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LUIS ESCOBAR, EL TALENTO LIBRE DE UN ARTISTA ANÓNIMO

E l interés por bucear en la intrahistoria y las raíces de la fotografía en España conduce de vez en cuando a mostrar recopilaciones tan dignas como la recientísima de Luis Escobar (Villalgordo del Júcar, Albacete 1887 – Albacete 1963). Comisariada por Publio López Mondéjar y exhibida en la actualidad en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, la muestra reúne veinte años de trabajo de López Mondejar. Rastrear las huellas de Luis Escobar ha sido una tarea complicada. López Mondéjar ha seguido las rutas del fotógrafo husmeando en armarios, latas de Cola-Cao y cajas de zapatos para rescatar la obra de «uno de los mejores fotógrafos documentales de la historia». Con el título Luis Escobar, fotógrafo de un pueblo. 1920-1950, la exposición, que viaj ará en otoño a Cuenca y Albacete, recoge el imaginario del «mejor fotógrafo popular de su generación porque fue pueblo él mismo», en palabras de su comisario.

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La exposición quiere reivindicar el valor del oficio y la modestia del fotógrafo de un pueblo, profundo conocedor de los secretos de su trabajo. Con invencible aversión al espacio cerrado del estudio, Escobar encuentra en la calle su medio natural de inspiración. El fotógrafo apostó por el cara a cara con la realidad individual o el registro de un grupo que, política o sociológicamente, iba más allá de lo estrictamente estadístico, o por los oficios ya pasados a mejor vida y de los que sólo queda la memoria en papel argéntico. El suyo es el oficio del fotógrafo anónimo que consigue que hoy la imagen de nuestras gentes y nuestros pueblos de antaño no nos resulte totalmente extraña. Documentalista sin saberlo. Nos deja ver que la verdad es bella, así, verdad sin artificios. Se distanció de la tendencia pictorialista que desarrollaron otros fotógrafos de su tiempo, y plasmó una larga secuencia de la vida española, de un tiempo a caballo entre la República y la Guerra Civil. Uno se acerca a sus obra como al trabajo de alguien que está a eso, a su labor de retratista de familia y a su labor de retratista colectivo y social. La exposición recoge la vida íntima y publica de los austeros pueblos de Cuenca y Albacete, pueblos de La Manchuela con «un estilo —o ausencia de estilo, que todo podría ser— eficaz, elaborado a base de tenacidad, de talento y de destreza, que marcó nítidamente unas fotografías que hoy nos conmueven por su sorprendente pulcritud, su cercanía y su vigor», afirma rotundo Publio López Mondéjar.

Podemos equiparar a Escobar con el gallego Virgilio Vieitez o el madrileño Alfonso, que centró su producción retratando a personajes de fuste como Azaña, Machado o Joselito. El hecho de que no haya gozado hasta ahora de la fama que merece se debe a que «España ha cuidado muy mal su patrimonio artístico». Por esos años trabajaban fotógrafos catalanes de las Sociedades de Excursionistas, quienes tuvieron visión para ir recopilando imágenes de la época (Canals i Tarrats, Soler i Santaló, Có i de Trióla, Vidal i Carreras, Fargas i Bonell, Blasi i Vallespinosa, etc.), y entre sus pretensiones, existe algún retrato de grupo, pero su propósito era más bien plasmar la naturaleza, la fierra catalana. Luis Escobar, que iba de un sitio a otro —durante cuarenta años— en muías de tratantes, andando o en diligencia, sacaba nada más llegar «sus trebejos, pero también su acordeón, porque le gustaba acercarse a las gentes y a sus ferias«.
Dotado de talento para relacionarse con las personas, lo mismo retrataba a vendedores de navajas (Vendedores ambulantes de navajas en la antigua estación de Albacete, 1923) que las prostitutas del pueblo (Señoritas del Alto de la Villa, Albacete, 1928); a unos chavales vendiendo pavos (1926) que a grupos de carnavales en plena guerra civil (1938); a la Agrupación Socialista de Villalgordo del Júcar (1925) que a una Cuestación para la Cruz Roja (1927). Por su objetivo pasaron también autoridades oficiales, primero de la República, después de Falange. En sus imágenes nos vemos todos, y éste es el gran valor de su trabajo. Gentes del pueblo, alcaldes, cómicos, vendedores ambulantes, afiladores y tratantes de ganado son algunos de sus protagonistas. Es fácil imaginar la camaradería y tierna ironía que se gastaba con los protagonistas de sus imágenes, de quienes nos llegan sus gestos, sus miradas, su humanidad.

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Su universo iconográfico forma parte de una suerte de arqueología de la imagen apta para ser utilizada como herramienta de múltiples aplicaciones, capaz de reabrir, según el comisario de la muestra, el manido dilema belleza o verdad en el medio fotográfico. Frente a aquélla, Escobar apostó por la verdad. Una manera referencial de entender la fotografía, cuya esencia pasa por ser la propia imagen del mundo y no su símbolo. Algo que defendió hace más de cuarenta años el semiólogo R. Barthes, cuando se preguntaba: «¿cuál es el contenido del mensaje fotográfico?, ¿qué es lo que transmite la fotografía? Por definición, la escena en sí misma, lo real literal ». En este contexto, en opinión de López Mondéjar, «a diferencia de escritores y pintores, los representantes del oficialismo fotográfico, mayoritariamente adscrito a las corrientes pictorialistas tardíamente impuestas en Europa, no supieron reflejar la realidad que les rodeaba ni sintieron el más mínimo interés por las profundas convulsiones sociales que les propició la crisis definitiva de la vieja farsa política de la Restauración». Finalmente concluye sobre la obra de Luis Escobar: «casi siempre le traicionaba su corazón. Sus imágenes más bellas, los retratos más admirables y dignos de recuerdo los realizó siempre entre sus iguales». Especialmente importantes son las numerosas fotografías originales halladas en los viejos álbumes familiares conservados en los pueblos de La Manchuela.

Con esta exposición, se llena una de las múltiples lagunas de la intrahistoria de la fotografía de nuestro país, que nos resulta más próxima a través de una cuidada antología. El catálogo ha sido editado por Lunwerg en colaboración con las Diputaciones de Cuenca y Albacete.

LA TRAICIÓN VISUAL JOAN FONTCUBERTA

Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) vive a unos veinte kilómetros de Barcelona, abrigado entre montañas. En su trayecto diario observa que los picos de las cordilleras podían ser una maravillosa metáfora de los dientes de una llave. Fontcuberta, premio Nacional de Fotografía 1998, soñó, buscó y persiguió esta idea minimalista de un «paisaje de la libertad y de la seguridad», que ahora exhibe en la Fundación Telefónica y que forma parte del programa de PhotoExpaña 2001.

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Para Joan Fonteuberta la fotografía tiene el estatuto de re-presentación de una imagen cuya esencia pasa por ser una reducción simbólica del mundo. «Me gusta explorar lo fronterizo, no me interesa la fotografía convencional», declara. Desde su posición experimental o formal, partidaria de la provisionalidad de la mirada fotográfica, y cuya actividad pasa hoy por aderezar su imagen con las artimañas y artificios propios de la retórica pictórica. Para Fontcuherta la fotografía supone una «traición visual» para el espectador, un «beso de Judas», que hace pasar por verdadero lo que no es sino pura convención y una herramienta de creación en manos de fotógrafo. Un defensor de la cámara como máquina de producción simbólica y de la investigación sobre la inteligibilidad de las formas. «La forma es una propiedad de la frontera. La forma es una propiedad de la superficie, material o imaginaria, a través de la cual un objeto se comunica con el resto de la realidad». Un lenguaje de formas, de apariencias, de sombras chinescas.

Ahora, en Securitas, especula sobre la representación fotográfica porque «es una cultura de la visión, caracterizada por esa sensación de ser testimonio y aportar emoción», dice. La muestra consta de dos instalaciones: «Paisaje de Seguridad» y «Tectónica de la Seguridad», en la que el público puede apreciar el perfil montañoso de sus llaves introduciéndolas en un artefacto interactivo. Fontcuberta deja que las montañas se acerquen al visitante, incluso desde Internet. La montaña se transforma en llave, y así aparecen los perfiles de las llaves Mont-Blanc, Everest o Aneto. El visitante puede introducir su llave en una cerradura para que el perfil dentado genere una montaña. Este sistema se puede accionar por Internet en la página www.fundacion.telefonica.com.

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El creador proyecta de este modo un juego de paradojas para desdramatizar el problema de la seguridad, que es el cuarto valor más deseado por los españoles, según nos revelan las encuestas, Fontcuberta explica en el catálogo—que incluye textos de Jorge Luis Marzo y Roberto Velázquez— que tanto las montañas como las llaves «invocan valores simbólicos de protección y seguridad […]. Lo curioso es que cuando nos fijamos en el dentado de una llave de serreta nos damos cuenta de que reproduce la morfología de una cordillera».

A vueltas con la cuestión de la verdad y lo real, Fontcuberta comparte la noción de biperrealismo acuñada por Baudrillard, a saber: lo hiperreal es aquel simulacro que emerge en sustitución de la realidad abolida por el consumo y la palabrería que, para compensar su carencia innata de verdad, se constituye de un modo «sobreelaborado», incrementando artificialmente sus detalles hasta un extremo más allá de lo exigible como condición de realidad. Ante las obras de Joan Fontcuberta nos topamos con la verdad rehecha y suplida.

Licenciada en Historia del Arte. Doctora en Filosofía. Presidenta de la Fundación Arte XXI