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Tengo que empezar por pedir ciertas disculpas, pues he pasado el día de ayer y las primeras horas de la mañana negociando con los sindicatos en Madrid la eventualidad de una huelga. Claro, que salir de una negociación laboral de este tipo para llegar a tiempo de oír a Emilio Lamo hablar del avance de la economía de mercado y el liberalismo, resulta un cambio de estado mental, como entrar a un mundo enteramente distinto, chocante, aunque, una vez repuesto de la sorpresa, vagamente familiar. Así las cosas, adelanto que no voy a ser muy sugerente en esta intervención. Uno ya no produce ideas, sino que intenta gestionar y consume con gusto las ideas ajenas.

Sobre la globalización, si liberal o no, y en la perspectiva de Lamo de Espinosa, puedo apuntar un comentario sobre el terreno. Sabréis que tengo la suerte de participar en un proyecto de resonancia internacional, la construcción del tren de la línea Meca-Medina. Arabia Saudí es un país sorprendente. Me ha tocado viajar allí bastantes veces en los últimos años y hay dos estampas que siempre me llaman la atención al llegar. Una es cuando, al salir de Riad, pasas a lo largo de la universidad de mujeres, salta a la vista lo espectacular del recinto. Es un campus que tiene un tren fabricado por Bombardier, un tren eléctrico, que conecta el campus de esa universidad exclusivamente reservada a mujeres. Pero, en un país con el tan peculiar estatus social de las mujeres, la sorpresa aumenta al pensar en el mero hecho de una universidad exclusivamente femenina. En la perspectiva de Lamo de Espinosa, que concluye que la ciencia experimental es el vehículo y soporte de la globalización, os pregunto: ¿En esta universitaria ciudad prohibida qué enseñanza se plantea a esas mujeres cuando hablamos de ciencia…, será realmente sostenible ese modelo?

Y esto me lleva a la segunda de las impresiones viajeras que me dan que pensar. Cuando estás en un rato de paseo allí también es muy paradójico que los centros comerciales paren a la oración de la tarde. Sobre las siete cierran, como sabréis de sobra. Uno está en una tienda de la comercial marca de lujo Gucci y echa el cierre a las siete de la tarde para la oración. Pasada esa hora de recogida y oración, vuelve a abrirse la tienda Gucci. Entonces, en ese país de mujeres enteramente cubiertas, incluida la ministra que recibe en una audiencia oficial donde todo el mundo va, en realidad, tapado, subiendo al British Airways en Riad que transporta de vuelta a Londres, esas mismas mujeres que iban rigurosamente discretas hasta la ocultación bajan por la escalerilla del avión en atuendos bien distintos y más congruentes con la animosa vida londinense. Vuelve también la pregunta: ¿eso es sostenible? Quiero decir, que si es sostenible una sociedad en la que ese mismo individuo hace apenas unas horas iba por su país completamente tapado, que no puede fijarse ni tú debes dirigirte a ellas, ni siquiera se les da la mano. Esto me recordaba oblicuamente a nuestro pequeño mundo español, de cuando Franco. La España públicamente tradicional, uno pensaba que era muy tradicional y católica, pero de la noche a la mañana aquello no salió en absoluto lo que parecía venir siendo, ni creyente ni amiga de lo tradicional, sino más bien lo contrario o nada definida en el fondo… Los ponentes sabéis más de esto pero, ¿cuál es la realidad que nos sustenta? Lo observaba Emilio Lamo: hasta qué punto llega la globalización en países teóricamente dentro de este mundo globalizado, pero donde no se sabe a ciencia cierta cómo van a evolucionar.

El otro aspecto que venía a manifestaros lo he sacado de mi estricto ambiente profesional actual, el de los trenes, y es mi sorpresa por cuánto están cambiando los derechos de propiedad. Una de las cosas que a nosotros, en Renfe, más nos ocupa son las empresas colaborativas. La competencia viene ya mucho menos de la compañía aérea, de Iberia, la gran rival de la Renfe actual es BlaBla Car. Son los planes de BlaBla Car lo que nos inquieta, y a los franceses todavía más cuando hablas con ellos de la economía en movimientos colaborativos, es decir, de cómo la gente se está organizando para transportarse sin intermediario institucional. No muy lejos, en Suiza, la gente habla francamente de que renuncia a comprarse un coche. La gente joven ya no se compra coches. Tampoco en el país por antonomasia del coche, en Estados Unidos han caído los propietarios de automóviles.

Pensad en lo que caracterizaba a la clase media de los países occidentales, lo que proporcionaba solidez al derecho de propiedad eran la casa, nuestra casa, y el coche, eran los signos fundamentales de esa propiedad en progreso, me atrevo a decir. Ambos están hoy muy puestos en cuestión. Muchos pronostican que las generaciones más jóvenes a medio plazo y más rápidamente, vayan a prescindir del coche y probablemente tampoco aspiren a disfrutar como titulares de un inmueble, no sean propietarios de un piso. Yo creo que estas novedades de nuestras vidas tienen una honda repercusión para el molde futuro de la globalización.

Todavía recuerdo de cuando estaba en la Moncloa el impacto que tuvo, en la primera legislatura del presidente Aznar, esa generación de una nueva clase media surgida al calor de la vivienda en mano. Este hecho, que ahora queda estigmatizado, refleja todo un cambio social, el de quienes podían adquirir el derecho de propiedad de un piso siendo bastante jóvenes. Ya tenías un piso, ya tenías tu casa y empezabas a instalarte, esa adquisición era la señal de que uno se sostenía firme en la vida adulta. Después, vino lo que vino, pero tampoco la pérdida va a constituir un elemento irreemplazable; es decir, que para las sociedades venideras los elementos nucleares de un patrimonio, el de la gente normal de clase media, no parece que vayan a ser estos de antes, ni mucho menos van a ser muy otros. ¿Cuáles? Esta es la cuestión principal que me traía a Santander a hablaros, porque van a ser los que giran alrededor del capital humano.

El gran capital ya no es el físico, es el personal, y lo que va a determinar social y profesionalmente, ya no es la escala de inmuebles: piso, una mansión, un palacio, sino que lo que te vuelve distinto es que seas un cardiólogo eminente de Nueva York, o un abogado pujante de una firma internacional con sede en Londres …, eso es lo que proporciona estatus, lo que brinda capacidad profesional y apareja relaciones de todo tipo. En estas sociedades nuestras, es el capital que te hace ser quien eres. Pienso que está pasando en este mundo global, pero ocurre más bien como a dos velocidades, y se comprueba en la gente joven. Mi impresión es que se está generando una clase social, o grupo, claramente globalizado. Hoy es casi indistinto el estudiante que cursa en una buena universidad española, de un chico que haya estudiado en otra por Berlín, del que se licenció en el lejano, para nosotros españoles, Sidney…, es probable que se muevan por los mismos círculos y acaben casi trabajando en los mismos sitios.

Lo relevante se determina por la experiencia laboral, esto es: una mano de obra móvil, que hoy está en una ciudad europea, pero cabe que se marche una temporada por Murcia a un trabajo específico, o pase por varios destinos en Londres. Jóvenes —muchos de vuestros hijos— que empiezan en las grandes capitales, pero son conscientes sin problemas identitarios de que mañana trabajarán en cualquier punto. Son ciudadanos globales, ya están en otra cosa, pero el fenómeno convive con una fuerza laboral estanca, aparentemente muy local, en unas diferencias muy significativas con ese otro grupo global en movimiento.

Y mi gran duda es si ambas se sostienen, las dos dimensiones opuestas en una misma sociedad. ¿Es sostenible que el trabajador por horas en el chiringuito, que sabe de su compañero de clase, el que vive otra vida quizá no lejos de él pero en otro mundo lleno de oportunidades, una biografía de cambio y riesgo a la vez? ¿Va a aguantarse esa bipolarización por sí misma? ¿La gente va a aceptar esta otra tan nítida bipolarización en capital humano? Unos, ricos en potencia que no lo son sino por los conocimientos que adquieren, por su capacidad de acceso junto a un señor sujeto a salarios que no van a ser seguramente muy atractivos.

El fútbol es el ejemplo de una globalización lograda. En Arabia lo que suena de España son el Barcelona de Messi y el Real Madrid. El fútbol vale como un laboratorio muy interesante de tendencias y su propiedad es el factor de la estrella. En el fútbol hay cien, doscientos, no habrá más de quinientos individuos con prestaciones extraordinarias, unos superdotados glorificados y enriquecidos que reinan sobre un resto de población que, buenamente, hace lo que puede con su carrera profesional. Lo señalo en un fenómeno tan por delante en su internacionalización como este deporte, donde perviven dos realidades bien distintas.

Os pido otro minuto de atención a otro aspecto de la globalización. Decía que, para mí, es clave la emergencia de una clase, o de grupos de gentes claramente transnacionales que sobrevuelan en un gran conflicto potencia con los múltiples locales, pero el otro es la inmigración. También viajeros pero de muy otra clase. Los profesionales sabemos que la variable que mejor explica el crecimiento económico es la población, es la única que lo explica satisfactoriamente. En un estudio muy famoso hace unos años, Xavier Sala i Martí probó con miles de variables: los países protestantes, los del norte, el sol, las materias primas…; nada, desde el comienzo de los tiempos hasta ahora. Lo único que justifica por qué hay sociedades que crecen y otras que no crecen es la demografía, porque, al final, la economía es demografía más o menos coloreada, como sabemos los economistas. Pero este componente demográfico en la economía es brutal, y Japón es un caso clarísimo y Europa muestra igual traza. Teniéndolo tan claro, te das cuenta de que la respuesta de los occidentales en los últimos años al fenómeno de la inmigración en sus países es claramente equivocada. Para nosotros, al menos, claramente errónea, porque aquí ha quedado demostrado, España fue la primera en esta crisis de la primera década del 2000. España fue durante buena parte de esos años el país de la Unión Europea y de la ocdeque más inmigrantes recibía en porcentaje de la población, a niveles de la meca que siempre los Estados Unidos ha representado como país de la esperanza, y en poquísimos años el país fue testigo de un impacto inmigratorio brutal. Si uno abre la hemeroteca y luego se pregunta por el resultado de tantas alarmas, en parte naturales, de cuál es el resultado social del fenómeno de la intensa inmigración a España, es difícil dar con un argumento para concluir que ha sido negativo y perjudicial.

Si uno examina el impacto sobre la delincuencia en España, se hicieron estudios que demostraban que en su conducta eran menos delictivos que los nacionales, si era la atención sanitaria corroboraba que, siendo más jóvenes, no se ponían enfermos, las bajas eran menos por su reciente incorporación al mercado de trabajo, y que por tanto, el peso del gasto estaba mejor que equilibrado; si mirabas el efecto económico sobre la productividad, daba netamente positivo. Al margen del momento que estamos viviendo este verano, lo creo coyuntural y de otra naturaleza, es una crisis de refugiados políticos y huidos de guerra.

El enfoque ante la inmigración en Europa peca de muy poco liberal, es un enfoque pendiente del control de fronteras, por defenderse de no se sabe muy bien qué —con todos mis respetos—. Pero, sobre todo desde el punto de vista económico, muy poco eficiente o nada. Uno repasa quienes son los fundadores de las principales empresas de los Estados Unidos y casi ninguno sale originario del mismo país. Recuerdo una página hace unos años en la Contra de La Vanguardia, donde se comentaba esto: el típico emprendedor ¿dónde se va a situar, en España o en Latinoamérica? El protagonista de la entrevista, latinoamericano, respondía: «En Latinoamérica. Allí hay muchos más jóvenes. Allí va a haber mucha más actividad, allí va a haber muchas más ideas». Según esto, el pretender que haya emprendedores, desear un espíritu empresarial para tu sociedad, pretender que haya gente dispuesta a arriesgar, aspirar con señores y señoras de sesenta años, a lo que en principio hace moverse a toda economía es, con todos mis respetos, muy difícil, ¿no os parece tremendamente difícil?

Por tanto, lo que pasa en España con la política de inmigración de Estados Unidos está profundamente equivocado. Como lo está en el debate político de los Estados Unidos. Porque necesitas que tus sociedades progresen adecuadamente. Lo resumo y así termino estos apuntes: me parece que merece la pena que difundiéramos lo sucedido con la inmigración masiva en nuestro país en esta década, también que nos lo dijéramos mucho más a nosotros mismos. Inmigración poderosa y culturalmente asimilada, ante la cual se dijo a la gente «cuidado, se quedarán», pero no se han quedado. Si no hay trabajo, la gente se marcha en buena medida. Creo sinceramente que valdría la pena, siendo de mentalidad liberal, que nos replanteáramos esas medidas cautelares respecto a este otro fenómeno de la inmigración global.

Director de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA)