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El 22 de febrero de 1989 las letras españolas festejaron a bombo y platillo el XL aniversario de la muerte de Antonio Machado. Con este motivo, fueron muchas las voces que ensalzaron su lírica y sus poemas, eternamente actuales. No fueron menos las plumas que redescubrieron su faceta como dramaturgo, como ensayista, o como pensador. Y muchas más las que evocaron su figura humana o su ideario político. Pero pocas voces y pocas plumas llamaron la atención sobre su labor modesta y callada en las páginas de los periódicos: sobre su obra periodística, que ha venido a ser ta gran cenicienta en la producción machadiana. Existe, sí, un «Machado poeta» y un «Machado dramaturgo» consagrados por la crítica. Sin embargo, a los 50 años de su muerte todavía no se ha intentado dibujar el perfil literario de un «Machado periodista», proyecto ciertamente ambicioso al que vengo dedicándome en los últimos años.

Hoy quiero unirme al recuerdo de este gran poeta subrayando que fue también un asiduo cultivador de los géneros periodísticos. Deseo sacar a la luz pública una serie de artículos que Machado escribió para la prensa. Artículos totalmente desconocidos, olvidados en sus obras completas, que tienen el valor y la frescura de lo inédito.

Un hallazgo casual

El descubrimiento de la serie que ahora presento fue bastante afortunado. Desde 1971 se conocía una autocrítica suya sobre la pieza La Lola se va a los puertos: pero nadie se había puesto a investigar si existían o no más textos como ese.

La sospecha de que podía haber otros artículos semejantes creció en mí ai repasar la colección de los papeles póstumos de Machado, publicados en Cuadernos Hispanoamericanos en 1949. Allí se incluía un texto autógrafo del poeta sobre El condenado por desconfiado con la siguiente anotación de los editores:

«El presente artículo, cuyo autógrafo reproducimos, fue escrito el día 11 de octubre de 1924, vísperas del estreno, en el Teatro Español de Madrid, de la refundición del drama El condenado por desconfiado, de Tirso de Molina, realizada por Antonio en colaboración con su hermano Manuel y con J. López. Por causas desconocidas, el trabajo no llegó a publicarse…»

Hay un error en la fecha, porque el estreno no fue el 12 de octubre sino el 2 de enero de ese año. Pero, al margen de ese detalle, lo que llamó mi atención fue el parecido de esa nota con el texto sobre La Lola: (a unidad de estilo y de intención eran evidentes.

Estaba clarísimo, por tanto, que los dos artículos se habían escrito para el mismo fin: la sección de autocríticas del diario ABC, y que por alguna razón ignota el texto autógrafo no liego a ver la luz en ese diario. Pero que iba a publicarse allí es prácticamente seguro; porque Machado indica una referencia temporal muy explícita, impensable en un ensayo o reseña critica, que sólo se justifica en un articulo para la prensa: «…el maestro Tirso de Molina dio a la escena patria la obra que, con muy escasas supresiones, ha de representarse mañana en el Teatro Español». (Como es sabido, las autocríticas solían publicarse la víspera de los estrenos.)

Debo aclarar, para el lector poco avezado con los usos de nuestra crítica, que en los años veinte y treinta se hizo muy popular la sección de Autocríticas de ABC donde los escenógrafos solían dar a la luz los juicios sobre su pieza en vísperas del estreno. Durante años fue una costumbre extendida; y esa página, consultada por el público y anhelada por los dramaturgos, alcanzó cierta tradición en nuestras letras.

Una vez confirmado que eran dos las autocríticas escritas por Antonio, la pregunta surgió inevitable: ¿No podía haber una continuidad en esa tarea crítica de Machado? ¿No era lógico suponer que el poeta habría escrito reseñas para las demás obras? Repasé con lupa los ejemplares de ese periódico en las fechas próximas a sus estrenos teatrales y localicé las autocríticas que ahora ofrezco.

La afición por el teatro

Es sabido que Antonio Machado mostró una gran pasión por el mundo de la escena. Desde pequeño le atrajo la farándula y con sólo 15 o Í6 años empezó a asistir a las representaciones del Teatro Español. Después escribió libretos cómicos, con ayuda de su hermano, para luego representarlos ante familiares y amigos. Trabó amistad con los actores Antonio Vico y Ricardo Calvo y, rozando el comienzo de siglo, entró como meritorio en la Compañía María Guerrero.

Antonio no tenía dotes dramáticas, y su experiencia como actor duró apenas unos meses. Sin embargo, la semilla del teatro perdurará a través de los años; germinará hondamente en su alma, y en la última etapa de su vida escribirá con su hermano las piezas teatrales que hoy son tan conocidas.

La primera de ellas fue, precisamente, la refundición de El condenado por desconfiado, de Tirso. En la autocrítica mencionada —la nota autógrafa entre sus papeles póstumos—, Machado habla de su tarea como adaptador: propugna el respeto absoluto al texto original y defiende la tradición dramática del auto sacramental. «El condenado por desconfiado, drama religioso a la española, no puede haber perdido actualidad (…). No era el teatro religioso el que había perdido su público, sino el público el que había, en parte, perdido su teatro.»

Después de ésta, los Machado realizaron cuatro adaptaciones que no tuvieron autocríticas: El principe constante, de Calderón; Hernani, de Víctor Hugo; y dos obras de Lope: Hay verdades que en amor… y La niña de plata.

En abril de 1927 Antonio es nombrado Académico de la Lengua. Para entonces ha estrenado ya dos obras originales: Julianillo Valcárcel (1926) y Juan de Mañara (1927). A partir de su nombramiento, la firma de Machado se valora y sus próximos estrenos van a verse realzados con la publicación, en tas páginas de ABC, de una reseña personal sobre su propia obra.

La serie desconocida

En 1928, tos Machado estrenan Las Adelfas. Y el 21 de octubre de ese año, ABC reproduce un articulo de Antonio que da las claves para entender el sentido de esa comedia: recurso al subconsciente de los personajes, renovación del diálogo escénico, preocupación por la estructura narrativa: «Nuestra comedia parte del desenlace —la muerte del marido— y avanza, justamente, en la averiguación de sus antecedentes».

Antonio alude también en ese texto al personaje que encarna las ideas de Freud: un médico algo divertido que «no tiene demasiada fe en el valor terapéutico del psicoanálisis». Estas líneas nos ayudan a valorar adecuadamente la supuesta influencia del austríaco en la pieza machadiana. pues ha sido exagerada por numerosos críticos. La obra parte, en efecto, del hallazgo del subconsciente, pero el propio Antonio reconoce al final de su nota que «los autores sólo aceptan la utilidad del psicoanálisis para la dialéctica del teatro»

Al año siguiente se produce el gran éxito de los Machado: La Lola se va a los puertos. El 7 de noviembre de 1929, víspera del estreno, ABC publicaba la autocrítica de Antonio donde se anticipan los pilares básicos de la pieza: su ambiente folklórico y andalucista (cante hondo, flamenco, gitanos) y el valor arquetípico de sus personajes.

La redacción inicial del artículo, muy parecida a una de las cartas de Guiomar, nos permite deducir que esa reseña crítica es de Antonio, aunque —como las otras— venga firmada por los dos hermanos. Este detalle, unido al enfoque y estilo de las notas, al tono humilde con que se escriben y a ciertos pasajes calcados de Juan de Mairena, me han llevado a concluir que toda la serie es, en realidad, del autor de Soledades.

El 27 de febrero de 1931 estrenan una nueva refundición de Lope: El perro del hortelano. La víspera, el día 26, aparece la autocrítica correspondiente en la que Antonio aboga por la recuperación de nuestro teatro clásico, de modo semejante como había hecho con El condenado por desconfiado. Señala también que el tema clave de la pieza es el amor, y recuerda que su intención como adaptador había sido siempre la fidelidad a los textos originales.

Dos meses después de ese estreno se representa otra obra suya: La prima Fernanda. La reseña de los autores se publica el 23 de abril de 1931, a tos nueve días de proclamarse la República, y en ella alude Machado al reciente cambio de régimen. Negando toda interpretación exclusivamente política de la pieza —el valor está en los personajes, insiste Machado—, sí señala algunos paralelismos entre los caracteres de la comedia y ios gobernantes de nuestro país a lo largo de tres décadas.

El último estreno en vida de Antonio Machado fue La Duquesa de Benamejí. Ese mismo día, 26 de marzo de 1932, se publicó la autocrítica del poeta que presentaba esta vez una novedad interesante. En lugar de comentar la obra, Antonio dedicó esas cuartillas a reflexionar sobre el arte escénico y la crítica teatral. A este oficio alude, con metáfora valleinclanesca, al señalar que toda obra recibe en ella, como en un espejo, una imagen deformada de sí misma. Más adelante, se cuestiona el sentido de las autocríticas y concluye que, por falta de ecuanimidad en el juicio, son los autores los menos indicados para juzgar sus propias creaciones.

Una faceta olvidada

Excuso decir que todos estos artículos no son verdaderas reseñas teatrales. Son más bien apuntes de tipo personal, ideas que ilustran el ambiente de sus piezas o dan luz para interpretar el sentido de la trama. Por otra parte, ése era el objetivo de las autocríticas: aportar el testimonio más o menos espontáneo del autor, sin buscar un rigor metodológico o expositivo.

Con la exhumación de estos artículos, de extraordinario interés para conocer su obra en prosa, pretendo llamar la atención sobre una faceta desconocida del Machado escritor: su labor como articulista. La importancia de su figurara reclama a gritos un conocimiento íntegro y cabal de su producción literaria. Y algún día descubriremos que don Antonio, además de un gran poeta, fue también un columnista de enorme envergadura. Por el momento, quede aquí esta aportación de sus obras completas.