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Se ha escrito mucho y bien sobre la necesidad de fortalecer las instituciones intermedias como complemento necesario de la acción de los gobiernos. Precisamente, estas entidades son las que pueden ayudar de manera eficaz a paliar el déficit institucional y la fragilidad democrática que amenazan a tantos países de América Latina. Muchas veces, por su propia naturaleza, son buenas conocedoras del contexto internacional en su sector e identifican las necesidades sociales que no pueden ser objeto de la acción de los Estados o que, estando también en el ámbito de la acción pública, tratan de orientarlas de otra manera, complementaria, con una virtuosidad en ocasiones no sencilla en el ámbito administrativo. Junto a esto, como en alguna ocasión ha dicho Antonio Garrigues Walker, presidente de la Fundación Ortega y Gasset, el tercer sector tiene que jugar un papel clave para contribuir al sosiego social, y está en una posición estratégica para liderar un cambio positivo en la sociedad. El sosiego y el cambio son absolutamente necesarios para conseguir una educación que sea motor del desarrollo en América Latina.

Quizá, algunas de las instituciones intermedias por excelencia sean las escuelas, los centros de formación profesional y las universidades. Son lugares en los que se supone que las jóvenes generaciones reciben los conocimientos técnicos -y parte no pequeña de los recursos morales- que les permitirán construir una sociedad acorde con los derechos humanos fundamentales y la justicia social. En la escuela se recibe la base del desarrollo personal: lectura, escritura, historia, matemática. En la universidad es donde, en teoría, se aprenden los rudimentos de una profesión (medicina, leyes, ingeniería, periodismo, economía…) y los valores democráticos elementales. En una verdadera universidad se da el intercambio de conocimientos entre disciplinas, la colaboración interdepartamental, y el deseo de que, de alguna manera, los alumnos sean protagonistas de su propia instrucción.

Es claro que sin estabilidad en los gobiernos latinoamericanos no es posible llevar adelante programas de alfabetización y escolarización duraderos, y que tampoco se podrán desarrollar planes de fortalecimiento universitario a medio y largo plazo. Al mismo tiempo, tampoco parece probable un grado de madurez suficiente si no se consigue una clase política suficientemente preparada. También parece evidente que gran parte del apoyo de las instituciones intermedias europeas debe dirigirse precisamente a potenciar y fortalecer la educación en esos países. Los gobiernos americanos solos no tienen la capacidad de formar maestros y docentes superiores, entre otras cosas porque esos conocimientos pedagógicos se encuentran desarrollados fundamentalmente fuera de sus fronteras. Hay que buscar fórmulas ágiles que permitan una implantación profunda de esos conocimientos en las instituciones educativas del continente americano. A día de hoy, se están realizando importantes esfuerzos para mejorar los índices de alfabetización general y la calidad de los profesores universitarios, pero es necesario un empuje más decidido para que la educación se convierta de verdad en el pilar del desarrollo social y económico latinoamericano. A más educación generalizada, más posibilidades de estabilidad institucional y desarrollo sostenible.

Desgraciadamente, desde los años de la guerra fría, la educación quedó fuera de los programas de desarrollo internacionales, y hasta ahora no parece que la cuestión se haya corregido del todo en los programas de las instancias públicas. Existía miedo a que alguno de los bloques infectara de ideología perniciosa a los países pobres, como si eso fuera a desequilibrar la balanza en un sentido u otro. Los años han puesto de manifiesto que aquel enfrentamiento acabó, entre otras muchas cosas, por la catástrofe económica de la Unión Soviética, que no fue capaz de aguantar el ritmo occidental, y arrastró consigo a todos sus aliados. Junto a esto, sin canonizar el modelo moral en el que vivimos las sociedades de libre mercado, es evidente que el enorme vacío de valores morales de las sociedades marxistas fue otra de las causas profundas del desmoronamiento soviético y sus satélites.

Ahí es donde ahora se debe actuar, en los valores. Se puede afirmar que ya existe una estabilidad macroeconómica que permite pensar en un crecimiento generalizado de la formación. América debe desterrar las tentaciones populistas, y apostar por el enriquecimiento cultural de todas las clases sociales. Populismo es sinónimo de inestabilidad y, probablemente, de empobrecimiento o estancamiento.

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Se puede comparar qué ocurre en los países africanos o en los pueblos asiáticos emergentes en relación con los países americanos, pero al menos en ese gran continente, en Centro y Sudamérica, incluido México, las instituciones educativas parecen claves en el desarrollo de sus pueblos, y están preparadas para asumir el reto.

Al igual que en el ámbito de la cooperación al desarrollo clásica (cfr. Información coordinada. Cooperación efectiva. Un proyecto Informativo sobre la Cooperación de España y Portugal con América Latina. Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset, Ford Foundation, mayo 2006), se debe intentar sobre todo que las estrategias de cooperación educativa estén claras y coordinadas. De esta forma, las mismas instituciones educativas, sin olvidar el objetivo fundamental que justifica su existencia, también podrían llevar adelante proyectos de cooperación social en sus entornos cercanos. Vendría a ser una especie de «cooperación integral» muy capilarizada. Por ejemplo, me pareció interesante el caso de una universidad enclavada en una ciudad media del istmo centroamericano que consiguió la construcción y dotación de su biblioteca en términos más que aceptables, pero al mismo tiempo supo poner los fondos bibliográficos al alcance de maestros y profesionales liberales no vinculados directamente con la actividad universitaria.

La tradición universitaria en el continente americano es enorme. Conmueve visitar Antigua Guatemala, sus calles, su universidad. Anima comprobar que bastantes instituciones de educación superior celebran los 200 años de su fundación. Desde el primer momento, América fue consciente de que el desarrollo se basa en la educación. Sin embargo, hoy, muchos de los mejores o más dotados viajan a su vecino del norte o a Europa en busca de la excelencia académica, y raro es quien vuelve dispuesto a invertir en su país de origen los conocimientos adquiridos.

No obstante, como digo, al mismo tiempo, se puede constatar a lo largo y ancho del continente -Argentina, Chile, Colombia, Perú…- que está creciendo un gran deseo de mejorar la formación del profesorado universitario y el grado de alfabetización de adultos, de tal forma que el aumento de matriculaciones en la enseñanza no sea una especie de prolongación efímera de la escuela elemental, en donde los mejores no están, y sólo se busca el negocio fácil. España, y en particular las universidades de nuestro país, tienen contacto desde hace muchos años con sus homólogas americanas, y poseen una larga experiencia de trabajo conjunto en el ámbito educacional. Sin embargo, ¿cuántos acuerdos de colaboración nacieron muertos desde el principio?, ¿cuántos profesores y cuántas universidades dan continuidad real -presupuestaria y de dedicación- a esas iniciativas de trabajo conjunto? Los recursos económicos y pedagógicos existen en grado considerable, pero habría que romper algunas rutinas en la cooperación educativa cuyas limitaciones son reconocidas por todos los actores.

En sentido amplio, la institución universitaria es una de las que más rápidamente ha sabido adaptarse a un mundo globalizado. Actualmente, Pablo Sagastibelza cuando se visitan los campus americanos o europeos es fácil comprobar la mezcla creciente de razas y procedencias. Incluso, aunque sea por un motivo estrictamente crematístico, muchas juntas de gobierno han decidido ampliar sus cursos de postgrado y másters a alumnos procedentes de áreas geográficas muy distantes, o han lanzado al mercado de la educación multitud de productos on-line para captar alumnos, que escasean en sus propios radios de acción inmediatos, por la baja natalidad occidental. Muchas veces, globalización -impuesta o buscada- no siempre quiere decir organización racional de los recursos.

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Baste como botón de muestra de esta globalización -entre miles- mi cordial encuentro hace pocos días, en el acto conmemorativo anual de la independencia de los países centroamericanos organizado en la Casa de América, con una estudiante salvadoreña afincada temporalmente en Holanda, que realiza su tesis doctoral en ese país y hace las prácticas obligatorias para obtener el título en Alemania. Gracias a una beca importante de una institución estatal salvadoreña piensa en cómo desarrollar la industria turística en El Salvador, es decir, en cómo globalizar de alguna manera la riqueza natural que poseen aprovechándola para el desarrollo social y económico local. En España viven cerca de tres mil salvadoreños, y muchos de ellos han venido a estudiar con la idea de aplicar los conocimientos adquiridos en mejoras que permitan continuar el crecimiento de su país. Si esto es así en el ámbito de la capacitación empresarial, también deberíamos ser capaces de conseguirlo en el sector educativo: alcanzar buena calidad en los docentes, cooperar en la creación de infraestructuras, crear redes de investigación conjuntas.

Es evidente que todavía queda mucho camino por recorrer. Todavía hay rastro de aquel enfrentamiento estéril de los años cincuenta, sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado y, además, los nuevos populismos amenazan con contaminar de nuevo el auténtico espíritu educativo. Sin poder dar nombres ni lugares concretos, me viene a la cabeza la lucha de un joven amigo, profesor universitario en Venezuela, doctorado en España, que con inteligencia procura enseñar a sus alumnos el arte del periodismo, sin dejar que la dictadura imperante asfixie los valores democráticos que quiere transmitir. Es una gota en el océano que conviene cuidar.

Hay dos factores sobre los que se apoya la actividad educativa. En primer lugar, la calidad y motivación de los profesores; en segundo, los materiales pedagógicos e infraestructuras. El apoyo que prestan las instituciones intermedias europeas a sus homólogas americanas podría centrarse en ambos planos al mismo tiempo. Esta especie de intermediarios deben saber conjugar el esfuerzo de entidades educativas, empresas y recursos públicos. Se trata de trazar conjuntamente programas que eleven el nivel de la docencia en sus distintos niveles aumentando el nivel de exigencia, y facilitar los materiales necesarios para alcanzar la excelencia. La comunicación en los procesos educativos se revela como fundamental.

Además, como telón de fondo, todos somos conscientes de que algunos de los problemas con los que hay que enfrentarse para llevar adelante este esfuerzo tienen su origen precisamente en la falta de educación. Por ejemplo, las maras -organizaciones mafiosas integradas fundamentalmente por jóvenes desarraigados, muy extendidas en gran parte del continente- son un fenómeno creciente en toda América Latina, que se agrava en la medida en que poco a poco se interconexionan con el narcotráfico y otro tipo de delitos asociados, amén de la corrupción de algunos gobiernos locales o departamentales. El origen de este tipo de organizaciones es variado, pero sin duda hay dos factores determinantes: la pobreza material y la pobreza intelectual. Las consecuencias de su desarrollo impiden llegar con eficacia a sectores muy desfavorecidos, en donde el fracaso escolar es alarmante. Sólo transmitiendo valores con la preparación necesaria y los recursos materiales suficientes se conseguirá paliar la epidemia.

El general Tomás Regalado (1862-1906), en su proclama al pueblo salvadoreño el 15 de noviembre de 1898, decía entre otras cosas: «Que se concluyan los odios y las persecuciones. Todos somos hermanos y preciso es, por el bien común, que olvidemos las rencillas del pasado y nos unamos en abrazo franco y fraternal. La Ley será norma de mis actos. Los impuestos serán limitados a las necesidades públicas y administrados prudente y económicamente. La industria, la agricultura y el comercio gozarán de amplia protección de la autoridad pública. Todos los intereses legítimos, toda idea de progreso será amplia y debidamente protegida».

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Las prioridades del último caudillo de Cuscatlán al final del siglo XIX eran la educación, la sanidad de los fondos públicos, el impulso a la agricultura y a las vías de comunicación, para cuyo logro era imperativa la estabilidad política y económica. Hoy como ayer. Muchos de los gobiernos americanos actuales -con las vicisitudes del siglo XX que todos conocemos- siguen empeñados en estos objetivos y es creciente el número de los que elaboran planes regionales y municipales de desarrollo cultural. No obstante, todavía no existen organismos supranacionales eficaces que coordinen -o al menos orienten- las actividades en los distintos sectores del desarrollo educativo. Tomás Regalado era consciente del reto que tenía por delante. Hoy, los gobiernos, apoyados por las instituciones intermedias, están un paso más allá de donde nos encontrábamos en los albores del siglo XX, pero el camino no ha hecho más que empezar y es urgente conseguir una educación de calidad que sea verdadero pilar del desarrollo.

Vicepresidente de la Asociación para el Fomento y Desarrollo de Hispanoamérica (ADESH)