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El día que conocí a Antonio Fontán fue también uno de esos días lluviosos de noviembre, hace ya cuatro años. Un amigo me llamó para decirme que don Antonio buscaba un director para Nueva Revista y me decidí a llamarle. Me recibió en un piso de la calle Fleming que más que un despacho parecía una tienda de libros usados —estuve hace poco y no ha cambiado nada, los libros existen para leerlos y trabajarlos—. Sentados en un par de sillones orejeros pasamos dos tardes enteras hablando de la revista, de sus principios, de su interminable abanico de colaboradores y de sus entonces ya más de cien números que veía aparecer en las manos de don Antonio como si fuera un prestidigitador sin saber muy bien de qué montón de libros, detrás de qué fotografía o de qué estantería los sacaba.
Así fue cómo conocí personalmente a don Antonio y cómo, de un modo que todavía no me explico, decidió incorporarme a su ya maduro proyecto que era Nueva Revista —la publicación tenía dieciséis años—. Contaba yo en mis alforjas con mis estudios en periodismo y publicidad, algunos años dedicados a la comunicación, la creación de un pequeño foro de opinión (el COP) y, eso sí, una ilusión tremenda por trabajar cerca de una persona que destilaba sabiduría en cada palabra que pronunciaba.
Como digo, aquello ocurrió hace cuatro años y en estos días Nueva Revista, «la revista de Fontán», celebra su vigésimo aniversario. Veinte años en los que don Antonio, junto con un numeroso grupo de valiosas personas, ha mantenido encendida una pequeña llama de cordura y moderación liberal en un momento clave del desarrollo democrático de España.
Nueva Revista ha sido siempre una corriente de pensamiento, un estilo de hacer y entender las cosas, un espíritu en definitiva que se extiende a través de todas las personas que han participado y colaborado en sus páginas y su entorno.
 Que Fontán es mucho más de lo que representa Nueva Revista es algo de lo que no cabe ninguna duda, pero sí me atreveré a afirmar que, pasado el tiempo de estar en primera línea, ha sido a través de esta publicación donde ha conseguido mantener unidas las esencias de todo aquello que le ha hecho grande y donde, más que en ninguna otra ocasión, ha logrado transmitir sus convicciones. Gracias a ello, Nueva Revista ha sido siempre, desde el principio —lo he bebido de las fuentes— más que una mera publicación, una corriente de pensamiento, un estilo de hacer y entender las cosas, un espíritu en definitiva que se extiende a través de todas las personas que han participado y colaborado en sus páginas y su entorno.
Se podría decir que todos nosotros hemos contraído una deuda importante con Fontán, pero nos equivocaríamos al escoger esa palabra, porque lo que de verdad ha logrado con su ejemplo y sus enseñanzas es trasladarnos su compromiso para que lo hagamos nuestro. Un compromiso con la libertad, un compromiso con nuestro país y nuestra sociedad, un compromiso con la cultura y nuestras raíces cristianas. No estamos viviendo un buen momento, desde luego, y se podría decir que la participación en la vida pública de todo aquel que enarbolara estos principios tendría los días contados. Puede ser que sí, pero a fuerza de no desistir es posible invertir la situación.
Hace unos meses, el propio Fontán me regaló una cita de Séneca correspondiente a las Epístolas a Lucilio y la conservé con la idea de poder utilizarla en el futuro en alguna fecha importante. Pues bien creo que este vigésimo aniversario de Nueva Revista es merecedor de ella porque en cierta manera Fontán ha sido, es y será nuestro Séneca y nosotros sus Lucilios:
«Mira bien cómo recibes que yo tenga el siguiente deseo para ti. Lo he formulado con grandeza de ánimo no simplemente de buen ánimo. Ni los dioses ni las diosas harán que la fortuna te lleve en palmitas. Pregúntate a ti mismo si un dios te diera el poder vivir en un mercado o en un campamento militar. Querido Lucilio, la vida es milicia.
Así los que andan en plena actividad, de un sitio para otro y van arriba y abajo por lo trabajoso y lo arduo, y hacen frente a las misiones más peligrosas, esos son los varones esforzados, los héroes del campamento. Y esos otros a los que una vergonzosa pasividad les hace vivir blandamente son unas gallinas mojadas cuya seguridad es causa de deshonor».
Pues bien, escojamos nuestro camino, pero allá donde estemos procuremos mantener la llama encendida y el compromiso adquirido.
Veinte años ya.
Periodista. Director de Nueva Revista entre 2006 y 2009