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El santo y seña del poeta es que anuncia lo que nadie pudo predecir», explicaba Emerson en una de sus más conocidas conferencias, «The Poet», y, sin duda, el padre del trascendentalismo americano profetizaba con estas palabras la aparición de Hojas de hierba, llamada a convertirse en la biblia de la democracia y que auguraba la irrupción de América —la América profética, como diría su autor— en el escenario de la cultura.

Whitman aprovechó el prestigio y la filosofía que estaba alumbrando Emerson. Y pronto se le reprochó que hiciera pública la carta que le envió el autor de Nature y que ya para siempre estará unida a Hojas de hierba. En la famosa misiva, Emerson felicitaba la primera edición de sus cantos, que consideraba «la demostración más extraordinaria de ingenio y sabiduría que haya alumbrado nunca a América» y que a su juicio poseía la capacidad de «fortalecer y de alentar».

Ciertamente, Hojas de hierba dio a América lo que necesitaba: una cosmovisión poética que, alejada del estilo importado del viejo continente, cantara la fundación de un nuevo Edén, del paraíso democrático del hombre cotidiano, con sus luchas, con su fuerza y con su generosidad. Con su nobleza eléctrica. Una experimentación en verso, señalaba el propio Whitman en uno de sus muchos prólogos, que simbolizara el experimento que constituía la república americana.

El poemario supuso una ruptura y una novedad e incorporaba lo contemporáneo, versificando las calles y el oeste, la naturaleza y el urbanismo, Nueva York y Manhattan. El uso del verso libre y desordenado, su cadencia oracular, el tono en ocasiones bíblico y en ocasiones de epopeya, su democratización de la épica y la poetización de la obscenidad conforman una obra que surtió a América de una poderosa narrativa cultural, importante también en su tarea de convertirse en potencia del mundo.

UN LIBRO DE MUCHOS LIBROS

Hojas de hierba no es un poemario al uso, pues Whitman dio al menos nueve ediciones a la imprenta, cada una de ellas con algún añadido o con alguna modificación, incluso cambiando a veces el orden de aparición de los poemas. Si tuviera que decirse algo característico del texto definitivo —o el que Whitman consideró definitivo, mejor dicho—, es que es un libro de libros, que creció de forma orgánica, sumando elementos, poesías y motivos durante casi más de cuarenta años y recogiendo alusiones a los acontecimientos históricos de la época, como la Guerra de Secesión o ese mito poético en el que convirtió Whitman el asesinato de Lincoln.

Tampoco Hojas de la hierba es solo un gran poema o un larguísimo canto. Incluye elementos narrativos importantes y cierta densidad temática que obligan a leerlo casi como si se tratara de un ensayo o una conferencia, como aquellas que impartía con tanto éxito Emerson y que Whitman deseó imitar. Por eso en muchos sentidos puede ser visto como el manifiesto más radical del trascendentalismo, ese romanticismo democrático que procuró a Estados Unidos su primera filosofía original. Tan diversos, en cualquier caso, son los versos como diverso y vasto era el continente que se abría para Whitman.

Más allá de todo ello, el éxito de Hojas de hierba es en parte resultado de la estrategia del propio Whitman, que estaba obsesionado con su obra y que siempre estaba reescribiéndola. Se sabe que fue él mismo el autor de numerosas reseñas; se sabe que tuvo cuidado y editó personalmente el libro; se sabe, también, que lo vendía personalmente. Y son conocidas sus quejas acerca de la incapacidad de la opinión pública americana, que no advirtió la llegada de su más importante y destacado poeta. Pero aunque es cierto que algunos criticaron la obra, fue mejor recibida de lo que Whitman sospechaba, tanto en Estados Unidos como en Europa.

EL INDIVIDUALISMO DEMOCRÁTICO

Whitman ha sido considerado el «bardo del yo», pero en sus cantos paradójicamente la entronización del individuo se disuelve, sin negarlo, en la comunidad. Como quiso el trascendentalismo, recuperó la inocencia del sujeto, la nobleza del hombre cotidiano y su poder taumatúrgico y creador. Y lo hizo para redimir a una sociedad que en la época de Emerson, Thoreau y Whitman parecía condenada a reproducir los males de la simulación, la hipocresía, el adocenamiento y la desigualdad, es decir, a perpetuarse en el ritmo decadente de la civilización burguesa.

Unos y otros vieron que la redención exigía restaurar la unidad del espíritu y la naturaleza, superar las disyuntivas y convertir en heroico la genialidad de lo común. La confianza que buscaba despertar Emerson está lograda por Whitman con una retahíla de indirectas simbólicas que ensoberbecen al ciudadano y lo divinizan. Porque la salvación política y social dependía de ello: de que el hombre de la calle se autorrepresentara como «depositario del espíritu divino».

«Canto el yo, una simple persona, un individuo; / sin embargo, pronuncio la palabra Democrática», comienza Hojas de hierba. Ese yo reiterativo no hace referencia solo al autor de los poemas. De ahí que Whitman en muchas ocasiones ponga Yo, así, en mayúscula. Puesto que pronuncia «el santo y seña primigenio» y hace «el signo de la democracia», el yo al que canta es uno de los que conforman la «camaradería», el nosotros unificado, y diverso, del pueblo. Es significativo en este sentido uno de los poemas de Cálamo, donde Whitman se defiende de algunos ataques: «Sé que me han acusado de querer destruir las instituciones», explica, pero confiesa que ese no ha sido su objetivo; los cantos tienen, más bien, la finalidad de «establecer en Manhattan y en todas las ciudades […] la institución del amor de los camaradas».

A diferencia de otras ediciones, la presentada y traducida por Eduardo Moga tiene la ventaja de ofrecer Hojas de hierba completa, tal y como la presentó el autor de modo definitivo, incluyendo también los sucesivos prólogos. Es posible entonces ver los cambios temáticos y la diversidad de las preocupaciones de Whitman. Mientras sus primeras composiciones poéticas comparten con los trascendentalistas un trasfondo metafísico, las posteriores se traducen en inquietudes políticas y sociales. Así, por ejemplo, Cálamo y Redobles de tambor, con el escenario de la historia y la guerra americana, tienen fundamentalmente «una relevancia política».

Los cantos contenidos en el libro son democráticos en la medida en que la reivindicación de un yo originario, adánico, hace nacer «el ferviente y aceptado desarrollo de la camaradería […] y todo cuanto conlleva, directa o indirectamente, lo que hará que los Estados Unidos del futuro (y nunca me cansaré de repetirlo) permanezcan eficazmente unidos, intercalados, soldados en una unión viva». El hombre que recupera Hojas de hierba es la individualidad en esa diferencia y diversidad que implican las sociedades modernas y sobre todo las contemporáneas, cuyo resultado es un pluralismo en el que «lo diverso no será menos diverso, pero todos fluirán y se unirán: / ya se unen», como indica Whitman en Riachuelos de otoño.

LA DESNUDEZ DEL HOMBRE

Con su objetivo de fundar poéticamente un mundo nuevo, Whitman tenía también que desvencijar lo antiguo. Y esa iconoclastia se percibe directa e indirectamente en muchos de los símbolos que utiliza y en su insistencia por agotar el pasado y lo nativo en su poética. La tradición, la moral, la filosofía y todo lo que supone impiden la metamorfosis de la que depende la esperanza en un futuro, el establecimiento de una nueva sociedad cuyo correlato «es la Naturaleza», o, por decirlo de otra manera, el advenimiento de la democracia y el establecimiento de «una ancha humanidad, la verdadera América», a la que le espera un futuro glorioso.

La irrupción del hombre común en el poema requiere, primero, despertarle de su sueño para después retirar las diferencias y naturalizar al individuo. «Somos Naturaleza. Hemos estado ausentes mucho tiempo / pero hemos vuelto», canta Whitman. Y exige al hombre de la calle que abandone «toda pasada teoría sobre tu vida» y «toda conformidad con las vidas que te rodean». Venciendo la inercia del mundo antiguo, muestra que lo más instintivo del hombre se manifiesta también como reducto del espíritu. Al revindicar al hijo de Adán, ensalza la caída originaria.

Precisamente en el juego de la corporalización —y en la correlativa idealización de lo natural— Whitman descubre lo que une a los sujetos, lo que termina identificándoles como miembros de una sociedad unitaria. Su interés por inventariar lo más connatural al hombre aparece en sus reiteradas referencias al nacimiento o a la muerte, su insinuaciones a la desnudez y en la obsesiva identificación del poeta con sus congéneres, tal y como sucede, por ejemplo, en uno de los poemas más conocidos, «Los durmientes».

La democracia, pues, ha de devolver al hombre a su origen prístino, restaurarle en su unidad perdida, en su inocencia extraviada pero sin orillar el pecado, a un orden, en definitiva, que sacraliza lo natural. En este sentido, la obscenidad de Hojas de hierba, que fue uno de los inconvenientes que dificultó su recepción, también hirió a los trascendentalistas. Lo mismo ocurrió con las insinuaciones homosexuales que aparecen en algunos poemas. Pero Whitman fue más coherente al explicitar las consecuencias de aquella espiritualización de lo natural que proponía Emerson y sus seguidores y fue sincero al exponer el furor sexual y la violencia de lo instintivo que resulta de una comprensión antropológica confusa y filosóficamente muy discutible.

EL HOMBRE, Y WHITMAN, COMO DIOS

Si se mantiene este hilo argumental, que subraya el mensaje emancipatorio del poema, tanto las inflexiones bíblicas como el tenor salmódico de Hojas de hierba, y la prolijidad de sus enumeraciones, acentúan su expresión profética, pues auguran tanto la redención del hombre como el paraíso de una nueva América, el futuro del mundo. Whitman quiso destruir lo que encadenaba al hombre, lo que justificaba su servidumbre, pero reconoció que ya «está cumplida la labor de los sacerdotes». Buscó «destruir al maestro» y para ello se presentó bajo una apariencia mesiánica y convocó a una clara naturalización de la escatología.

Así Whitman no solo divinizó la naturaleza al advertir a Dios en cada hoja de hierba («Oigo y veo a Dios en cada objeto […] / Veo algo de Dios en cada hora de las veinticuatro, y en cada momento / En las caras de los hombres y las mujeres veo a Dios»), sino que se divinizó a sí mismo reconociéndose una capacidad por integrar y absorber, por hacer suyas, todas las cosas para salvarlas. Se imaginó inaugurando la llegada del superhombre, aceptando y afirmando la vida en toda su belleza y crueldad, en todo su espectro de creatividad y pecado. Su talento poético por asumir todo lo que hay de bueno, de indiferente y miserable en el universo, tras constatar que todo lo cósmico es un milagro perfecto y profundo, explica la constancia y ritmo de sus letanías, las infinitas relaciones y catálogos que son una de las características más significativas de sus cantos.

Sin embargo, el endiosamiento del poeta se produce paulatinamente y solo llega hacerse explícito en «Canto el cuadrado deífico», donde se Whitman se proclama «Dios de la alegría». Es un poema soteriológico, en el que, con una somera recapitulación histórica de la religión, el poeta aparece como epítome de la divinidad y la religiosidad democrática que profetiza supone la consumación de toda promesa, configurando una piedad política y paganizante que en sus esfuerzos por divinizar y salvar al hombre termina suplantando lo sobrenatural. Para Whitman el poema mismo ha de manifestar, así, una teología y proponer una nueva religión.

WHITMAN COMO PERSONAJE

En cualquier caso, Hojas de hierba sigue vigente y tal vez más que nunca. Como se recuerda en el estudio introductorio a esta edición, Harold Bloom sitúa a Whitman como el poeta más determinante del canon americano y sostiene que, de algún modo, toda la poética posterior cuenta con sus resonancias. Algo de verdad hay en lo que dice Bloom, pues el verso libre, la tonalidad desordenada y la fagocitación poética de lo ordinario y más cercano marcan gran parte de las tradiciones literarias del siglo XX.

Sin embargo no debe olvidarse tampoco el trasfondo cultural y el mensaje teórico que incluyen las Hojas. Antes de poeta, el escritor americano fue periodista. Y siempre se mantuvo cercano al latido de la calle y a las preocupaciones del trabajador, del hambriento, del necesitado. Destacó ayudando a los heridos de la guerra, visitando infatigablemente hospitales y ofreciendo consuelo a los moribundos. La épica que fundó se encuentra, claro está, alejada de las luchas patricias de las antiguas leyendas, pero ofreció la mitología democrática que una sociedad secularizada parecía necesitar.

Whitman acabó desesperándose y posponiendo la redención democrática que profetizó. En sus cantos, la dimensión del presente se silencia poco a poco y aparece una modulación hacia el futuro. Pero fue decisivo, junto con otros, para que la cultura americana tomara su propio camino, liberándose de la ansiedad de la influencia en su quehacer poético y literario e independizándose espiritualmente, al menos un poco, de sus formas caducas. Hojas de hierba sigue siendo, a pesar del tiempo transcurrido y a pesar de todas las consecuencias, la epopeya de la democracia.

Profesor de Filosofía del Derecho. (Universidad Complutense de Madrid).