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António Damásio: «El error de Descartes». Andrés Bello, 1999

António C. Rosa Damásio. Neurocientífico y médico neurólogo portugués. Entre sus obras publicadas, se encuentran En busca de Spinoza y El error de Descartes. Ganador del Premio Príncipe de Asturias en 2005.


António C. Rosa Damásio, afamado neurocientífico, ha recibido numerosos y prestigiosos reconocimientos. En España se le concedió en 2005 el Premio Príncipe de Asturias, cuyo jurado, además de valorar su labor científica y divulgativa, resaltó su gran contribución a la exaltación y promoción de cuantos valores culturales y humanísticos son patrimonio universal. Una labor divulgativa que comenzó en 1994 con la publicación de El error de Descartes. La emoción, la razón y el cerebro humano, un libro que ganó el Premio Science et Vie, traducido a más de 30 idiomas y considerado como uno de los más influyentes de las últimas décadas en ese campo.

Más allá de la contribución al conocimiento de las causas de enfermedades como el párkinson y el alzhéimer, estamos ante un caso paradigmático de cómo la ciencia contribuye a la forma de entendernos como seres humanos. Damásio comienza la introducción de El error de Descartes contando que de pequeño había oído que tomar una decisión debería ser el resultado de un análisis objetivo, frío y racional, y que se ha promovido una educación que favorecía la ausencia de emociones en la toma de decisiones. Pero después de tratar casos de deficiencias emocionales y alteración del comportamiento tiene claro que se da una correlación directa entre las lesiones de la región prefrontal y el deterioro del comportamiento social y personal. La conclusión es que las emociones forman parte importante del aparato racional, son la forma de pensar con inteligencia antes de reaccionar de forma inteligente. Si por cualquier circunstancia se eliminan o se deterioran las bases neurofisiológicas asociadas con las emociones la razón resulta afectada.

Estas son las ideas principales de la primera parte del libro, en la segunda pondrá a prueba sus propias teorías y elaborará una explicación general a modo de hipótesis que servirá para fundamentar unas conclusiones que expondrá en la tercera parte. Desde el punto de vista experimental y clínico Damásio se prodiga en ejemplos, sus propios trabajos y el de investigaciones de terceros le sirven para que la teoría tome cuerpo, pero traspasa con creces los intereses clínicos y como el nombre de la obra que reseñamos deja patente, entra de lleno en los problemas fundamentales clásicos de la filosofía. Tirará del hilo de la emotividad y acabará agarrando la madeja entera, y ya quisieran muchos filósofos hacer gala de un modelo definido como lo tiene Damásio. El propósito de esta reseña es exponer primero su sistema filosófico, que incluye una filosofía de la naturaleza, una epistemología, una metafísica, una antropología y una ética, pero para ello reconstruiremos a partir de sus escritos todo un relato evolutivo que comienza en las formas de vida más primordiales y acaba en el ser humano. A continuación desarrollaré un análisis crítico que pueda servir como clave interpretativa de la obra y de sus libros en general, pero también se expondrán una serie de cuestiones controvertidas que, en mi opinión y por alusiones, podría plantearle René Descartes.

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Descartes estaba convencido de que la tarea principal de la filosofía es abordar racionalmente la creencia en Dios y en la inmortalidad del alma, y para justificar que el alma no muere con el cuerpo qué mejor que defender que son ontológicamente diferentes (dualismo). Descartes se refería a su cuerpo en tercera persona: mi yo no es mi cuerpo sino solo mi conciencia, él es natural y está determinado por las mismas leyes físicas que gobiernan el mundo material; el alma soy yo, y yo soy un sujeto espiritual, consciente, libre y responsable. En definitiva, para Descartes la mente o la conciencia humana pertenecen al alma espiritual; ese es para Damásio el gran error de Descartes, ¿y qué es lo que nos propone a cambio el neurocientífico portugués? Que es el cerebro el que crea o desde el que emerge la mente y el yo.

Dice Damásio que el cerebro registra toda la información tanto externa como interna y crea paquetes de actividad neural, mapas, y los más estables quedan fijados en patrones. De las interrelaciones de distintos mapas, y en un juego de señalización recursiva enrevesado y aparentemente caótico, emerge la mente

«Mi posición, entonces, es que un organismo provisto de mente forma representaciones neurales que pueden transformarse en imágenes, manipularse en un proceso llamado pensamiento y finalmente influir en la conducta ayudando a predecir el futuro […] Aquí está el quid de la neurobiología, tal como yo la imagino: el proceso por el cual representaciones neurales —consistentes en modificaciones biológicas derivadas del aprendizaje en un circuito neuronal— se transforman en imágenes en nuestra mente; y de ordenarlas en un proceso llamado pensamiento» (1997: 110).

Damásio no se refiere con imágenes solo a las visuales, también a las «imágenes» auditivas, olfativas, táctiles, etc. Lo cierto es que todos los seres vivos procesan coherentemente la información necesaria para conservar la homeostasis, y según Damásio, los más simples como las bacterias requieren ya de unas capacidades de percepción y de respuesta que no son sino modestos precursores de la mente y la conciencia. Esta es otra de las ideas que quedan esbozadas en El error de Descartes, pero entra de lleno en ella en El extraño orden de las cosas.

«Si estoy en lo cierto, el inconsciente humano se remonta literalmente a las primeras formas de vida. Ni siquiera Freud o Jung imaginaron que sus raíces fueran tan alejadas y profundas». (2018: 40-41).

La mente surge a partir de la capacidad del cerebro de generar mapas, pero se trata de una mente inconsciente, para que sea consciente es preciso que los mapas se conviertan o se traduzcan a imágenes conscientes, es precisa la subjetividad y un sí-mismo o un yo «self».

«Aunque las capas sensoriales primarias y las representaciones topográficamente organizadas que construyen sean necesarias para que las imágenes acontezcan en la conciencia, parecen, no obstante, ser insuficientes. Dicho de otra manera: dudo mucho que fuéramos conscientes de imagen alguna si nuestro cerebro sólo generara finas representaciones topográficamente organizadas y no hiciera nada más con ellas. ¿Cómo sabríamos que son nuestras imágenes? La subjetividad, clave de la conciencia, faltaría en el diseño. Deben cumplirse otras condiciones». (1997: 120).

Damásio considera que para que aparezca la subjetividad es necesario que concomitantemente a las representaciones neurales el cerebro produzca también al yo, y lo hace a partir del aparato emocional y de los patrones neurales relativos a las configuraciones corporales más estables, pues «[…] suministrarían un núcleo para la representación neural del self, procurando así una referencia natural para lo que sucede en el organismo, dentro o fuera de su límite» (1997: 262).

La idea parece clara, el cerebro crea imágenes que nadie ve, ni oye, ni huele, pero igual que elabora mapas de las imágenes también lo hace de la propia corporalidad y entonces aparece un sí-mismo, un self o un yo en el que se desarrollará la subjetividad y la imagen se hará consciente. El sí-mismo se construye necesariamente en la mediación de las emociones, pero a la vez es indispensable para tener experiencias subjetivas y sensaciones sentidas. Sensaciones y sentimientos tienen una utilidad extraordinaria ya que los mapas neurales o las imágenes inconscientes son operativas sin necesidad de conciencia, pero… «[…] solo funcionan para problemas de un determinado grado de complejidad, y no más; cuando el problema se hace demasiado complicado y precisa respuestas automáticas y razonamiento sobre el conocimiento acumulado las sensaciones y los sentimientos resultan útiles» (2009: 171).

En definitiva, dice Damásio que donde Descartes ve un alma espiritual «visualizo yo un operativo biológico estructurado dentro del organismo y en nada menos complejo, admirable o sublime» (1997: 147). Si para Descartes es yo-consciente es sustantivo, Damásio considera que el yo no es más que «un estado referencial evanescente, tan consistente y continuamente re-construido, que el interesado siempre ignora que está siendo re-fabricado» (1997: 267).

Desde luego que el yo-consciente humano es admirable, pues después de algunas décadas y muchos esfuerzos los neurocientíficos no han conseguido siquiera poner la primera piedra de la teoría que sirva para justificar experimentalmente cómo es posible que de un órgano físico como el cerebro surja, se cree, o emerja la experiencia subjetiva. Hasta entonces no nos hemos dado cuenta de que la mente es algo tan admirable como misterioso, en cuanto a lo de sublime depende de lo que se entienda con ese término, pero no me parece que sea igual de sublime considerar que en lugar de ser un ser espiritual no es más que un apéndice inmaterial del cerebro, pues por esa senda se llega a una idea de ser humano en la que no salimos nada favorecidos, pues si el cerebro es la causa de la mente humana y de la conciencia entonces no habría un yo como Dios manda y perderíamos la sustantividad, la libertad, la responsabilidad y la dignidad de la que siempre hemos hecho gala. Pero no es un suicidio intelectual intencionado sino que cuando se lleva este discurso naturalista de Damásio a sus últimas consecuencias no hay más remedio que aceptar esa idea de ser humano tan devaluada, con lo cual nos jugamos demasiado como para aceptar sus propuestas sin un análisis crítico.

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Ni los neurocientíficos saben cómo produce el cerebro la mente ni los microbiólogos pueden explicar el hecho de que cualquier organismo, por muy básico que sea, muestra un comportamiento «inteligente» que sobrepasa las posibilidades de materia tal y como la entendía la física clásica. Damásio está al tanto, y como no todos los seres vivos son conscientes da por bueno que la mente es una propiedad fundamental de la vida, una mente que primero fue inconsciente, luego mente consciente, y en el ser humano se convirtió en autoconsciente. Claro está que esta propuesta no hubiese tenido tanto éxito si desde Freud no se hubiese generalizado la idea de que la mente humana es como un iceberg, donde lo consciente es solo la parte que podemos ver y el inconsciente todo lo que queda debajo del agua. Ahora bien, ¿existe realmente la mente inconsciente?

Desde el punto de vista psicológico, si hablamos de mente es porque realizamos actos o tenemos funciones que no consideramos físicas, como pensar o imaginar, o de producir representaciones visuales, táctiles, sonoras, etcétera, pero para llevarlas a cabo es preciso ser conscientes, de modo que cualquier extrapolación del concepto mental que prescinda de la consciencia tendría que ser justificada. Y no es fácil, ya que solo conocemos y tenemos acceso a lo que aparece ante nuestra conciencia, de modo que la existencia de procesos mentales inconscientes no puede corroborarse porque no son algo que puedan convertirse en fenómenos de conciencia sin dejar de ser inconscientes, por tanto, los límites del conocimiento de la mente son los límites de la conciencia. Pero aún es más problemático hablar de mente inconsciente desde la perspectiva fisiológica pues Damásio considera que la mente consciente surge una vez que el cerebro adquiere la facultad de convertir los mapas neurales en imágenes y concomitantemente un sí-mismo. Siendo así habría procesos cerebrales conscientes e inconscientes, pero si prescindimos de la conciencia no sé por qué hay que dejar de considerar que todos los fenómenos cerebrales son fenómenos físicos, de modo que añadirle la etiqueta de mental es absolutamente gratuito.

Nada impide aceptar las conclusiones a las que llega Damásio en calidad de neurocientífico, pero al considerar que la facultad de producir mapas cerebrales estables y recursivos equivale a tener una imagen mental inconsciente es pura especulación, en mi opinión, si los llama mentales es porque lo que  está buscando es el origen de la mente, de modo que cree haberlo encontrado en la capacidad del sistema nervioso de producir imágenes. Si al sistema de Damásio le quitamos la mente inconsciente se vendría abajo, y desde luego que no es un postulado científico, sino solo una teoría, y en mi opinión, bastante discutible.

Por otro lado, a falta de una explicación experimental de las causas de la mente o del yo, Damásio se tiene que conformar con una justificación evolutiva y funcional, y no es mala estrategia, siempre y cuando se tenga en cuenta que son cosas distintas, que las causas están al principio y la utilidad evolutiva de algo solo se comprueba a posteriori, y es obvio que desde el punto de vista biológico la mente y el yo son muy útiles, pero justificarlo en su origen es problemático sin admitir que la evolución sigue una finalidad.

Dice Damásio que la actividad cerebral no consciente sirve para un cierto nivel de complejidad, pero cuando los problema se hacen demasiado complicados ya no bastan las respuestas automáticas y los sentimientos y un yo que los sienta son muy útiles. Ahora bien, el cerebro es a la vez producto y la condición de posibilidad de la organización del sistema vivo al que pertenece, y lo es en virtud de que procesa estímulos físicos de todo tipo, en cambio, la aparición del yo-consciente no es condición de posibilidad de la organización biológica de la que emerge sino un añadido, que se acopla al sistema y no tiene más función que la de satisfacer necesidades que han surgido precisamente con su aparición. Los problemas están ahí, y los seres vivos los han resuelto siempre satisfactoriamente, de modo que no es que el yo-consciente sirva para resolver problemas más complicados, sino que es él quien complica las cosas, ya que, digamos, no resuelve más problemas que los que él mismo plantea, pues sirve para satisfacer necesidades y para responder a estímulos que son tales precisamente en y para un yo-consciente.

Habría que añadir que si el yo lo crea el cerebro entonces no podría poseer más información que la que necesitó el propio cerebro para crearlo, y no aportaría tampoco una forma más rica de interpretarla. Para que sirvan las explicaciones funcionales de los naturalistas el yo-consciente debería tener cierta autonomía e independencia respecto del cerebro, y si la tiene entonces habría que admitir que su realidad mental es real, con lo cual sería peor el remedio que la enfermedad pues Damásio tendría que aceptar el dualismo cerebro-mente, y eso sería lo último para quien ha dedicado su tarea divulgativa a señalar los errores de Descartes.

No acaban aquí las críticas a Damásio pues devalúa la idea espontánea que siempre ha tenido el hombre de sí mismo, pues si es el cerebro el protagonista de todo perderíamos la sustantividad, la libertad, la responsabilidad y la dignidad. Y si tuviera razón Damásio no habría más remedio que aceptarlo, pero lo que no vale es nadar y guardar la ropa.

«[…] aunque biología y cultura determinen a menudo nuestros razonamientos, directa o indirectamente, y parezcan limitar el ejercicio de la libertad individual, debemos reconocer que los humanos sí tenemos algún espacio para esa libertad, para desear y realizar acciones que pueden ir contra la textura aparente de la biología y la cultura» (1997: 202).

Lo extraño es que siendo reverberaciones cerebrales tengamos algún espacio para la libertad, pues se sale de la lógica naturalista de Damásio, y por eso uno de sus libros se titula Y el cerebro creo al hombre, y han tenido éxito editorial eslóganes como el cerebro nos engaña o decide por nosotros. Y con los sentimientos ocurre igual: «Descubrir que un determinado sentimiento depende de la actividad existente en cierta cantidad de sistemas neurales específicos que interactúa con diversos órganos, no rebaja su categoría de fenómeno humano. Ni la angustia ni la euforia que pueden brindar el amor o el arte se devalúan porque se comprendan algunas de las miríadas de procesos biológicos que los hacen ser lo que son. La verdad debería ser, precisamente, lo opuesto: nuestra admiración tendría que aumentar ante los intrincados mecanismos que posibilitan esa magia. Los sentimientos son la base de lo que los humanos han descrito durante milenios como el alma, o espíritu humano» (1997: 16).

Que lo que una persona siente para decirle a otra que la quiere con toda su alma dependa de la actividad de ciertos sistemas cerebrales y de miríadas de procesos biológicos podrá ser cierto, pero desde luego rebaja el amor a pura química, y no habría más que encontrar el medicamento oportuno para construir un mundo amoroso. Y lo contrario, cuando alguien ordena bombardear una ciudad llevado por el odio, en realidad se trataría de un desarreglo hormonal, una patología cerebral o algo parecido. Pero no, Damásio defiende que «Los fundamentos del acto moral no se degradan porque sepamos que actuar conforme a un principio ético requiere la participación de una simple circuitería en el núcleo del cerebro: el edificio de la ética no colapsa, la moral no es amenazada y, en el individuo normal, la voluntad sigue siendo la voluntad» (1997: 14).

Me parece muy sensato admitir que actuar conforme a un principio ético requiere la participación del cerebro, claro, y para saltarse a la torera los principios éticos y actuar de cualquier modo. Pero para Damásio el cerebro no es solo causa necesaria para actuar, sino causa suficiente, de modo que si la moral no es amenazada, o la ética no colapsa es porque, en mi opinión, sin darse cuenta Damásio cae en su propio dualismo, pues cuando habla de los procesos cerebrales lo hace como científico, desde un punto de vista realista, pero cuando se refiere a la ética, a la libertad o los valores humanos se mete en el mundo del yo-consciente. La clave de su error, en mi opinión, es que hace depender el yo-consciente y su mundo de la biología, pero luego le concede una autonomía real, porque la tiene, pero incompatible con la idea de que sea un mundo de reverberaciones cerebrales.  

Es paradójico que Damásio haga gala de un profundo humanismo, un movimiento cultural de proyección ética, que revindica que los seres humanos tenemos el derecho y la responsabilidad de dar sentido y dirigir nuestras propias vidas, pero respetando y contribuyendo a la construcción de una sociedad más justa según una ética y unos valores construidos en base a la razón y la libertad humana, y en la confianza de que son suficientes para proponerse ideales excelsos y legítimos. Pero como lo que se entienda por humanismo dependerá precisamente de qué se considere ideal, y obviamente por la idea de hombre que se acepta, podemos hablar, entre otros, de un humanismo renacentista, cristiano, liberal, existencialista, ateo o científico.

Un científico humanista es un especialista de su rama, pero sensible y comprometido con los problemas de la sociedad, y muy consciente de que la ciencia debe contribuir a resolverlos, en ese sentido desde luego que podemos decir que Damásio es un científico humanista, pero también hay un humanismo naturalista en el que encaja, y que se caracteriza por rechazar todo lo que huela a sobrenatural o espiritual, por negar la existencia del alma humana, y por revindicar la autosuficiencia del hombre o la ética secular. Pero en realidad, que me disculpe Damásio, habría que incluirlo en una categoría nueva: el humanismo neurocientífico naturalista, porque ni siquiera el humanismo científico y el naturalista tradicional habían puesto en cuestión la sustantividad del yo-consciente humano, su libertad y su responsabilidad.

Aunque no lo mienta en El error de Descartes, sin duda, Damásio está muy influido por Baruch Spinoza, por eso le dedicará un libro en el que cuenta que lo leyó por primera vez cuando era un adolescente: «[…] la reverencia que desarrollé por él era bastante abstracta. Era fascinante y repulsiva a la vez. Después no pensé nunca en Spinoza como autor especialmente relevante para mi trabajo, y el conocimiento que tenía de sus ideas era escaso. Y sin embargo, había una cita suya que hacía tiempo que yo guardaba como un tesoro: […] el primerísimo fundamento de la virtud es el esfuerzo (conatum) por conservar el yo individual, y la felicidad consiste en la capacidad humana para conservar el yo» (2009: 165).

Si el yo-consciente humano es una recreación cerebral, si el cerebro es un ciervo de la homeostasis y si la felicidad consiste en la capacidad humana de conservar al yo, entonces el ideal humano por excelencia sería la supervivencia, y todo lo que ayude a ello será bueno. Y es obvio que la supervivencia es un ideal, pero entonces el ideal humano sería el mismo que el de los perros, las lombrices o los alcornoques, y eso no parece que tenga mucho que ver con el humanismo. Quizá el jurado de los Premios Príncipe de Asturias no valoró en su justa medida la contribución de Damásio a la exaltación y promoción de los valores humanísticos, porque el humanismo de Damásio es muy postmoderno, un humanismo naturalista cuya principal premisa es que la antropología no admite una interpretación esencialista.  El ser humano será lo que él determine que quiere y puede ser, contando, sobre todo, con lo que aporta el conocimiento científico. Es cierto que a este humanismo se le imputa un relativismo, la falta de un valor determinante, pero que Damásio consigue superar gracias a la frase de Spinoza: lo primordial es conservar al yo, la vida y todo lo que ayude a ello será bueno y digno. El problema es que Damásio es un neurocientífico naturalista, de modo que en lugar de decir que el ser humano puede ser lo que él determine, tendría que decir lo que determine su cerebro.

Si la felicidad y la dignidad humanas estriban primordialmente en conservar el yo, cuanto más avance la ciencia más cómoda, entretenida y larga será nuestra vida, y si además conocemos los mecanismos biológicos que están detrás de la felicidad mejor podremos conseguirla. La ciencia en general y la neurociencia en particular deben contribuir a que el ser humano se sobreponga a las carencias y limitaciones biológicas. Quizá sea ese el gran mérito de Damásio, contribuir para que los niños dejen de entenderse a sí mismo como lo han hecho siempre sus antepasados. Si les enseñamos desde pequeñitos que conservarse vivo, conseguir una mejor calidad de vida y unas mayores prestaciones físicas y psicológicas son causas necesarias para ser felices, pero también causas suficientes, entonces todo sería perfecto. Que el yo sea una ilusión o un epifenómeno da igual, lo importante es que siga siendo un yo consciente feliz, y mejor cuanto más tiempo. El problema lo tendrían solo quienes se han honrado de ser un alma libre y responsable, pues se puede vivir sin honra, lo que no se puede es vivir deshonrado.


Referencias bibliográficas

Damásio, Antonio. El error de Descartes. La razón de las emociones. Andrés Bello, Santiago de Chile, 1997.

Damásio, Antonio. En busca de Spinoza. Neurología de la emoción y el sentimiento. Crítica, Barcelona, 2009:  https://www.academia.edu/40107541/

Damásio, Antonio. Y el cerebro creó al hombre. ¿Cómo pudo el cerebro generar emociones, sentimientos, ideas y el yo? Destino, Barcelona, 2010.

Damásio, Antonio. El extraño orden de las cosas. Destino, Barcelona, 2018.


Revisiones críticas de otras obras influyentes de la cultura contemporánea:

Foto de cabecera: CC Wikimedia Commons. Antonio Damásio en «Fronteiras do Pensamento», 2013.

Doctor por la Facultad de Filosofía de Sevilla. En su investigación, se ha interesado por la dimensión existencial, la fenomenología y sus intersecciones con la ciencia y la religión.