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En La carta robada, uno de sus más célebres relatos, Edgar Allan Poe muestra que lo buscado con mayor anhelo, incluso durante toda una vida, suele encontrarse frente a nuestros ojos, cegados por la cercanía. En consecuencia comenzaré planteando una obviedad.

¿Por qué interesa tanto la Gran Novela Americana a los europeos si narra hechos históricos ocurridos a miles de kilómetros y en una sociedad radicalmente distinta a la nuestra?

Tras décadas de duro trabajo los estadounidenses han colonizado nuestro subconsciente, como afirmó Wim Wenders. No creo en las conspiraciones, pero sí en las dinámicas del mercado. Gracias a sus inercias la apabullante ficción norteamericana define los patrones de nuestro pensamiento narrativo ahora, además, distorsionado y acelerado por sus redes sociales. Podría ser peor porque la narrativa estadounidense es dinámica, divertida y, en ocasiones, profunda, aunque alejada de las tantas veces estériles divagaciones europeas.

La Gran Novela Americana es una inteligente variación de la clásica novela histórica, que en España publican con éxito las dos grandes empresas editoriales. Les diferencian, además de las pretensiones logradas o fracasadas de calidad, un importante matiz: en ambos subgéneros se sitúa a un individuo ficticio en un contexto histórico relevante, pero en la Gran Novela Americana el protagonista observa los acontecimientos y en la novela histórica tradicional participa de manera decisiva en ellos. Hay Grandes Novelas Americanas para todos tipo de públicos, desde el realismo histérico de Submundo (Don DeLillo) a la, en apariencia, tonta y comercial Forrest Gump, cuya adaptación al cine –con magistral guión de Eric Roth- tal vez  constituya la Gran Narración Americana más popular de la historia y la más contundente apología del pensamiento simple.

 

No podemos obviar que las Grandes Novelas Americanas suelen ser excelentes novelas, prescindiendo de calificativos geográficos.

Además, las que llegan hasta nosotros son las supervivientes de una dura criba: han sido escogidas para su traducción y publicación valorando el interés que pueden suscitar en el público europeo. Salvo excepciones contienen la épica de conquista y triunfo que sostiene al sueño americano: la abolición de las clases sociales, el éxito que aguarda a quienes perseveran, sea cual sea su origen. Reflejan, además, la honradez profunda del pueblo estadounidense, incluso el fracaso vital que esa honradez puede conllevar, como ocurre en Pastoral Americana de Philip Roth. Toda Gran Novela Americana, incluso la más crítica, es un homenaje a los valores fundacionales de los Estados Unidos. Lo mismo ocurre en Francia, con aplauso generalizado y, por supuesto, no pasa en España.

El ejemplo más notable de Gran Novela Americana tal vez sea Manhattan Transfer, de John Dos Passos. ¿Implica eso su liderazgo? No me siento capaz de tan temerario juicio pero Manhattan Transfer muestra, desde su mítica primera página, la llegada de los emigrantes a Nueva York, su pelea, su éxito y su fracaso mediante una estructura coral mantenida con envidiable soltura. En la misma línea se halla una de las narraciones más apegadas al canon realista europeo: Ragtime, de E.L. Doctorow, trasladada al cine por el gran Milos Forman. La Gran Novela Americana también puede envejecer mal: un ejemplo es American Psycho, el en tiempos célebre catálogo de atrocidades de Brett Easton Ellis, cuya profunda inmersión en una época que no dejó apenas rastro en la historia invalida, al menos parcialmente, su plena comprensión. No ocurre así con Las uvas de la ira, también localizada en un periodo muy concreto, pero dotada de una empatía y una universalidad absolutas. La Gran Novela Americana bebe del río infinito de la narrativa europea del Siglo XIX, sobre todo de la novela rusa y francesa y, si hubiera que precisar un solo autor, de Victor Hugo, aquel magistral novelista capaz de captar el espíritu de los tiempos y crear personajes tan universales como Jean Valjean.

Una Gran Novela Americana no es equiparable a una gran novela escrita en Estados Unidos. El guardián entre el centeno, por su sutil sostén histórico, no es una Gran Novela Americana, pero sí una obra magistral. Es una narración imprevisible, sujeta a una cronología mucho más acotada y a unas peripecias, por tanto, más restringidas, aunque inmensamente ricas en los matices que configuran al ser humano. Tampoco lo es, por su abstracción y su extrañeza, la que muchos consideran obra cumbre de las letras estadounidenses: Moby Dick. La narrativa faulkneriana -trasposición del modernismo británico al sur de Estados Unidos- se encuentra en un terreno intermedio: se ubica en un territorio imaginario, pero deudor de la tragedia de la guerra de secesión.

Paul Auster no podía despedirse de este mundo sin su contribución al subgénero. Es decir, sin su intento de pasar a la historia con mayúsculas de la narrativa estadounidense. Lo consigue a medias, realizando una autobiografía épica que esquiva la autoficción mediante la creación de un protagonista cercano pero no idéntico a Paul Auster (mejor dicho, a la idea que el autor tiene de sí mismo). Dicho protagonista vive cuatro destinos radicalmente distintos, cuyas diferentes progresiones se entrelazan a lo largo de las páginas, vinculadas por el amor a una misma mujer. Su mayor novedad es la creación de una novela-río posmoderna pero a la vez accesible, que permite al lector teorizar sobre la naturaleza del tiempo sin llegar a los excesos –intragables para profanos- de la mecánica cuántica o los universos paralelos. Contiene la crítica habitual al racismo que, en el fondo, es un homenaje a la libertad de expresión estadounidense. 4321 resulta entretenida para casi cualquier lector y útil, sobre todo, para los escritores: contiene una soberbia lección de artesanía, definida por su capacidad para guiar al lector por un itinerario complicado, casi una jungla, sin que apenas se pierda. No es nada fácil escribir una novela posmoderna para todos los públicos: David Foster Wallace  no lo consiguió con su indigerible Broma Infinita y tal vez sí logró Eugenides con su Middlesex, aunque su posmodernidad solo se asiente en las peculiaridades sexuales del protagonista.

¿Seguirá existiendo la gran novela americana? Sin duda. Su narrativa es cada día más omnipresente, sea mediante la literatura, sea mediante nuevos formatos como las series de televisión de calidad o las redes sociales. A día de hoy no hay rivales en el horizonte.