elegir colegios y universidades. Es decir, Piñera habló a la nueva clase media, instalada precariamente en un incipiente bienestar. Que Chile se «desideologiza» se muestra en el hecho de que el partido comunista conserva sólo tres diputados.

EL CONTEXTO POLITICO
Una prueba de que los viejos partidos de la Concertación se habían adocenado es que bajo sus mandatos no se llevó a cabo una reforma del régimen electoral, que el 17 de enero del 2010 le hubiera supuesto el apoyo de muchos nuevos votantes. En efecto, en Chile la inscripción en el padrón electoral es voluntaria, aunque el voto es obligatorio. Se calcula en unos dos millones los votantes potenciales que quizás hubieran decantado el triunfo a favor de la Concertación, si se les hubiera incitado a registrarse en el censo. Quede esto para la segunda transición.

Aunque en el parlamento las fuerzas que formaron la Coalición por el Cambio y las de la Concertación están muy parejas, la capacidad del presidente de imponer sus políticas es inmensa, por el cargo y por su influencia en el mundo empresarial. Su reconocimiento de los logros económico-sociales de la Concertación puede representar un intento de Piñera de hacer justicia a la convivencia social lograda por esta, pero también el de buscar en los diversos y no bien avenidos componentes de la Concertación los apoyos parlamentarios que le permitan pasar su programa.

Aunque el pinochetismo como ideología y talante es cosa del pasado, no lo es la experiencia técnica y administrativa adquirida por muchos de los cuadros dirigentes de la nueva administración, que pasaron periodos más o menos largos al servicio de los gobiernos del general-dictador y hasta de la Concertación. Se trata de cuadros preparados que, como en el caso de España bajo Franco, se rodaban en las prácticas administrativas, haciendo posible que las infraestructuras socioeconómicas pudieran resistir las tempestades que acompañan a un cambio de régimen. El gobierno que Piñera presentó el 9 de febrero es una ecuación de las relaciones de políticas y sociales que hemos descrito. Dentro de un gabinete de veintidós ministros, sólo nueve tienen adscripción política: cuatro vienen de la Unión Demócrata Independiente, el partido más conservador, otros cuatro de Renovación Nacional, el otro componente de la coalición triunfadora, más un ex ministro de Defensa (que asume la misma cartera y que abandona la DC) y trece independientes provenientes del mundo académico, la empresa y las fundaciones (Instituto Libertad y Desarrollo, Fundación Jaime Guzmán, etc.). Seis mujeres forman parte del gabinete (se acabó la paridad de la presidenta Bachelet). Tres ministerios clave (Interior, Ha- cienda y Economía) están en manos de independientes. Educación en las de un conservador. No hay duda, los ministros «partidarios» están cercados por los independientes. Queremos ser, dice el nuevo ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, «el gobierno de las oportunidades, con protección social». Y el de «la lucha contra la delincuencia», añade. La nota definitoria del gobierno, en opinión de Cristián Larroulet, titular de la poderosa secretaría general de la Presidencia, es «la búsqueda de la calidad en el servicio público». Es un gobierno que, además, «habla idiomas». Hecha ya la transición política, ¿qué otra cosa puede ser la segunda sino la transformación y modernización social y económica del país?

EL CONTEXTO SOCIOECONÓMICO
¿Sobre qué base social y material debe actuar el nuevo presidente? La economía decreció 1,7% en 2009. Se augura, sin embargo, una fuerte reactivación: algún analista vaticina 5% en 2010. Al final del 2009 el desempleo alcanzó el 9%, aunque en 2010 se atenúa. El salario medio no es del «primer mundo»: 208 dólares; el 15% de los trabajadores ganan menos. Hay sectores de la población marginados, en gran parte por causas objetivas. Tenemos los mapuches, unos 600.000, habitantes de las zonas más alejadas e inhóspitas de Chile, entre los que fragua una incipiente disidencia, que tiene en la conservación de la naturaleza una de sus puntas de lanza. El sur chileno está lleno de recursos inexplotados.

Los sectores rezagados pueden beneficiarse del subsidio de 80 dólares prometidos por Piñera a los pobres, y de lo que él mismo llama «ingreso ético familiar». ¿Asistencialismo? Veremos. Chile sigue siendo un país de enormes desigualdades sociales. Se espera del presidente, igualmente, una política favorable al natalismo, dentro de un estilo de familia tradicional y conservadora (en el que probablemente no habrá píldora del día después).

Las arcas del gobierno, sin embargo, no están boyantes: los ingresos consolidados del 2009 cayeron el 20,5%. El precio del cobre, que genera el 20% del PIB, cayó en ese año un 35%.
En resumen, Piñera, aunque lo quisiese, no puede olvidar que la «empresa» Chile necesita un reajuste de su planta económica y social. A ello le ayudará el ingreso de su país, este año, en la OECD, el primero que lo hace en Latinoamérica.

ESCENARIO INTERNACIONAL
Otra área donde la presidencia de Piñera debería generar nuevas expectativas es Suramérica. A los chilenos les gusta verse como país del Pacífico, y no esperan mucho de sus vecinos del norte y este. Chile, sin embargo, debería apreciar el impacto que el éxito de su modelo tendría en las alineaciones, muy ideologizadas, de América Latina. A ello ayudaría que el mismo Chile atenuara la tensión nacionalista propia de las doctrinas de seguridad nacional heredadas. Es cierto que su despliegue geopolítico (4.300 km. de costa al Pacífico, estrechos de Magallanes y Drake, inmensa proyección oceánica y antártica) requiere una vigorosa política de defensa, pero esta a veces se formula en términos ominosos: «Tenemos la capacidad de pegar fuerte, es mejor que nos dejen tranquilos», advirtió recientemente el jefe de la fuerza aérea. Sin duda se refería, ante todo, a Perú. El continente suramericano le tomará la medida a Piñera en dos contenciosos: el marítimo con Perú por 75.000 millas cuadradas de océano y el de Bolivia en torno a su acceso al mar. Este último frustra la que debería ser una cooperación natural en materia energética. Chile necesita el gas boliviano y Bolivia no lo da. El recurso de Perú al Tribunal Internacional de La Haya sobre su reivindicación marítima debería ser la ocasión de, mediante el acatamiento de su sentencia, olvidarse de este contencioso territorial.

El marco adecuado para un protagonismo chileno en Suramérica podría ser la recientemente inaugurada Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) formada por doce esta- dos. Este organismo sería un vehículo ideal de cooperación en materia de defensa, seguridad, tráficos ilícitos, etc. Buen amigo de Brasil, Chile puede ayudar a templar cualquier tendencia de aquel gran país a la hegemonía continental. Los conflictos de Chile con Perú y Bolivia juegan hoy en las manos de Brasilia.

Si Piñera se contentara con ser el presidente «de» y «para» Chile su papel histórico no habría alcanzado todo su potencial. Sobran varios dedos de una mano para contar los países con capacidad de liderazgo a escala continental. Chile es uno de ellos.

Analista de Relaciones Internacionales