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Felipe Camino Galicia de la Rosa, más conocido como León Felipe (Tábara, 1884), se trasladó desde este rincón de la provincia de Zamora, donde se encontraba destinado su padre en calidad de notario, a Salamanca para estudiar Farmacia, pero no es fácil imaginar a un espíritu inquieto y montaraz refugiado tras el mostrador de una botica. No resistió y azuzado por el sufrimiento de los menesterosos se lanzó a recorrer los caminos. En ellos encontró a los cómicos de la legua y con ellos visitó media España, aunque con extraño pudor en un hombre tan extrovertido y espontáneo se negaba a rememorar sus andanzas teatrales. Con sarcasmo respondía, «les cuento que estuve en muchos cementerios y velorios aldeanos».

Expurgando en su poesía, compilada por José Paulino Ayuso en 2010, se encuentran tres dramaturgos recurrentes: Shakespeare, genial «para jugar con conceptos y frases, y con personajes forasteros», ingenioso para trasladar a escena «invenciones y símbolos universales», y dotado para escribir un teatro extraordinario «de comediante maravilloso que sabe llorar por cualquiera, por gentes extrañas y lejanas, por fantasmas, por mitos (…) por Hécuba»; Sófocles y su Edipo rey, con el que compartía el afán por comprender un mundo absurdo, lleno de crímenes y dislates; y Calderón con Pedro Crespo al frente de todos los personajes, estandarte de hombre del pueblo que se rebela contra un sistema injusto.

La poesía destila dramatismo en la formulación dialógica de algunos poemas y en el transfondo. Los contenidos desgarrados y directos, sencillos y exactos, entretejidos sin los «caireles de la rima» y con palabras a modo de dardos que se clavan en el corazón del lector, recuerda la expresión, despojada de retórica, que sale del escenario y remueve al espectador, como proclama Hamlet en su monólogo de Hécuba al final del acto segundo. Los poemas además resuenan por el carácter invectivo, sacuden por la tensión interior producida a causa de los conflictos de ideas, y remueven con el ritmo interno inductor de la acción.

Con estos mimbres no extraña que León Felipe escribiera (o que nos hayan llegado) un total de cuatro obras dramáticas: El pañuelo encantado, No es cordero… que es cordera, El asesino del sueño, ¡Que no quemen a la dama! Las llamaba paráfrasis, entendida como versión actualizada de un texto ya existente. Se trata de adaptaciones de tres obras de Shakespeare, Otelo, Noche de Reyes y Macbeth, respectivamente y de The Lady’s Not For Burning de Christopher Fry (¡Que no quemen a la dama!). El archivo del poeta de Zamora conserva además las anotaciones manuscritas sobre un Hamlet que esbozó y nunca terminó.

Próximos al teatro se encuentran un par de títulos, La manzana, una extraña obra a mitad entre el lenguaje cinematográfico y dramático, basada en el cuento La sombra de Pérez Galdós, y El juglarón, un conjunto de pequeñas piezas en prosa, escritas para la televisión mexicana, y asentadas en obras de otros tantos escritores admirados, Cervantes o Valle-Inclán. Esta media docena de obras se escriben en verso libre o con combinaciones asonánticas, y están transitadas por la poética de León Felipe, enunciada en Versos y oraciones del caminante: con palabras «amoldadas a la usanza de este tiempo» y «recias como el paño eterno de Manrique o Hamlet».

Cuando Ignacio García y yo recibimos el encargo de montar alguna de las obras teatrales de León Felipe, trabajamos durante unas semanas El asesino de un sueño, un magnífico alegato contra Franco, inspirado en Macbeth, donde además de cargar la tragedia de intencionalidad política, resuelve con destreza los siempre complicados actos cuarto y quinto. Podía haber sido la ocasión de dar a conocer al León Felipe dramaturgo, pero pensamos que se presentaba a un León Felipe menor que eclipsaba al poeta. Además la lectura de su poesía, que realizábamos para contextualizar una escenificación, nos sorprendía por la fuerza dramática de sus versos. ¿Por qué no dramatizarla y aproximar una poesía cargada de humanidad? Así nació Lágrimas sobre el viento, una dramaturgia a partir de la obra poética de León Felipe.

La dramatización muestra tres aspectos vitales del poeta de Tábara, recogidos en tres actos. En el primero, un recorrido por su vida, «porque la poesía se apoya en la biografía», un muestrario de la poética personal, y la relación y opinión sobre otros poetas, con mención especial a su admirado Walt Whitman. Una trayectoria apasionante, cuajada de aventuras, que servirían para una novela o comedia de acción trepidante. En el segundo acto, el compromiso político del hombre, instalado en México, que regresa en 1938 para participar en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas de Valencia. Su voz tronó a orillas del Mediterráneo, pero su presencia no se interpretó con acierto por la mayoría de los asistentes. Decepcionado, cruzó el Atlántico, se exilió y desde allí no dejó de alzar su voz contra un régimen que el tiempo consolidaba. Por último, en el acto tercero, se recogen poemas que muestran la intimidad de un hombre audaz como el Quijote, reflexivo como Sófocles en su intento por comprender un mundo carente de sentido, y que tiembla como Hamlet cuando atisba la presencia de la muerte.

Estos rasgos aparecen diáfanos en una poesía, que atesora dimensión dramática: los poemas rezuman sencillez, se construyen con un léxico llano, «no quiero el verbo raro // ni la palabra extraña», con palabras sencillas para su comprensión por un pueblo iletrado. Esta llaneza lingüística se aproxima hasta fundirse con la coloquialidad del teatro. El verso espontáneo llega de manera directa al lector, como la palabra del cómico impacta de inmediato en el espectador. La poesía de León Felipe busca la esencia de las cosas sin perderse en los meandros de la retórica o en largos periodos sintácticos. Este carácter incisivo que golpea al público confortablemente sentado en una sala, lo buscaba y lograba en sus poemas, para despertar conciencias tumefactas e incitar a la acción a cuantos acudían a escucharle en los recitales. Se diría por su actividad en México que nunca olvidó sus andanzas de cómico de la legua.

Con este material era muy fácil levantar un texto dramático de lágrima y viento, dos de sus metáforas: ¿Lágrimas? Las derramadas por el poeta, según recogen sus poemas, por una España mancillada, pero que «acabarán taladrando el muro». ¿Viento?, «la fuerza poética que canta la vida del hombre y transporta más allá de sí mismo, que atraviesa mares y cumbres». Lágrimas sobre el viento se estrenó en el teatro Principal de Zamora y se representó en México DF. en 2015, pero antes recaló en UNIR Espacio durante la primavera, con Santiago Ramos, Aurora Cano y Raúl Escudero como actores, dirigidos por Ignacio García, que se encargó también del espacio sonoro, e iluminación de Diego Palacios.

Profesor de Dramaturgia y Ciencias Teatrales, crítico de teatro y dramaturgo.