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La idea de organizar un viaje hasta los lindes de Sevilla y Extremadura para conocer el pueblo familiar de Antonio Fontán se nos ocurrió en la revista como una manera distinta de homenajearle. En octubre había celebrado sus 85 años y el pasado mes de junio su Majestad el Rey le había concedido el título de Marqués de Guadalcanal. Dos buenos motivos para que en Nueva Revista preparáramos algo especial.

En lo que se refería a eventos se antojaba difícil superar el organizado por Rafael Llano con motivo de los ochenta años, en 2003, completado con el número 89 de Nueva Revista dedicado por entero a la figura de nuestro editor. Sin duda, un número especial que los lectores de nuestra publicación guardarán con cariño en sus bibliotecas particulares. La visita a Guadalcanal no pretendía ser por tanto más que una continuación de aquel homenaje anterior y, como hasta entonces nunca se había hecho, pensamos que lo ideal era que nos desplazáramos hasta la sierra sevillana algunas personas que a lo largo de la vida de la Nueva Revista habíamos participado directamente en su elaboración.

La estación de Atocha era un buen marco para comenzar aquel viaje sobre el que nadie tenía ninguna expectativa, es más, confieso que se percibía un poco de desconcierto. Allí fuimos llegando uno a uno todos los viajeros para subirnos al AVE que nos acercaría a Hispalis. Quizá por lo temprano de la hora, el silencio y los periódicos fueron los primeros protagonistas del trayecto. Pero a medida que la mañana fue desperezándose la conversación comenzó a fluir dando pie a comentar algunos aspectos de la actualidad política y económica de nuestro país que recogía la prensa en aquel miércoles 29 de octubre.

El viaje en tren fue cómodo y al ser la primera etapa pasó rápido. Sevilla nos recibió con cierta brisa pero el sol ya lucía allá arriba. Pasados unos minutos de descanso e intercambio de impresiones, nos saludó Francisco, el conductor de la
furgoneta que nos conduciría hasta Guadalcanal. Por un momento parecíamos un grupo de alumnos de diferentes cursos que van desde sus hogares a la escuela del pueblo donde les espera el maestro. De alguna manera había sido así. En diferentes momentos de nuestras vidas don Antonio había aparecido tendiéndonos una mano para subirnos al tren en marcha que era Nueva Revista.

Pilar del Castillo, Nazareth Echart y Rafael Llano se sentaban en la fila de enmedio, Arturo Moreno y Sucre Alcalá en la de detrás, y a mí, como organizador de aquel viaje, me tocaba ir junto al conductor. Sólo faltaba el micrófono para ir describiendo todo lo que se podía ver a través de la ventanilla: mucho verde, cerdos ibéricos correteando en ingenua libertad y una atmósfera especial tanto en el interior de la furgoneta como en los campos que nos veían pasar desde fuera.

Al cabo de un par de horas de viaje, y después de dejar a un lado Alanís y Cazalla de la Sierra, las primeras casas blancas de Guadalcanal aparecieron en el horizonte. La plaza Mayor era el punto de encuentro acordado y allí estaba don Antonio esperándonos con atuendo informal flanqueado por dos de sus sobrinos, Eugenio y Antonio, y un amigo, Gonzalo Alba. Como buen ciudadano de su pueblo y consciente de su responsabilidad institucional don Antonio nos condujo al consistorio, donde nos esperaba para darnos la bienvenida Jesús Manuel Martínez Nogales, alcalde de Guadalcanal.

Después de firmar en el libro de visitas, y en compañía del propio alcalde, ascendimos por las calles del pueblo hasta la vieja iglesia de Santa Ana donde todavía se conserva una pila bautismal de tiempos remotos y desde cuyo terraplén se podía abarcar de un vistazo todo el pueblo. Villa Susana, el final de nuestro camino, se intuía a lo lejos. En el almuerzo, Eugenio Fontán señalaría que aquel encuentro le hacía especial ilusión porque con aquella visita habíamos conseguido que dos de las múltiples facetas de su tío, la de Nueva Revista y la de Guadalcanal, se unieran al menos durante un día. Por eso, quizá al llegar al camino de acceso a Villa Susana, llamada así por el nombre de la abuela de don Antonio, estábamos todos un poco expectantes. La casa la habíamos visto por televisión en el excelente documental que la periodista Marisa Ciriza había elaborado para Televisión Española, pero las sensaciones no eran las mismas. Estar allí era otra cosa.

Los anfitriones, Antonio Fontán Meana y Myriam Darnaude, sin los cuales no hubiera sido posible este viaje, habían preparado un aperitivo con cerveza, vino de la casa, queso y jamón serrano (su apellido era aquí literal), al que siguió un
cocido que hizo las delicias de los asistentes. Fue un almuerzo en familia, hasta el punto de contar chistes o derramarse el vino de alguna copa provocando las bromas y comentarios de todos. Lo serio se dejaba para la conversación que empezaría después y para la que se había habilitado una sencilla estancia con estufa, pues, a media tarde y a la sombra, el frío de la sierra se empezaba a notar.

No se trataba de una entrevista ni la visita se había concebido a tal efecto, aunque había sido la fórmula manejada antes de embarcarnos en aquel viaje. Sin saberlo, aquel encuentro se estaba convirtiendo ya en algo especial y así fue cuando, mirándonos para ver quién hacía una primera pregunta, don Antonio por su cuenta comenzó a hablar…

 

ANTONIO FONTÁN Este año 2009 que comienza es el vigésimo año de vida de Nueva Revista. Hemos cumplido ya nuestros primeros diecinueve años. Empezar el año veinte supone ya una cierta mayoría de edad.

En todos estos años hemos hecho múltiples actividades, hemos trabajado en ella mucha gente y se ha hecho un esfuerzo económico cuya contrapartida ha resultado ser impagable: estrechas amistades, colaboraciones duraderas en el tiempo, y los diferentes equipos de personas que se han ido formando a lo largo de todos estos años.

En el primer número de Nueva Revista, allá por 1990, señalábamos lo tres pilares que justificaban el lanzamiento de la publicación, el fundamento ideológico sobre el que se apoyaba esta iniciativa editorial: la cultura cristiana, el liberalismo político y el patriotismo español. Estoy seguro de que a lo largo de estos años nos hemos equivocado muchas veces en cuestiones menores, pero si uno revisa la colección completa puede constatar que nunca nos hemos visto obligados a hacer ninguna rectificación grave, ni ideológica, ni política, ni moral. Al contrario, se pueden encontrar gran cantidad de cosas
positivas en todos los órdenes.

A lo largo de mis 85 años de vida, he tenido la suerte y el empeño de participar con un numeroso grupo de gente en tres ámbitos de actividad colectiva que han supuesto para mí tres fuentes de enriquecimiento: La universidad, los antiguos colaboradores y gentes del diario Madrid, y las gentes de aquella corriente tan antigua de la que fue testigo Arturo Moreno, las Juventudes Liberales. Esos tres ingredientes han configurado en el tiempo los equipos de Nueva Revista que mencionaba antes. Han sido muchos pero con una unidad que quedaba y queda todavía reflejada en las cenas de nuestro Consejo. Todo esto, realmente, para un anciano Marqués como yo es algo impagable. Quiero aprovechar para agradeceros esta visita y este momento de reflexión y recapitulación compartida que me brindáis en representación propia y de la gran familia de Nueva Revista.

PILAR DEL CASTILLO Fui directora de Nueva Revista en el año 95 y en el año 96, hasta que José María Aznar tuvo la generosidad de llamarme, primero para ocupar la cartera de Medio Ambiente —puesto al que creí oportuno renunciar por no ser la persona más adecuada—, y segundo, en una generosidad adicional que él tuvo conmigo, la presidencia del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), que acepté viéndome obligada a dejar la dirección de la revista.
En esta reflexión que hacía don Antonio de lo que ha sido este proyecto de Nueva Revista, lo más importante, lo central sin duda, de su perspectiva, en lo que coincido plenamente, son dos cuestiones. Una es la coherencia desde el principio hasta ahora, con inevitables matizaciones y revisiones menores en el tiempo propias de un proyecto flexible. Pero siempre salvaguardando una línea de coherencia extraordinaria en los tres pilares que él mismo ha recordado: el de la cultura cristiana, el del liberalismo político y el del patriotismo. Todo ello se ha mantenido en el transcurso del tiempo y de los contenidos de Nueva Revista manifestado de una manera o de otra. Y estos tres pilares siguen siendo además de gran actualidad porque son elementos absolutamente claves para cualquiera que se proponga hacer o decir algo en la vida, y, desde luego, en la vida española.

El segundo factor que también me parece extraordinariamente importante es la capacidad de articular equipos humanos, porque uno puede ser muy coherente, pero no resulta nada fácil compatibilizar esa coherencia con la formación de equipos humanos. Esta es una condición que el fundador de Nueva Revista, el Marqués de Guadalcanal, don Antonio Fontán posee.

Nos encontramos aquí, en Guadalcanal, personas que hemos llegado a Nueva Revista en momentos muy distintos a lo largo de su existencia, y lo interesante, lo atractivo, lo bueno de todo esto es que todas estas personas permanecen unidas a la revista sin dejar a su vez de desarrollar, como si se tratara de las pequeñas celdas de un panal que van creciendo horizontalmente, otro tipo de relaciones que refuerzan su unión. Cuando Aznar me ofreció la posibilidad de ser ministra de Educación y de Cultura, no dudé en contar en muy buena medida con personas que estaban vinculadas a Nueva Revista. Es el caso por ejemplo de Nazareth, aquí presente, jefa de redacción de la revista durante algunos años, y de otras tantas personas. Todos aquellos que nos habíamos ido incorporando en uno u otro momento al proyecto de don Antonio, hemos desarrollado otras actividades a las que hemos vinculando también a personas que coinciden en las mismas ideas fundamentales que Nueva Revista representa.

Después de veinte años, me parece que se puede considerar un éxito rotundo y, sobre todo, un marco que nos ha permitido a muchos poder contar con recursos de una calidad extraordinaria. Si no hubiera sido por Nueva Revista, es probable que yo no hubiera conocido a Nazareth o tampoco a Rafael Llano, también hoy aquí presente, o a Manolo Fontán, que también estuvo conmigo en el Ministerio.

Pienso, sinceramente, que estas dos dimensiones mencionadas, la coherencia del proyecto sobre unos fundamentos que siguen siendo absolutamente esenciales para plantearse el mundo de hoy en cualquier dimensión, y la facilidad para engranar equipos humanos que desarrollan entre sí unas lealtades muy notables, son sin duda dos cosas únicas.

NAZARET HECHART Siempre he pensado, viendo sobre todo a la gente de mi generación, que tenía una fortuna inmensa. Desde que terminé mi formación en la carrera, he tenido dos jefes que han sido personas extraordinarias. La primera, don Antonio, al que debo muchísimas cosas. Sobre todo lo que aprendí en Nueva Revista, que con el tiempo me he dado cuenta de que era mucho más de lo que podía imaginar.A alguien joven como yo, que aterrizaba en Madrid y empezaba su vida profesional, don Antonio le brindó la posibilidad y la oportunidad de poder trabajar con él y después con Pilar. Mi manera de entender las cosas, no se puede entender sin el paso por Nueva Revista, sin el tiempo que he trabajado muy directamente con ambos, lo que supone un orgullo y un honor para mí.

Esta experiencia ha marcado mi vida profesional. Soy consciente de que debo mucho a las personas que están aquí hoy conmigo. A Rafael, con quien también compartí muchos buenos ratos. Es verdad que hay una lealtad entre las personas que tenemos en común nuestro paso por Nueva Revista, así como una certeza plena de que en la vida no todo vale, que existen principios fundamentales que se deben cuidar, que todos compartimos y que no es usual encontrar en otros grupos de personas a veces también muy cercanos.

ARTURO MORENO Antonio Fontán ha sido mi «padre político», la persona con la que más he aprendido en la vida política y en la vida en general. Su vocación política está basada en una idea concreta de España, un país que vivió en la dictadura y para el que usted siempre tuvo unas pretensiones democráticas que más tarde llegarían. ¿Por qué se encauza en la tendencia o en la idea liberal? ¿Puede ser porque vivió la guerra civil y pensó que había un déficit de libertades, que podía compensarse con los valores que aporta el liberalismo. ¿Por qué apoyar la idea liberal, el Partido Liberal, como vehículo político de su vocación y actividad política?

ANTONIO FONTÁN Los tres principios que siempre han orientado mis actividades públicas y que he comentado antes no casaban evidentemente con la falta de libertades que caracterizó al régimen establecido tras el final de la guerra. Esa inyección de intelectualidad y de libertades se materializó en el Partido Liberal que ayudó de una manera esencial a impulsar la regeneración democrática en la Transición.

Pero todo eso, como los diecinueve años y los ya más de cien números de Nueva Revista, salvo este último, pertenece al pasado. Ahora lo que nos preocupa y lo que nos interesa es el futuro. No podemos engañarnos, en España, desde el punto de vista político, el futuro está absolutamente en nebulosa, por no decir, en algunos aspectos, ennegrecido.

A pesar de producirse la transición de un régimen a otro, la situación política actual nos demuestra día tras día que este nuevo régimen no se ha consolidado desde el punto de vista de la estructura del Estado. Pienso que la única institución sólida que hay en este país en estos momentos y con la que se puede hasta cierto punto comulgar sin caer en adulaciones o en cuestiones demasiado efímeras, es la Monarquía, la Corona. Desde el punto de vista estructural de la nación y desde el punto de vista político de derechas o izquierdas.

Durante el régimen de Franco ya existía una cierta idea abierta para el futuro de España, de ahí que hubiera distintos grupos: los monárquicos del padre, los monárquicos del hijo y luego los del régimen, que parecían buscar la continuidad a través de una monarquía domesticada. Esa idea de apertura estaba ya bastante extendida. Pero, curiosamente, no éramos muchos los que nos alineábamos con la Corona, y por lo tanto con el padre y con el hijo al mismo tiempo. Creo sinceramente que esta ocurrencia regia del marquesado de Guadalcanal tiene mucho que ver con el momento que vivimos y con el significado de algunos asuntos en los que tuve oportunidad de intervenir en aquellos años.

Cuando me llamó Adolfo Suárez para ocuparme del Ministerio de Administración Territorial, recuerdo que le dije: «¿Qué es lo que quiere el presidente que yo haga?». A lo que me contestó: «Tú verás». Supuse entonces que se trataba de hacer la paz con los vascos. Y efectivamente se dieron unos primeros pasos. Yo propuse al Gobierno, a Adolfo Suárez, algo que finalmente no logré hacer, unos decretos leyes que restablecían provisionalmente los estatutos de Cataluña y del País Vasco de la época de la República y un decreto ley devolviendo el concierto económico a las provincias vascongadas.

Había dos opciones, o hacer eso, lo cual estaba en línea con la reconstrucción de la unidad del Estado nacional e incluso con la de la propia República; o la fórmula que finalmente cuajaría, bien conocida por la expresión de «café para todos», que consistía en crear unas entidades en su mayor parte artificiales pero movidas por el oportunismo de algunos políticos nuevos que no tenían experiencia ni formación suficiente. Había cierto miedo a que el proyecto Fontán no saliera porque algunos pensaban que podía precipitar la desaparición de la UCD, o porque los cántabros pensaban que se quedarían
sin Cantabria, los de Burgos sin Burgos o los de Soria sin Soria. Aquello no se hizo bien y ahora estamos pagando las consecuencias, porque ha influido negativamente en la unidad de inversiones y de mercado que es consustancial de un país, y porque las rivalidades y disputas se han multiplicado exponencialmente debilitando gravemente a España. El problema del agua es un claro y ridículo ejemplo de ello. La mitad de España se pelea por estas cosas mientras que la otra mitad se pelea por asegurar el triunfo de una revolución, no en el sentido económico sino social, espiritual e histórico de España. Este momento es muy difícil, es el momento de las personas de Estado, pero muchas de ellas están ocupadas en cuestiones menores y peleas de otro tipo.

En esta situación, pienso que el entorno de Nueva Revista debería promover una cultura política nacional aplicable. No es el momento de discusiones autonómicas, de ampliaciones artificiales de supuestos derechos, de medidas de tipo bioético en relación con la familia o con la vida. Sí, en cambio, es el momento de tomar la bandera de la laicidad positiva, un tema al que desde hace algunos años hemos prestado especial atención en nuestra publicación. El entorno cultural dinámico formado por las personas que participan en Nueva Revista —cada vez son más los jóvenes que se incorporan al mismo— debe servir de plataforma para impulsar una nueva regeneración de España que ataje el descenso generalizado del nivel moral del país, y vuelva a implantar en las propias clases políticas dirigentes una mayor capacidad de sacrificio. Hay mucho trabajo por delante y a los de mi generación no nos queda tiempo para hacerlo, por eso nos urge la necesidad de movilizar a las personas que puedan estar dispuestas a dar un paso al frente.

RAFAEL LLANO Don Antonio, usted parece haberse autoexigido a sí mismo lo que ninguna coerción legislativa, ni menos aún autoritaria, podría haber logrado nunca. En particular, me parece que hay tres áreas donde esa autoexigencia ha sido muy notoria. Primero, se ha tomado a España más en serio que la gran mayoría de los españoles lo hemos hecho hasta la fecha. Segundo, se ha tomado muy en serio hacer realidad la tolerancia implícita en sus convicciones liberales. Siendo hombre de convicciones religiosas fuertes, éstas no han sido obstáculo, sino tal vez al revés, han servido para que Fontán haya tratado con todos, aprendido de todos y haya tenido una amistad ciudadana con todos. Y tercero, parece que esta tolerancia liberal no es posible sin cultura: la arrogancia del necio es el peor peligro de la convivencia democrática, mientras que la educación y el cultivo de la inteligencia son garantías de calidad democrática.

Desde una perspectiva liberal, ¿cabe hablar de un deber ciudadano respecto de España, de un deber ciudadano respecto de la tolerancia y de un deber ciudadano respecto de la educación y la cultura? ¿En qué consistiría el ejercicio de esos deberes, en su opinión?

ANTONIO FONTÁN Yo no estoy en Europa, yo no estoy en Andalucía, yo estoy en España. Y esta España en sus peores momentos sigue siendo España, una página importante de la historia universal. Como decía Séneca: Nemo amat patriam quia magna, sed quia sua.

No cabe duda de que la tolerancia es experiencia y disfrute de la cultura cristiana. Los cristianos a lo largo de toda su historia, exceptuando algunos episodios muy concretos, han sido enormemente tolerantes.

El liberalismo, por otro lado, está unido a la nación moderna. Las naciones no son patrimonio de nadie, ni son propiedad del liberalismo, ni los estados son frutos del liberalismo. En la época a la que se refiere Rafael, desde el diario Madrid, Calvo Serer y yo perseguíamos despertar un poco el interés de la gente. Era sorprendente la cantidad de personas que al cabo del tiempo participaron en aquel proyecto y lo tuvieron en alta estima. Sin la experiencia del Madrid no hubiera existido Nueva Revista. Y tampoco sin que el Ministerio de Educación, antes de que llegaran los buenos ministros [mirando a Pilar del Castillo], acordara que los catedráticos, en vez de jubilarse a los setenta años, se jubilaran a los sesenta y cinco. Algo había que hacer, y pensé en hacer una revista como había hecho anteriormente Nuestro Tiempo o Arbor.

Después de tantos años dedicados a estas iniciativas supongo que tengo algunos enemigos, no sé quiénes son, yo no les doy ese nombre nunca. Pero si de algo estoy seguro es de que estoy rodeado de amigos. Quizá no es mucha gente la que puede decir eso. Tengo la suerte de tener amigos en la universidad, en la prensa, en la revista, en la política, y estoy muy agradecido a todos ellos. Quizá es fruto de haber procurado no ser egoísta. En la política, Arturo fue testigo de la acogida primera de los jóvenes con Joaquín Garrigues. Se labraron amistades que no se perderían nunca. Es importante
que alguien ejerza esa función social de identificar a gente válida para desempeñar tareas políticas con un espíritu bien definido de servicio público.

Otra cuestión clave es la presencia de España en el mundo. Algo que siempre nos ha diferenciado a los liberales, o por lo menos a mí, de los democristianos, es que ellos tienden a ser europeístas y creen en una Europa como nación: la Federación Europea, las confederaciones europeas. Por el contrario, nosotros somos más bien partidarios de la nación. La nación es la historia. La Europa de los reinos es la Europa de las naciones. Puede haber efectivamente todas las uniones técnicas, políticas, económicas como sean posibles, pero sin dejar de ser cada uno quien es.

SUCRE ALCALÁ En primer lugar quiero felicitarle una vez más por sus 85 años y por el título que le ha concedido el Rey, que pienso es bien merecido. Con usted he aprendido mucho en todos los terrenos, en el profesional y en el personal por su amistad, y si una cosa recuerdo de cuando trabajé en Nueva Revista es de una frase que usted me dijo y que tengo grabada: «Lo importante es que esto dure». Y efectivamente ha conseguido que sea así con una gran coherencia, porque a pesar del cambio de equipos, han pervivido unas líneas maestras que han hecho que a lo largo de estos años el contenido del primer editorial siga vigente.

Existe una preocupación constante hoy en España que aflora pasado un tiempo de la transición y una vez agasajados todos los actores que participaron en ella. Se trata de lo que algunas personas han denominado la deslealtad de los nacionalismos y que parece llevar irrevocablemente a la demolición de España como nación. Se rompe la unidad de mercado, el Tribunal Constitucional todavía no se ha pronunciado sobre el Estatuto de Cataluña que incluye una cláusula que rompe lo que se llama la soberanía nacional, y cuya sentencia determinará el resto. ¿Por qué? Parece que los actuales gobernantes piensan ya que es inevitable ir hacia una especie de confederación asimétrica. Se rompe el mercado con la crisis en pleno curso, se rompe la caja única de la Seguridad Social, se habla de una memoria histórica interesada, etc…

A Zapatero se le ha metido en la cabeza el libro de Anselmo Carretero de la nación de naciones, concepto del que también hablan Jover y Seco Serrano. Tuve una discusión a propósito de una crítica que hice en el Nuevo Diario al libro de Madariaga, La memoria de un federalista, un libro colosal. Entonces, un asesor del ministro de Trabajo, un poco enojado, me decía que tenía un concepto de nación jacobino, que concebía a la nación como el Estado. Pero nosotros lo que reivindicamos en realidad es la nación cultural. Algo que no tiene origen en la Segunda República por mucho que algunos se empeñen sino en la Primera, en la época de Richelieu, y luego en la Guerra de Sucesión Española, etc.

Obviamente, la aplicación en la práctica de esta idea muchas veces no ha sido posible, por dejación de las autoridades centrales, por el debilitamiento del castellano, la transferencia de competencias exclusivas del Estado y otra serie de condicionantes. Y la cuestión es qué se puede hacer para impedir que esto prosiga.

PILAR DEL CASTILLO Lo importante, como ha dicho don Antonio, es mirar hacia el futuro. Al fin y al cabo, hoy nos encontramos en una situación en la que España como nación, como conjunto de personas que en convivencia intentan salir adelante en la vida —que es lo que significa vivir en una sociedad articulada—, está sufriendo una serie de problemas, porque ir de la mano no es fácil y estamos tendiendo a salir cada uno por su lado como puede, y esto en muchos aspectos tiene unas consecuencias graves. Hablábamos por ejemplo del tema del mercado. Una empresa española que quiere instalarse en España tiene que pasar por diecisiete administraciones y esto conlleva un coste adicional, los recursos económicos y humanos son tremendos. Esa fragmentación del mercado es un modo de dificultar el que salgamos adelante juntos. Y como ese ejemplo hay otros muchos. Si uno se quiere mover geográficamente para trabajar o se quiere cambiar de empresa hay determinadas comunidades a las que no puede ir por las dificultades con el idioma, por los problemas de integración de los hijos en el colegio, etc.

Nos encontramos en una situación en la que hay dos Españas, pero que nada tienen que ver con las dos viejas Españas de las que siempre se ha hablado. Son otras dos Españas que el desarrollo de nuestro sistema político ha generado. Una España imaginaria y una España real. La primera es, a mi modo de ver, más simple porque es una España unidireccional, es la España de aquellas élites políticas que solamente han buscado en este sistema una fórmula para alcanzar la mayor cuota posible de poder y de intervención, al margen de la auténtica realidad de España. Estas élites políticas conciben todo desde el punto de vista de su interés, y todo lo convierten en problema, en la medida en que no se ajuste o responda a sus exigencias. Esa es la España imaginaria, aquella en la que una multiplicidad de asuntos que no son problema para la España real, se convierten artificialmente en problemas para el conjunto de España, como el de la amenaza que se cierne sobre las lenguas, la identidad regional o autonómica y tantas otras cuestiones ficticias.

La España real, al contrario, es la que está compuesta por distintas visiones de las cosas, distintos problemas, por ejemplo, la gente que trabaja en el mundo empresarial o en el ámbito educativo, etc. que forman conjuntos de visiones y de realidades que no tienen un interés tan unidireccional como el la España imaginaria. A mi modo de ver, esas dos son las Españas que existen hoy, la imaginaria de buena parte de la clase política y la real de la mayoría de los españoles.

En ese sentido, don Antonio, y pensando en el futuro, me gustaría que nos dijera cómo se puede romper esa situación en favor de la España real, y por tanto en favor de que podamos andar juntos apoyándonos unos a otros. Nos encontramos en una encrucijada cuya solución se antoja compleja. ¿Cómo se podría avanzar en ese sentido?

ANTONIO FONTAN La solución está en los partidos nacionales. Algo que estuvo a punto de lograrse con la UCD y el PSOE. Con la desaparición de UCD y la creación del PP se encresparon un poco las cosas. Los partidos nacionales son los que aseguran la continuidad del Reino Unido, también están los liberales, pero sobre todo son los dos partidos nacionales los que pueden formar gobierno. Ocurre lo mismo en Alemania, en Suecia y se está intentando y a punto de lograr en Francia. Hay que exigir a los líderes de los grandes partidos que tengan el espíritu de sacrificio necesario para dejar claro que hay cosas que tienen que hacer de mutuo acuerdo.

En la mayoría de los casos, las personas que conforman el Partido Socialista no tienen a dónde ir, más que al poder o a la oposición. Lo malo (depende claro de cómo se mire) de los partidos que no son socialistas, como le ocurre al Partido Popular, es que sus componentes sí tienen a dónde ir laboralmente hablando. Como decía José Pedro Pérez Llorca cuando dejábamos el Gobierno de UCD, «nosotros, Antonio, tenemos la misma casa que antes de ser ministros, tenemos el mismo coche, veraneamos en los mismos sitios y comemos en los mismos restaurantes». A veces, inyectar el patriotismo en los socialistas es tan difícil como inyectar el liberalismo en los populares.

ÁLVARO LUCAS Don Antonio, yo, de momento, he sido el último en llegar. Me brindó la oportunidad de hacerme cargo de la revista en el año 2005, con 29 años. Siempre he pensado en ello como una demostración de que usted no pierde ocasión para animar a los más jóvenes a que tomemos responsabilidades y una señal inevitable de su capacidad de enseñar al que no sabe. Quiero agradecerle que me permita entrar en su despacho sin ninguna formalidad para comentarle cualquier asunto, interrupciones que en ocasiones han dado pie a largas e interesantes conversaciones que, como periodista, siempre me arrepiento de no grabar. A lo largo de estos más de tres años, he tenido la suerte de poder observar desde la revista a todas las personas que han pasado por ella inmersos en sus diferentes actividades profesionales, pero, como han señalado Pilar y Nazareth, demostrando siempre una gran lealtad entre ellos y hacia unos principios. También es un orgullo para mí.

EUGENIO FONTÁN Toda su trayectoria personal, política, académica, periodística, tiene un telón de fondo que es España. Un hilo conductor de toda su vida, todo su servicio y toda su producción cultural y humanística. Sus orígenes culturales están arraigados en Séneca y en los orígenes culturales de la nación española, y toda su acción política ha tenido ese destino y esa vocación de servicio por España.

Con ese telón de fondo mi pregunta es la siguiente. Hay un conflicto de dos fuerzas: una fuerza cuya pretensión parece ser la de crear desorden, desmontar todo lo que de alguna manera hemos creído que éramos siempre y que usted mismo encarna. Los valores de la nación, de la familia, de la cultura, de la entrega, del sacrificio, del esfuerzo y también, por qué no decirlo, de la proyección española de la cultura, de la lengua, etc. Por un lado existe esa fuerza enorme, que trata de desmontar todo eso en busca de no sé qué otros valores, muchas veces quizá minoritarios pero que ahora se ponen a la misma altura de lo que en principio creíamos que eran nuestras raíces y fundamentos. Y por otro lado está el entorno en que nos movemos, que se ha convertido en una cultura general. No me atrevo a decir que suponga una tendencia política, pero sí se ve que es una tendencia global, una tendencia a valorar el dinero por encima de todo, esos parámetros asociados a la secularización, a la falta de compromiso, a la búsqueda del placer, a la búsqueda de la identidad por encima de todo, al igualitarismo de cualquier tipo de derecho o valor.

En esos dos tipos de conflictos, me atrevería a preguntarle y a pedirle que nos diera algún consejo, desde la altura de estar un poco despegado de esa situación, e incluso formulo esta pregunta como una solicitud: ¿Qué consejo le daría a las nuevas generaciones para afrontar esta situación?

ANTONIO FONTÁN Del mismo modo que veo que la solución del problema de Estado está en los partidos nacionales, esa síntesis, acuerdo o tolerancia entre una y otra España, etc., la manera de afrontar la situación de la que habla Eugenio depende en gran parte de que los medios de comunicación, que ahora mismo son pura anarquía, sepan asumir su verdadera responsabilidad como agentes colaboradores en el funcionamiento de una sociedad verdaderamente libre.

En este momento hay una crisis del periodismo en todo el mundo. Pero de todas maneras lo que hacen ABC, La vanguardia o El País es algo que tiene una gran trascendencia sobre sus públicos. Si se pudiera de alguna manera proyectar un conjunto de valores comunes al margen de las ideologías de cada uno, quizá podría ser más fácil que las nuevas generaciones puedan afrontar mejor preparados el futuro.

El otro gran pilar sin duda lo conforma la escuela, la educación, llamando escuela al periodo que abarca desde la escolarización hasta la universidad. Me produce gran satisfacción, por ejemplo, que a los dos presidentes de las Cámaras del Parlamento Constituyente nos inviten a ser doctores honoris causa, conjuntamente en la Universidad de Alcalá de Henares, encabezada por un antiguo ministro socialista y por la Universidad Rey Juan Carlos, cuyo rector, Pedro González Trevijano, es un intelectual liberal de la derecha.

Alguien dijo que la historia de España desde el siglo XIX es la historia de las amnistías, aunque existe una franja social formada por algunos de los actuales dirigentes políticos, incluido el actual presidente del Gobierno, que no parecen estar dispuestos a dar ninguna tregua.

Había muchos temas importantes sobre los que don Antonio podría haber seguido hablando, pero el tiempo se nos echaba encima y, consciente de que aquella visita sería irrepetible, prefería terminarla al pie de la ermita de San Benito, edificación del siglo XIV que él mismo ha restaurado. Bajo los arcos de aquel templo conversamos y aprovechamos para hacer algunas fotografías, pero la tarde avanzaba y llegó pronto la hora de marcharnos. Uno a uno nos fuimos despidiendo de don Antonio para subir a la furgoneta que nos llevaría de vuelta a Sevilla para de allí coger de nuevo el tren que nos dejaría a medianoche en Madrid.

Con motivo del título de Marqués de Guadalcanal concedido por Su Majestad el Rey Juan Carlos a Antonio Fontán aparecieron en prensa múltiples artículos y columnas haciéndose eco de la noticia. Entre todas ellas, Nueva Revista ha seleccionado para este número una publicada en la edición sevillana de ABC (15-7-2008) escrita por el periodista Antonio Burgos, antiguo colaborador del diario Madrid.

La Guadalcanal del Marqués

Su hermano Manolo, el boticario de la Plaza de San Francisco, el que estaba casado con una Meana, sí veraneaba en Guadalcanal. Pero ni Antonio Fontán ni su otro hermano, Eugenio, aparecían en todo el verano por el pueblo que fue el paraíso de mi niñez y adolescencia. Eugenio Fontán estaba en Madrid, en lo suyo de la Sociedad Española de Radiodifusión. Antonio, en lo que entonces andaban muchos numerarios del Opus: en el Estudio General de Navarra, en la revista Nuestro Tiempo, en su cátedra de universidad, en sus viajes a Estoril como miembro del Consejo Privado de Don Juan. Y si alguno de estos dos Fontanes iba por la sierra, no aparecían por el pueblo. Iban directamente a alguna heredad del término de Alanís. O a Villa Susana, la envidiable finca de la estribación de la sierra del Agua, por donde el tren correo de Mérida se metía en el túnel de Hamapega, con una casa de alberca al pie del silencio virgiliano de una higuera o un nogal hecha como a la medida de una película de Saura

Es una pena que Antonio Fontán no fuera a la Feria de Guadalcanal. Claro, como era del Opus y en la Feria se bailaba el agarrao en la Caseta de Arriba, en la Caseta de Abajo y en El Cebollino, que era la lucha de clases con lonas, cortinas, ambigú y una orquesta con vocalista de hombro desnudo a lo Gilda que el último día tocaba sin parar hasta la hora de coger el ómnibus de Llerena… Es una pena que no fuera, porque me hubiera dado hecho el arranque de este artículo. A la feria septembrina de Guadalcanal, preludio ganadero de Zafra, iba mucha gitanería, encabezada por el rey de los calés, el legendario Celedonio de Azuaga, quien llegaba cada 3 de septiembre a la posada con la carga de su caballería ligera por vender, preciosa, con unos potros y muletos absolutamente enternecedores, corriendo junto a sus madres, cencerros y esquilas sonando sobre los empedrados. De haber estado allí Antonio Fontán con su hermano Manolo, redonditas gafas de sol, chaqueta de mil rayas, naturalmente que corbata, tomando Tío Mateo y cochinillo con Juan Rivero Cerrato y con Joaquín Yanes, con Daniel Herce y con Pedro Porras, seguro que una gitana extremeña súbdita de Celedonio le habría dicho: «Anda, déjame que te eche la buenaventura, que tienes planta de marqués».

Usurpo la mendicidad de la gitana de la Feria de Guadalcanal para no caer en la mendacidad: Antonio Fontán siempre tuvo planta de marqués. Sonrisa de distanciamiento en su retranca serrana, señorío, convicción en sus ideas, firmeza en la defensa de sus principios. Marqués de las libertades, siempre quiso para España la Monarquía Parlamentaria y la Constitución. Como su corresponsal en Sevilla, lo tuve como director en el diario Madrid y puedo dar fe de cómo se batió el cobre frente a la dictadura, por la democracia. Restaurada la Monarquía, se presentó a senador por Sevilla con la UCD. Me mandó entonces un tarjetón autógrafo que conservo. Decía: «Si para salir me falta un voto, sé que no será el tuyo». Naturalmente que lo voté. Como ahora mando que en loor y gloria del Marqués de Guadalcanal repique la campana de la ermita de San Benito, que él salvó de la Desamortización de Bueno Monreal, que en la sierra fue mucho peor que la de Mendizábal.

A Antonio Fontán, que me hizo soñar en las libertades cuando no las había, lo ha creado el Rey como Marqués de Guadalcanal. Sueño por sueño, sé, por tanto, mejor que nadie de qué estados es ya marqués, con toda justicia. Antonio Fontán es marqués del frescor de los árboles del Palacio, marqués del lunar en la cara de la Virgen de Guaditoca, marqués de la Sierra del Agua y de la Sierra del Viento, marqués del oloroso pan de la maquila, marqués de los serones de primera aceituna manzanilla, marqués de la torre-fachada de Santa Ana, marqués del Amarrao y de Nuestro Padre Jesús, marqués de la Cruz del Puerto y del Humilladero del Cristo, marqués de La Zarza y del Charquito de las Pulgas, marqués de las estrellas que hacían de techo en el Cine de Arriba, marqués de las perrunillas, marqués del Coche de Carmelo, marqués de la batalla de la Guerra del Pacifico, marqués de los versos de Andrés Mirón. Marqués del paraíso de mi niñez y adolescencia. ¡Chacho, chacho, me cago en la Orden Cana, que en Guadalcanal ya hay hasta marqués! Don Adelardo López de Ayala en la piedra de su monumento y Pedro Ortega Valencia en el mármol de su lápida ya no estarán tan solos en la plaza cuando el reloj dé las campanadas de la nostalgia en punto.