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**  Liturgia y telón de fondo apocalíptico en la “Académie” francesa para que Alain Finkielkraut tenga el sillón que fue de Felicien Marceau, dramaturgo cordial, colaboracionista al sesgo y primo de aquella generación que fue la de los “húsares” anti-sartrianos y tampoco muy gaullistas. Finkielkraut –“Finkie” para los cursis- crece en vehemencia en cada uno de sus libros, como una voz que clama en el desierto de los platós de televisión, debate tras debate. Prosa altanera, verbosa, intuitiva, con vocación de grandes causas sobre todo si son causas perdidas. En estas cosas es fundamental tomarse en serio. Es lo que hace que la literatura francesa parezca ser lo que es o incluso más. Incluso la política se rinde ante la academia. En uno de los últimos números del semanario “Le Point”, Finkielkraut debatía largamente con Alain Juppé, el mejor colocado de los candidatos del centro derecha y alcalde del gran Burdeos que tiene a dos pasos la huella de Montaigne, Mauriac y Montesquieu, cuyo espíritu de las leyes ha glosado en un libro. Eso le distancia de Sarkozy, incapaz de “finesse” y tal vez por eso capaz de quitarle votos a Marine Le Pen.

** Gran dilema para todo escritor francés: ¿Academia Goncourt o “Académie Française”? Los Goncourt posiblemente comen mejor pero no llevan uniforme ni tienen derecho a espadín. Si Europa ha vuelto a tener un mapa medieval, leer un puñado de discursos de ingreso en la “Académie” le quita herrumbre a la armadura y permite gentilezas de Versalles. Los elogios al predecesor pueden ser obras maestras de la reticencia y la daga envenenada.  Esa es la Francia suicida de Zemmour, la Francia que cae de Baverez, la Francia atacada por el jihadismo y la banalidad. A esos franceses, Bernanos les pedía un último esfuerzo.

** Para Finkielkraut, la identidad de Francia ha caído en desgracia. Cuanto más se inspira en Péguy menos se distingue su perfil intelectual, por inmersión de potente inteligencia jeremíaca en la pleamar de una República que –según los declinólogos- decae y se cuartea. Viene a cuento lord Acton: “Únicamente una civilización moribunda ignora su muerte”. Y en Francia lo que sobran son diagnósticos y faltan reformas. La lamentación de Finkielkraut, ya más épico-lírica que filosófica, inyecta consistencia en los cimientos de la “Académie” para que ni decaiga ni pierda el sutil poderío de la intriga.