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La civilización avanza lentamente y después –dice Paul Morand en Diario inútil– en ocho horas retrocede ocho siglos. El sí al “Brexit” del electorado británico, sin ser el fin de la civilización europea, afecta a todo un sistema institucional –a veces utopista y otras hipócrita- que teóricamente pretendía aunar el interés común y un idealismo que se fue rebajando hasta convertirse en argot de despacho. Ocurrió con la escenografía de la “troika” que bajaba del avión para controlarte las cuentas. Generó reacciones euroescépticas del mismo modo que, para la idiosincracia de la “Little England”, que el FMI, Juncker y toda la tecnocracia globalizada  amenazaran con el fin del mundo ha resultado ser un acicate para el “Brexit”. Ese es un problema de la Unión Europea y la constatación de que el Reino Unido no determina el equilibrio continental. “Mutatis mutandi”, es una Unión Europea que no lidera; regula, creyendo que la norma existe sin la fuerza. Son muchos pasos atrás.

El partido conservador británico, la organización política más veterana del mundo, ha ido alejándose del modelo “One Nation Tory” y fomentando una suerte de xenofobia “soft” cuyo efecto en la vetusta militancia que controla la nominación de candidatos por circunscripciones ha dado pie a un ala eurófoba “tory” con el complemento populachero de Nigel Farage, mucho más allá del euroescepticismo de Margaret Thatcher. Es el hombre que recela del extranjero tomándose una jarra en el pub.

La desazón de una Europa debilitada habrá de buscar dosis vitamínicas de excepción. Quién sabe si las hay. Da una idea del riesgo que Putin sea el hombre fuerte que atrae la derecha dura en toda Europa. Más allá del “Brexit”, es una crisis de principios, unos principios con los que se ha hecho mucha retórica, sin convicción. Adiós al europeísmo fundacional. Ahora harán falta masivas brigadas de bomberos. El “Brexit”, y mucho más si la salida efectiva es liderada como un demagogo como Boris Johnson, equiparable a Donald Trump pero con régimen parlamentario, va a dañar la economía familiar de los europeos y por tanto el apego a una cierta idea de Europa que se ha ido difuminando con las inercias institucionales y el descrédito justo o injusto a la vez de las élites. Ciertamente, el “Brexit” no implica un retroceso de ocho siglos pero sí la parálisis de la Unión Europea, la puesta en duda del sistema de soberanía compartida y el auge de una crisis de identidad que se veía venir desde hace tiempo. Es un elemento más de la crisis de la conciencia europea y de Occidente. Tantas fuerzas centrífugas han coincidido ante los portalones de la Unión Europea que ahora son más bien reacios a las tareas del espíritu. Por una vez los sondeos han acertado más que las casas de apuestas. Llevará largo tiempo pagar los costes y recoger tanto cascote.