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Tratándose de la historia de Latinoamérica, parece constante la necesidad de declarar perdida cada década que en ella transcurre. Así sucedió con la década de las dictaduras, en los años setenta; luego, con la de la hiperinflación y la deuda en los ochenta; pasó también con la década del fracaso del supuesto «consenso de Washington» de los años noventa y, si un milagro no lo remedia, la presente pasará también al baúl de las décadas perdidas para Latinoamérica.

La siempre convulsa política latinoamericana dio desde finales de 2001 un nuevo bandazo. La caída del gobierno de De la Rúa en Argentina, provocada por numerosas manifestaciones callejeras, fue el punto de partida de una etapa en la que, una izquierda con diferentes matices de radicalismo, ha asumido el poder en casi toda la región. Una izquierda que ocuparía el espacio comprendido entre el revolucionario régimen bolivariano de Venezuela, en su extremo radical, a la Concertación liderada por Lagos en Chile, en su extremo más moderado.

DESPLOME DEL CENTRODERECHA

Como siempre ocurre con los éxitos políticos, a los méritos de uno hay que añadir la inoperancia de su respectivo oponente. La izquierda copa Latinoamérica en gran parte favorecida por el colapso del centroderecha. La Democracia Cristiana chilena es incapaz de ser una alternativa al socialismo en la Concertación; y en el resto del continente, es configuración política es algo del pasado. Al mismo tiempo, el reformismo de centro o liberal no se ha articulado ni intelectualmente ni bajo un liderazgo coherente, que pudiera servir de referente. Vicente Fox tuvo esa oportunidad y ha fracasado. El centroderecha en Latinoamérica es un erial en el que sólo se puede rescatar Álvaro Uribe, aunque siempre maniatado por el gravísimo problema interno que padece Colombia.

El desplome del centroderecha ha sido aprovechado por la izquierda para constituirse en la fuerza hegemónica de la región. Una izquierda que, una vez más, achacó todos los problemas sociales, económicos y políticos a la ingerencia de Estados Unidos en la región y al conocido como «consenso de Washington», es decir, a las reformas económicas llevadas a cabo en los años noventa y a las que hicieron responsable de la crisis de 1998 y sus consecuencias.

A partir de entonces emerge una izquierda que a lo largo de estos años se ha configurado en torno a dos modelos distintos; el reformista de izquierdas y el revolucionario populista.

FIGURAS DE LA NUEVA IZQUIERDA

El reformismo de izquierdas, cuyas principales figuras serían Lula da Silva en Brasil y Ricardo Lagos en Chile, intentaría conjugar el equilibrio económico con unas activas políticas sociales, muy publicitadas y no siempre exitosas, como el fracasado programa «Hambre cero» de Brasil. En este sector se encontraría el Perú de Toledo o el PRI mexicano. Los caídos gobiernos de Mesa en Bolivia y Gutiérrez en Ecuador también se encuadrarían en este sector.

La otra opción ha sido el izquierdismo revolucionario y populista liderado por Chávez. En él se encuadraría Néstor Kichner, Evo Morales de Bolivia y López Obrador en México. Hundiendo sus raíces en el socialismo revolucionario que desde Cuba se trató de extender por todo el continente a lo largo de los años sesenta, este izquierdismo revolucionario trata ahora de socavar el orden democrático de partidos políticos con un discurso abiertamente rupturista y extremadamente nacionalista. De modo paralelo, no dudan en emplear el indigenismo o la propiedad de las riquezas naturales del país como elementos de articulación política. Las salvajes huelgas que han asolado Bolivia o el enfrentamiento con el FMI y las empresas extranjeras en Argentina son algunos de los ejemplos de un tipo de políticas que han hecho de la desestabilización el origen de su triunfo.

Sus métodos para lograr el poder casi se han repetido en cada uno de estos países y el éxito ha dependido de la fuerza real de los mismos. Mantener una protesta callejera continuada y numerosa durante varias jornadas obliga a las autoridades legítimas, en muchos casos con una policía antidisturbios mal preparada y equipada, a dirimir esta opción: o se mantienen a toda costa y terminan causando víctimas entre sus propios conciudadanos o de lo contrario dimiten y traspasan el control político a los revolucionarios. Ese fue el método de las caceroladas en Argentina o las protestas de indígenas alentadas por Evo Morales en Bolivia por la venta del gas a Estados Unidos. El caso extremo fue el de Chávez, que llevó a cabo un golpe de Estado. Cuando finalmente se hizo con el poder, cambió la Constitución con el único fin de garantizarse todos los resortes de poder. Un petróleo a más de 60 dólares como está en la actualidad le permite financiar todas sus aventuras políticas en el continente americano.

El año que viene se podría unir a este grupo el peruano Alan García. Es esta la izquierda que está ganando la partida. A la espera de poder observar hacia dónde decantarán el nuevo presidente de Uruguay y Martín Torrijos de Panamá, es evidente que el izquierdismo radical se ha configurado en el fenómeno político de la región.

EL CASO LULA

Lula, que pretendió ser el icono del siglo XXI de la izquierda mundial, está hundido en casos de corrupción desde hace más de un año. El futuro de este dirigente, que ha dejado a Brasil cerca de su entrada en la sala de las grandes potencias mundiales, es incierto incluso en el seno de su propio partido. A pesar del éxito que ha supuesto estabilizar económicamente el gigante brasileño, el suyo está siendo un mayúsculo fracaso político y social. Como en tantas ocasiones, las expectativas están siendo su lastre. Las diferencias sociales no se han mitigado y los ambiciosos programas de reformas sociales se han estrellado contra una dura realidad.

Además, numerosos miembros de su círculo de colaboradores íntimos se han visto obligados a dimitir desde que, en 2003, saltase el primer escándalo. En estos momentos se tambalea su liderazgo en Brasil y sólo la ausencia de una alternativa en el PSDB o el PFL y la relativa cercanía de las nuevas elecciones, le puede permitir cumplir su mandato hasta 2006.

El paisaje, por tanto, no puede ser más desolador. A la hora de la verdad, Latinoamérica está retrocediendo a marchas forzadas de entre las prioridades de la comunidad internacional. Kennedy lanzó como gran propuesta la Alianza para el Progreso en 1960, que fue el inicio de una etapa dorada en la que la región centró esfuerzos en todos los órdenes por parte de la comunidad internacional. Hoy Bush apuesta por el «Gran Oriente Medio». Tony Blair ha hecho de la deuda de África su sello de la política de cooperación. Latinoamérica no cuenta en la escena internacional y eso lo van a seguir notando tanto cuanto sus dirigentes quieran continuar por la senda del populismo.

UN NUEVO PERSONAJE: SHANNON

Aunque no se le va a dedicar una especial atención, desde la Administración Bush se entiende que el nudo gordiano del problema latinoamericano está en Venezuela. Por esa razón se ha nombrado a Thomas Shannon como nuevo responsable de Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado. Agotada la línea del enfrentamiento de Roger Noriega, se hace necesario reconducir de algún modo la relación con un dirigente, Chávez, dispuesto a exportar la revolución bolivariana apoyado en sus inmensas riquezas petrolíferas.

Shannon no va a evitar el enfrentamiento con Caracas, pero lo que sí puede lograr es la complicidad de otros gobiernos de la región a la hora de afrontar una situación compleja. Una complicidad que no existió jamás con Noriega.

Aun así, esto no parece que pueda hacer evitar el fracaso de la izquierda reformista. A pesar de que han logrado estabilizar económicamente a sus respectivos países, Toledo no pasa de un 10% de popularidad, Gutiérrez ha salido hacia el exilio y Lula, como he mencionado, está atenazado por casos de corrupción. Las expectativas que generaron se han visto defraudadas. La justicia social que prometían no ha llegado, las diferencias siguen siendo enormes y amplias capas de población siguen viviendo en la miseria.

Es una incógnita cómo puede tratar Lula de salvar la crisis en la que se ve preso, pero una tentación podría ser radicalizar al PT haciendo culpable de todos los males al reformismo de esta primera etapa. Una etapa que, para el sector tradicional de su partido, ha sido una traición para muchos. Con ello, retomaría su viejo discurso de sindicalista comunista.

Sin un centroderecha capaz de reinventarse, el radicalismo populista se está haciendo con el control de la región. A excepción de Chile, los moderados se tambalean y la llegada de López Obrador en México puede ser el definitivo paso para la hegemonía.

ELECCIONES POR VENIR

Las primeras elecciones en las que se puede volver a demostrar la fuerza de la izquierda serán las Bolivianas del 4 diciembre en las que el ex presidente Jorge Quiroga se enfrentará al radical Movimiento Al Socialismo (MAS) de Evo Morales. Es mucho lo que se juegan en esas elecciones, no sólo para tratar de cerrar el difícil tema del federalismo con la injustamente tratada Santa Cruz, el indigenismo o los campesinos cultivadores de coca.

Desde Estados Unidos se van a seguir los comicios con suma expectación para ver la influencia real de Morales y la ayuda venezolana recibida, así como conocer el destino de las reservas energéticas gasísticas del país, tan necesarias tanto para Estados Unidos como para Chile.

El 11 de diciembre serán las presidenciales chilenas, en las que la candidata socialista, Michelle Bachelet, parte con una distancia considerable al tiempo que la derecha vive una lucha fraticida en Joaquín Lavin de la UDI y Sebastián Piñeira de Renovación Nacional. En la actualidad, la socialista roza el 50% mientras que los otros dos se sitúan alrededor de un 20% cada uno, con ligera ventaja para Lavin.

Pero va a ser en 2006 cuando tengan lugar las dos elecciones de los grandes gigantes de la región. El 6 de julio en México y, si no se produce un adelanto, en el mes de octubre en Brasil. Estas dos elecciones marcarán un nuevo rumbo para el continente.

Si López Obrador se alza con el triunfo en México y una versión radicalizada de Lula vence en Brasil, se podrá decir que la región vive empeñada en perder el tren de la modernidad. Desgraciadamente el centroderecha dividido, y sin referente, está oponiendo una débil resistencia a ese destino. El brasileño José Serra carece del liderazgo de Lula y el PAN mexicano está inmerso en una lucha entre Santiago Creel y Felipe Calderón, que debe dilucidar cuál de los dos será el candidato -y aun así, las perspectivas no son buenas-.

EL PROBLEMA, LOS PARTIDOS

Todo apunta a que nos encaminamos a una nueva década perdida. El descrédito de los partidos políticos que apuntaban los últimos «Latibarómetros» ha hecho que una vez más los ciudadanos, inmersos en unos problemas de una gravedad extraordinaria, traten de buscar una nueva «solución milagro», esta vez bajo el populismo radical de izquierdas. Exitoso en Venezuela gracias a una hábil gestión política de Chávez que ha sabido captar, administrando un petróleo a precios históricos, a unas clases sociales abandonadas por los partidos tradicionales. En la movilización de ese colectivo y en el derrumbe de los partidos tradicionales ha estado la clave de esta nueva hegemonía.

Aunque muchos de los países en los que el populismo puede triunfar están asentados sobre ricos recursos energéticos -Bolivia, México-, sólo con ellos no va a ser suficiente para lograr que sus discursos revolucionarios se hagan realidad.

Latinoamérica está en esos puntos de la historia en los que o bien se coge el tren de la historia o bien pierde la carrera de la modernidad. La globalización, que tan bien ha sido explotada por países mucho más atrasados que los latinoamericanos, como los del sudeste asiático, no está siendo aprovechada en todas las oportunidades que ofrece. Las fórmulas empleadas desde 2001 sólo están produciendo una nueva pérdida de dinamismo.

Pero como siempre, al final, deberán ser los ciudadanos los que deban encontrar las soluciones a sus problemas. En ellos estará la solución.

Pablo Hispán Iglesias de Ussel es licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Navarra. Universidad en la que se doctoró en Historia Contemporánea. Ha desempeñado distintos cargos en la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid. Es autor de varias publicaciones sobre diversos temas como la Economía sumergida, Política monetaria, Política regional, Globalización y temas de la Unión Europea.