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EUNSA, Pamplona, 2012, 160 págs., 12 euros.

La editorial EUNSA acaba de sacar en su colección Astrolabio el último libro de Antxón Sarasqueta, titulado Somos Información, en el que el autor acumula a partes iguales imaginación y conocimientos; intuiciones y experiencias, para llevarnos hasta las mismas orillas del pasado en las que termina todo lo viejo y se distingue ya un nuevo panorama capaz de prepararnos un final feliz, siempre que seamos capaces de interpretarlo.

En veintidós capítulos que no ocupan más de 155 páginas, Sarasqueta va proponiendo con certeros aldabonazos uno de los panoramas más contundentes, lúcidos y sugerentes de los que se han hecho últimamente referidos a la «sociedad de la información». Denominación que por cierto, si no lo remediamos, pronto quedará obsoleta sin haber logrado ni una mínima parte de lo que nos proponía hace ya más de treinta años. Desde luego, de la llamada «sociedad del conocimiento» que se nos prometía como consecuencia de la implantación de la primera, no se vislumbra el más ligero rastro. Y es que, como muy bien insinúa el autor del ensayo que comentamos, es preciso adentrar-se en una nueva ciencia, en una nueva epistemología, en la de la información, y lograr con sus conocimientos aplicados una auténtica «nueva tecnología», haciendo posible el milagro de tangibilizar los intangibles.

Me resulta extraordinariamente cercana la tesis de Antxón Sarasqueta y alguna que otra conversación sobre el particular hemos mantenido ambos, pero tengo que reconocer que desde aquel artículo que tuve la oportunidad de publicar en la revista Telos hace más de veinte años titulado: «¿Nuevas tecnologías o nuevas ciencias?», no he tenido hasta ahora, leyendo su lúcida reflexión, la reconfortante sensación de tener razón. Se sigue y se seguirá hablando de tecnologías de la información sin ningún fundamento, si previamente no se reconoce la existencia de la ciencia de la información.

Esa sociedad de la información se basa hoy por hoy exclusivamente en una tecnología de ciencias diferentes a la información, de conocimientos ajenos a la información, de la física, la informática, la matemática…; por tanto, la tecnología no está siendo de la información sino para la información. Sin embargo, Sarasqueta reconoce desde el principio de su obra que «la información será la ciencia de las ciencias» (pág. 36), lo que la coloca en el lugar que tuvo tradicionalmente la filosofía, ciencia que hoy por cierto se encuentra perdida en el laberinto de la especialización y lamentablemente no ofrece la necesaria coherencia ni favorece síntesis cultural alguna.

A lo largo de toda la obra, el autor se va recreando en sucesivas aportaciones, uniendo en un perfecto tejido sus experiencias profesionales, sus investigaciones, sus reflexiones y sus aportaciones intelectuales y materiales, siempre en la dirección de hacer posible la medida de la información y sus consecuencias. Capítulos con títulos tan sugestivos como «El futuro es un intangible que cotiza en bolsa», «La nueva ciencia de lo intangible», «La amenaza de la desinformación», «Pensar en lo que hace pensar», «Anticipe el futuro y lo cambiará», «Controlados por la información que gestionamos», «El valor oculto de la información», «La variante invariable», «El nuevo cerebro» o «El nuevo ser intelectual», nos permiten entrar en la mente y en el sentimiento del autor, concluyendo con el título de su capítulo diecisiete, que a su vez da título a toda la obra: «El universo cabe en un mensaje: somos información».

Pero cuando el libro alcanza su plenitud y por tanto ofrece perspectivas más profundas e innovadoras es cuando el autor se pregunta si esa sociedad en la que todo vale igual, en la que la información de unos y otros se considera idéntica, en la que aparentemente todo el conocimiento está a disposición de cualquiera, terminará por imponer el relativismo moral y dejarán de tener vigor los valores morales. Entonces viene la mayor advertencia, porque aunque resulte paradójico, como dice en la página 47, «la principal amenaza de la sociedad de la información es la desinformación».

Ahora bien, la desinformación puede ser voluntaria o involuntaria, en cualquiera de los dos casos la consecuencia puede resultar igual de negativa para el receptor, lo importante es no dejarse deslumbrar por la información en sí, sin una correcta interpretación, por eso resulta tan necesaria una adecuada materialización y valoración del mayor y más importante intangible de nuestro siglo, la información, para lograr una comunicación eficaz, de manera que la imagen que obtengamos de acontecimientos, instituciones o verdades sea nítida, fiable y rigurosa. Así, la imagen no será más que el reflejo de la realidad, no un maquillaje artificial para lograr transmitir a toda costa una determinada sensación, porque la imagen no se crea ni se destruye, solo se transmite, y se proyecta sobre el futuro.

Una de las claves que maneja el autor del libro es precisamente la de la necesidad de definir una interfase compleja de dos universos, el ser vivo y la electrónica, la fusión en el ciberespacio de estos dos universos la definió Sarasqueta hace tiempo como «neuroelectrónica», y se abre con ella el itinerario hacia un nuevo ser dominado y sometido necesariamente por la inteligencia y la voluntad humana. De esta manera, las informaciones tendrán siempre el valor que esa inteligencia y esa voluntad sean capaces de darle. Más adelante, la obra ofrece las perspectivas infométricas que el autor ha ido desarrollando a lo largo de su vida profesional, el sistema VAC (Media Value System). Porque el reconocimiento de la intangibilidad de la información no debe hacernos renunciar a su carácter material, de ahí el nuevo concepto acuñado también por Sarasqueta de «infomateria», haciendo posible entonces que la información pueda ser tratada como un sistema. «Lo que permite programar la información precisamente es que siendo un intangible, es un sistema» (pág. 37), por eso podría ser posible tangibilizar los intangibles que contiene la información. Ya en 1977 el autor y sus colaboradores tuvieron la oportunidad de experimentar un programa real denominado «Aldea Digital», que llegaría a implantarse en 2.500 escuelas rurales españolas. En este programa, el lenguaje simbólico-matemático permitió proyectar la evolución de un mensaje antes de ser emitido, por las variables que se computaron en su programa informático. Todas estas experiencias le permitieron publicar en 2002 su obra Kubernésis; la máquina del conocimiento.

Pero para el autor, la información, no es un sistema neutro, sino «un sistema de valores» (pág. 78) en el que la transparencia opera a favor de la verdad, el único riesgo aquí estriba en conseguir o no la adecuada contextualización, y no confundir verdades parciales en verdades absolutas. En ese sentido la subjetividad puede operar de un modo completamente artero, proponiendo aquella parte de la verdad que interese exclusivamente al emisor del mensaje, con apariencia de objetividad, de transparencia, y por lo tanto de verdad.

De todo esto se desprende la necesidad cada vez más urgente de garantizar el uso profesional de la información, admitiendo la necesidad de diferenciar la libertad como punto de partida, de la libertad como punto de llegada, porque es indiscutible que un sistema de información hoy no puede iniciarse sin libertad total, con todas y cada una de las libertades garantizadas, pero no podemos dar por finalizado el proceso con el conjunto de las opiniones libres, es preciso saber orientarlo, saber contextualizarlo y saber interpretarlo, para conseguir los fines que nos hayamos propuesto como sociedad.

Estamos hablando ni más ni menos que de lo que he denominado «gestión social del conocimiento» para identificar la intervención de profesionales libres, responsables y éticos, capaces de transitar desde la sociedad de la información a la sociedad del conocimiento, pasando necesariamente por una sociedad de la comunicación de la que nadie se atreve a hablar pero que no es, ni más ni menos, que esa nueva tecnología, la tangibilidad de la información como intangible.

Si no hay una gestión social del conocimiento a favor de todos a través del periodismo como profesión, otros harán que la haya por otras vías a favor de algunos, de ahí que a todas la brillantes denominaciones que Sarasqueta nos ofrece a través de la obra que estamos comentando, añadamos nosotros ahora una acuñada por el actual Papa, Benedicto XVI, la de «infoética». Y de igual modo que para poder aceptar el concepto de «bioética» hay que partir de una determinada concepción de la biología al servicio del hombre interpretada cabalmente por una profesionalidad con su propia deontología, para poder aceptar la infoética es preciso aceptar precisamente que la información no es algo mostrenco, neutro, indiferente e intangible, sino que se puede establecer como un sistema, pero como muy bien nos dice el autor, «un sistema de valores», con un marcado carácter teleológico cuya orientación la marquen exclusivamente aquellos profesionales que lo hagan a favor de todos. Solo de esta manera se podría aceptar que la nueva ciencia de lo intangible pudiera dar lugar a una nueva tecnología de lo tangible.

Cualquier otra posibilidad nos puede colocar en riesgos graves de manipulación perversa en un momento en el que ya nada va a ser igual, en el que, como nos dice el autor, «los sistemas tradicionales de organización, producción y burocracia chocan con el futuro» (pág. 139). Adentrarnos en ese futuro sin las correspondientes precauciones, entrar en la sociedad del conocimiento sin los adecuados instrumentos y los adecuados guías, puede resultar suicida.

Catedrático de Periodismo Especializado. Universidad Complutense.