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El autor fecha el prólogo de este libro el 19 de julio, y su epílogo el 23 de septiembre de 2015, cuatro días antes de las elecciones al Parlamento de Cataluña. El 14 de enero el presidente de la Generalitat, Artur Mas, había anunciado aquellas elecciones como un plebiscito sobre la independencia de Cataluña. El trasfondo del libro rezuma, por tan-to, «la tensión emocional que reina en el estío de 2015», ante el peligro, a principios del otoño, «del divorcio que hodierno separa Catalunya del resto de España». El citado epílogo concluye con estas líneas que resumen el contenido del libro: «En ningún momento del ayer español, y menos aún, en el más próximo, Catalunya dejó de ser la comunidad amada por excelencia para la mayor parte de los habitantes —pueblo y élite— de las restantes de una nación-estado invariable e indeficientemente comprendida y defendida desde la pluralidad más rica, estimulante y armoniosa» (pp. 125-126).

Los méritos historiográficos del profesor José Manuel Cuenca son de sobra conocidos por sus libros y artículos científicos. Sus dotes periodísticas destellan en multitud de artículos, donde ha volcado su pasmosa erudición en temas de palpitante actualidad. Este libro es una recopilación de artículos publicados, entre otros diarios, en ABC, La Vanguardia, Ya, Diario de Córdoba, El Imparcial, Las Provincias, El Ideal de Granada, Hoy de Badajoz, o en re-vistas como Cuenta y Razón. El libro no es la historia de un tema cronológicamente organizado. Es más bien un florilegio, que el autor denomina reflexiones de un historiador. Sin embargo, el argumento se resume en las dos palabras que dan título al libro: Amada Cataluña. El autor conoce a Cataluña, pues se estrenó como docente en la Universidad de Barcelona en 1966, y es un catalanófilo convicto y confeso, como tantos otros intelectuales españoles. Por eso su reflexión histórica se desliza, en las actuales circunstancias, entre el dolor y el amor.

El libro se divide en tres partes. La primera, Cataluña en la historia, tiene veinte artículos de contenido fundamentalmente histórico. Comienza la antología con el recuerdo del compromiso de Caspe (1412), como una fecha olvidada. Desde este recuerdo medieval el autor salta a los tiempos del primer franquismo (anticatalanismo y represión). Y se detiene en el catalanismo actual, con breves alusiones a sus orígenes a finales del XIX y principios del XX, y mayor detención en su desarrollo y evolución hasta el momento actual. La autonomía de Cataluña ha basculado entre el mayor o menor grado de catalanismo, independentismo y soberanismo. No faltan menciones a los políticos catalanes más destacados. Se elogia la acción de Duran i Lleida (que el autor comparó en su día con un segundo Cambó, antes de su fracaso en las elecciones de diciembre). Se alaba al político e intelectual Solé Tura, socialista no soberanista. Jordi Pujol despertó las simpatías del autor hasta que incurrió en la censura cívica. Oriol Junqueras es presentado como un líder fagocitador de ascenso meteórico, que, pese a su formación histórica, propaga una visión maniquea de la historia del Principado, alejada de lo que fue la realidad de España en la que se destacó una Cataluña dinamizadora y avanzada. Entre las notas comunes del catalanismo siempre ha habido un complejo de victimismo y un realce del hecho diferencial. Los memoriales de greuges han suscitado también las habituales réplicas del gobierno central. Pero nunca se había llegado a la desmesura del momento actual, en que «un auténtico y arrollador movimiento de fondo en pro de la separación sacude la conciencia de la juventud catalana». El autor apunta a la educación como caldo de cultivo: «es en la escuela donde se moldean indeficientemente caracteres y conductas» (p. 47).

La segunda parte, Cataluña desde España, tiene catorce artículos, en los que se contempla la visión positiva que se tiene de Cataluña en el resto de España. Cataluña es la brillante tesela del mosaico de España, montado sobre la misma argamasa. Nadie ha cuestionado al sur del Ebro la españolidad de Cataluña, reconocida con admiración y gratitud por Menéndez Pelayo, Delibes, García Lorca y muchos otros. Duran i Lleida afirma igualmente que Cataluña se ha distinguido más por su liderazgo de la regeneración española que por su separatismo, «bien que siempre —añade— se encontrara en tal afán con el muro infranqueable de la incomprensión del resto de la sociedad hispana» (p. 63). El autor no está de acuerdo con el adverbio «siempre» de esta frase, pues afirma que nunca ha faltado en el resto de España el reconocimiento a las tradiciones catalanas. Dentro y fuera de Cataluña muchos políticos e intelectuales han apostado por su liderazgo en «la España gran», en lo que estaban de acuerdo Prat de la Riba, Maura, Maragall, Unamuno, Canalejas, Cambó, Pla y Marañón. El sentimiento de colaboración es simultáneo. La España contemporánea no se entiende sin catalanes como Balmes, Company y Prim. Y por otra parte ha habido corrientes de simpatía hacia Cataluña. Ninguna región ha sido más elogiada y admirada por el conjunto del país, incluso en el primer franquismo. En la larga lista de los amantes de Cataluña predominan los andaluces como Fernández Almagro, Falla, Pemán, y sobre todo Pabón, con su admirable biografía de Cambó. Entre los adalides del catalanismo destaca a Cacho Viu, sin olvidar a Pérez Embid, Rodríguez Casado, Robles Piquer, Laín Entralgo, a los que precedieron Unamuno, Azaña, Ridruejo, Zubiri, Carande y otros muchos. Ante tantos nombres el autor cuestiona la supuesta desafección por Cataluña, a la que replica con un suave reproche: «Hodiernamente cuando se habla por doquier y, a veces, un poco a tontas y locas de la desafección de las restantes sociedades españolas por la catalana, se omite el oprobioso silencio que en esta reina respecto de personalidades diversas y algunas cimeras de la vida hispana del siglo XX, distinguidas por su honda, entrañada, ilimitada simpatía por el pasado y presente, por la geografía y gentes del Principado» (p. 78).

La tercera parte, Cataluña y la cultura, consta de veintidós artículos, que tocan algunos aspectos de la actividad cultural, en una selección de personas y actividades. El profesor Cuenca es un gran especialista en el estudio de los movimientos culturales de las grandes confesiones o ideologías. En este campo ha escrito dos libros modélicos, Iglesia y cultura en la España del siglo XX, y Marx en España. El marxismo en la cultura española del siglo XX. El libro que nos ocupa recoge interesantes datos sobre la difusión del pensamiento marxista en el artículo «La Barcelona que fue: entre la historia y la política». Es un repaso de la vida cultural de la ciudad condal en la década de los sesenta, cuando se fundó la revista Historia y Vida, donde se publicaron trabajos imprescindibles sobre la guerra civil, por autores de ideologías políticas distantes (La Cierva, Martínez Shaw) coordinados por Francisco Noy y Néstor Luján. En el artículo «Un comunismo catalanizado» se resalta el foco marxista de la Universidad de Barcelona, con activistas como Manuel Sacristán Luzón. La rebelión estudiantil de mayo del 68 propició la infiltración del socialismo y comunismo en grupos católicos de la Iglesia postconciliar. Para comprender las relaciones Cataluña-España recomienda un «libro esclarecedor», recientemente publicado, Dietaris, del balear Joan Estelrich (1896-1958), que había pertenecido a la Lliga, y notaba, en 1935, que el gran defecto de los castellanos era la incomprensión: «Heus aquí l’essenciaitat de la nostra divergencia: nossaltres ens entenem, ells no ens entenem, més ben dit, no volen entendre’ns, no són curiosos d’esbrinar la nostra psicología» (p. 100). En el artículo «Cataluña y sus escritores», se afirma la fecundidad de los catalanes en todos los campos, especialmente en la divulgación e historia. Y pone como ejemplo el best-seller de Díaz-Plaja El español y los siete pecados capitales. Vicens Vives es citado con frecuencia como historiador equilibrado y aceptado por todos. Como contraste, se lamenta el olvido de Balmes, cuyo bicentenario en 2012 quedó en total penumbra, a pesar de ser un modelo para el consenso. Se lamenta también la presencia creciente de separatistas y separadores, que ponen «un sueño en peligro». La ojeriza de Quevedo o de Valera hacia los catalanes, y el distanciamiento de Azorín, se compensan de sobra con la simpatía que les profesó Cervantes y con la comprensión de escritores recientes como Javier Tusell, barcelonés afincado en Madrid, el vallisoletano Julián Marías, el vasco José María Areilza y el andaluz Carlos Clementson (autor de una reciente antología de poesía catalana).

Las reflexiones de José Manuel Cuenca no son una colección de datos eruditos para el rincón de los recuerdos. Son una demostración de la simpatía y admiración que los españoles han tenido a la amada Cataluña. Esa cercanía se convierte en un alegato de palpitante actualidad, cuando peligra la convivencia secular de la España una y plural.

Manuel Revuelta González