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LA TRASTIENDA

En España, la primera tertulia de actualidad política en la radio nació en la Cadena ser hace treinta y dos años. Fernando Ónega, director de informativos de la SER, y Javier G. Ferrari, responsable por entonces del programa Hora 25, idearon un complemento informativo al que bautizaron como La Trastienda, cabecera que sugería información reservada para contar al margen de la actualidad sintetizada en titulares, esto es, fuera del escaparate y del cuerpo de noticias de Hora 25.

La Trastienda complementa la actualidad ofrecida en Hora 25 con una información diferente y adornada con un halo de primicia y exclusividad. En ese momento se publicaban algunos confidenciales de circulación restringida a los que se accedía por abono. Uno de esos confidenciales era el titulado Off the record y Fernando Ónega formaba parte de su equipo fundador, lo que seguramente le llevó a pensar en la posibilidad de hacer un programa de radio con los mismos contenidos de un confidencial, es decir, información política, económica, social e institucional que por su naturaleza reservada solamente se sustentaba en fuentes de cierta confianza y que se ofrecía como un valor añadido a lo consabido de la actualidad.

Con estos ingredientes, La Trastienda, como colofón del programa, se convierte en su media hora de duración a partir de la medianoche en un atractivo polo de interés radiofónico para las llamadas élites políticas y económicas, y va a diario sumando oyentes de forma transversal. Ha resultado un programa de radio informativa, entretenido.

En el programa no hay debate, solo información, noticias contadas de otra manera, más natural y directa, sin afectación, en un tono distendido y amable. Enseguida se traslada al oyente la impresión de que en La Trastienda se podía escuchar lo que otros medios y programas desconocían o callaban por sus condicionantes políticos y económicos. Esa muestra de libre expresión e independencia iría más allá de los límites de la información que servían los periódicos, RNE y TVE (a la sazón, no había otras cadenas de radio y televisión que no fueran las públicas), lo que chocó de entrada con los intereses periodísticos y políticos del grupo que se hizo con el control de la Cadena SER, como después recordaré.

La fórmula, más adelante, fue complementándose también con comentarios y opiniones de los periodistas del programa, dando lugar a un incipiente debate: se sirve actualidad, comentada por periodistas que no solo aportaban su información, sino también su opinión sobre los temas del día.

Luis del Olmo advierte el creciente éxito de la fórmula e importa a la mañana el ya modelo de tertulia política nocturna, introduciéndolo en Protagonistas, que fue la primera tertulia matinal en la radio y que se convirtió definitivamente en un género radiofónico imprescindible en todas las cadenas.

Hoy, en efecto, todas las cadenas radiofónicas nacionales comparten la misma fórmula de información y debate, matinal y nocturno, con programas como el de Carlos Herrera en COPE, Pepa Bueno en la SER, Carlos Alsina en Onda Cero, Alfredo Menéndez en RNE o Federico Jiménez Losantos en Es Radio, junto a las restantes cadenas de coberturas autonómica o local, además de los programas nocturnos, Hora 25, La Linterna, La Brújula, La Noche de RNE, etc.

En sus comienzos, la tertulia de actualidad como género periodístico radiofónico, antes lo avancé, se enfrentó a las reservas e incluso rechazo de una parte de la prensa escrita cuyos gestores creyeron que tenían en exclusiva y en propiedad el libre ejercicio de la opinión. No concebían, desde una presunta ortodoxia del periodismo, que otro medio, que no fuera el escrito, mediante sus comentarios editoriales, artículos de opinión y columnas firmadas, difundiera comentarios y opiniones sobre los temas de actualidad. La exclusiva de la opinión y el análisis quedaría, pues, circunscrita a las páginas escritas de periódicos y semanarios. El hecho de que saltara a los programas de radio fue recibida por algunos de esos medios periodísticos, singularmente El País, como una suerte de aberración informativa incompatible con el ejercicio de una buena praxis periodística.

Prueba de ello es que, tras hacerse con el control de la ser la editora prisa, empresa de El País, suprimió de la programación La Trastienda. Después, al comprobarse la creciente audiencia y la consiguiente influencia social y política que la tertulia tenía en la competencia, la ser también apostó por el género, mañana y noche.

Se empieza a admitir que no hay diferencias de fondo entre el comentario escrito y el hablado.

Ahora nadie cuestiona que los periodistas ofrezcamos en formato de vídeo-comentarios nuestras opiniones en las ediciones online de las publicaciones. Por el contrario, cada vez son más los periodistas que utilizan esta forma de comunicar y de expresar su opinión ante el declive de la prensa escrita. Los mismos periodistas, economistas, médicos, ingenieros, juristas, politólogos, sociólogos, etc., que antes solo vertían sus comentarios en páginas de periódicos y revistas cabalgan ahora a lomos de las nuevas tecnologías que posibilitan ese formato con eficacia y absoluta normalidad.

Bien es cierto que en el rechazo de prisa, tras su entrada en la ser, a una radio con tertulias de opinión, también estuvo abonado por causas políticas, los derroteros críticos de Hora 25 y La Trastienda hacia el gobierno de Felipe González. La ser había sido, hasta ese cambio accionarial de la propiedad, una cadena de radio editorialmente centrada, con muy buenas relaciones con las fuerzas políticas y sindicales y un extraordinario grado de aceptación de todo el arco parlamentario a izquierda y derecha, excepción hecha de algunas reticencias de la Alianza Popular de Fraga. El control de la ser por parte de Prisa se tradujo en un cierto alineamiento con el psoe y un trato de favor recíproco que, con el tiempo, se evidenció con la adjudicación a la cadena de nuevas licencias de frecuencia de emisoras de radio y, más tarde, con el denominado antenicidio, la absorción por parte de la ser de las emisoras de Antena Tres Radio.

Fue un tiempo de confrontación entre medios que se endureció con el agravio que suponía para las demás cadenas de radio que la ser se llevara la parte del león en el reparto de las nuevas emisoras adjudicadas por las administraciones gobernadas por el psoe, cada vez que se abría y cerraba un concurso de nuevas licencias. Las cadenas que se sintieron perjudicadas utilizaron sus tertulias para arremeter contra el PSOE donde gobernaba, mientras la ser se erigía en muro de contención y defensa de sus políticas.

Pero si prescindimos de escaramuzas políticas, el hecho es que la tertulia política en la radio se convirtió durante estos años en género imprescindible de las parrillas de programación y pasó a ser un referente de los programas de actualidad, matinales, vespertinos y nocturnos. Más tarde, también de los programas deportivos.

Creo que la razón primera del éxito del hallazgo se encuentra en la primacía que el nuevo género otorga al hecho de la comunicación oral, esencia misma del medio. La radio seguirá evolucionando tecnológicamente, pero siempre reclamará la presencia insustituible de los comunicadores, locutores, periodistas, que tienen en el micrófono una suerte de cordón umbilical que les une a los oyentes.

Una tertulia de mujeres y hombres relacionados profesionalmente con los medios y con facilidad para llegar a los oyentes, gracias a sus dotes espontáneas de buenos comunicadores que cuentan las cosas con sencillez, naturalidad, honestidad y, de vez en cuando, sentido del humor, suele ser un acierto, un programa de éxito. Ahora, las tertulias forman parte de una radio coral, apoyada en las voces de distintos colaboradores que acompañan en el estudio de forma permanente al director-presentador. Y no hay grandes programas que no incluyan una tertulia de opinión y debate. Hasta los deportivos, una vez desaparecido el modelo del presentador-monologuista con el que triunfó José María García, han apostado por la radio coral que cuenta con la participación de voces diferentes de periodistas y técnicos del deporte, que debaten sobre la actualidad de su objeto.

LA TERTULIA EN TELEVISIÓN

Hasta 2005 la tertulia política diaria, mañana, tarde o noche, en los medios audiovisuales se había limitado a la radio. En televisión solo estaba presente en los programas informativos matinales de TVE, Telecinco, Antena 3 y las televisiones autonómicas.

Antes de la aparición de El Gato al Agua en Intereconomía TV en octubre de 2005 no existía en televisión un programa nocturno diario de lunes a viernes, en prime time, de debate y análisis de la actualidad política y económica del día. En efecto, salvo error, El Gato al Agua es el primer programa de tertulia política social y económica de la televisión española con estas características.

Interconomía tv tenía pocos recursos económicos y emitía en un canal de pago por visión dentro de la plataforma Vía Digital y Canal Satélite Digital y en un sistema de televisión cerrado a la gran audiencia. No es de extrañar que el día que empezamos, nada más dar las buenas noches, preguntara con ironía: «¿Hay alguien ahí viéndonos?». Dudaba y mucho sobre la atención que pudiéramos despertar en una plataforma donde compartíamos espacio con decenas de canales de cine, deportes y entretenimiento en general.

En Intereconomía había que conseguir programas de muy bajo presupuesto que llenaran la parrilla de la mañana a la noche. Y un programa informativo sustentado por cuatro o cinco colaboradores tertulianos era (y es) económico y, con el tiempo, rentable. Se trataba, pues, de analizar y comentar la actualidad del día con mordiente y abrir el programa a la participación de los espectadores mediante sus votos a favor del tertuliano que merecía llevarse el «Gato al Agua» por el acierto de sus comentarios.

La forma de interactuar con los espectadores mediante los votos enviados al «gatómetro» se complementó con la posibilidad de que esos mismos espectadores vieran sus comentarios y opiniones reflejados en la pantalla durante la emisión del programa y en paralelo a las intervenciones de los invitados. El programa permitía que sus espectadores se implicaran directamente en el contenido, interactuando con sus opiniones y sugerencias.

La fórmula consiguió fidelizar cada día que pasaba a más seguidores a los que llamamos «gatoadictos» y de paso ayudó al presupuesto del programa con los ingresos que dejaban los mensajes, al principio por decenas; después, cientos y, en apenas unos meses, varios miles entre llamadas al gatómetro y envíos de sms a la pantalla.

El programa, a pesar de emitirse en plataformas de pago, fue adquiriendo notoriedad en el ámbito político y su audiencia iba creciendo día a día. Pero su irrupción como programa de referencia de tertulia y debate político diario hasta alcanzar una repercusión mediática y social notable en los últimos años de la segunda legislatura de Zapatero, tuvo lugar con el paso en octubre de 2008 de Intereconomía TV a un canal nacional de TDT y en abierto. Desde luego, el programa tenía más repercusión social y política que audiencia le daba el organismo de medición.

El caso es que tres años después de ponerse en antena, El Gato al Agua había creado un precedente en la televisión y era seguido por varios cientos de miles de gatoadictos que se identificaban con las opiniones y línea editorial del programa. Espectadores que habitualmente se iban a la cama a escuchar los programas informativos de la radio tras consumir un tiempo de televisión lo prolongaron viendo lo que antes solo escuchaban en sus receptores de radio.

La iniciativa se afianza además en un contexto político de crispación. La legislatura de Aznar de entre 2000-2004, con calamidades como el naufragio del Prestige y, sobre todo, la guerra de Iraq reabren las trincheras periodísticas que se cavaron en la última legislatura de Felipe González con las guerras mediáticas antes recordadas, con enfrentamientos entre medios y cruces de acusaciones entre adversarios periodísticos y políticos que pasaban por alto el dicho de que «entre bomberos no se pisa la manguera». Los figurados perros de la prensa se alimentaban con la carne de su especie y además suministraban suficientes raciones como para saciar de paso el hambre de lectores y oyentes perfectamente integrados ideológica y políticamente en las trincheras de sus medios afectos.

La tensión periodística fue creciente durante la última parte de la segunda legislatura de Aznar y se incrementó notablemente con el terrible atentado del 11-M y las elecciones generales del 14-M de 2004, tres días después.

A partir de ese punto de inflexión que marca la matanza terrorista de los trenes y su influencia en el resultado de las urnas del 14-M se inaugura, dentro y fuera de los medios, un tiempo de tensión política y social añadida que se refleja sobre todo en los debates de las tertulias políticas, radiofónica y de televisión, donde se viven momentos de agresividad dialéctica extrema y situaciones de enfrentamientos entre periodistas y también con políticos, enzarzados en discusiones cuya medida sonora arrojará muchos decibelios, lo que, ¿paradójicamente?, da espectáculo y por tanto incrementa las audiencias.

A más bronca y ruido, más audiencia. Una moraleja nada edificante que convierte a algunos de esos debates políticos en una copia de los llamados programas basura. Pero en realidad lo que pasaba en los platós y en los estudios de radio no era sino un reflejo de lo que se vivía en la calle, en charlas de café, en la barra de un bar e incluso dentro de las familias. Es en este contexto cuando, mediada la primera legislatura de Rodríguez Zapatero, arranca El Gato al Agua que inevitablemente también se contagia en algunas ocasiones de esa tensión del momento político.

El programa toma posición claramente frente al gobierno de Zapatero y ahí, creo, radicó su creciente éxito de audiencia. Mientras desde algunos sectores políticos y mediáticos se cuestionaba el papel que estaba haciendo el PP en la oposición y sobre todo la labor de Mariano Rajoy a quien se tildaba de blando, dubitativo, ambiguo o acomplejado, una parte de votantes peperos, importante en números absolutos, encontró en algunos medios, radio y televisión, y en algunos de sus programas de tertulia política y debate, las satisfacciones políticas que no les daba el partido. A los medios y programas críticos con el gobierno de Mariano Rajoy y su partido, se dirigían los espectadores pidiendo más caña, expresión que, sin ir más lejos, tenían que oír con insistencia los colaboradores de El Gato al Agua.

Desde el punto de vista editorial, daba la impresión de llenar un vacío existente en la televisión al apostar claramente por una línea crítica contra el gobierno que en algunos temas daba sobrados motivos para la crítica, solo o en compañía de sus socios más de izquierdas o del nacionalismo excluyente e independentista.

Por otra parte, el PP era entonces la única oposición política a un gobierno que en general no tenía en contra a los medios y menos a la televisión, cuyos informativos no se distinguían por ser especialmente críticos con algunas de sus políticas más controvertidas, como las económicas.

La mezcla de periodistas y personajes directa o indirectamente relacionados con la política, la economía o el derecho fue valorada positivamente por sus espectadores. Los «de fuera» aportaron novedad a un programa que sirvió además de banco de pruebas y trampolín de lanzamiento de algunos políticos que se fajaron ante las cámaras. Pasaron ministros del primer gobierno de Rajoy (José Manuel García Margallo, Miguel Arias Cañete, José Manuel So-ria, José Ignacio Wert), altos cargos de la administración, como Elvira Rodríguez, presidenta de la cnmv durante la primera legislatura de Rajoy, jóvenes políticos desconocidos o poco conocidos para el gran público, que están en la cúpula de su partido, como Pablo Casado, o lideraron el suyo (es el caso de Pedro Sánchez) o siguen al frente de sus formaciones políticas, como Pablo Iglesias y Albert Ribera.

El líder de Podemos tenía muy clara la trascendencia del fenómeno cuando justificó su presencia constante en los programas de tertulia política, incluido El Gato al Agua cuya línea editorial estaba en los antípodas de sus postulados. Decía: «Empezamos a asumir que el terreno audiovisual era lo que configuraba los espacios de socialización política más importantes y que entre ellos destacaban las tertulias políticas como productores de argumentarios. Siempre digo que la gente no milita en los partidos políticos, la gente milita en los medios de comunicación. Una persona es de La Razón o de El País, de la COPE o de la SER». El rédito electoral de esta postura ha sido evidente.

Sé que el hecho de que el programa reuniera en su estudio a periodistas junto a políticos y profesionales de otras disciplinas suscitaba también controversia entre quienes opinaban y opinan que solo los periodistas somos imprescindibles como analistas políticos de la actualidad y quienes tenemos el privilegio de orientar la formación de la opinión pública. Creo, sin embargo, que esta fórmula facilita toda la pluralidad que la línea editorial del medio quiera imprimirle y puede concitar presencias y voces que aporten fuste, diversidad e interés al debate, con tal de evitar, eso sí, la búsqueda obsesiva del espectáculo sin más y, por tanto, la presencia de personajes estrafalarios (los frikis) con el único fin de sumar audiencia a toda costa. Una combativa monja opinando sobre lo divino y lo humano o un presidente autonómico campechano dictando lecciones de economía desde una pizarra pueden resultar ejemplos simpáticos o pintorescos, pero no debería ser el recurso al que echar mano con regularidad para incrementar la audiencia de un programa de debate político.

Al Rojo Vivo, cuyo nombre sugiere sin equívocos cuál es la línea editorial del programa, fue la respuesta editorial que desde la orilla contraria a la de El Gato al Agua buscó la Sexta. Un programa de puesta en escena parecida a la de Intereconomía TV, con un presupuesto infinitamente mayor que le permitía barajar todas las posibilidades periodísticas del medio, con conexiones y enlaces permanentes y con una línea editorial totalmente opuesta, favorable, por tanto, al gobierno de Rodríguez Zapatero. Curiosamente, el programa no adquiere la audiencia y notoriedad que después ha alcanzado hasta la salida de Zapatero de la Moncloa y la llegada de Rajoy a la Presidencia. Desde la llegada del ppal gobierno en 2012, en Las Mañanas de Cuatro y en Al Rojo Vivo se sigue mutatis mutandis, respecto del PP y el gobierno de Rajoy, la misma estrategia crítica que desde El Gato al Agua se ejerció contra Zapatero y el psoe. Y con los mismos buenos resultados en términos de audiencia. Se ve que a este tipo de programas le sienta bien estar en la oposición mediática.

Una apostilla. Mientras en estos programas de Cuatro y la Sexta cuentan, como no debe ser de otra forma, con la presencia habitual de ministros y dirigentes del PP, nacionales y autonómicos, cada vez que se les invita y a pesar de las posiciones editoriales de estos medios, muy críticas contra el PP, en El Gato al Agua e incluso ahora en El Cascabel, sin embargo, no contamos con esa misma receptividad por parte de los dirigentes de los partidos alineados en la izquierda parlamentaria, pese a las insistentes y reiteradas invitaciones que les hacemos. Por consiguiente, sería injusto achacar al medio o al programa que así abre las puertas de su plató una menor diversidad de voces desde el punto de vista político, lo que solo debería atribuirse al sectarismo de quienes se niegan a comparecer en entrevistas y dar su opinión. Personalmente, soy de los que creen observar que algunos políticos de la izquierda se atribuyen una anacrónica legitimidad democrática que no conceden sin reticencia a la derecha.

Algo parecido se da en nuestra profesión periodística cuando se atribuye a los postulados de izquierdas el patrimonio de la honestidad y de la objetividad. Desde ese supuesto se «reparten» carnés de ética periodística a unos, mientras se desprecia y reprocha la labor de otros por ejercer la profesión en medios editorialmente próximos al centro-derecha político. Una tentación que antes se prolongaba y advertía con más insistencia en RTVE.

Me gustaría que nos preguntáramos: ¿acaso son más libres, independientes y honestos los periodistas que trabajaban o trabajan en la radio y televisión pública cuando gobernaba o gobierna el psoeque cuando lo hacía o hace el pp? ¿Acaso eran o son más plurales las tertulias políticas de los medios públicos cuando gobernaba o gobierna la izquierda que cuando lo hace la derecha?

Lo mismo con algunas televisiones autonómicas. Mientras que Canal Sur, eternamente dependiente de los presupuestos de un gobierno socialista, apenas ha sido cuestionada en su quehacer informativo, la extinta Canal Nou y la anterior Telemadrid han sido objeto permanentemente de fuego cruzado por partidistas y afectos al pp. No seré yo quien niegue excesos aquí o allá, pero insto a realizar un balance comparativo. En Canal Sur se llegaron a producir condenas de la Junta Electoral durante alguna campaña por no respetar la neutralidad informativa. Sin embargo, no llegó la sangre al río.

Salimos del excurso. Es obvio que el interés que suscita en los espectadores y la influencia en la opinión pública del género depende mucho del momento y de la situación política del país. A más incertidumbre y expectación, más demanda de información y de opinión y, por tanto, más interés en el seguimiento de estos programas y más audiencia.

En España, políticamente hemos pasado de un estado de expectativa y marejada permanente a otro de calma chicha, donde el Ejecutivo debe aprender que gobernar en minoría significa hacer de la necesidad virtud de manera permanente, pedir perdón sin complejo alguno y adelantarse a comparecer y dar explicaciones en el Parlamento cada vez que la oportunidad lo requiera.

Las tertulias políticas en televisión se han convertido en gran medida en el fiel reflejo de esa situación, lo cual está permitiendo que el debate sea más reflexivo, más sosegado, y sinceramente pienso que los comentarios y opiniones de los invitados también son más honestos.

Es cierto que han bajado un poco las audiencias de las tertulias, en general, por esa falta de pulsión política, pero los programas de opinión y análisis siguen teniendo suficientes espectadores como para garantizar su continuidad, al menos en las televisiones temáticas y de presupuestos muy ajustados que necesitan producciones baratas.

Al igual que en la radio nadie cuestiona ya la continuidad de sus tertulias matinales, vespertinas o nocturnas, en televisión, por ahora, ninguna cadena se plantea cambiar

o suprimir sus tertulias de la mañana, del mediodía o de la noche. Una de las razones de peso, al margen de las audiencias, es, como he dicho, su coste de producción: son baratas. El Cascabel, por ejemplo, tiene un coste diario de unos 3.000 euros, lo cual, comparado con el presupuesto de un capítulo de cualquier programa de entretenimiento o de ficción en prime time nos saca de dudas al respecto. Programas como Master Chef, La que se avecinao Tu cara me suena se mueven en horquillas que van de los 500.000 a 700.000 euros por capítulo.

Pero hay otra razón de peso: los editores saben de la influencia y notoriedad que, a pesar de los pesares, los programas de debate político televisivo, las tertulias, siguen teniendo en la opinión pública, del gobierno y de la oposición.

No sé cuánto de azar y cuánto de necesidad habrá en el surgimiento de esta instancia para la creación de opinión pública que es la tertulia televisiva. Lo que he ofrecido es mi testimonio del nacimiento, crecimiento y avatares del género en la reciente historia de España.

Periodista. Presentador del programa "El Cascabel" (13TV)