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El espacio de centro suele ser concebido desde muchas perspectivas y desde muchas latitudes como una tercera vía entre la izquierda y la derecha, como una tercera vía para modernizar el pensamiento liberal o también como una tercera vía para «aggiornar» el socialismo. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. La versión más extendida, y actual, de la tercera vía fue utilizada por Anthony Giddens en el Reino Unido con el objetivo de templar y moderar un laborismo al que se quería convertir en partido ganador.

En efecto, el líder laborista británico Tony Blair llegaba a Downing Street, al número 10, abanderando lo que denominaba tercera vía. ¿Coincidía la propuesta de Blair con el espacio del centro?

Pronto se vio que la tercera vía caminaba por otros derroteros. Hay que tener presente en esta discusión de hace unos años, finales del siglo XX, las dificultades y vaivenes del llamado nuevo centro del spden esa época en Alemania, la bipolarización en el seno del socialismo entre tercera vía y la socialdemocracia clásica: divergencias y tensiones que se pusieron de manifiesto en la reunión de la Internacional socialista en París1 y en el encuentro posterior de Florencia2. Tales hechos situaron a la tercera vía como un intento estrictamente socialdemócrata de aproximación al centro.

En el otro campo de la confrontación partidaria tal vez el esfuerzo haya sido menos evidente de cara a la opinión pública, pero no por ello menos real. El protagonismo público de los líderes centristas en el Consejo Europeo fue, efectivamente, menos relevante, aunque no así en el Parlamento. En efecto, entre los populares europeos pareció perfilarse la conformación de una opción centrista que agrupó a populares, democristianos y liberales, no solo ya de los países de la Unión sino también de los países europeos que aspiran a integrarse en ella.

De todos modos, quiero destacar lo siguiente: detrás del debate doctrinal, detrás de las estrategias de las operaciones políticas y de comunicación, la realidad incontestable es que los gobiernos europeos intentan realizar, en este momento sin, conseguirlo obviamente, políticas centristas, digamos. En este sentido, solo en este, estoy de acuerdo con aquella idea expresada por el director de la London School of Economics, Anthony Giddens, que entiende la tercera vía como un intento de proporcionar sustento teórico a la experiencia real de los gobiernos democráticos de la Europa occidental3.

¿En qué podrían consistir esas nuevas políticas, esas nuevas aspiraciones de los gobiernos? El espacio de centro responde a unos nuevos métodos, mentalidades y actitudes de hacer política, propios de una época que ve superado el pensamiento encerrado y que, al mismo tiempo que trasciende la tradicional disyuntiva izquierda-derecha, no se reduce a unos meros intentos de equidistancia o componendas: tiene la entidad propia de una tercera posición.

Probablemente, aun sin saberlo, algunos de los nuevos movimientos surgidos del descontento y la indignación ante la galopante corrupción que caracteriza el panorama político en muchos países europeos, han arribado al poder a base de usar, con ocasión y sin ella, eslóganes y consignas de inequívoco carácter centrista. La cuestión es si dirigentes que proceden de la izquierda radical serán capaces de asumir los postulados que les han llevado al gobierno y desde allí practicar políticas públicas presididas por el pensamiento abierto, la metodología del entendimiento y la sensibilidad social.

El pensamiento compatible que permite hacer realidad, por ejemplo, el mercado solidario. El pensamiento dinámico productor de sinergias, por ejemplo, entre los ámbitos de lo público y lo privado.

El centro no es, no debiera ser, aunque muchas veces acaba siendo, una operación de maquillaje político. Tampoco es una transformación mágica e instantánea: no se han comportado así las ideas que han cambiado profundamente la sociedad. Sin embargo, el viaje del tren que lleva a las posiciones políticas de centro ha comenzado tiempo atrás en gran parte de Europa y en ese proceso se están diseñando unas nuevas interpretaciones de conceptos, que han cumplido su misión y que hasta ahora no tenían discusión. El problema es que la realización concreta de las políticas centristas precisa de unas cualidades en los actores políticos que no abundan en este tiempo a causa de la fuerza que tiene el pensamiento ideológico entre nosotros.

En este sentido, perdería el billete y se quedaría en una estación desvencijada quien permanezca en el convencimiento de que estamos ante una estrategia, un cambio de imagen, un compromiso formal. El espacio de centro es estrategia, imagen y compromiso, pero es sobre todo la emergencia de una nueva manera de hacer política, consecuencia de la experiencia de estos dos últimos siglos.

La caracterización del espacio de centro hay que explicarla, pero también se necesita receptividad: la aceptación de que es posible avanzar en la modernización de nuestra vida política, el reconocimiento de que es más cómodo mantener viejos prejuicios o atenerse exclusivamente a lo que han sido referencias de toda una vida. Es decir, abrirse a la reforma de conceptos que han caducado porque, nada más, es otra la realidad… y nada menos.

Ahora, en Europa, tan inquieta como siempre en su historia y tan capaz de producir las ideas que han desarrollado el progreso en todo el mundo, la primacía de lo tecnoestructural y de la racionalidad económica, reclama nuevas políticas que partan precisamente de las señas de identidad que han permeado el viejo continente en el pasado llegando a alumbrar nada menos que una nueva civilización. Conceptos desfasados de libertad han desafiado la propia libertad.

En efecto, se ha hablado y discutido mucho acerca de la libertad, pero el miedo les llevó a controlarla: unos vieron en el imperativo del mercado, ciego e insolidario, el mecanismo y mantenimiento del control de un tipo de sociedad que les convenía. Otros justificaron el miedo a la libertad en nombre de la justicia instaurando el control de los medios de producción y la lucha de clases, como necesidad histórica irreversible que nos llevaría irremediablemente a la libertad. Algunos basaron esa necesidad histórica en la raza o en la patria para controlar su libertad de hacer un gran imperio.

Se está en el espacio de centro cuando la libertad y la solidaridad se identifican: no solamente cuando se ven compatibles, que ya es un paso. No acaba mi libertad donde comienza la del otro. Mi libertad se enriquece, se estimula en los ámbitos donde los demás desarrollan la suya.

Apostar por la libertad es apostar por la sociedad, es confiar en el hombre, confiar en la capacidad, en las energías, en la creatividad de los españoles que ha tenido amplia cabida en la historia y no solamente no tiene por qué dejar de tenerla: es un momento histórico para potenciarla.

Mantenerse a ultranza en los esquemas simplistas de buenos y malos, de izquierdistas y derechistas, de ideologías cerradas con aplicación universal, es la clave que da explicación a los que entienden el centro como un supuesto pragmatismo tecnocrático, que reduciría su juego político al que los técnicos que lo ejecuten puedan proporcionar, es decir, más bien escaso e insulso.

Desde el centro se defiende la eficacia de la acción política como uno de los valores que deben caracterizarlo. Y la eficacia se sustenta en la eficiencia técnica, el conocimiento, el dominio de los procedimientos, lo que podríamos genéricamente englobar en el concepto de preparación o cualificación profesional. La política reclama hoy equipos con la instrumentación intelectual adecuada para abordar los problemas a los que se enfrentan las sociedades desarrolladas y lo que denominaremos sociedad mundial, en toda su complejidad.

Pero una eficiencia que pretenda apoyarse solo en una fundamentación técnica de la actuación política está llamada al fracaso, es radicalmente ineficiente. Y esta consideración está en la entraña misma de lo que denomino políticas de centro, porque al fin y al cabo la consideración de que la solución a los problemas humanos y sociales se alcanza por una vía técnica podríamos calificarla como idea matriz de lo que podríamos denominar «ideología tecnocrática», ideología en el sentido negativo en que puede tomarse esta expresión, como discurso cerrado, reductivo y dogmático, y lo que llamamos ideología tecnocrática lo es por cuanto se asienta en la despersonalización del individuo y la asocialidad de los grupos humanos.

La eficacia de la política no se apoya solo —no puede hacerlo— en el rigor técnico de los análisis y sus aplicaciones, aunque este valor deba tomarse siempre en consideración. Pero igualmente necesario es el sentido práctico, muy próximo al realismo, al sentido de la realidad que también desde el centro reclamo. Muchas veces la solución técnica más intachable, la más correctamente elaborada es inviable, o puede incluso ser perjudicial porque los hombres y las mujeres a los que va dirigida no son solo pura racionalidad, ni sujetos pasivos de la acción política, ni entidades inertes, cuya conducta pueda ser preestablecida.

Sería suficiente esta consideración para despejar las sospechas de puro pragmatismo del centro a las que algunos han querido dar pábulo. Pero la cosa va mucho más allá.

En efecto, si para hacer una valoración adecuada de lo que se denomina centro político es necesario atender a sus presupuestos y a los rasgos que deben caracterizarlo, es igualmente imprescindible fijar la atención en las finalidades de la acción política que propugna, o cuando menos en qué dirección apunta. Y pienso que los objetivos genéricos del centro político pueden expresarse en estos tres elementos: libertad, participación y solidaridad.

Quisiera llamar ahora la atención sobre la participación. La participación la entiendo no solo como un objetivo que debe conseguirse: mayores posibilidades de participación de los ciudadanos en la cosa pública, mayores cotas de participación de hecho, libremente asumida, en los asuntos públicos. La participación significa también, en el espacio del centro, un método político. En el futuro inmediato, según la apreciación de muchos y salvando el esquematismo, se dirimirá la vida política entre la convocatoria de la ciudadanía a una participación cada vez más activa y responsable en las cosas de todos y un individualismo escapista que pretenderán un blando conformismo social. El centro no es ya que se incline por la primera de las posibilidades, es que se encuentra comprometido hasta la médula con semejante planteamiento. Pero entender la participación como método significa que no se puede hacer política auténtica, a la medida de las posibilidades y de las aspiraciones de hoy, si no es llamando a la ciudadanía a la participación, y de hecho posibilitándola, haciendo real el método del entendimiento, entendiéndose con la gente.

El método del entendimiento significa el ocaso de una ficción y la denuncia de una abdicación. Supone que la confrontación no es lo sustantivo del procedimiento democrático, ese lugar le corresponde al diálogo. La confrontación es un momento del diálogo, como el consenso, la transacción, el acuerdo, la negociación, el pacto o la refutación. Todos son pasajes, circunstancias, de un fluido que tiene como meta de su discurso el bien social, que es el bien de la gente, de las personas, de los individuos de carne y hueso.

A la habilidad, a la perspicacia, a la sabiduría, y a la prudencia política les corresponde la regulación de los ritmos e intensidades de ese proceso, pero queda como coordenada la necesidad de entendimiento —decir, explicar, aclarar, razonar, convencer…—, el carácter irrenunciable de este método, si es que queremos hacer una política de sustancia democrática.

No solo por la valoración que se da a los medios técnicos, sino sobre todo por sus objetivos y su método, resulta inaceptable considerar la posición del centro como puro pragmatismo político. Otra cuestión es si quienes dicen estar en el centro resulten creíbles. Quien quiera situarse en el centro debe ganarse a pulso la credibilidad, con hechos, con actuaciones, con talantes, con capacidad comunicativa y de diálogo, con apertura al interés social e integridad, con moderación y equilibrio, con eficacia en la gestión pública.

Por todo ello el espacio de centro es el espacio político por excelencia, porque allí se conjugan no los intereses de unos pocos, ni de muchos, ni siquiera los de la mayoría. El político que quiera situarse en el centro debe atender a los intereses de todos, y en todas sus dimensiones. ¿Es imposible? Sí, si la acción política está maniatada por una concepción previa a la realidad y por lo tanto excluyente de quien no se adapte a esa manera de ver. Pero sí es posible si por «política» entendemos interesarse y trabajar en favor de la paz, de la justicia social, de la libertad de todos, ofreciendo soluciones concretas, al lado de otras soluciones posibles y legítimas, en concurrencia con quienes sostienen lo contrario: hay mucha política que hacer desde las posiciones de centro.

A la propuesta del centro político le han acusado muchos de ser una formulación de pensamiento único. Sin entrar en profundidades, consideran que al final todos tendremos que coincidir en esto, todos pensaremos lo mismo, todos tendremos los mismos objetivos y los mismos criterios para conseguirlos. Curiosamente en los ambientes socialdemócratas se acusa de lo mismo a la tercera vía y sin embargo terceras vías hay muchas pues no hay solo una tercera vía que lleve a la socialdemocracia al siglo XXI sino varias. Aquí se percibe la dependencia socialdemócrata de la tercera vía, pero más adelante afirma el mismo autor, y esto sí que es centrismo: los contextos diferentes requieren respuestas diferentes4. Y en el debate que entre expertos se celebró en El Escorial sobre la tercera vía en el mes de julio de 1999 afirmaba el director de opinión del diario El País de entonces que la tercera vía es un experimento que sale de la socialdemocracia, no de la derecha. Estoy de acuerdo. El espacio de centro es más amplio y abierto. Al centro no se llega desde la derecha ni desde la izquierda se llega desde la libertad solidaria.

Con frecuencia se ha identificado la «Tercera vía»5 británica de Blair con el «Centro reformista» de Aznar. La expresión es desafortunada porque reabre un capítulo ya cerrado al encuadrarse en la línea del pensamiento o ideología única6. Además, en un mundo abierto, no hay, no puede haber, solo tres vías; hay muchas más, tantas como argumentos racionales se puedan encontrar para solucionar los problemas reales del hombre y la mujer de nuestro tiempo. Por eso Dahrendorf, con cierta ironía, dice que hay ciento una vías, por poner un número indefinido. Las respuestas a la gran cuestión: ¿cómo podemos crear riqueza y cohesión social en las sociedades libres?, es múltiple. Hay muchos capitalismos, no solo el de Chicago; hay muchas democracias, no solo la de Westminster7. La diversidad es algo consustancial a la realidad, es algo básico en un mundo que ha abandonado la necesidad de sistemas cerrados y globales8.

Por otra parte, la crítica más demoledora, y me parece que más atinada, que se puede hacer a la tercera vía viene también del discurso del profesor Dahrendorf. Para él, hay un término que así no se utiliza en los desarrollos teóricos de la tercera vía: libertad. Es ciertamente sorprendente porque es el gran desafío, la gran conquista diaria que apasiona y colorea la vida de los hombres. Sí, como reconoce Dahrendorf, se habla mucho de la fraternidad, se prescinde de la igualdad como objetivo y se sustituye por la integración social y más recientemente por la justicia9. La libertad se sitúa, entre los valedores de la tercera vía, entre los valores eternos, pero parece que no tiene sitio entre los valores del momento. Para Dahrendorf, esto no es accidental porque la tercera vía no trata de sociedades abiertas ni de libertad. Hay, de hecho, una curiosa veta autoritaria en ella10.

Por sorprendente que parezca, es difícil encontrar en los libros, artículos y ensayos de los teóricos de la tercera vía que he tenido ocasión de leer, apelaciones o referencias, con suficiente claridad, a la libertad entendida como la aprobación de la vitalidad inherente a las legítimas expectativas y reivindicaciones de las personas en sociedad. Todo lo contrario, como veremos a continuación. En este punto estoy de acuerdo con Dahrendorf cuando afirma que con la «segunda oleada de democratización de lo que habla Giddens parece encontrarse un terreno abonado para la elevación de la cúpula tecnoestructural al altar de la pureza democrática». Además, el documento Blair-Schröeder, por si fuera poco, contiene esta inquietante afirmación: «El Estado no debería remar, sino dirigir». En verdad resulta chocante que en pleno tránsito de siglo se pueda leer algo parecido. A ver si va a resultar que la tercera vía es la vía para la consolidación de un tecnosistema de cuño burocrático dedicado a llevar el timón de la nave social.

También estoy de acuerdo con el profesor Dahrendorf cuando llama la atención sobre la época presente, en la que, por sorprendente que parezca, hay tantas tentaciones totalitarias; en la que, a veces, la internacionalización de las decisiones y de las actividades significa casi invariablemente una pérdida de democracia11. Es verdad que las decisiones de numerosos organismos internacionales, como del escenario privado de las transacciones financieras mundiales, adolece de la falta de auténticos controles democráticos.

Dahrendorf dice que este panorama no es el que está detrás de la tercera vía12. Solo faltaría. Lo que sí sorprende es el curioso silencio sobre la libertad, el valor fundamental de una vida decente.

Por eso, en mi opinión, el centro político no se reduce a la tercera vía. Me parece que se enmarca en un nuevo proyecto político que se residencia más en la libertad que en la integración y en la cohesión social. En otras palabras, la libertad solidaria que postulo implica la consideración de este vector sustancial que se realiza en la sociedad y en el entramado de la solidaridad y la cohesión social.

Entonces, es más atinado y adecuado hablar, si se quiere, de terceras vías desde un enfoque metodológico asistemático que parte del humanismo cívico y su corolario, el liberalismo político.

En cualquier caso, es interesante registrar que un fino pensador como es Dahrendorf haya escrito que en la tercera vía hay «una curiosa veta autoritaria»13.

En buena medida, me parece que la tercera vía, al menos así lo ha señalado Dahrendorf, si trata de configurar un nuevo sistema ideológico puede que tenga poco éxito. De alguna forma, la crisis de las ideologías como sistemas que pretenden explicar y solucionar, a base de recetas, el complejo y proceloso ámbito de la realidad, es hoy un hecho cierto. Otra cosa es el espacio de centro que, por encima de otras consideraciones, coloca en la piedra angular —en el centro— de su teoría y de su praxis a la persona.

La tercera vía tiene, sin embargo, de positivo que ha acercado a la realidad a aquellos partidos de izquierda que, frecuentemente, vivían en el limbo de las utopías y en una metodología de confrontación casi permanente. Hoy, el nuevo laborismo o la nueva socialdemocracia alemana, por ejemplo, intentan encajar la economía de mercado en un contexto de intervención pública para hacer posible uno de los eslóganes que más repiten los apóstoles de la tercera vía: la cabeza en la derecha, pero el corazón a la izquierda.

Para Giddens, hay cinco «dilemas» que justifican la necesidad de amplitud de miras por parte de los nuevos gobernantes europeos de izquierdas. A saber: la globalización está cambiando el viejo concepto de nacionalidad, gobierno y soberanía; existe un nuevo individualismo que no es necesariamente egoísta, y que exige una intervención mucho más discreta del poder en favor de los desfavorecidos por el sistema; existe una categoría de problemas —ecología, Europa…— para los que ya resulta anacrónica la vieja dualidad izquierda-derecha; algunas áreas de acción corresponden exclusivamente al gobierno —defensa, legislación— aunque con tendencia al protagonismo de los grupos de presión y de la sociedad misma; y, finalmente, debe tenerse bien presente que no es necesario exagerar los problemas medioambientales porque, entre otras cosas, hasta los científicos disienten en torno a su gravedad.

Desde otro punto de vista, no deja de llamar la atención, en el ámbito de las funciones del Estado, las orientaciones concretas de la tercera vía se dirigen a replantear el llamado Estado del bienestar para que los grandes objetivos políticos como pueden ser el empleo y la educación se puedan encauzar contando con las energías sociales y desde un plano de complementariedad. A la vez, se revisan continuamente las ayudas públicas y subsidios porque en lugar de fomentar la inactividad, lo lógico es impulsar las capacidades de los ciudadanos. ¡Si los viejos socialistas levantaran la cabeza!

Llaman la atención, y no poco, las constantes apelaciones, por ejemplo de Blair, a la necesidad de recuperar valores cívicos y personales que antes se relacionaban con la derecha política, como la protección de la familia y de la juventud, o la existencia de deberes paternos y ciudadanos. Lo más importante de este planteamiento es que, en este campo, parece que ya son pocos los que se empeñan en subrayar el carácter ideológico de las ayudas a las familiaso de la promoción de la juventud, por ejemplo.

Además, ¿qué queda de las políticas nacionalizadoras de antaño cuándo los partidarios de la tercera vía retoman la antorcha privatizadora de Thatcher o Kohl y se aplican a ella todavía con más intensidad?, ¿qué queda de la sumisión a los sindicatos, de la lucha de clases, del pacifismo vertical o de la repulsa al capitalismo?

Al igual que el Derecho debe partir de la vida misma, la Política debe tener presente que la praxis va por delante de la teoría y la condiciona. Es decir, la realidad es un dato fundamental para el ejercicio de la política. Sí, pero no es menos cierto que la pura acción necesita permanentemente de la referencia de los derechos humanos y la dignidad de la persona, como elementos de situación para saber hacia dónde vamos.

Es cierto que la tercera vía se organiza desde la izquierda. Giddens insiste en el concepto del centro izquierda como referencia política y subraya en varias ocasiones que la «Third way» es una superación de la socialdemocracia y del neoliberalismo, de la derecha y de la izquierda. Sí, es posible, aunque, hasta donde llego, una superación realmente no se puede producir en tanto en cuanto se mantengan las referencias. Es decir, ¿es la tercera vía un guiño político para mantener rentas electorales y espacios de influencia?14.

Interesantes resultan las reflexiones de Giddens sobre la moderación porque es fundamental respetar la realidad, relativizar las ideologías y operar con prudencia evitando terapias de choque y opciones radicales15. En este sentido, me gustaría señalar que la moderación, en contra de lo que pudiera pensarse, se asienta sobre convicciones firmes, como pueden ser el respecto a la identidad y autonomía de cada actor social o político, en el pluralismo y, por supuesto, en la dignidad de la persona y los derechos humanos.

Sin embargo, el concepto de centro que maneja el sociólogo británico es confuso. Por una parte se habla de centro izquierda solo. Pero es que, además, se desliza sutilmente un concepto instrumental de centro. Por ejemplo, cuando afirma que se utiliza el centro como «medio para iniciar políticas radicales».

Otras limitaciones en el escrito del antiguo director de la London School of Economics se circunscriben al uso de categorías obsoletas referidas al éxito social o económico16 o a la parcialidad en la interpretación de la tercera vía en relación con el intento de repensar positivamente los cambios que se están produciendo en todo el mundo y de defender, por lo menos, algunos aspectos de algunos valores tradicionales de la izquierda en medio de transformaciones extraordinarias e imprevisibles. En esta dirección, puede existir, me parece, una conexión estratégica y sentimental con la izquierda cuando señala que la división entre derechas e izquierdas no se eliminará ya que la izquierda plantea un tipo de política todavía importante en lo «que se refiere al papel del Estado en la superación de las desigualdades, en la radicalización de la democracia y en la política emancipadora».

Se utilizan conceptos políticos antiguos, periclitados, cuando se plantea que el político debe guiar a la gente a través de las grandes revoluciones: globalización, tecnología de la información e igualdad de sexos. ¿Es realmente la función del político, podríamos preguntarnos, la de guía? ¿No sería, más bien, la función moderna del político la de definidor o realizador de la síntesis de los intereses sociales? Posiblemente, Anthony Giddens diferencia entre ética y política al apuntar que esa función de guía del político no se extiende a los valores, en la medida en que la nueva política debe permitir a la gente dirigir sus propias vidas en lo que se refiere, es obvio, a los valores. Sin embargo, en este punto se me antoja una pregunta obvia, ¿no es contradictorio pretender guiar a la gente en los procesos de transformación de la sociedad y no en los valores?

En lo que se refiere a la libertad personal o individual, me parece que no se acaba de establecer con claridad la diferencia que se pretende subrayar respecto a la idea liberal de libertad. En mi opinión, se insiste demasiado en la autodeterminación, autoactualización, autorrealización… Es verdad que, simplificando, todos los «auto» hacen referencia a valores liberales.

Ciertamente, si algo positivo tiene la emergencia de la llamada tercera vía, es que se producen nuevos contextos de pensamiento compatible, dinámico, sintético y complementario Lo realmente decisivo, me parece, es no dejarse cautivar por generalidades y apostar claramente, y sin subterfugios, por políticas reales de compromiso con las personas, especialmente con las más desfavorecidas.

De ahí que esa modernización reflexiva que se traduce en una mundialización y la des-tradicionalización, debe servir a un nuevo florecimiento, si cabe radical, de los valores humanos desde ambientes de equilibrio, moderación y reformismo. La tradición, que en sí misma tiene la importancia que tiene en la medida en que es imposible liquidarla, es un dato que se debe tener presente para las necesarias reformas de la realidad social. Ignorarla es absurdo. Otra cosa es constatar su insuficiencia y proponer nuevos modelos. Por eso, me parece que si algo propicia esa modernización reflexiva es la colocación en el centro de la construcción de las nuevas políticas de la dignidad de la persona humana.

Además, me parece que, siendo muy positivo el acercamiento de la tercera vía al pensamiento compatible con el liberalismo, lo decisivo, sin embargo, no es tanto la combinación «lib-lab» como el compromiso real con los problemas reales de las personas en un contexto de metodología del entendimiento, mentalidad abierta y sensibilidad social ¿Desde cuándo, por ejemplo, el liberalismo es patrimonio del centro-izquierda? Lo de menos es la etiqueta. Es más, cuando se incide tanto en la etiqueta puede ser que todavía esté presente algún que otro prejuicio.

Pero no es solo que el modelo lib-lab sea una combinación de dos modelos que ya no funcionan, sino que lo más grave no está en más lib o más lab o, en menos lib y menos lab o cualquiera de las mezclas que se quiera. No, la clave me parece que se encuentra en despejar ese espeso follaje tecnoestructural que nos invade y promover la libertad de las personas como motor de un nuevo mundo.

En nuestro tiempo, la creatividad es una exigencia de todas las tareas profesionales. La sociedad ya no es tampoco, como recuerda Alejandro Llano, una pirámide de poderes estratificados ni una gran plaza de mercado. La economía globalizada se puede convertir en una técnica social para la generación de injusticia si pierde su naturaleza instrumental y el ambiente multicultural en el que se desenvuelven las transacciones. La sociedad parece que se configura como una reticularidad compleja, en la que es preciso tomar continuamente decisiones e inventar soluciones a problemas que se presentan por primera vez.

La tercera vía de la que tratamos en estas líneas parece que no se ha enterado que el protagonismo ya no es de los sistemas o de las estructuras, ni de fórmulas de más o menos mercado o más o menos Estado17. Hoy es imprescindible promocionar una nueva ciudadanía consciente de que el poder real va perdiendo su naturaleza vertical para constituirse a través de la libertad articulada de los ciudadanos.

Se trata de un planteamiento con más capacidad de mirar con sentido de compromiso a las personas, y sobre todo, a las que más sufren.

De un tiempo a esta parte, es bien frecuente encontrarse, para resolver grandes problemas, con la atractiva apelación a un tertium genus que actúa a modo de panacea universal18. Vaya por adelantado que la metodología de la tercera vía me parece propia de posicionamientos estáticos y rígidos que, precisamente, se intentan superar. Por tanto, ¿por qué una sola tercera vía?; más bien, tantas vías cuantas surjan de la capacidad creadora de la libertad.

Es muy tentador desnaturalizar el mercado con intervención pública o liberar el Estado con un poco de mercado. Es una posibilidad. Sí. Pero me parece que está en las antípodas del pensamiento y fijar la mirada en la realidad y en los hombres, en las personas concretas. Entonces, la tarea es dinámica, abierta, compleja, pero atractiva y apasionante por la sencilla razón de que incorpora la razón humanitaria.

La pretensión salvadora de la tercera vía encuentra su punto débil al intentar colocarse como única solución.

Por eso, hemos de saludar con esperanza las nuevas ideas que hoy emergen de lo más granado y auténtico de la sociedad. Se trata de aportaciones novedosas que parten de la persona humana como centro de la realidad y como foco iluminador de los problemas que todavía azotan a nuestro mundo.

Es conocido que, pese a lo escrito, disiento de la construcción de la tercera vía como sistema. No hay una sola tercera vía, repito, hay muchas terceras vías19. Una de ellas me parece que es el espacio político del centro. Pero de un centro en el que no se entra ni desde la izquierda ni desde la derecha. Se entra y se permanece desde esa posición de tensión y equilibrio permanente que es la libertad.

La tercera vía me parece que es una operación para modernizar la socialdemocracia20. Y, si se quiere, mantener la tensión de la izquierda en un momento de zozobra. La pregunta, sin embargo, es si los partidarios de la tercera vía no estarán asumiendo demasiado rápido y con gran devoción los postulados del liberalismo, y viceversa. Y, sobre todo, si hoy los nuevos movimientos serán capaces de girar hacia el centro tras los guiños realizados desde este espacio político, nunca mejor escrito, a diestra y siniestra.

 

Catedrático de Derecho Administrativo, Universidad de La Coruña. Presidente del Foro Iberoamericano de Derecho Administrativo