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La revolución europea. Cómo el Islam ha cambiado el viejo continente. Christoher Caldwell. Madrid, Debate, 2010

Escribir un libro como éste exige valentía. Trata un tema realmente polémico, sobre el que imperan con demasiada fuerza las coacciones de lo políticamente correcto. Ahora tal vez resulte más fácil hablar de ello por las declaraciones de Angela Merkel, para quien la experiencia multicultural con la población musulmana ha resultado un fracaso, declaraciones que han aireado las opiniones, aunque sin sacudir demasiados yugos. Caldwell parte de un hecho incontestable y es que la relación con comunidades culturales diferentes no está exenta de problemas y que estos siempre son más complejos e intensos cuando las diferencias son tan palmarias y comprometen tanto la identidad de las personas. No es de extrañar que su libro comience afirmando que la convivencia con el Islam es una de las preocupaciones principales de los gobiernos europeos.

Nadie puede negar que el terrorismo es una realidad; no sólo los atentados del 11-S o del 11-M han sido un hecho histórico trágico, sino que hay que recordar las incontables amenazas: el metro de Londres, células islamistas, la penetración del radicalismo en musulmanes occidentalizados, por ejemplo; ahora el riesgo de amenaza desde Yemen. Pero ante todos estos hechos parece como si la opinión pública tuviera vedado acercarse a su naturaleza y no pudiera identificar a los culpables. Caldwell cree que existe un complejo en Europa que le impide poner límites a estrategias que se antojan peligrosas. En este sentido, la cultura europea ha considerado injusto imponer restricciones legales a la inmigración, sobre todo al principio del fenómeno.

Caldwell recorre las etapas de la inmigración, desde la oleada de los cincuenta, en la que los inmigrantes eran recibidos con los brazos abiertos por unas economías que tenían que levantarse tras la II Guerra Mundial, los sesenta y los setenta. Es cierto, afirma Caldwell, que la falta de mano de obra puede ser una necesidad, pero si es así tiene una fecha de inicio y una de final; en cambio, Europa ha vivido desde entonces pensando que necesitaba todavía inmigrantes. No es de extrañar que, en este sentido, se hayan producido situaciones tan paradójicas como las que Caldwell recoge en su libro: en España se permitió la llegada masiva de inmigrantes para trabajar en la construcción porque había necesidad de viviendas… para los propios inmigrantes que llegaban.

Es verdad que Caldwell aleja cualquier posibilidad de colonización –las estadísticas señalan que en la próxima generación el 10% de la población europea tendrá raíces musulmanas- pero piensa, con razón, que el aumento ininterrumpido de población inmigrante es, y será mucho más en el futuro, fuente de desencuentros públicos. Lo que parece que denuncia Caldwell no es en sí el fenómeno migratorio, sino a la vez la pérdida de referencias morales de Europa. ¿Qué significa todo ello? En última instancia, lo que quiere indicar este periodista es que los países europeos han negociado con su identidad y que, por tanto, los inmigrantes, de cualquier nacionalidad, no pueden integrarse porque no hay cultura que les integre. Por ello, terminan reafirmándose sobre el vacío que las convicciones tradicionales de occidente han dejado en las esferas públicas europeas.

Y esto es así porque el musulmán aúna el compromiso religioso y el político. Por emplear términos frecuentes en la teoría política, cuenta con doctrinas comprensivas que no están sujetas a negociación, mientras que el europeo, acostumbrado a convicciones más débiles, está acostumbrado a transigir y transige. La población musulmana se está convirtiendo en una de las minorías más relevantes en Europa y lo que Caldwell quiere decir es que las situaciones a las que se tendrán que enfrentar en el futuro las democracias occidentales serán difíciles y fuente interminable de conflictos.

El libro de Caldwell ha cosechado fama desde que se publicó hace unos meses, fama que en cierto modo ha sabido vender también su sello editorial. Más allá de la polémica y de los reduccionismos —se ha tachado al autor de islamófobo, conservador, de extrema Derecha—, estas páginas obligan a iniciar una seria reflexión no sólo sobre los desafíos a los que se enfrenta una sociedad que convive con varias culturas, sino sobre los límites del multiculturalismo y sobre nuestra propia identidad.

Profesor de Filosofía del Derecho (Universidad Complutense de Madrid).