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El tiempo es justiciero y pone todas las cosas en su sitio», escribió Voltaire. Aunque, a veces, no haga justicia y las ponga patas arriba, como ha sucedido con la Constitución más democrática e innovadora de nuestra historia, aprobada hace ahora treinta años, el 6 de diciembre de 1978. El cambio, provocado, es un desplazamiento del eje del poder, desde España como nación indivisible a un conjunto de comunidades, que primero fueron autonomías dentro del Estado y hoy caminan hacia la insustanciosa condición de territorios.

Triste herencia de los partidos nacionalistas y regionalistas, inflados hasta el exceso por el Gobierno central, que les ha dado un plus de respetabilidad al pactar con ellos. Ambos han sacado pingües ventajas de una operación de reparto del poder, planificada por el actual presidente del Gobierno y sus ayudantes más próximos. Los grupos nacionalistas vascos, catalanes y gallegos han forcejeado todo este tiempo hasta desnaturalizar el Estado de las Autonomías; los regionalistas se han pegado al terreno, vendiendo sus resultados electorales al mejor postor.

Paradójicamente, unos y otros vienen perdiendo votos desde hace tiempo. Sin embargo, ganan influencia en las decisiones de Estado, de Gobierno y en las administrativas. Han adelgazado la fortaleza del Estado español y puesto al descubierto que el nacionalismo no trata de despertar ninguna realidad colectiva preexistente, como dicen ellos, sino de alentar una voluntad política que, a su vez, fabrique una nación (A. Cruz Prados. El nacionalismo. Una ideología. Tecnos 2005).

USAR Y TIRAR

En definitiva, a lo largo de una generación, y sobre todo con la llegada (2004) del nuevo socialismo al poder —el de usar y tirar, representado por José Luis Rodríguez Zapatero—, el Estado autonómico y unitario se ha cuarteado en un mosaico de territorios, cuyo ideal más acariciado parece ser una confederación de pueblos (¿ibéricos?). Las cesiones del presidente, lejos de moderar a nacionalistas (entre los cuales incluyo a IU) y regionalistas, les ha procurado más brío. Y ha devenido en una nueva técnica: la de mantenerse en el poder mediante pactos entre fuerzas políticas antagónicas, pero ambiciosas de mando. Han nacido los nuevos amos de la España posconstitucional, los nuevos ricos en plena crisis de las ideologías.

¿Explicación de este fenómeno? La Constitución quiso hacer descansar la bóveda del Estado autonómico sobre dos partidos de implantación nacional. Como el sistema electoral producía mayorías parlamentarias frágiles, aquellos dos partidos recurrieron a los nacionalistas, al PNV y CiU. Hasta que Pasqual Maragall, aprovechándose del «buenismo» de Rodríguez Zapatero, recién llegado a la dirección del PSOE, avanzó un paso más e impuso una estrategia rompedora en el socialismo catalán: se tiñó de nacionalista, ganó por la mano a CiU y tomó la Generalitat (2003) con los independentistas de ERC y ex comunistas de Iniciativa por Cataluña. CiU, nacionalismo más proclive al diálogo, ganadora de las autonómicas, quedó fuera de combate, mientras ERC e ICV, arrellanados en los sillones de cachemir, lucían en el club de los nuevos amos.

AL PODER COMO SEA

Tan excéntrico modo de gobernar, dirigido expresamente a conquistar el poder político (Maragall, 2003; Pérez Touriño, 2005) o a conservarlo (Montilla, Iglesias, Paulino Rivero, Revilla) es la trocha por la que circula Zapatero desde 2004. Al ganar las generales por la mínima, el presidente sentencia el descabello de un derrotado PP. Inspirándose en el nuevo arte de Maragall, se alía con nacionalistas de toda especie, también con ERC, BNG y EA, rivales a muerte del constitucionalista PP. Los tres declaradamente independentistas, y por lo tanto, deseosos de abatir al Estado autonómico y con la prioridad de la soberanía plena para Cataluña, País Vasco y Galicia.

Se oficializaba así la novedosa técnica de hacerse con el poder «como sea», aplicada con mortífera agresividad. Desde entonces, los nacionalistas son la coartada del socialismo para gobernar, en España y en la periferia, sin atender al segundo partido nacional, el PP, que representa a diez millones de ciudadanos. Y los regionalistas participando en las labores de tunear tan onerosa realidad.

DE SOPLO A HURACÁN

El hecho es que, en el Congreso, a los cinco años de la implantación de esta nueva técnica, los diputados nacionalistas y regionalistas representan un raquítico 7,4%, 26 escaños de un total de 350. Un soplo, que con la nueva técnica de acceso al poder, se ha travestido en huracán.

Con tan genuflexa escolta el presidente del Gobierno publicó en el BOE la dudosamente constitucional reforma del estatuto catalán; la inquietante de los estatutos andaluz y valenciano; el blindaje del agua de los ríos a su paso por determinadas comunidades (Aragón, Andalucía); la ley de Educación para la Ciudadanía; la entrada en el Tribunal Constitucional de representantes autonómicos; el vaciamiento del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, con delegación de funciones a las autonomías; el cambio de mayorías para elegir altos cargos de los tribunales y controlar al personal; el matrimonio de homosexuales; el cambio de sexo.

Y para no ser pesado, la guinda: una vergonzante negociación con ETA; la ley de Memoria Histórica y el acoso al castellano en favor del catalán, vasco y gallego.

PÉRDIDA DE VOTOS

Y sin embargo, paso ahora a la prueba de que los partidos que sirven de comodín a los socialistas para cambiar la Constitución sin reformarla se hallan en retroceso. Respecto de 2004, de los diez partidos nacionalistas y regionalistas representados hoy en el Congreso, solamente dos —CiU, diez diputados, y Nafarroa Bai, uno— tienen ahora idéntico número de escaños y porcentaje de voto. Todos los demás o registran un notable descenso de voto ciudadano, o desaparecen.

El PNV (seis escaños) ha perdido 120.000 votos, y un diputado. ERC tiene tres diputados, cinco menos. IU, fuerza asimilada al nacionalismo catalán y vasco más combativo, es una fuerza testimonial, al perder tres de sus cinco escaños.

El Bloque Nacionalista Galego (BNG), fiel vasallo del PSOE en la pasada legislatura, pierde una de sus tres actas, al igual que Coalición Canaria. A la Chunta, paladín del nacionalismo aragonés de izquierdas, sus electorales le han echado del Congreso de los Diputados, igual que a Eusko Alkartasuna, anclada ya en el separatismo vasco.

PARLAMENTOS AUTONÓMICOS

En el ámbito autonómico, los nacionalistas se dejan detrás cada vez a más votantes. Así, CiU pasa del 46% del voto, en 1992, al 31,5% actual, 14,5 puntos porcentuales menos. ERC sacó en 2003 el 16,46% de los votos (23 diputados) y ahora tiene el 14% (21 escaños). Con todo, el president Montilla (PSC) mima a ERC y la utiliza para obtener del Estado todas las ventajas posibles: en financiación, en imposición de la lengua catalana o en desafío soberanista y al Tribunal Constitucional.

En el Parlamento vasco hay menos diputados nacionalistas puros que no nacionalistas. La formación gobernante de toda la vida, el PNV, logró el 42,72% de los votos en 2001, mientras en 2005 bajó hasta el 38,6%, 4 puntos menos.

Galicia. Entre 1997 y 2008, el BNG ha caído 6,1 puntos en voto autonómico, no obstante, la ayuda prestada en el Congreso a Zapatero revaloriza su cartera de valores como socio del PSOE en la Xunta, pues Touriño le ha tenido que dar un peso en el Gobierno desproporcionado a su fuerza en las urnas.

En definitiva, los gobierno autonómicos disponen de puestos para todos los compañeros de viaje, sin reparar en su grado de constitucionalidad o en si, como BNG, ERC, ICV, CiU, PNV y Coalición Canaria (nuevo en la plaza) buscan hacer de Galicia, Cataluña, País Vasco, Canarias y Baleares naciones soberanas.

REGIONALISTAS

El pacto a nariz tapada rindió al PSOE el mismo buen resultado en Aragón y Cantabria, en donde los partidos regionalistas han preferido pactar con los socialistas, no por afinidad ideológica sino para estar más confortablemente en el poder. El Partido Aragonés (PAR) conserva su porcentaje de voto y facilitó la permanencia de Marcelino Iglesias (PSOE) en la presidencia cobrando una alta tasa en términos de poder.

En Cantabria, el éxito acompañó en la última convocatoria al Partido Regionalista de Cantabria (PRC), el único de toda España con una subida apreciable de votos. El perspicaz Revilla, bien informado de la ambición socialista por someter los principios a negociación, puso a populares y socialistas la condición de quedarse él con la presidencia, sin haber ganado las elecciones. El PP se negó; el PSOE, siempre leal a la técnica de asalto al poder como sea, aceptó. Revilla, agradecido, es hoy el gran propagandista de Zapatero. Cuando va a la Moncloa a pedirle una autovía le regala anchoas. De paso, enreda en el PP.

Coalición Canaria, que en los últimos ocho años ha perdido 14 puntos en porcentaje de voto autonómico, impuso igualmente en la presidencia a Paulino Rivero, que tampoco ganó las elecciones. En este caso, el PSOE canario no aceptó la humillación; pero el PP, sí. En Baleares, Antich (PSOE, 16 diputados) es presidente no por sus votos, sino por la habilidad de arrebañar 15 más procedentes de un semillero de cinco partidos.

UN MERCADO

Está claro. La infección de acordar el reparto del poder se propaga por todas latitudes políticas. Al desvertebrarse el Estado, cambia también la formación de mayorías de gobierno. A buena parte de las comunidades que ahora prefieren llamarse territorios, les interesa entenderse con el PSOE —no con el PP— porque no hace ascos a la desvertebración del Estado autonómico y unitario que, en teoría, es España. Al tiempo, el PSOE utiliza su poder en la periferia como una subasta de contrapartidas: si me apoyas contra el PP en el Congreso, te doy entrada en los gobiernos autonómicos.

Gracias a ello, Zapatero convertirá en ley la eutanasia (y quizá el suicidio asistido), una ley de plazos para abortar, cambios en las relaciones con la Iglesia y la nacionalidad española para las Brigadas Internacionales. Y si gana Patxi López en el País Vasco probablemente habrá una pareja de hecho entre PNV y PSOE, y nuevas exploraciones para entregarse al eslogan de los nuevos amos de España: «Menos Estado y más supermercado». Lo que no impide a socialistas, nacionalistas y regionalistas presentar a España como «la cantante calva que sigue peinándose», que decía García de Cortázar.

Periodista. Licenciado en Ciencias políticas