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Los estudios históricos dedicados al acontecimiento de la guerra civil española mantienen, de forma curiosa y significativa, una permanente actualidad. Este fenómeno de supervivencia llama la atención incluso a los mismos investigadores dedicados al tema, sorprendidos ante el interés que despierta un acontecimiento que, pese a sus repercusiones en la opinión pública internacional, fue un episodio de reducidas dimensiones tanto en el espacio —el territorio español— como en el tiempo —no llegó a los tres años—. Aunque desde el punto de vista de la bibliografía especializada resulte difícil y arriesgado aventurar cifras, parece que el número de volúmenes publicados supera, hasta el momento, los quince mil títulos.

NUNCA HUBO UN MILLÓN DE MUERTOS

El proceso, como lo demuestran las recientes novedades editoriales, suma y sigue. En el pasado siglo XX, ningún otro episodio, salvo la II Guerra Mundial, ha suscitado un interés tan apasionado y controvertido como la contienda española. Sin embargo, si exceptuamos el dato de la producción bibliográfica reseñada, nuestra guerra, ni en términos militares, ni por la magnitud de los estragos humanos y materiales causados, ni por su extensión geográfica, ni desde el punto de vista de la estrategia o del reparto del poder entre las grandes potencias, admite comparación con lo acaecido en la II Guerra Mundial. Pese a que ciertos hispanistas, como es el caso del británico Paul Preston, siguen aferrados al tópico del «millón de muertos», cifra convencional utilizada por el gran novelista Gironella con fines más literarios que literales, la contienda española ocasionó la muerte de unas trescientas mil personas, de uno y otro bando, incluyendo los represaliados en las dos zonas, antes y después de la guerra.

Estas cifras ya fueron suficientemente acreditadas en los trabajos de minuciosa investigación llevados a cabo por el historiador Ramón Salas Larrazábal. Aunque sus aportaciones pudieran quedar sometidas a sucesivas correcciones al alza, los resultados serían, en todo caso, muy distantes de ese legendario y falso «millón de muertos». Cualquiera de las grandes batallas de la guerra mundial, y no digamos las que se libraron en el frente ruso, en las islas del Pacífico o las acciones de los bombardeos lanzados por la aviación aliada sobre poblaciones civiles en Alemania y Japón, superan con mucho la cifra total de muertos en la guerra española.

UN DEBATE POLÍTICO APASIONADO

Es evidente que el interés general y continuado que suscita nuestra contienda no parece radicar tanto en el despliegue espectacular de las operaciones militares, o en la capacidad tecnológica y ofensiva de los ejércitos, como en el apasionado debate ideológico y doctrinal subyacente. Debate prolongado que afectaba, al parecer de modo profundo, al sentido moral y alcance de la dignidad humana, al concepto de libertad, de justicia social, al papel del Estado y al futuro de valores tradicionales que, desde ciertos sectores de población, se veían amenazados por los cambios de las nuevas sociedades.

La polémica, entonces como ahora, transcurridos setenta años, sigue viva, tal vez, porque el dilema central que afecta a la convivencia humana (libertad, justicia social, reparto de la riqueza, seguridad) no se ha resuelto de modo satisfactorio. En todo caso y sean cuales fueren las razones que explican la supervivencia del fenómeno, la realidad es que ni el paso del tiempo ni los cambios de circunstancias han supuesto ninguna disminución en la corriente de nuevas aportaciones sobre el tema que, como se puede comprobar, mantiene toda su viveza.

En líneas generales y con las reservas que toda clasificación merece, se observan algunas tendencias constantes, utilizadas con mayor frecuencia por los estudiosos guerracivilistas. La mayoría de los autores, aunque en principio aspiren a mantenerse imparciales, acaban por identificarse emocionalmente con cualquiera de los dos bandos en lucha. Es una reacción afectiva, que depende del carácter, formación o creencias de cada individuo.

POSICIONES DOCTRINALES FRENTE AL MARXISMO

En aquellos tiempos, como en la actualidad, la actitud adoptada por cada persona frente a los movimientos revolucionarios de corte marxista (anarquismo, socialismo y comunismo) resulta determinante a la hora de elegir partido. Así, los historiadores vinculados a ideologías izquierdistas se inclinarán siempre a favor del gobierno republicano del Frente Popular. Del mismo modo, los estudiosos que rechazan la validez de las doctrinas marxistas suelen mostrar, aunque con muchas mayores reservas, una cierta comprensión sobre los motivos de los militares alzados contra la República. La cuestión religiosa, no lo olvidemos, ha sido siempre un factor a considerar en la toma de posición respecto al conflicto.

La dificultad en las relaciones con la Iglesia católica de amplios sectores republicanos, de principio a fin, se materializó en una política de hostilidad manifiesta, declarada ya desde el ámbito constitucional. Actitud que venía confirmada, además, por la acción de grupos de agitadores, incendiarios que, amparados en la situación, actuaban impunemente bajo la benévola tolerancia de las autoridades.

LA CRISIS FINAL DEL RÉGIMEN REPUBLICANO

Ante este panorama historiográfico, existen, sin duda, tanto en España como en el exterior, numerosos autores que han sido capaces de mantener la cabeza fría, dar a cada uno el tratamiento que le corresponde y enfocar los acontecimientos dentro del contexto humano, social, económico y político en el que sucedieron. De entre ellos, destaca la obra del profesor Stanley G. Payne1, por el carácter meticuloso y certero en sus apreciaciones, que acaba de publicar dos trabajos, aparecidos casi simultáneamente: El colapso de la República: los orígenes de la Guerra Civil 1936-1939 y El Régimen de Franco: 1939-1975. Se hace difícil encontrar, entre los autores extranjeros un investigador capaz de analizar con mayor honestidad y precisión documental la compleja situación de la sociedad española en la década de los años treinta.

Desprovisto de ideología previa, al margen de los prejuicios, Payne busca en todo momento la verdad que acreditan los hechos reales, neutros en sí mismos, pero significativos como expresión de intenciones y propósitos de las personas o grupos que los promovieron. Las dos obras citadas abarcan un periodo amplio, comprendido entre la fase terminal de la II República previa al estallido de la guerra civil y los treinta y cinco años siguientes encarnados por la figura y el régimen del general Franco.

El cuidado análisis de Payne distingue dos fases, de muy distinta alcance, a las que aplica un método de estudio diferente, adaptado a las circunstancias. Por un lado, dedica una particular atención a los tres años de guerra, que discurren según los cauces propios de una lógica basada en la técnica militar. Desde un ángulo diferente, finalizada la campaña bélica, se ocupa de la vertiente política, mucho más duradera y variada, puesto que muestra cambios decisivos que influyeron, con el tiempo, sobre la economía, la mentalidad y la sociedad española.

Pío Moa2, antiguo militante de grupos marxistas revolucionarios, ha publicado en los últimos años varios libros de gran éxito editorial. Debido a su cambio de actitud respecto al juicio que le merece la política desarrollada por la II República, ha sido acusado por ciertos sectores de la izquierda de arribista, mal historiador, fascista y manipulador de la justa causa del pueblo. Hasta la autora británica Helen Graham en su reciente Breve historia de la Guerra Civil3 dedica un amplio espacio a descalificarle con frases insultantes, impropias de una investigadora seria.

En efecto, frases despectivas aparte, la profesora Graham, que sin duda se mueve en la estela del bien conocido Paul Preston no alcanza a demostrar con datos, como sería preceptivo, cuáles son los errores o apreciaciones falsas que realiza Moa. Aunque no sea éste el lugar ni el tiempo adecuado para entrar en la polémica, parece oportuno aclarar que el último libro de Pío Moa se limita a reproducir literalmente y, a veces, a fotocopiar documentos de la época, artículos de prensa y declaraciones programáticas seleccionadas por el autor entre miles de textos. Expone así un material que, en gran parte, no estaba disponible para el gran público, pero cuyo contenido resulta revelador para calibrar, desde una perspectiva actual, el lenguaje violento, amenazador y escabroso destinado a amedrentar al contrario.

Mostrar esos documentos en toda su crudeza debe resultar especialmente molesto para los defensores de un concepto de República moderada y tolerante, asaltada por un grupo de militares sedientos de la sangre del pueblo indefenso. Sin embargo, todo parece indicar que la situación social y política española era, en aquellos años, de enorme complejidad, por lo que exige un tratamiento acorde con la naturaleza de los hechos.

UNA VISIÓN TÓPICA DE LA GUERRA CIVIL

El análisis del contexto expuesto parece no interesar a algunos autores dispuestos a recoger una serie de tópicos ya conocidos y que se repiten hasta la saciedad en determinados sectores de opinión. Este es el caso del historiador Anthony Beevor4, ex oficial del ejército británico y hoy profesor de la Universidad de Londres, en su estudio La guerra civil española. Salvo los capítulos dedicados a la marcha de las operaciones bélicas, en los que muestra un considerable conocimiento de las técnicas militares utilizadas, apenas aporta nada nuevo a los datos de sobra conocidos.

Aunque aspira a mantener una línea de neutralidad sobre el origen y la naturaleza propios del conflicto, su enfoque deja mucho que desear. De manera sistemática, califica de modo distinto las atrocidades de uno y otro bando. Gracias a sutiles recursos del lenguaje y al hábil manejo de datos y cifras, resulta que los represaliados por las milicias populares fueron víctimas de episodios esporádicos e incontrolados, ajenos a las autoridades republicanas.

Por el contrario, los crímenes de los franquistas fueron actos de crueldad deliberada, cometidos bajo control de los militares fascistas y bendecidos por los miembros de la jerarquía de la Iglesia. Por lo que se refiere a las fuentes bibliográficas, Beevor acusa o bien un deliberado sectarismo en la selección de obras y autores o bien una ignorancia impropia de un historiador concienzudo y deseoso de esclarecer la verdad. Desconocimiento llamativo, por las mismas razones, sobre la índole de la persecución sufrida por la Iglesia y los católicos a manos de la República y del Frente Popular antes y durante la guerra.

Resulta significativa, o cuando menos curiosa, la ausencia de datos en torno a esos temas, sobre todo si tenemos en cuenta la apertura de nuevas fuentes documentales que son imprescindibles para conocer la posición de la Iglesia durante el conflicto. En este sentido, recordar la disponibilidad de los archivos del cardenal Gomá, ya publicados y accesibles para los investigadores que deseen utilizar en sus trabajos información de primera mano.

UNA OBRA GENERAL DE SÍNTESIS

Las distintas fases que registra el régimen de la II República en sus años de vigencia (1931-1939), así como el desarrollo y final de la guerra civil, se analizan en la obra coordinada por Santos Juliá5, en la que han colaborado diversos autores, como Gabriel Cardona, Octavio Ruiz Manjón, Javier Tusell, Ángela Cenarro y Enrique Moradiellos. El acierto del libro estriba en distinguir algo que no todos los historiadores aciertan a separar: que no hubo una «sola» República, sino varias. Se pueden comprobar, si no, las apreciables diferencias entre los primeros gobiernos, las sucesivas crisis posteriores, el periodo de mayoría de la CEDA y el Frente Popular. Diferencias que se reproducen al valorar las numerosas reformas emprendidas, que despertaron alarma y hostilidad en amplios sectores de la población. Como es habitual en obras escritas por diversos autores, aparecen distintos y, a veces, contradictorios puntos de vista sobre cuestiones afines. En cambio, existe rara coincidencia en la percepción de los aspectos más positivos de la República, en el rechazo a las críticas al sectarismo ideológico y religioso del régimen y, por supuesto, a la actitud de burgueses fascistas, terratenientes, militares y eclesiásticos a los que se atribuye la mayor responsabilidad en el fracaso republicano. Una visión simplista que recoge datos y argumentos de sobra conocidos y expuestos en obras más extensas por los mismos autores que participan en este volumen.

EMILIO MOLA VIDAL, EL CONSPIRADOR DE LA LEICA

La guerra muestra una cara distinta desde el frente Norte, en la que el carlismo desempeña un destacado papel. Así lo demuestra la biografía del general Mola escrita por Lorenzo Goñi6, centrada en la organización del golpe militar desde la Capitanía de Pamplona y en los primeros compases de la guerra, hasta la muerte del general en el accidente de aviación ocurrido el 3 de junio de 1937. Mola fue localizado entre los restos del aparato gracias a la máquina de fotos Leica, que siempre le acompañaba.

Goñi deja claro ciertos aspectos que son fundamentales para encajar correctamente las piezas en su lugar adecuado. Desde Pamplona, Mola, «el director», intenta reunir adhesiones a su proyecto que él considera como un alzamiento patriótico.

La tarea es difícil, porque las voluntades no coinciden. En Pamplona, los dirigentes carlistas, fieles a sus principios de Dios, Patria, Fueros y Rey, desconfían de generales que, como Cabanellas, Queipo de Llano y el propio Mola, se muestran partidarios de mantener el sistema republicano. Kindelán, figura clave para disponer de la aviación, es monárquico alfonsino. Franquito… es un dolor de cabeza para «el director». Su actitud vacilante, cuando no tibia, mantenida hasta el último momento, no aseguraba, en modo alguno, su participación en la conjura.

Con los escasos medios y atento a no levantar sospechas de los servicios secretos del Gobierno, el general Mola logra, después de grandes esfuerzos, incorporar finalmente a los carlistas a su causa y, después, le queda sólo confiar en su buena suerte, para lograr sus objetivos.

EPISODIO FINAL PARA UNA CRISIS ANUNCIADA

El asesinato del diputado monárquico José Calvo Sotelo, ocurrido en la madrugada del 13 de julio de 1936, fue el desencadenante de la temida crisis. Aquel dramático suceso sirvió al general Mola para lanzar la consigna que esperaban los militares implicados en la trama. Este episodio ha sido examinado por los historiadores desde muy diversos ángulos y puntos de vista. El libro de Alfredo Semprún7 describe con detalle la escalada de tensiones que se produce en la primavera de 1936, a partir de la victoria del Frente Popular.

El autor evita cuidadosamente emitir juicios de valor sobre unos acontecimientos que se suceden con tanta rapidez como extremada violencia. Los enfrentamientos en el Congreso de los Diputados acaban con abucheos, insultos y amenazas de muerte contra los representantes de la oposición. El moderado dirigente de la CEDA Gil Robles y el más combativo Calvo Sotelo denuncian los excesos de los grupos extremistas, enumeran los crímenes, asaltos, incendios, huelgas y abusos contra los derechos de los ciudadanos, que el Gobierno de la República no parece capaz de controlar.

Los dos diputados se convierten en el blanco de los odios desatados, dentro y fuera de las Cámaras. Los medios de prensa reflejan el mismo clima de crispación y muy pocos, a derecha e izquierda, parecen dispuestos a rebajar la temperatura ambiental. Semprún se limita a reproducir las actas de los debates parlamentarios, que no necesitan mayores comentarios para reflejar la gravedad de la situación y que explican la suspensión de las garantías constitucionales decretada por el Gobierno.

Cuando el temor se adueña de una sociedad, cualquier catástrofe es posible. El miedo desencadena violencia, la violencia lleva a la muerte y la muerte a la venganza. Los hechos que precedieron al golpe militar acaudillado por Mola deberían hacernos reflexionar a todos, para que sus terribles efectos no vuelvan a suceder. El libro de Alfredo Semprún nos ofrece una excelente oportunidad de ejercitar esa reflexión y obtener de ella las oportunas conclusiones.

LOS VENCEDORES YA NO ESCRIBEN LA HISTORIA

Una tentación entre los autores que recientemente se han incorporado frecuente al estudio de la guerra civil es la de utilizar el victimismo, el dolor de los vencidos como arma arrojadiza contra los vencedores. Si durante los años del régimen del general Franco, los historiadores se referían sólo a las víctimas de su propio bando, la situación se ha invertido, con el mismo criterio partidista, pero en sentido contrario. Ahora, según esos autores, las masacres, los crímenes y las represalias, en una palabra, los muertos, pertenecieron al bando republicano.

Aunque el historiador francés Bartolomé Bennassar8 procura mantenerse dentro de un equilibrado punto medio, lo cierto es que su libro juzga de forma desigual la conducta de los contendientes. En resumidas cuentas, viene a decir que los excesos cometidos por el pueblo estarían, en cierto modo, explicados teniendo en cuenta su falta de formación, incultura, pobreza y siglos de injusticia social sufridos a manos de los poderosos. En cambio, el ejército regular y las clases acomodadas, más cultas, con el respaldo de la Iglesia y sectores cristianos, no deberían haber permitido las represalias criminales desencadenadas durante y en los años posteriores al final de la guerra. En definitiva, los argumentos esgrimidos por el autor desde la distancia no resuelven nada y, en cambio, vuelve a plantear el círculo vicioso del «quién empezó primero» y quién fue más criminal.

No estaría de más aplicar ahora, setenta años después, el principio de que es bueno recordar la historia de los desastres para que no vuelvan a ocurrir, pero es un error utilizarla como arma arrojadiza contra el malvado enemigo. Parecería llegado el momento oportuno de aplicar al caso otros recursos tan necesarios como el perdón y el olvido.

NOTAS

1 Stanley G. Payne, El colapso de la República. Los orígenes de la Guerra Civil: 1936-1939, Planeta, Barcelona, 2005; El Régimen de Franco: 1939-1975. Alianza, Madrid, 2005.
2 Pío Moa, 1936: El asalto final a la República, Altera, Barcelona, 2005.
3 Helen Graham, Breve historia de la guerra civil, Espasa Calpe, Madrid, 2006.
4 Anthony Beevor, La guerra civil española, Crítica, Barcelona, 2005.
5 Juliá Santos, (coordinador), República y Guerra de España, Espasa Calpe, Madrid, 2006.
6 Lorenzo Goñi, El hombre de la Leica, Espasa Calpe, Madrid, 2005.
7 Alfredo Semprún, El crimen que desató la guerra civil, Libroslibres, Madrid, 2005.
8 Bartolomé Bennassar, El infierno fuimos nosotros, Taurus, Madrid, 2005.

Abogado y Periodista