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Entre las últimas reediciones de discos clásicos, hay una colección — Great Recordings of the Century — que presenta una selección de grabaciones de ópera íntegras, de verdadero interés historiográfico.

Para incidir en su carácter histórico aparece, en un rinconcito de la portada, la inconfundible y entrañable imagen del perrito escuchando junto a un gramófono, que durante tantos años representó al sello La Voz de su Amo, Es de esos archivos de donde han salido estas joyas discográficas, que hoy podemos escuchar en formato actualizado en CD.

Entre ellas, un estupendo Lohengrin de Wagner, con dirección de Rudolf Kempe. La grabación data de 1962 y fue calificada entonces como «próxima a la perfección». En aquellos años, entre 1960 y 1967, Kempe fue uno de los directores que acudía con regularidad al Festival de Bayreuth. El santuario wagneriano, fundado por el propio Wagner, era el único escenario que había sido concebido específicamente para representar los dramas musicales de su autor, y dirigido por el nieto del músico —Wieland Wagner estuvo al frente de Bayreuth entre los años 1951 al 1966—, se convirtió en el lugar de peregrinación de los más fervientes admiradores de Wagner, y aún hoy mantiene ese carácter de lugar un tanto mítico al que tan sólo se puede acceder tras uno o dos años de espera.

Rudolf Kempe, aunque como director abordó otros muchos géneros y autores, siempre fue aplaudido por sus versiones de Wagner —muy especialmente el Lohengrin— Richard Strauss.

En este álbum el reparto es excepcional y contribuye a acentuar el carácter modélico de la versión. El tenor americano afincado en Alemania, Jess Thomas, es una de las voces dedicadas casi en exclusividad al repertorio wagneriano; la soprano Elisabeth Grümmer (con su timbre tan luminoso), hace una perfecta Elsa; Fischer Dieskau en Telramund y Christa Ludwig en Ortrud ponen de manifiesto no sólo una gran voz sino unas dotes interpretativas extraordinarias, fundamentales en estos personajes de tanto carácter.

Es una de las óperas de Wagner que mejor se escuchan, y que siempre ha tenido la admiración de un público amplio incluso entre los menos fervientes wagnerianos.

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Ésta es una grabación realizada en 1986 y reeditada en la actualidad, que presenta tres obras de Ravel de muy distinto género. La primera es una comedia musical con la que Ravel quiso acercarse al género del musical americano, y para ello también incluyó algunos momentos con claras influencias del Jazz, mientras que las otras dos revelan una intención más clásica, dentro de ese bello mundo sonoro raveliano de armonías sutiles y perfección formal.

El niño y los sortilegios está compuesta sobre libreto de Colette, y vió la luz en 1925. Calificada por el músico como Fantasía lírica en dos partes, recrea el mundo infantil, en el que los objetos y los animales cobran vida dentro de la habitación en la que está encerrado el niño. Le han castigado por portarse mal, y lo primero que hace es arremeter con furia contra todo lo que allí hay, pero los objetos y los animales de ese mundo familiar se vengan y se burlan cruelmente de él. Finalmente el niño aprende la lección y es perdonado. A pesar de la dificultad de poner música a un libreto de estas características, donde los gatos y la tetera tienen que cantar, Ravel consigue entrar en ese mundo mágico de la infancia y recrear con toda suerte de detalles y efectos orquestales las escenas de la historia.

La Pavana para una infanta difunta (1899), una de las obras más populares de Ravel, no se encontraba entre sus favoritas. Pero esta pieza, de una sencillez en tono arcaizante, posee sin embargo un encanto singular. El poder de evocación de épocas pasadas se pone de manifiesto en la Pavana, y también en los Valses Nobles y sentimentales. Las dos obras fueron escritas primero para piano y posteriormente llevadas a la orquesta por el propio Ravel, que con la maestría de un orfebre, buen conocedor de los recursos instrumentales, lograba dos páginas extraordinarias. Si en la Pavana Ravel quiere aproximarse al Renacimiento, a través de una forma de danza característica de aquel tiempo y dentro de una atmósfera modal, para los Valses, Ravel se inspiró en la forma de danza típicamente romántica, aunque no se sirviera en absoluto de ese lenguaje.

Los Valses presentan de forma extremadamente austera las armonías ravelianas, y están muy alejados del virtuosismo que caracteriza otras piezas pianísticas. Tras su orquestación, la música de los Valses se convirtió en un ballet.

El director norteamericano André Previn hace una brillante interpretación de las obras ravelianas, siempre llenas de ese encanto sutil que las caracteriza.

Profesora de música y periodista