Tiempo de lectura: 4 min.

Semiótica o semiología es todo estudio de la producción de significado. Naturalmente, la primera semiótica es la lingüística, que estudia la producción de significados por medio de las lenguas naturales o idiomas. No obstante, la actividad humana de la significación no se agota ni con la comunicación idiomática verbal ni con sus diversas posibles transcripciones escritas.

Entendemos también la historia que nos cuenta un cuadro de pintura o unos frescos en la pared, leemos tiras de tebeo que no tienen palabras, podemos ser aficionados al cine mudo o sacar consecuencias de una representación de mimo. Incluso cuando el cine es sonoro y la representación teatral tiene detrás un texto, sus significados no son solo los transmitidos de modo verbal.

Además, encontramos significados donde a primera vista parecería que no los hubiera, como, por ejemplo, en el vestido. Si observamos el cuello de los varones que pasan por la acera a nuestro lado, vemos que lo llevan de tres diferentes formas: 1) cerrado y con corbata, 2) abierto y 3) cerrado y sin corbata. Con ello «dicen» que son ejecutivos, estudiantes o campesinos. No es una cuestión económica, desde luego, porque el estudiante descorbatado puede tener mucha mayor capacidad adquisitiva que el empleado de banca en cuestión. Lo mismo pasa con las formas de etiqueta o muchas decisiones urbanísticas.

En suma, el ser humano es el rey de los signos. Ha creado muchos sistemas de signos: desde las señales de humo al lenguaje de las banderas, desde la liturgia a las señales de tráfico. Ha convertido en códigos, según hemos visto, manifestaciones que inicialmente no surgieron para la comunicación. Es capaz, en fin, de hacer signo (al menos para sí mismo) de cualquier cosa: unas cuantas cañas entremezcladas con escayola son recogidas de un derribo y puestas sobre una peana porque han significado «escultura» para la sensibilidad artística que pasaba por allí.

Todo esto y más justifica la sugerencia al respecto del profesor ginebrino Ferdinand de Saussure (1857-1913), padre de la lingüística del siglo XX. Es concebible, dice, un estudio de la vida de los signos en el seno de la sociedad que se podría llamar semiología (del griego semeiom signo). Se trataría de una ciencia sobre la constitución de toda clase de signos (no solo las palabras) y las leyes que los gobiernan, disciplina que «aún no existía» pero que en su profética opinión tenía derecho a existir y un lugar asegurado en el futuro.

En este contexto surge la discusión académica de si la semiología, como previo Saussure, es la ciencia general de los signos y la lingüística constituye tan solo una parte, la dedicada a los signos idiomáticos o, más bien, como sugiere Lotman (1922-1993), la lengua natural es el modelo de todo código y, por consiguiente, la semiótica es una parte de la lingüística. A la mayoría de los especialistas no les parece fundada la segunda opinión.

Sea como fuere, en la práctica, la semiótica como conjunto engloba sin duda la lingüística. Cuando se trata, por ejemplo, de analizar una película, la semiótica fílmica integra, además del estudio de la composición cinematográfica, el de los diálogos (semiótica de la comunicación verbal o lingüística), el de las secuencias de la historia (narratología o semiótica de la narración) etc., etc.

Paralelamente al enfoque lingüístico, la producción de signos es susceptible de un tratamiento filosófico . Los signos son representaciones de otras realidades y, por consiguiente, factores de primera importancia en el orden cognoscitivo. Así lo entendió en Norteamérica Charles Sanders Peirce (1839-1914), reconocido como la otra instancia fundacional de los estudios semióticos en nuestro siglo.

La divulgación de esta línea norteamericana se ha hecho, sobre todo, a través de la obra de Charles William Morris (1901-1979), quien distinguió tres dimensiones de la semiótica: sintaxis o estudio de la relación de los signos entre sí, semántica o estudio de la relación de los signos con las realidades que representan y pragmática o estudio de la relación de los signos con sus usuarios en las circunstancias concretas.

En las últimas décadas se ha ido subrayando la importancia del componente pragmático hasta tal punto que se ha llegado a constituir la pragmática, al margen de la semiótica, como estudio autónomo que englobaría, entre otros factores, la sintaxis y la semántica. El ejemplo de solo, que significa en España «sin compañía» en el diccionario y «café» ante la barra de un bar, nos puede hacer ver lo razonable que resulta en ciertos casos la primacía del enfoque pragmático, que empieza por preguntarse ante qué acto de comunicación estamos (una definición/una demanda hostelera) para pasar después a precisar la semántica y la sintaxis que han intervenido en su configuración.

El conocimiento de las artes se ha beneficiado mucho del desarrollo de la semiótica. La literatura, en particular, supone una encrucijada de sistemas de signos lingüísticos, estéticos y retóricos que se desentrañan con especial lucidez a esta nueva luz. Román Jakobson (1896-1982), Roland Barthes (1915-1980) o Algirdas Julien Greimas (1917-1992) han sido nombres señeros en estas investigaciones. Umberto Eco (1932) no solo ha divulgado sus hallazgos, sino que al hacer a un semiólogo avant la lettre, Guillermo de Baskerville, protagonista de su famosísima novela El nombre de la rosa, ha llevado el término «semiótica» al gran público.

Los nombres de estos estudios -semiótica, semiología- estaban ya en el diccionario, aunque en el sentido restringido de disciplina que trata de los signos (síntomas) de las enfermedades. Los hechos que estudian han sido objeto de atención de uno u otro modo a lo largo de la historia de la cultura. Su importancia y emancipación ha sido, sin embargo, cosa propia de este siglo XX.

Este siglo de los medios de comunicación social (la radio, el cine, la televisión, las infovías), que ha visto multiplicarse con eficacia antes insospechada las fórmulas de publicidad y propaganda, no es extraño que sea también el siglo de la semiótica. La proliferación de signos ha propiciado la constitución de claves de estudio y, a la vez, el desarrollo de estas claves ha suministrado métodos para descubrir nuevas fórmulas.

Nadie crea, sin embargo, que la semiótica sea una investigación que aspire a sustituir a las Ciencias Humanas y Sociales. Sí es un punto de vista que las enriquece.

Publicado en Nueva Revista nº 53 (1997)

Especialista en Análisis del Discurso, ha sido catedrático de Universidad y Profesor de Investigación del Instituto de la Lengua Española (Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid).