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Cuando se escriben estas líneas, en la tarde del domingo 4 de noviembre, apuntan ya entre las nieblas del horizonte unas primeras señales de que pronto dará comienzo una nueva fase de las operaciones militares que llevarían a cabo las fuerzas norteamericanas y sus aliados británicos en territorio de Afganistán. Con ello los ingleses confirmarían la activa solidaridad con los Estados Unidos de la que están haciendo gala desde el primer día del actual conflicto.


Pero no están solos. Cuentan con el apoyo político, y en ocasiones técnico, de los otros miembros de la coalición internacional contra el terrorismo, que se ha constituido después de los terribles atentados de Nueva York y Washington, con la participación de numerosos países árabes y con la anuencia de la Unión Europea y de Naciones Unidas.


En el mismo mes de septiembre el Consejo de Seguridad aprobó por unanimidad su resolución 1.373, que proclama el derecho a la propia defensa individual y colectiva, y la necesidad de combatir las amenazas a la paz mundial por todos los medios, en consonancia con la Carta de las Naciones Unidas.


Las acciones terroristas del martes 11 de septiembre en Nueva York y Washington son más graves y de mayor trascendencia que cualquiera de las criminales violencias de raíz política que no dejan de ocurrir de vez en cuando en la sociedad contemporánea. Todos los terrorismos, en efecto, son igualmente condenables y han de ser combatidos y desarraigados por los Gobiernos con todos los medios legales a su alcance, como reconocen ya un número cada día más elevado de Estados. Pero los que tuvieron por escenario las capitales económica y política de la primera potencia del mundo pueden con verdad ser calificados de históricos.


Es más que probable que el 11 de septiembre de este principio de siglo y de milenio quede inscrito en los anales de la Humanidad como una de las fechas que marcan un cambio, si no de época, al menos de periodo de la historia. Sus consecuencias, por ahora impredecibles, prometen ser comparables a las de algunos de los más notables hitos del pasado, como el derribo del muro de Berlín, la bomba de Hiroshima, e incluso el asalto a la Bastilla, o la toma de Constantinopla por los turcos el 23 de mayo de 1453.


A las mortíferas agresiones de aquel día han respondido los Estados Unidos con una emocionada solidaridad patriótica y humana y una respetable altura moral. No se han planteado acciones de venganza o de castigo, ni una guerra contra el país de los afganos, que está políticamente secuestrado y militarmente ocupado por el brazo armado de la organización terrorista internacional que ha herido el corazón de América y extiende sus amenazas por todo el mundo.


Los atentados de Nueva York y Washington fueron la declaración de guerra a los Estados Unidos y al mundo por parte de una organización internacional terrorista, tan eficaz como inaprehensible, que se presenta como la gran vengadora de presuntos agravios a un islam al que nadie en Occidente ha agredido en más de cinco siglos. Los Estados islámicos no sólo no se sienten representados por esos terroristas, sino que en su mayor parte se han asociado, de una u otra manera, más de cerca o más de lejos, a la coalición internacional.


El dominio político y militar de un régimen como el que impera en Afganistán no se viene abajo por unas semanas de ataques aéreos, que lejos de ser indiscriminados parecen estar concentrándose en objetivos estratégicos o militares, aunque en ciertas ocasiones causen víctimas civiles y destrucciones irreparables en localidades habitadas por personal no combatiente. Pero las informaciones que se poseen, tanto las americanas como las que proceden de fuentes talibanas, no permiten por ahora comparar esos daños con los de los grandes bombardeos de la Segunda Guerra Mundial en suelo europeo: Londres, Coventry, Dresden, Berlín, etc. ¡Tan lamentables como aquellos, pero con muchísimos menos muertos y heridos ajenos a las armas!


Los terroristas de septiembre querían turbar la vida americana y quebrantar su economía. Como comentaba algún periódico británico, ese objetivo, en cierto modo, lo han conseguido. Pero una acción tan atroz ha dado lugar a una coalición y a unos acuerdos globales de muchos Estados frente al terrorismo, que pueden desmantelar no sólo la Al-Qaeda de Bin Laden, sino unas docenas más de organizaciones terroristas, como la ETA de España, que serán perseguidas policial, jurídica y económicamente en todos los países importantes del planeta.


Por otro lado, el forzoso acercamiento entre América y Rusia que las amenazas exteriores han impuesto puede llegar a ser un paso adelante en el entendimiento entre las dos potencias que, hasta hace poco más de diez años, vivían en el helador clima de la Guerra Fría. Incluso dejaría de ser imposible una tregua de verdad en el sagrado suelo que los cristianos llamamos la Tierra Santa, que no es sólo cosa de dos -árabes y judíos- porque los cristianos también son de allí y allí tienen sus raíces.


Pero todo eso requiere que las naciones poderosas y avanzadas de este mundo cobren conciencia de la globalidad de los problemas y de la necesidad de enfrentarse con ellos con talento y generosidad. Y que los países ricos ayuden a remediar la indigencia de los que poseen economías menos favorecidas o se hallan en condiciones de miseria. Aunque sólo fuera por el muy interesado egoísmo de tener mercados, o por el más noble de vivir en paz.

Fundador de Nueva Revista