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La reciente reinauguración del Teatro Real de Madrid supone la recuperación del espectáculo operístico al más alto nivel y el retorno de este importante foro a las actividades para las que fue concebido hace más de un siglo. De este modo, se cubre una de las más importantes necesidades culturales de nuestro país, pues desde que el malogrado Teatro del Liceo de Barcelona desapareció, no poseíamos un escenario adecuado, similar al de las más importantes naciones europeas.

Exceptuando la actividad desplegada por el Liceo y las temporadas de ópera en Madrid y algunas otras ciudades españolas, lo asombroso es constatar que España se ha caracterizado por la producción de grandes cantantes a pesar de no tener una intensa actividad operística. A lo largo de los últimos cien años, las voces españolas han constituido un elenco de primer rango en los escenarios del mundo. Hasta época reciente, las posibilidades de los grandes cantantes españoles para desarrollar su carrera en nuestro país eran más bien escasas. Suele afirmarse que las condiciones climáticas de España favorecen la constante aparición de voces cálidas, potentes y de gran agilidad, y prueba de ello es que entre los más destacados cantantes de ópera de la actualidad se encuentran muchos españoles. Sin embargo, esta facilidad natural no llegaría nunca tan lejos de no existir una tradición en el estudio del canto; y es que muchas de estas grandes voces han querido dejar también un legado a través de su dedicación a la enseñanza o de la transmisión de su técnica vocal a las generaciones posteriores. La Escuela Superior de Canto de Madrid, fundada por Lola Rodríguez de Aragón a finales de los sesenta, es el más claro exponente de este afán.

Este doble compacto cumple un doble cometido: constituye un homenaje a las grandes figuras de la lírica española de este siglo, a la vez que quiere ser testimonio de los cien años de fonografía a través de nuestras mejores voces. Recoge grabaciones verdaderamente antológicas, como la voz de Adelina Patti en un aria de La Sonnambula de Bellini, grabada en 1906; la de Elvira de Hidalgo cantando Una voce poco fa del Barbero de Sevilla de Rossini en 1908, o la del legendario Miguel Fleta con el «Adiós a la vida» de Tosca de Puccini. Pero, junto a estos ejemplos operísticos, y en un alarde de reconstrucción técnica, María Barrientos interpreta al piano junto a Manuel de Falla dos de sus canciones españolas. En lo que respecta a épocas más recientes y, por lo tanto, de mejor calidad técnica, hay ejemplos muy entrañables, como el Voi que sapete (Mozart, Las Bodas de Fígaro) por Teresa Berganza, el Pourquoi me réveiller (Massenet, Werther) por Alfredo Kraus o Un bel di vedremo (Puccini, Madame Butterfly), bordado por Montserrat Caballé. Y así hasta 37 voces distintas con canciones de Granados, García Lorca, fragmentos de zarzuela y ópera.

Nos encontramos ante una grabación de interés histórico, con un programa que sintetiza casi un siglo de canto en España. Esta recopilación ayudará a conocer mejor la trayectoria lírica de nuestro país.

Profesora de música y periodista