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TODA UNA AVENTURA EDITORIAL

La edición de Relatos de Kolimá es una aventura editorial digna de elogio, más todavía en un momento en el que el mundo editorial español aparece dominado por la apoteosis del best-seller y los libros lighty de encargo, muchos de ellos de usar y tirar. Una característica del mercado actual es la alta cantidad de títulos que se editan cada año, en torno a los 70.000, cifra espectacular que da mucho de sí, para lo bueno y para lo malo. Para lo malo, lo acabamos de decir, buena parte del aparato y del mundo editorial vive entregado en cuerpo y alma a la búsqueda de libros que supongan un bombazo, que vendan masivamente y con los que ganar dinero de manera inmediata.

En los últimos meses, en España, hemos asistido a un campeonato mundial para ver quién publicaba el best-seller más multimillonario y mediático: Dan Brown, Pérez-Reverte, Ángeles Caso, Julia Navarro, Matilde Asensi, María Dueñas, etc. Aunque algunos títulos pueden salvarse, otros muchos, la mayoría, van a la caza de un lector pasivo y acrítico que sólo busca en la literatura entretenimiento al por mayor. Ese lector, mayoritario, es el que salva las cuentas de resultados de las editoriales y hacia él se dirigen muchos de los títulos que se publican.

 EL PAPEL DE LAS EDITORIALES PEQUEÑAS 

 Sin embargo, la industria editorial española no es tan uniforme como parece y ofrece también la oportunidad de acceder a la mejor literatura no comercial que se publica ahora en Europa y en todo el mundo y, también, a otros muchos libros que tuvieron su momento de esplendor hace años y que ahora se reeditan con gran acierto. Muchos de estos libros, de gran categoría, están revolucionando ligeramente el mercado editorial, pues las estadística demuestran que hay espacio para libros minoritarios, de pequeñas tiradas, que van dirigidos a un pequeño pero entusiasta grupo de lectores que no van como ovejitas detrás de las modas más comerciales, ni de los premios literarios más mediáticos, ni de los autores especializados en fabricar best-seller.

La lista de editoriales pequeñas e independientes crece sin parar, lo que es un buen síntoma para la industria editorial española; entre ellas, hay ahora mismo un buen número que ya están bien instaladas en el panorama literario y cuentan con prestigio, una generosa acogida crítica y una trayectoria avalada por títulos importantes. Sin querer ser muy exhaustivo, es lo que están haciendo las editoriales Minúscula, Acantilado, Nórdica, Libros del Asteroide, Impedimenta, Funambulista, Periférica, Barataria, Ikusager…

 VÍCTIMAS Y TESTIGOS DEL GULAG

Esta introducción viene a cuento para destacar el gran trabajo que está realizando la editorial Minúscula, con su editora Valera Bergalli a la cabeza, rescatando lo mejor de las literaturas centroeuropeas y orientales. La larga lista de grandes obras y de autores rescatados duante sus diez años de existencia avala un proyecto muy consolidado: Joseph Roth, Soma Morgenstern, Franz Werfel, Marisa Madieri, Eduard von Keyserling, Víctor Klemperer, Giani Stuparich, Gyula Illyés, Marina Tsvietáieva, Bora Cosic, Friedrich Reck, Ana María Ortese, Alberto Savinio… Pero Minúscula ha llegado donde ha llegado porque se lo ha trabajado y, también, porque ha asumido riesgos. Y uno de ellos está siendo la publicación de Relatos de Kolimá, la gran obra del escritor ruso Varlam Shalámov, uno de los escritores marcados por la represión comunista y que, como Solzhenitsyn, con el que coincidió en repetidas ocasiones y compartió lecturas y proyectos, se dedicó después a escribir sobre su experiencia en el Gulag. Durante años la única obra publicada en nuestro país de este represaliado autor soviético, también poeta, fue el primero de estos volúmenes, el que también lleva por título Relatos de Kolimá.

Los libros de Shalámov, con los de Alexander Solzhenitsyn, con el que tuvo mucha relación, son los que han inaugurado la reciente tendencia de publicar libros que describen el terror comunista en la Unión Soviética. Yason muchos los estudios y testimonios publicados, que ponen los pelos de punta. Por ejemplo, el estudio de la profesora norteamericana Anne Applebaum, Gulag. Historia de los campos de concentración soviéticos(Debate) y también el monumental trabajo realizado por Orlando Figes, profesor de Historia en la Universidad de Londres, Los que susurran(Edhasa), una exhaustiva investigación que demuestra cómo “ningún otro sistema totalitario tuvo un impacto tan profundo en la vida privada de sus súbditos, ni siquiera el de la China comunista” y cómo vivieron su vida privada millones de rusos durante los años de terror de Lenin y Stalin.

 NO HACE FALTA INVENTAR NADA

Entre los testimonios, destaco algunos títulos publicados recientemente. Por ejemplo, En tierra inhumana, de Józef Czapski (Acantilado), escritor polaco que murió en Francia en 1993 y que contó en este magnífico libro, entre otras cosas, su experiencia en un campo de concentración soviético y su periplo por la Unión Soviéticapara buscar a los desaparecidos en la matanza de Katyn. Otro testimonio impactante es el escrito por el polaco Janusz Bardach, El hombre, un lobo para el hombre(Libros del Asteroide), las memorias del autor durante sus años polacos y, tras ser reclutado por el Ejército Ruso, su posterior detención acusado de contrarrevolucionario y condena a muerte, pena que fue conmutada por diez años de trabajos forzados que los pasó en los campos de Kolimá, experiencia que revive sin ahorrar detalles en este durísimo testimonio vital. También el relato biográfico, muy sencillo, escrito por la polaca Esther Hautzig, La estepa infinita (Salamandra), donde cuenta su vida en el seno de una familia judía en Vilna (Polonia) hasta que fueron detenidos por las tropas soviéticas y deportados a Siberia, acusados de capitalistas (su familia tenía una joyería). Esther y su familia, en unas durísimas condiciones, pasaron cinco años en Rubstovsk, inhóspito lugar elegido por las autoridades soviéticas para castigar a los disidentes políticos y a los delincuentes comunes.

Hay muchos más libros, como El vértigo(Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), de Evgenia Ginzburg;  Sin inventar nada. El polvo anónimo del Gulag(Alba), de Lev E. Razgon; los ya clásicos de Alexander Solzhenitsyn, Archipiélago Gulag (Tusquets), cuyo primer volumen se publicó en París en 1973 y que están basados en su propia experiencia y en la de cientos de presos con los que tuvo la oportunidad de hablar; y también la novela de Vasili Grossman, Vida y destino (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), novela reeditada recientemente en nuestro país con una gran aceptación de lectores y que ha sido calificada como una de las grandes novelas del siglo XX. También entran aquí otro tipo de libros que abordan, en clave satírica, la represión sufrida en los países comunistas, como los de Ilf & Petrov (especialmente Las doce sillas), los divertidos libros del polaco Slawomir Mrozek  (como La vida difícil), los de Mijail Zoschenko, Serguey Dovlátov y Vladimir Voiónovich, autor de una divertidísima novela que ha recuperado Libros del Asteroide: Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin.

ACUSADO DE TROTSKISTA

Varlam Shalámov nació en 1907 en Vólogda, al norte de Moscú. En 1926 se traslada a Moscú, donde estudia Derecho y comienza a dedicarse al periodismo, a la literatura y también a la política, formando parte de un grupo de estudiantes de inspiración trotskista. Poco duró su vida de estudiante y de artista. En 1929 fue condenado a tres años de trabajos forzados en la región de los Urales por difundir el testamento de Lenin, en el que se criticaba la brutalidad de Stalin. En 1932, regresa a Moscú, retoma sus actividades literarias, contrae matrimonio, tienen una hija… Pero en 1937, cuando comienza la Gran Purga, es nuevamente detenido, esta vez por “actividades contrarrevolucionarias trotskistas”. Cinco años de trabajos forzados en Magadán.

En 1943, cuando está a punto de cumplir su condena, es nuevamente arrestado. Ahora le acusan de haber afirmado que Ivan Bunin, escritor emigrado y premio Nobel de Literatura, es “un clásico ruso”; por ello, le cayeron otros diez años, al aplicársele el famoso artículo 58 del código penal soviético, dedicado a las mil formas de hacer propaganda antisoviética. Por fin fue liberado en 1951, aunque, como ex preso político se le prohíbe vivir en ciudades de más de 10.000 habitantes. Además, su mujer y su hija, como hicieron otras muchas familias, habían renegado de él por contrarrevolucionario. Sobrevive gracias a los trabajos manuales.

En 1953, tras la muerte de Stalin y como se cuenta literariamente en El artista de la pala, consigue abandonar Magadán y trasladarse a Moscú, donde reemprende sus actividades literarias. Es en esos años cuando decide escribir los Relatos de Kolimá. En 1956 es rehabilitado y reanuda su actividad literaria en Moscú a partir de 1956, cuando fue rehabilitado. Hubo que esperar hasta 1972 aque sus relatos se publicasen en Londres, en ruso, sus relatos, aunque ya en la década de los sesenta circulaban en samizdat. Poco después, sin embargo, fue obligado por las autoridades soviéticas a abjurar de aquella edición, y escribió una humillante retractación, incomprensible en aquel momento, que muchos justifican por el estado de salud de Shalámov en aquellos años, ingresado ya en un manicomio. Falleció en 1982, cuando su obra empezaba a ser reconocida internacionalmente. Hasta 1987 su obra no se pudo publicar en la Unión Soviética.

 HONOR Y GLORIA AL TRABAJO

Junto con los libros de Solzhenitsyn y algunos de los ya mencionados, Relatos de Kolimá  son el mejor retrato de la vida en los campos de trabajo soviéticos, la mayoría en Siberia, en unas condiciones inhumanas, con unas temperaturas que, como escribe Shalámov en el primer volumen, “en medio del frío era imposible pensar en nada”. En todos los campos de trabajo, a la entrada, en un lugar bien visible, estaban inscritas estas palabras de Stalin: “Honor y gloria al trabajo, ejemplo de entrega y heroísmo”. Para Shalámov, el trabajo en esas condiciones “podía ser cualquier cosa menos motivo de gloria”.

Los títulos de los seis volúmenes que forman Relatos de Kolimáson los siguientes: Relatos de Kolimá, La orilla izquierda, El artista de la pala, Crónicas del mundo criminal, La resurrección del alerce, La manopla o RK-2, todos ellos ambientados en los campos de concentración soviéticos donde estuvo preso el autor. El primer volumen, Relatos de Kolimá, el más conocido, es, sobre todo, un testimonio literario de primera magnitud. Es cierto que tienen también, como todos los volúmenes, un componente sociológico y político de denuncia de las barbaridades y la arbitrariedad del régimen soviético, pero lo que sobresale es la calidad literaria de la prosa de Shalámov, capaz de mostrar desde diferentes perspectivas las ansias de supervivencia de los hombres en unas circunstancias tan adversas que acaban por convertirlos en despojos humanos, en mera escoria. Shalámov, como testigo, pone nombre y rostro a las víctimas, detalla las numerosas barbaridades que se cometieron, describe la vida en los barracones, las enfermedades, el imperio del hampa, la tiranía y el desprecio de los carceleros, la picaresca de los presos, la solidaridad, la diaria convivencia con la muerte…

 LA SENDA DE LADESHUMANIZACIÓN

Son unos relatos que sobrecogen y que impactan, como no podía ser de otra manera cuando se asiste al espectáculo de unos hombres privados de todos los derechos y de todos los sentimientos humanos. Como escribe Ricardo San Vicente, traductor y autor del epílogo, “Shalámov observa en cada paso, en cada minuto, en cada bocanada de aire del campo de trabajo, un peldaño más en la senda de deshumanización del hombre, de una inhumanidad en la que para mayor pánico empujan al preso otros hombres”. Shalámov describe sucesivos instantes en los que el hombre es sometido a una brutal degradación. Y todo para mayor honor y gloria del comunismo.

En La orilla izquierda, el siguiente de los volúmenes, continúa Shalámov su trabajo de escribir sobre detalles pequeños, personas concretas, mínimos incidentes que transcurren dentro de la vida carcelaria, donde lo que imperaba era el desprecio más absoluto por la dignidad humana. Como escribe el autor, “a mi alrededor había muerto más gente que en cualquier frente de guerra”. Shalámov sabe poner rostros a la tragedia, contando numerosas historias personales, absurdas, surrealistas (por ejemplo, muchos de los motivos de condena de los detenidos), que demuestran a las claras la arbitrariedad de la justicia comunista y la imposición del terror como estrategia política. Un terror que tiene unas víctimas muy concretas, que son las que Shalámov rescata del olvido, pues todo lo que cuenta procede de su experiencia personal –en muchos relatos él es el protagonista– y de lo que le han contado en los campos en los que estuvo prisionero durante tantos años. Shalámov describe también el proceso de degradación de los presos, con una única obsesión: sobrevivir.

 EL ARTISTA DE LA PALA

El tercer volumen y último publicado, El artista de la pala, es otra vuelta de tuerca a los mismos temas, quizás con una mayor proyección autobiográfica, pues algunas de las narraciones están directamente basadas en la propia vida del autor, que acabó ejerciendo de practicante en los campos, experiencia que le sirvió para conocer todavía más de cerca las consecuencias físicas y mentales de las duras condiciones a las que tenían que enfrentarse los miles y miles de personas que se encontraban confinadas. Sorprende también el interés de Shalámov por rescatar historias y comentarios protagonizados por personas anónimas que, en muchas casos, murieron a las pocas semanas o meses de conocerse.

Una de las narraciones de este volumen lleva por título “Oración fúnebre” y comienza con esta simple afirmación escatológica: “Todos están muertos”. A continuación recuerda a muchas de estas personas, cada una con durísimas vivencias personales para las que no había ninguna explicación, pues la lógica de los campos se mantenía gracias a la arbitrariedad con la que se tomaban las decisiones y se castigaba a los inocentes. Como escribe Shalámov, “el exterminio impune de millones de personas fue posible justamente porque se trataba de personas inocentes. Eran mártires, no héroes”. Como, por ejemplo, el economista Semión Alekséyevich Sheinin, “un buen hombre. Durante mucho tiempo no logró comprender lo que estaba haciendo con nosotros, pero al final lo entendió y se puso a esperar tranquilamente la muerte”.

 AL MARGEN DE LO HUMANO

También quiere Shalámov transmitir la vida íntima de los campos para que las personas y familiares de muchos de los presos pudiesen atisbar algo de lo que allí pasaron, sabiendo que resulta casi imposible hacerse entender. Uno de los personajes de El artista de la pala, se sincera de la siguiente manera: “Hoy no querría regresar con los míos. En casa nunca me entenderían, no me podrían entender. Lo que a ellos les parece importante yo sé que es una bobada. Y aquello que es importante para mí –lo poco que me queda de importante-, ellos no podían entenderlo ni sentirlo. Además, les llevaría nuevos miedos, un miedo más, sumado a los mil miedos que inundan sus vidas. Lo que yo he visto, un hombre no debe verlo, ni siquiera conocerlo”. En repetidas ocasiones insiste Shalámov en esta idea última: “Es horroroso ver un campo, y ni un solo hombre en el mundo debería conocer qué es un campo de trabajo. La experiencia de los campos es negativa por completo, negativa hasta el último instante. Allí el hombre solo se vuelve peor. Y no puede ser de otro modo”. En los campos, escribe, “no es que estemos más allá del bien y del mal, sino al margen de todo cuanto es humano”.

La descripción con todo lujo de detalles de esta vida es lo que deja al lector paralizado. Es cierto que hay ejemplos positivos de personas que en medio de estas dramáticas circunstancias sacan lo mejor de sí mismos y se entregan abiertamente a los demás. Pero resulta muy difícil quedar inmune a los estragos del hambre (la principal obsesión), el frío, el desprecio sistemático, la injusticia, el sufrimiento gratuito, el desdén…

En los campos la escala de valores está trastocada y los presos inician lentamente una caída en su condición humana para luchar sin piedad contra los propios compañeros para mantener las pocas posesiones que se tienen y no dejarse pisotear por el resto de los presos, algunos muy organizados y totalmente animalizados. Ante este panorama, mantener la dignidad resulta muy complicado, como le sucedió a Nikoláyev, uno de los presos, quien “tras comprobar la arbitrariedad, la especulación, las denuncias, los robos, las intrigas, el acaparamiento, la corrupción, la dilapidación de los bienes públicos y todas las crueldades que llevaban a cabo las autoridades de Kolimá sobre los detenidos, Nikoláyev se dio a la bebida. Comprendióla influencia desmoralizadora de la crueldad humana y la condenó profunda e inapelablemente”. Sólo los que tienen unas arraigadas creencias religiosas supieron afrontar de otra manera aquella situación, actitud que llama mucho la atención al autor, ateo confeso: “en los campos no he visto personas más dignas que las de convicciones religiosas. La descomposición afectaba a todas las almas y sólo la gente religiosa resistía”.

Shalámov murió en 1982, apenas cuatro años después de poder publicar su obra en Londres. El paso del tiempo, sin embargo, está engrandeciendo su figura y ha convertido sus libros en uno de los más tremendos testimonios de la lucha del hombre contra la degradación y la injusticia. Enmedio del horror, Shalámov busca los resquicios de la esperanza y de la poesía.

Nota

(1) Varlam Shalámov, El artista de la pala, Minúscula. Barcelona (2010). 474 págs. 19,50 €. Traducción: Ricardo San Vicente.

Adolfo Torrecilla (Madrid, 1960) es profesor y crítico literario. Dirige la sección de literatura de la agencia Aceprensa y colabora en diferentes revistas y medios de comunicación. Entre otras publicaciones, es autor de "Dos gardenias para ti y otros relatos".