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El Poema de Mio Cid tiene la belleza de una obra primitiva, y como suele ocurrir con las obras que inician una tradición literaria o artística, son muchas las dificultades que debe superar el lector. Quizás, la primera surge del hecho de que nuestro Poema no estaba destinado a la lectura, sino que debería transmitir su mensaje de forma oral. Otro de los escollos es el del género literario al que se adscribe: la poesía épica.

Es un género que dejó de existir en el siglo XIV, pero cuya huella fue profunda en nuestra cultura: la historiografía, el romancero, el teatro, el imaginario colectivo en definitiva, heredaron abundantes elementos de la épica, pues esta daba forma literaria a los ideales de un pueblo, que se veía representado en los miembros de la nobleza y esta, en sus héroes.

Ahora, es Rodrigo Díaz de Vivar, castigado con dureza por el rey Alfonso VI de Castilla. Poco importan los motivos; es el rigor del destierro —privación de sus posesiones y alejamiento de su familia— el que marca el desarrollo de la acción. El destierro fue, sin duda, la mayor deshonra para el caballero, pero no fue la única calamidad, pues con la pérdida de sus posesiones se produjo también el descrédito a los ojos de su familia, de su esposa y sus dos hijas, y de sus amigos y vasallos, que a pesar de todo no dudarán en seguirle en busca  de fortuna, de medios para vivir, de nuevas tierras en las que establecerse…

No estamos ante la biografía de un personaje histórico, sino ante la recreación literaria de una figura de carácter simbólico

Y todo ello no podía alcanzarse sin luchar y pasar privaciones y arriesgar la vida. Poco importa que en la realidad los hechos ocurrieran de otro modo, o incluso que no llegaran a suceder, pues no estamos ante la biografía de un personaje histórico, sino ante la recreación literaria de una figura en gran medida de carácter simbólico. Es la distancia que separa la realidad, la historia, de la ficción basada en esa realidad, pero que ya es otra cosa.

Un hecho fortuito hizo que se perdiera el comienzo del Poema. Y el lector inicia su lectura con sorpresa, sin saber qué ocurre, quiénes hablan, por qué llora el caballero. La sorpresa continúa versos más abajo cuando un grupo de hombres armados, impresionantes en la altura que les dan sus caballerías, se enfrentan a la tímida voz de una niña de nueve años, que les hace ver la realidad, la cruda realidad: son unos proscritos por el rey. Y de sorpresa en sorpresa, a golpe de contrastes, avanza la lectura del libro, que nos muestra la belleza de una obra primitiva.

La sensibilidad de grandes poetas, como Manuel Machado, no podía dejar escapar tanta belleza y la recrearon parcialmente, con una estética más moderna pero con la fuerza de los siglos pasados.

El Poema de Mio Cid, primera obra literaria castellana, merece estar en un puesto de honor en la Biblioteca de Occidente.

Catedrático de Filolofía Románica de las universidades de Alcalá y Ginebra. Director del Centro de Estudios Cervantinos