Tiempo de lectura: 7 min.

Francisco Rico (1942). Filólogo y académico de la lengua española. Director de la Biblioteca Clásica de la RAE. Ha editado obras clásicas medievales y del Siglo de Oro Español, entre ellas Don Quijote de la Mancha.


Francisco Rico: Petrarca. Arpa, 2024.

A

Francisco Rico se le reconoce haber ejercido —solo o en compañía de otros: Lázaro Carreter— el «principado de la filología» en España durante cerca de medio siglo. Los méritos que acreditan tal título van desde la dirección de la ya antigua, innovadora y utilísima Historia y crítica de la literatura española a las múltiples y más recientes ediciones del Quijote, pasando por la magna y benemérita empresa de la Biblioteca clásica o —last, but not least— lo que ha sido su mayor dedicación: la vida y obra de Petrarca.

Por ello, no parece casual que el libro más reciente que lleva su firma esté dedicado al autor del Canzoniere: Petrarca. Poeta, pensador, personaje (Arpa). El volumen recoge cuatro trabajos —uno, de 1978; los otros, de la segunda década de este siglo— que recogen lo que el propio Rico considera «su mejor contribución al conocimiento de la vida, obra, significación y legado de Francesco Petrarca». Hace apenas dos años apareció otro volumen de título elocuente, Una larga lealtad. Filólogos y afines (Acantilado), dedicado a sus maestros. De Petrarca, de maestros y de otras cosas hablamos con este sabio imprescindible, entre cuyos reconocimientos destaca el Premio Internacional Menéndez Pelayo.

Pregunta. Este libro, que recoge algunos artículos de hace pocos años, responde a lo que ha dicho que ha sido su mayor dedicación.

Respuesta. Pues sí; creo que, más que ninguna otra cosa, he perseverado en Petrarca, sí. Mis otras dedicaciones han sido más esporádicas.

P. Se interesó por Petrarca, tengo entendido, porque no estaba en La Pléiade.

R. Porque en la Pléiade habría solo poesía en lengua vulgar; yo creo que sí, es posible que fuera eso; o bueno, ese fue un elemento. El caso es que yo me había interesado por Petrarca, y concretamente por el Secretum, porque mi maestro Martín de Riquer había tenido para un trabajo suyo de otro tipo, y muy joven, una reminiscencia del Secretum. Entonces yo fui a ese libro por esa razón.

P. ¿Cuál era esa reminiscencia?

R. A ver si recuerdo… Sí, es del pasaje donde Petrarca dice: «Y así, librito mío, rehúye el trato con los hombres, alégrate de quedarte conmigo…», y le habla.

P. A Petrarca se le puede considerar —usted lo hace— como el fundador del humanismo.

R. Sí, es el primero que tiene un humanismo consciente, que no es simplemente un cierto gusto por algunos autores clásicos, sino que fundamenta su trabajo como exploración de los clásicos.

P. En esa faceta destacan sus estudios filológicos, como los dedicados a Tito Livio, que usted define como una hazaña precoz.

R. Lo que ocurre es que todo eso no deja huella en obras escritas. Más que hacer, estudia; es el estudio directo de los manuscritos, de los textos, donde vemos la intervención de Petrarca y no producen una obra sobre el particular, sobre Tito Livio o sobre otro autor.

P. Pese a reivindicar, en tanto que humanista, las lenguas clásicas, ciertas obras, el Cancionero y los Triunfos, las escribe en lengua vulgar.

R. Porque tiene ahí una tradición y sigue, entra en el vulgar por eso, porque hay una tradición. Son libros, sobre todo los Triunfos para Petrarca, consagrados, reconocidos, con una entidad independiente de cualquier latinorio, cualquier cosa en latín.

P. Además de su empeño en reconciliar filosofía clásica y cristianismo, en el Secretum, que es una obra introspectiva, dialoga con San Agustín, cuyas Confesiones son también un ejercicio de introspección.

R. Así es. Y también porque Agustín era el más clásico de los padres, clásico en el sentido de clásico profano.

P. Petrarca se jactaba de usar el «tú», en vez del «vos medieval».

R. Es un dato más y muestra la diferencia de Petrarca con otros coetáneos, que se mantienen apegados al uso medieval.

P. Ha dicho alguna vez que Petrarca es un gran poeta, porque crea una lengua, significa una innovación profunda en una tradición literaria y durante dos o tres siglos la poesía lírica europea es fundamentalmente una recreación o imitación de Petrarca.

R. Es así. El Petrarca vulgar de la poesía lírica es la base de gran parte de lo que es la lírica del Renacimiento. Los temas, desde los años del amor, la datación por referencia al conocimiento de la dama, etc., etc.

P. Hablando de la dama, Laura es una fabricación literaria, pero sobre una persona real en última instancia. Al contrario que con la Beatriz de Dante, apenas se sabe algo de ella.

R. Sí, es una fabricación literaria, incluso indiscriminada. Puede basarse en una mujer o puede basarse en varias. Laura no es idealización de una sola mujer; en cierto sentido es la creación de un personaje al que van a parar todas las concepciones petrarquescas de la mujer. No creo que existiera, no responde a ninguna persona concreta. Puede ser una idealización de todas las mujeres posibles. No hay una Laura. Beatriz también responde a una idealización, pero tiene un fundamento en una mujer real.

P. Pero el posible fondo real de Laura usted lo ve en los últimos versos de los Triunfos («a la orilla de un río, en Monginevra, Amor me dio por ella tan gran lucha que el corazón se acuerda todavía. Feliz la losa que su rostro cubre…»). ¿Por qué?

R. «Felice sasso che ‘l bel viso serra! Ch, poi che avrá ripreso il suo bel velo, se fu beato chi la vide in terra, or che fi adunque a rivederla in cielo?». Esos versos tienen una humanidad más concreta que cualesquiera otros; muestran el deseo de volverla a ver.

P. Las dos grandes pasiones de Petrarca fueron Laura y el laurel, la gloria poética, y no parece casual la coincidencia de las palabras.

R. Seguramente las mujeres que Petrarca conoció se funden en la figura ideal de Laura. Incluso el nombre de Laura viene del laurel. No es que se llamara Laura.

P. El Cancionero que le dedica lo define usted como cancionero-novela.

R. Sí, porque cuenta una historia, no es simplemente los momentos estrictamente líricos, de sentimiento, sino que cuenta una historia con principio y final.

P. En cuanto al Secretum le parece la obra más significativa de su evolución intelectual.

R. Porque no es como otras cosas, las epístolas por ejemplo, que son momentos, sino que aquí ves el desarrollo, la historia en el tiempo.

P. Algo importante y característico de Petrarca es la evolución de la filología a la filosofía. Por cierto que, como filósofo, fue poco aristotélico.

R. Él se da cuenta de que no basta con el estudio literal y con el conocimiento de los clásicos, sino que hay un deseo de racionalización más amplio y además con mayores implicaciones filosóficas. Y no celebra a Aristóteles, ni el corpus aristotélico. En cierto modo es todo lo contrario de Aristóteles porque dice que a este le falta ese mover a la acción, ese sentimiento que otros autores, como Cicerón o Séneca, provocan en los lectores. Aristóteles es una cosa fría que define muy bien lo que es el bien y lo que es el mal, pero que no tiene esos alicientes, esos factores complementarios que mueven a obrar a los lectores, y que sí tienen Cicerón o Séneca.

P. Pese a todo, alguna vez ha dicho que, personalmente, Petrarca era odioso. Por la construcción hagiográfica de su personaje, su apetito de gloria, su capacidad para encontrarse en la curia cuando la sede estaba vacante… Se me ocurre que le pasa lo contrario que con Juan Benet, al que admiraba como persona, pero cuya literatura no le interesa mucho.

R. Petrarca sabía moverse muy bien donde pudiera sacar provecho. En Aviñón en concreto estaba el cincuenta por ciento del papado. En cuanto a Juan Benet, digamos que era así. Yo era un gran admirador y amigo suyo, pero no lo leí apenas, porque no me interesaba y creo que él tampoco se interesaba mucho a sí mismo, quiero decir que escribía sin el entusiasmo de encontrar que estaba disfrutando y que hacía disfrutar a los lectores. La prueba es aquel dispositivo que hizo una vez para escribir a máquina. Tampoco como escritor te creas que lo admiro mucho a Petrarca.

P. Pese a definirle como un gran poeta.

R. Sí, sí, es un gran poeta. Bueno, ahora estaba pensando en la obra latina. No lo reverencio en absoluto. No me emociona, porque además lo conozco y sé lo que es truco, lo que es más apariencia que realidad; es un autor interesante, pero nunca diría que es un gran maestro, al menos de la prosa.

P. Dejando a Petrarca, otro libro reciente suyo, Una larga lealtad, es un hermoso homenaje a sus maestros.

R. Todos los trabajos de ese libro los había publicado ya. Creo que no hay un solo texto que fuera ad hoc. Me parece recordar que el primer texto lo publiqué en La Vanguardia con ocasión de un congreso y fue con don Ramón.

Hoy se da poco la figura del maestro

P. En cuanto a los maestros, fue usted privilegiado.

R. Me parece que ahora no hay maestros en ese sentido, que está todo muy profesionalizado y que se siguen los consejos, se tiene admiración por una persona, pero la idea de maestro me parece que se da poco; son individuos que, efectivamente, pueden relacionarse más, incluso muy íntimamente, pero ese maestro a quien se sigue en varios aspectos no creo que se dé mucho.

P. Usted habla de Martín de Riquer, pero entiendo que también Dámaso, Lázaro Carreter…

R. Sí, claro, pero en diferentes medidas. Dámaso, por ejemplo, para mí era un referente indispensable, pero maestro solo en un sentido muy genérico. No puedo decir que he sido «discípulo de» y, por consiguiente, he hecho las mismas cosas o he seguido las mismas pistas; eso es lo que pasa con el maestro propiamente dicho. Por mi parte, he aprendido de todos los que debía aprender.

P. ¿Cómo va la Biblioteca clásica, que ha sido uno de sus grandes empeños?

R. Se la he confiado a Gonzalo Pontón, hijo, y del formato anterior, que eran libros blancos, se ha pasado a unas portadas en azul, diseñadas por un dibujante muy letrista, cada letra es distinta, y va saliendo, sí. El director de la Academia y, de hecho, de la colección, porque esto está en manos de Gonzalo Pontón y de Santiago Muñoz Machado, querría sacar más libros, pero eso tampoco es posible porque hay los que hay y se pueden ir encargando, pero no es fácil. Encargar ¿a quién?

P. Hablando de libros, la cuestión es leer o leer bien, qué leer.

R. Leer. Es importante qué leer, pero lo primero es leer. Cervantes decía que leía hasta los papeles rotos que encontraba por la calle.

P. En cualquier lista de libros indispensables tiene que estar el Quijote.

R. No hay nada equivalente al Quijote. Porque el Quijote es legibilísimo y cuando se conoce además se puede ir leyendo a trozos y como decía mi maestro Riquer, quién no hubiera leído el Quijote para poder leerlo.

P. Una cuestión siempre en candelero es la presencia de las humanidades. A usted no hace falta pedirle que las defienda.

R. También depende de cómo se asimile todo. Si es simplemente un caudal de información, bien está, pero lo importante es que eso fructifique en algo.

P. En el Renacimiento, las humanidades incluían las ciencias. ¿Deberíamos volver a eso?

R. Sí; más que en la actualidad desde luego, pero ojo… difícilmente encontraremos un científico puro, pero desde luego lo que no encontraremos es un científico en el Renacimiento que no tenga en cuenta las letras.

Periodista cultural.