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Un fenómeno que no puede pasar inadvertido a ningún observador son los profundos cambios que ha experimentado la sociedad que nos rodea. Una sociedad que se ha hecho más densa, compleja e influyente. Al fin y al cabo, global.

Las grandes cuestiones que deberemos afrontar en el siglo xxi (como la quiebra del equilibrio ecológico de la Tierra, las migraciones humanas a gran escala, el envejecimiento de las sociedades industriales avanzadas, la transformación del concepto de Estado-nación, el movimiento masivo de capitales o las nuevas formas de las guerras de religiones) no pudieron ser ni sospechadas por los sociólogos clásicos.

Una sociedad que se ha hecho más densa, compleja e influyente

Puede darnos la sensación de que presenciamos el final de la historia de la sabiduría, como pudo pasarle a los europeos del Año Mil, porque no se nos ocurre fácilmente por dónde sigue su curso. Porque asistimos a metamorfosis tan profundas, que nuestro presente adopta la incierta expresión de un porvenir. Porque nos ha tocado vivir el punto en el que se bifurcan y oscurecen los caminos de la sociedad prevista y de la sociedad real. Porque experimentamos una honda destemplanza cuando nos sentimos desfasados e incapaces de imaginar la idea siguiente, ineptos para formular algo más en Sociología.

Sin embargo, ese desasosiego será solo momentáneo. La sociedad continúa, y el problema es, y será, si disponemos de los instrumentos teóricos adecuados para afrontar tal continuación.

Algunos sociólogos clásicos lo solventaban todo (explicaban el pasado, justificaban el presente y prevenían el futuro). La relación entre conocimiento y previsión social ha constituido uno de los temas clásicos de las Ciencias Sociales. Tanto Comte como Saint-Simon tenían en mente adelantarse al tiempo para dar una visión del futuro que se avecinaba y «planificar» el progreso, que consideraban necesario, unilateral e irreversible. Estas ideas también estaban presentes en Marx y Spencer. Para el primero no se trataba de una elección voluntarista y de opciones teóricas. El progreso era la culminación del movimiento dialéctico ineludible. Para el segundo, el progreso estaba garantizado por la no intervención del Estado en la evolución de la sociedad, pues se necesitaba la máxima espontaneidad.

Todo eso lo hemos perdido, se ha deshecho. Más grave, hemos comprobado que no siempre acertaban. Las teorías fueron como un par de gafas o como unos anteojos que hacían ver el mundo tal y como resultaba filtrado por sus cristales. Lo que ahora sucede es que, liberados de tales lentes, cuando la tozuda realidad ha desbordado los estrechos cauces de las previsiones teóricas, somos todavía incapaces de reconocer el paisaje. Mantenemos las mismas nociones, las mismas discusiones y el mismo lenguaje que utilizábamos cuando mirábamos a la sociedad desde los postulados de los clásicos, pero el cuadro ya no es el mismo. No es que las Ciencias Sociales hayan acabado, sino que ha variado radicalmente su rumbo, que se ha ido por donde nadie esperaba. Principalmente, es que han cambiado las preguntas y, por eso, suenan anacrónicas y oxidadas las respuestas.

Todo eso lo hemos perdido, se ha deshecho

Si queremos elaborar unas Ciencias Sociales que sirvan al tiempo en que vivimos, necesariamente tendremos que contemplar ese tiempo, utilizar su lenguaje y atender sus preocupaciones. Los antiguos griegos formularon una teoría de la democracia para la ciudad; los filósofos europeos ampliaron el ideal democrático al tamaño de la nación; ahora nos corresponde a nosotros adentrarnos en los retos que supone la sociedad global del siglo XXI.

En este bloque de Sociedad y Sociedades, una serie de científicos sociales de varias generaciones contemplan una realidad que ha resultado ser como es y no como los principios teóricos decían que debía ser.

Catedrático de Sociología. Director Académico de Relaciones Internacionales de UNIR.