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No es poca paradoja: la primera fotografía en color de la prensa española apareció en una revista llamada Blanco y Negro. La instantánea, obra de Fungairiño, muestra a una muchacha campesina con pamela de paja y un rústico ramo de flores. Se imprimió el 11 de febrero de 1912. Muchos libros dicen erróneamente que la primera fue otra estampa del mismo autor, publicada tres meses más tarde, pero nadie discute que el flamante estreno se produjo en la cabecera fundada por Torcuato Luca de Tena y Álvarez-Ossorio.

 

Aquélla no fue la única innovación de Blanco y Negro. Fundada en 1891, la revista popularizó en España el fotograbado, las ilustraciones coloreadas, las portadas limpias y monotemáticas, el papel couché y algo más importante: la mezcla en un mismo ejemplar de temas relajados y asuntos serios. De ahí su nombre, por cierto: “Nuestro periódico, al presentarse con el título que lo hace, se funda en el perpetuo contraste que por todos lados se observa. La risa y el llanto, lo serio y lo festivo, lo formal y lo caricaturesco, lo triste y lo alegre, lo grave y lo baladí, todo ese blanco y negro que nos envuelve desde que nacemos será lo que nuestro semanario refleje”. En suma, una mezcla equilibrada entre actualidad y evasión.

 

Don Torcuato se inspiró en la revista Fliegende Blätter (1845 -1944), que había conocido en Munich, y se volcó en el proyecto con entusiasmo. Fue editor, director, gerente, responsable de la imprenta y hasta asiduo articulista, embozado tras el pseudónimo “Ego sum”. Fichó a grandes ilustradores y pidió la colaboración de los mejores literatos de la época. El producto resultante, una publicación cosmopolita, optimista y de un conservadurismo templado, logró un éxito rotundo. En 1897 era ya, con más de 40.000 ejemplares vendidos de cada número, la revista española de mayor circulación.

 

La feliz experiencia animó a su dueño a sacar a la calle ABC, primero como semanario (1903) y luego como matutino (1905). Poco después incorporó a Blanco y Negro una sección infantil, Gente Menuda, que alojó a los grandes maestros de la historieta. El primer tercio del siglo fue una época de gloria para la empresa editora, Prensa Española. Llegó la guerra; las dos publicaciones fueron incautadas por el Gobierno rojo y Blanco y Negro desapareció durante unos años. En 1957 revivió como semanario independiente, con más contenido político y firmas de primer nivel, y desde 1988 se distribuyó los domingos con ABC. El suplemento fue rebautizado en 2002 como XL Semanal, y aquel cambio de nombre, y hasta de talla, fue bastante simbólico. Murió la cabecera, quién sabe si para siempre, aunque el estilo —culto, inteligible y ameno—se mantiene en ABCD las Artes y las Letras, separata cultural del diario de Vocento.

 

Sin salir de las páginas de la revista se puede hacer una síntesis de las letras españolas de su tiempo: del 98 al 14, del realismo al modernismo, del relato breve al ensayo filosófico. La Pardo Bazán, Rubén Darío, Azorín, Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, Eugenio D´Ors, César González-Ruano, Julio Camba, Jardiel Poncela o Wenceslao Fernández Flórez firmaron en Blanco y Negro.En 1895 publicó Valle-Inclán el relato “Iván el de los osos”, un cuento medio gallego, medio ruso, que parecería de Chejov de no ser por lo selvático de la prosa.El semanario acogió durante unos años las greguerías de otro Ramón, Gómez de la Serna, y en su rotativa nació la traviesa niña Celia, imaginada por Elena Fortún. ¿Dónde ha quedado esa tradición literaria de la prensa española? ¿Quién publica hoy cuentos o poemas a un par de páginas de distancia de la crónica parlamentaria?

 

Pero la gran seña de identidad de la revista no fue el texto, sino la imagen. Las hermosas láminas Art Nouveau de los primeros años se venden hoy —a veces ya enmarcadas—en ferias, rastros y almonedas. En los dibujos tuvieron también cabida el costumbrismo rural, el postimpresionismo à la Toulouse-Lautrec,  el prerrafaelismo y las escenas exóticas de inspiración japonesa. El más insigne de los ilustradores fue quizás Narciso Méndez Bringa, que llegó a dar nombre a un tipo humano de los felices años veinte, las “Mujeres Méndez Bringa”: muchachas elegantes, sofisticadas, con un punto belle époque en el vestir. También pintó señoras bellas Rafael de Penagos, de quien Edgard Neville dijo que “enseñó a las españolas a no ser gordas”. Otros asiduos colaboradores fueron Martínez de León, Viladomat o Sancha, entre muchos otros. Hubo también viñetistas y cómicos como Xaudaró, Ramón Cilla o K-Hito. El legado visual de la revista se conserva hoy en el Museo ABC de Dibujo e Ilustración.

 

Cuando el lector de un viejo Blanco y Negro acabe con los textos y las imágenes, debe fijarse en los anuncios, de una ingenuidad que enternece. En ellos se lee, por ejemplo, que “el mejor, el más espumoso e higiénico de los jabones es el JABÓN HIEL DE VACA marca La Giralda”, o que “Cupido cambia sus armas por la pura y fragante AGUA DE COLONIA AÑEJA, que templa los nervios, refresca y perfuma la piel”, etcétera. Aquella publicidad quintaesencia la España de finales de la Restauración, que miraba con un ojo a las modas parisinas y con otro a las escaramuzas en el Rif.

 

Hay que defender que Blanco y Negro fue mucho más que el hermano mayor de ABC, como hay que defender que Manuel fue mucho más que el hermano mayor de Antonio Machado (acéptese la comparación, un poco forzada, porque ambos escribieron en la revista). En todo caso, ABC heredó los genes de su predecesora. No es casualidad que Vázquez de Mella, desde la discrepancia política y dinástica, reconociera una gran virtud del diario de la grapa: “sin dejar de ser periódico ha hecho una cosa única: una revista diaria”. Y no sólo por el formato folio: ABC fue desde el inicio un periódico más visual, más pausado y más literario que los otros de su época. Más arrevistado, si se quiere. De tal palo, tal astilla.