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·       Cuando Sartre se dispuso a mear sobre la tumba de Chateaubriand no estaba dando un ejemplo de originalidad, porque el decurso generacional de toda literatura se basaba en matar al padre. Actualmente, es algo distinto porque las nuevas generaciones desconocen a sus padres. Sucumbe lo que se llamó nación literaria, de la que Francia fue molde. Existía el escritor y luego el gran escritor, a cuyas exequias acudían cofradías, sindicatos, enemigos y damnificados. Tal vez sea necesaria una cierta hipocresía. Sartre odiaba el estilo del vizconde –ya se sabe que hay dos ramales de estilo, el vizconde que es Chateaubriand y el teniente que fue Stendhal- y optó por rociarlo con ácido úrico pero al final es inevitable que los meones acaben por ocupar la hornacina de los grandes maestros. Aún así, André Gide quiso ser gran escritor, se procuró la vitrina de la “Nouvelle Revue Française” y ahora es una especie de fósil.

·         En otros tiempos se decían unas palabras ante la fosa del maestro: así Zorrilla se crece declamando ante la tumba de Larra. La diferencia está en haber anulado los ritos de transmisión que daban continuidad a las culturas y encabalgan las generaciones más allá del estímulo iniciático que consiste en matar al padre. La nación literaria tiene bulevares y suburbios. Según Alain-Gérard Slama, la idea de la identidad política de Francia, la única definible, está en la literatura. A  qué vendaval nos arriesgamos por suponer que la política europea es inferior al pensamiento de Europa sin que sepamos ni que política ni qué pensamiento.

·         El mapa del poder intelectual, por ejemplo en España, tiene vastas fajas de tierra yerma y no por falta de  talento, capacidad o vocación sino por ausencia de unas formas jerárquicas que todos odiamos cuando nos someten y añoramos al dejarlas atrás. Ocurre al descreer de los poderes de la palabra si es que, como decía Roland Barthes, el lenguaje es fascista. En buena parte merecidamente, Barthes también es olvido pero esa idea persiste en las noches nihilistas de poetas cierra-bares. El escritor quiere nacer desheredado porque supone que así cree más libre cuando en realidad eso le hace impersonal. Al fin y al cabo, la ciber-literatura da por sabido que no harán falta el heroísmo trágico ni la grandeza porque las decisiones últimas las van a tomar los algoritmos. Uno ya no puede permitirse aliviar la vejiga sobre las tumbas de los maestros porque ni sabe donde están. Un gran poderío intelectual y el tejido de la nación literaria son sistemas complejos que se alimentan de contradicción y asimetría y eso es lo que permite adaptarse constantemente a las secuencias de orden y desorden, de crisis y reequilibrio. Posiblemente para eso existían el choque y el trance entre generaciones.