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El 16 de agosto de 2015 se cumplen los doscientos años del nacimiento de Juan Melchor Bosco Occhiena, san Juan Bosco, más conocido como «Don Bosco», fundador de la congregación de los salesianos y de la red de iniciativas evangelizadoras con ella relacionadas que forman uno de los conjuntos más extensos y vivos de la Iglesia católica en el inicio del tercer milenio cristiano. Si nos fijamos en el número de célibes que la integran (unos 16.000), ocupa uno de los tres lugares de cabeza, junto a las distintas ramas de la orden fundada por san Francisco de Asís en 1209 y la Compañía de Jesús, que creó san Ignacio de Loyola en 1534. Visto desde hoy, san Juan Bosco es uno de los más grandes fundadores de la Iglesia católica y el más grande, sin duda, del siglo XIX.

El padre Ángel Fernández Artime, asturiano que, en agosto también, cumple sus 55 años, ha sido elegido en 2014, como rector mayor, décimo sucesor de san Juan Bosco y parece lógico preguntarle a él por la familia salesiana con ocasión de la efeméride de los doscientos años.

El periodista Ángel Expósito, director de «Las mañanas» de la cadena Cope en la temporada 2014-2015, se ha encargado de formular estas preguntas. Ángel Expósito, persona que destaca por su sentido común y su bonhomía dentro del proceloso mundo de los discursos «tertulianos» (radiofónicos o televisivos), es figura a propósito para sostener un diálogo sereno y clarificador sin los meandros sensacionalistas que suelen ser frecuentes en este tipo de compromisos. El libro, de entrada, promete.

El volumen viene prologado por el cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa, eclesiástico mediático donde los haya, actualmente coordinador del Consejo de Cardenales del papa Francisco. Óscar Rodríguez es salesiano también. Como lo es el cardenal Tarsicio Bertone, secretario de Estado con Benedicto XVI, o el cardenal Sturla, arzobispo de Montevideo, quien, por lo que le es dado entender a este exalumno salesiano que escribe, «huele más a oveja» que los dos anteriores, si hemos de calificarlos con esta pintoresca imagen de la jerga del Papa reinante.

Pero, en fin, lo que se nos da a leer son doce capítulos, compuestos por una serie de respuestas del rector al periodista y una «ficha» en que un experto da cuenta resumida, en cada caso, de los datos atinentes a la cuestión planteada. Además de presentar al entrevistado, se trata del fundador, de la entrañable y significativa figura de su madre («mamá Margarita»), de los comienzos de la labor de Don Bosco, de su sistema educativo, de su fundación, de sus sueños y de las implicaciones de la fundación con cuestiones «actuales»: los laicos, la mujer, las migraciones, la comunicación, los jóvenes más desfavorecidos.

En el XIX Don Bosco es, sin proponérselo, una figura moderna (por ejemplo, seguramente será el primer santo de la Iglesia conocido en propia efigie gracias a la técnica de la fotografía, «daguerrotipo», desarrollada en su tiempo). En horas de la gran industrialización, que dan lugar a un nuevo empobrecimiento de las masas y al alejamiento de la Iglesia por parte de las clases populares, se siente movido por la Providencia para promover la educación de la juventud, especialmente de la juventud desfavorecida, y redimirla en lo humano y lo sobrenatural. Con fe en Dios, con piedad popular, Don Bosco realiza una obra grandiosa. Baste un síntoma. A cualquier alumno salesiano se le ha inculcado la devoción a la Virgen María en la advocación de «María, auxilio de los cristianos», abrazada por Don Bosco no por razones históricas y, menos, teológicas, sino porque mamá Margarita tenía una estampa de la advocación y el niño Juan Bosco se prendó de ella. Pues bien, no solo en Turín, sino en todo el mundo, en la iglesia parroquial de Brasilia o en la catedral de Kioto, cualquier antiguo alumno reconocerá aquella imagen sencilla de su capilla colegial. Los sueños proféticos de Don Bosco se quedaron cortos. En todo el mundo, la presencia de la imagen será señal de educación cristiana y de atención a la juventud más desfavorecida.

Cuando se habla de una figura que trasciende la historia, se tiende a señalarla como la de un adelantado de nuestro tiempo. Eso, casi nunca es verdad y no es verdad, en absoluto en Don Bosco. Funda un sistema pedagógico que se puede resumir en establecer con los alumnos una relación de verdadero cariño. Por supuesto, quiere la santidad de los laicos, como desde siempre en la historia del cristianismo, pero ni siquiera tiene la sensibilidad de su patrono san Francisco de Sales hacia una espiritualidad propiamente laical. ¿Cómo no va a estimar el papel de la mujer el gran devoto de la Virgen Auxiliadora? Pero no es dable pensar que entreviera los cambios de rol que adquiere la figura femenina a partir de la segunda mitad del siglo XX. Las migraciones y la mundialización están en su programa, porque a un santo como él el planeta se le hace pequeño para las «misiones» que hay que emprender. No cuesta trabajo imaginar a Don Bosco internauta, pero porque el anuncio de cualquier noticia, de la «Buena Noticia» va ligado a las empresas de la «buena prensa». Hay sí un subrayado de Don Bosco que se vuelve a encontrar especialmente en la Iglesia de nuestros días: como dice el padre Ángel Fernández Artime, «en las casas salesianas, todo los jóvenes tienen cabida. Pero al mismo tiempo, nuestra prioridad desde los inicios de Valdocco, han sido y son los jóvenes más pobres, los excluidos y abandonados».

Frente a las tentaciones teorizantes que han provocado tantas tensiones en la historia reciente de la Iglesia, el compromiso de Don Bosco, real, concreto, directo, con los jóvenes, y especialmente con los jóvenes pobres, sigue siendo la divisa para los salesianos. Y eso es garantía de presente y futuro.

Es verdad que las circunstancias de la cultura en estos inicios del tercer milenio están dando lugar a una apostasía masiva de la fe cristiana en las nuevas generaciones de Europa occidental y de las capas económicamente desarrolladas de todo el mundo en general. En lugares, como España, en que la Iglesia dispone todavía de muchos recursos, escasean de modo indecible las vocaciones. No sabremos si habrán de venirnos a reevangelizar salesianos de ciertas zonas de América Latina o de la India. La Historia de la salvación (como la historia tout court) es un misterio. Lo que no cabe duda es de la actualidad y oportunidad del mensaje de Don Bosco: no porque Don Bosco sea un adelantado de nuestro tiempo, sino porque todo mensaje de Amor («Charitas») es de antes y de ahora, es para siempre. Los jóvenes, los pobres «siempre los tendréis con vosotros» (Mt. VI, 11).

Me parece que esta convicción está en la base de estas declaraciones del nuevo rector y en la celebración del segundo centenario de Don Bosco. Si esto es así, lo considero una excelente noticia.


Ángel Expósito: Don Bosco hoy. Librería Editrice Vaticana/Romana, Madrid, 2015, 203 págs., 20 euros.

Especialista en Análisis del Discurso, ha sido catedrático de Universidad y Profesor de Investigación del Instituto de la Lengua Española (Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid).