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El vínculo entre el éxito de los manuales del autoayuda y el descrédito de la resiliencia frente al obstáculo choca con los manuales de Samuel Smiles –el Plutarco moderno, según Shaw- para la formación de la voluntad. A medio camino tenemos el diván del psiquiatra, una o dos generaciones sobreprotegidas y el big bang narcisista. De nuevo hay quien habla del retorno a las épocas oscuras y a una versión Instagram de la decadencia de Occidente. En el pasado, el declive de la idea de Occidente ha deparado más de una sorpresa, como aquel enfermo casi comatoso que, de repente, salta de la cama con vigor. Del amanecer a la decadencia de Jacques Barzun fue el penúltimo aviso sobre el cortejo nihilista.

Europa tiene una larga experiencia en declives, barbaries y recuperaciones. En los últimos tiempos cada contratiempo –crisis inmigratoria, Brexit, Trump, Putin- remite a la inmovilidad y revela flaquezas ocultas, como el envejecimiento de la población o los efectos del multiculturalismo que –con el terror islamista- ponen a la Unión Europea en la frágil situación del enfermo de hemofilia. Mientras tanto, vamos en busca del sentido del fragmento y no del todo.

Hoy capital de la Alemania reunificada, Berlín era en junio de 1948 una ruina distribuida entre los poderes de ocupación. Stalin bloqueó el suministro de Berlín. Sin retirarse ni entrar en el conflicto, los Estados Unidos acordaron organizar un corredor aéreo que alimentó a los berlineses durante once meses. La Unión Soviética finalmente levantó el bloqueo. Europa se había librado de otra guerra y el espíritu de la libertad cundía en el viejo Berlín.

Europa tiene una larga experiencia en declives, barbaries y recuperaciones

Por contraste, Occidente lleva en el armario algunas décadas, inculpado, rapaz, colonialista y ególatra. Al finalizar la guerra fría, Christopher Coker, experto británico en temas de defensa, escribió Crepúsculo de Occidente. Coker veía llegado un fin de siglo sin que las potencias occidentales mostrasen mucho entusiasmo por la construcción de un nuevo orden mundial. Propuso tres axiomas para el crepúsculo occidental: una alianza no puede sobrevivir por mucho tiempo si se da una contradicción entre lo que dice y lo que pretende que digan sus afirmaciones; la alianza no podrá sobrevivir a la ironía que se genera entre la apariencia y la realidad; una alianza no puede sobrevivir a la diferencia entre lo que dice en sus comunicados y lo que hace en el mundo. Los tres axiomas siguen siendo válidos. Pero sin el sustrato de Occidente no solo no hubiéramos resistido mutaciones tan bruscas: algunas, las que dimanan de la idea de libertad, ni tan siquiera podrían haberse producido. En el laminado autocrático del mundo árabe todavía falta mucho para caer en las contradicciones morales del progreso.

Con el precedente tan aparatoso del imperio mongol, los historiadores hablan de ciclos y morfologías de las civilizaciones. Es cierto que Occidente anduvo tiempo por detrás del mundo árabe y del imperio chino, pero su constante desde entonces ha sido la capacidad de reconfigurarse y de afianzar los progresos en el perfeccionamiento de las instituciones a pesar de que el ser humano no pierda un miligramo de su finitud. En momentos muy inciertos, los valores y logros del mundo occidental –desde los laboratorios a las urnas- mantienen los anticuerpos imprescindibles para anular un determinismo cíclico o terminal. El continuum no está agotado pero haríamos bien en volver a Samuel Smiles.