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Toda teoría es gris, caro amigo, y verde el árbol de oro de la vida
Fausto, Libro Primero.

Cuando el autor de Catalanes llegó a España el pasado mes de mayo, procedente de Alemania, ineludibles compromisos laborales me impidieron acudir al aeropuerto, como hubiera sido mi deseo. Nuestro sistema de trabajo es más severo que la manifestación de la amistad, cuando ambas compiten por imponer sus respectivos deberes. Pero la amistad y el respeto intelectual que me unen a Fernando Inciarte desde hace años no han sufrido menoscabo. A Fernando le habían concedido un premio: venía a España a recogerlo, y yo quería informarme sobre su estado de ánimo, saber qué sentía. Tuve que aplazar mi curiosidad; Inciarte se detuvo en Madrid el tiempo necesario para cambiar de terminal y tomar un vuelo rumbo a Navarra, mientras que a mí la máquina laboral me impedía traspasar el límite urbano de la M-40.

Es una idea que surgió del Cabildo de la ilustre colegiata de Roncesvalles, y de la no menos ilustre Facultad de Filosofía de la Universidad de Navarra: conceder un premio de Filosofía. Además de la bella naturaleza que las rodea, y las estupendas gentes que allí habitan, las dos instituciones comparten un rancio vínculo histórico: el camino de Santiago. El Premio Roncesvalles de Filosofía lo han concebido con el ánimo de impulsar la creación filosófica más allá de las fronteras, pues también el Camino de Santiago era un canal por donde "navegaban" las ideas más progresistas del Continente.

Internacionales son los parámetros que definen la biografía de Fernando Inciarte Armiñán, sobre quien ha recaído la primera edición de este premio. Nacido en Madrid en 1929, Inciarte inició sus estudios de Filosofía en la Universidad Complutense, y los acabó en Fausto, Libro Primero. Roma. Con una beca de ampliación de estudios se trasladó a la Universidad de Bonn, donde realizó su tesis doctoral sobre el pensamiento dialéctico de Hegel.

Aquel viaje, que realizó en compañía de otro español -catalán-, precisó definitivamente las pautas de su vida profesional. Nunca más abandonaría Alemania, nunca más abandonaría la Filosofía. Se habilitó y obtuvo su primera cátedra en la Universidad de Friburgo de Brisgovia, donde durante cuatro años fue Decano. Luego, desde 1975 hasta 1995, ha sido catedrático numerario de la Universidad de Münster, en Westfalia. En la actualidad, es catedrático emérito de esa Universidad, y colabora con las asociaciones científicas internacionales de las que es miembro.

De sus doce libros publicados en alemán, sólo uno ha sido traducido al castellano (El reto del positivismo lógico, Madrid, 1974). Su centenar largo de artículos y ensayos ha conocido mejor suerte: más de una veintena de ellos han sido vertidos al italiano, al inglés y al castellano. En la actualidad, su investigación se centra en la filosofía del arte, y recupera los temas de Estética con los que comenzó su carrera universitaria (había ganado en 1949 el Premio Nacional de Monografías del SEU, con un trabajo sobre La función del autorretrato en el Barroco, que se da por perdido en la actualidad)

De algunos detalles sobre la vida de Fernando Inciarte, como de otros sobre el Premio Roncesvalles, hube de enterarme en la misma ceremonia de entrega del galardón, a la que felizmente pude asistir, a finales del mes de mayo, después de haberme liberado -no sin esfuerzo- del Malstróm laboral del Manzanares. La capilla de Sancho el Fuerte, en la Colegiata de Roncesvalles, estaba llena de gente, y de corrientes. Se diría que el edificio está hecho de piedras, pizarras y un multisecular frío pirenaico. El premio consistió en una placa de plata. El galardonado quiso tomar la palabra después de aceptarla. Los lectores de Nueva Revista tendrán oportunidad de conocer parte del contenido de su discurso, importante, emotivo y magistral, por alguno de los escritos que publiquemos más adelante. Rara síntesis de sabiduría y discreción, de segura certeza e ironía a la que ha llegado este español. Lo comprendía yo interpretando sus manos, sus observaciones al público. Su pensamiento parece proceder de muchas capas de vida condensada, cristalizada en sorprendentes y deleitables formas prácticas.

A la salida del acto, después de felicitarle, le comenté a Inciarte que me gustaría hacerle una entrevista para Nueva Revista. Inciarte tenía compromisos para las siguientes cuarenta y ocho horas, así que acordamos vernos en Madrid, al cabo de una semana, cuando él estuviera de regreso hacia Alemania. Objetivo cumplido, pensé para mí. Pasamos al refectorio del convento, hoy hospedería. Jamón de bellota, queso del Roncal y embutido de jabalí, si no recuerdo mal, y hermosos espárragos de la Ribera; chuletones de sustancia de buey; cuajada en cuenco colectivo, con nueces y miel, junto con vino de Campanas primero y licores al final, fueron servidos para festejar a Inciarte y a la filosofía.

Al cabo de una semana del simposio, llamé a casa de un cuñado del profesor, que vive en Madrid. Para mi desgracia, me informaron de que el acto en Roncesvalles había tenido efectos perniciosos. Fernando Inciarte estaba muy resfriado, en un estado que hacía desaconsejable cualquier entrevista. Maldije entonces las corrientes en la oscura capilla donde yace Sancho el Fuerte. Tuvimos incluso que cancelar una tertulia al atardecer, convocada para los amigos de la sabiduría y sus cónyuges. "Ya pensaremos algo", me dijo por teléfono, y trató de consolarme antes de llegar el inevitable momento de la despedida.

A los pocos días de aquella conversación telefónica, me llegó una carta de Inciarte desde Alemania, participándome encontrarse plenamente recuperado, gracias a Dios, e incluyendo dos Anexos. Uno consistía en una entrevista, imago de aquélla que yo no le pude hacer en Madrid, que Inciarte se realizaba a sí mismo. "Las opciones con esta entrevista son varias -me escribía-: rechazarla, aceptarla, modificarla, dejarla como está, no dejarla como está, sino decir que la he escrito yo". El otro Anexo contenía un "Prólogo", que habría de anteponerse a un libro titulado Catalanes, escrito por el profesor pero aún no publicado.

Nos hemos decidido a publicar primero este Prólogo, y postergar la autoentrevista. La decisión tiene algo de arbitraria, pues ambos textos marchan en paralelo. El primero, narrativo, se articula según una estructura poco habitual tanto en los discursos de trama como en los propiamente filosóficos. Es, sin embargo, una ficción y es, a la vez, filosófica. Por qué Inciarte se ha impuesto esta estructura es algo que se explica en la entrevista (en la que, dicho sea de paso, se recogen alguna de las ideas expresadas por él en Roncesvalles). Lo explicaba también en un lugar de Catalanes (pág. 323 del original), que el autor me ha dado a conocer.

Fernando Inciarte se había ocupado del problema de la verdad práctica, aquélla, según explicaba, que por no ser sistemática o absoluta, admite cierta cantidad contigua de error. En términos estéticos, podríamos decir que la ficción (pictórica, novelística) no es absolutamente falsa, pero tampoco absolutamente verdadera, pues no sería en otro caso lo que es: ficción -representación-. Bergman el cineasta hubiera añadido: convivimos mientras nos dejamos la careta puesta. Y parece que a la filosofía y a la vida les sucede algo análogo. Si aquélla se adelanta a ésta, se falsea; pero si se queda por detrás de ella, vuelve a falsearse. Filosofía pegada a la vida, eso es lo que el profesor Inciarte busca, si yo no me equivoco. Pero cuando el filósofo se ajusta a la vida, ha de ajustarse a la vez al instante temporal. Su "ser ya" y su "ya no ser" nos recuerdan la verdad práctica y a la ficción artística y a la máscara teatral. Por eso escribir filosofía es más verdadero que haber escrito filosofía, y servirse del "infinitivo", adecuarse más a la vida que emplear los participios. Platón encontró el método para hacer que el texto transparentara la vida: el del diálogo filosófico, donde narrar era simultáneamente hacer filosofía. Pero, por su estructura literaria, Catalanes no es socrático. Es, sí, un libro de Metafísica, pero asume la forma de un ensayo y un relato. El tiempo, como la luna, tiene una cara trasera, que nunca vemos, y eso es lo que el texto de Inciarte parece querer aprehender. Por otra cosa es Inciarte un filósofo muy socrático: por su ironía.

El Prólogo que publicamos ha sido escrito por dos editores: Sebastián de San Sebastián y Arturo Tinturero, y se estructura sobre dos reseñas y una cita. A las antagónicas reseñas (no podía ser de otra manera, en un libro que quiere iluminar el plexo energético de la vida), siguen unas pequeñas reflexiones de los editores, que introducen el pensamiento de Boris Groys, el último que se cita.

Pensadas las cosas desde la totalidad del libro, este texto nos resultará incompleto. Espero que compartan mi deseo de ver editado en breve Catalanes. Confío en que publicar este Prólogo contribuya a ello. Que deje en el paladar intelectual de nuestros lectores un sabor interrogatorio. En alguno de nuestros próximos números publicaremos la entrevista del profesor Inciarte, que él mismo titula "A propósito de las Meninas". Hoy tenemos ante nosotros otro espejo, el Prólogo a Catalanes, un inusual libro de Metafísica escrito en infinitivo.

Filósofo. Profesor Titular de Periodismo. Universidad Complutense de Madrid. Director de Nueva Revista entre 2000 y 2005