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 Es evidente que España está ligada con fuertes lazos a América Latina desde hace más de quinientos años. Quizá, en aquel momento dela historia, la dirección de influencia era en un único sentido este-oeste, sin embargo, hoy es preciso caer en la cuenta de que la corriente tiene igual intensidad en ambas direcciones. Las sociedades americanas aún son «desiguales» a la nuestra desde algunos puntos de vista —económico, cultural, en el desarrollo social…—, pero es indudable también que la pérdida del sentido de los valores humanos en gran parte de la sociedad española actual hace necesaria la reflexión sobre el papel de los países latinoamericanos en nuestro continente, y el modo de intercambiar entre ambos lo positivo de cada cual. El fenómeno migratorio en España es botón de muestra de lo que está pasando: miles de latinoamericanos aterrizan en nuestro país con deseos de trabajar en lugares donde los españoles no queremos estar o no podemos por falta de efectivos. A l mismo tiempo, son negativos algunos síntomas que ya aparecen con fuerza, como, por ejemplo, el aumento alarmante de la criminalidad, que nos hace pensar que no todos los que llegan tienen las mismas intenciones.

España tiene una larga y rica historia que le ha hecho estar presente en el mundo entero como espectador y actor privilegiado durante los últimos veinte siglos. Hoy día, aunque en su momento no fuera así, somos protagonistas de segundo o tercer nivel en la política internacional. Hay continentes en los que, grosso modo, no hay presencia española relevante: Asia, África, Oceanía. A l mismo tiempo, es cierto que la importancia del castellano en el mundo hace que muchos de esos países comiencen a mirarnos con cierto interés. Si el castellano es importante lo es por los cientos de millones de hispanohablantes que viven en América del Norte, Central y del Sur.

Se hace necesario volver a mirar a ese continente con ojos renovados para encontrar nuestro sitio en el panorama internacional, no sólo político, sino sobre todo cultural, social y económico. La globalización impone que los pequeños dejen de serlo a riesgo de desaparecer engullidos por los grandes. Estados Unidos o China por sí solos y el Reino Unido con su constelación de países aliados son un buen ejemplo. La Unión Europea, y España en particular, deben buscar el modo y las formas de conseguir esa mínima unidad, que se complementa con la incesante llegada de nuevos países a su seno. España tiene una gran oportunidad para convertirse de hecho en puente entre miles de millones de personas. Aprovecharla dependerá de lo que seamos capaces de ofrecer y del modo de trabajar.

Estamos de suerte puesto que, de nuevo con sorprendente actualidad, tenemos como indiscutible e indiscutida herencia histórica el papel de enlace entre Europa y América. Nadie lo puede hacer mejor que nosotros y nadie tiene el bagaje suficiente para conseguirlo. Aún nos queda el prestigio suficiente a ambos lados del océano para intentarlo y conseguirlo. Intento que para España, además de por contarse todavía entre las potencias económicas del mundo, adquiere mucho más peso específico por ser la nación capaz de comprender mejor la peculiaridad de los países latinoamericanos y ser nexo de unión de éstos con los demás países del mundo.

Parece lógico afirmar que las relaciones duraderas entre los gobiernos son fundamentales para el fortalecimiento de las instituciones en América Latina, y el desarrollo de la educación en todos los niveles, aspectos claves para el desarrollo de la democracia. No obstante, al mismo tiempo, se constata con frecuencia que esto no es suficiente. Es necesario que los nexos entre instituciones intermedias se fortalezcan cada vez más. Instituciones que sean capaces de captar las necesidades y oportunidades que se dan tanto allí como aquí, y ponerlas en relación, aprovecharlas optimizando todos los recursos (humanos, financieros, tangibles, etc.). No hace mucho me decía un gran periodista con vasta formación cultural y profesional, «el problema de América Latina es la falta de continuidad, mucho de lo que se pone en marcha no llega a su término». Para conseguirlo, entre otras medidas, son necesarias instituciones intermedias muy profesionalizadas, con gran capacidad de gestión y conocimiento de la cultura y los países latinoamericanos, que —lejos de entorpecer y burocratizar— agilizan los procesos e impiden que se detengan. Estas instituciones deben conectar los recursos públicos con la iniciativa privada y con las personas individuales.

Desgraciadamente, vemos cómo aparecen obstáculos variados para los grandes tratados económicos en América Latina. Les gustaría ponerse de acuerdo para que las aduanas y aranceles entre ellos desaparecieran, pero la realidad es terca y muestra que los acuerdos no llegan. Es clave tener en cuenta, como señala un informe oficial del CAFTA – RD de 2005, que la implementación de los acuerdos tendría beneficios mucho mayores si se acompañara de esfuerzos paralelos en áreas como la facilitación del comercio (puertos, carreteras, aduanas…), el fortalecimiento institucional y del marco regulatorio, y en políticas de innovación y educación.

La reciente, y brillante, celebración del I V Centenario de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, la obra literaria más difundida en el mundo después de la Biblia y el Corán, ha sido buena muestra de ello. La lengua castellana no es sólo —y no es poco — la vía a través de la cual nos entendemos millones de personas a ambos lados del Atlántico profundamente todo un sistema de pensamiento y una lógica de actuación enraizada en ideales comunes multiseculares. Era necesario que esta efeméride se celebrara universalmente con algunas constantes, y de manera particular en América Latina: obras de calidad que perduraran en el tiempo, que también llegaran a los sectores sin recursos económicos, que hicieran referencia a la cultura y la lengua, y que tuvieran incidencia en la educación de las nuevas y futuras generaciones. M e consta que algunas de estas instituciones intermedias han conseguido organizar con éxito rotundo los recursos de empresas públicas e instituciones americanas para lograr esos objetivos.

Las variables macroeconómicas de cada uno de los países y de las zonas geopolíticas particulares son importantes, pero aun cuando los indicadores fueran positivos a lo largo de algunos años, se vendrían abajo si no existiera un fortalecimiento claro de las instituciones públicas y de los sistemas educativos y sociales. El dinero puede y debe ayudar a este asentamiento, pero debe desaparecer la lacra de la corrupción —muy extendida desde México hasta Argentina— y la falta de una educación sólida en todos los niveles académicos. Si el dinero se gestiona bien de acuerdo a los parámetros establecidos, y está en manos de personas preparadas, es posible que América Latina supere las tremendas bolsas de pobreza y analfabetismo que hoy padece, causas primeras de la violencia y de la inestabilidad social (asesinatos, droga, terrorismo…). Hoy, parece que el papel de España en el mundo a través de esas instituciones intermedias puede ser, precisamente, ayudar con su experiencia a la consecución de esos objetivos a lo largo y ancho de todo el continente americano. Deben ser una ayuda para cuidar el humus que permita el crecimiento de los grandes acuerdos. Una vez superada la época de la Guerra Fría, ensayada de forma práctica en todos los lugares excepto en Estados Unidos y Rusia, y con tintes dramáticos y bestiales en América del Sur y Central, es nuestra responsabilidad buscar un orden internacional basado en la confianza y la libertad de cada uno de los ciudadanos americanos.

Por otro lado, se constata con frecuencia sorprendente que muchos españoles, movidos por esa conciencia histórica, y por la necesidad de abrir horizontes personales y colectivos, están dispuestos de nuevo a cooperar con quienes están unidos a nosotros por esos lazos fuertes a los que hacía referencia al comienzo de este artículo. No sólo se trata de buscar nuevos y legítimos mercados, véase la fuerte implantación de importantes empresas españolas en América, sino también de conseguir una unidad de acción en las nuevas coordenadas mundiales que se perfilan en los albores del siglo xxi. Las instituciones intermedias son el cauce adecuado, el puente, para que los particulares también estén involucrados en la primera línea de esta batalla.

Mucho se ha escrito en los últimos años sobre las causas que han llevado a la actual situación política y social americana con la llegada parcial de los llamados nuevos populismos. Se habla de ellos, sobre todo, porque afectan a países estratégicos desde el punto de vista energético y, por lo tanto, económico: Venezuela, Bolivia, Brasil. No obstante, parece clave pararse a reflexionar sobre otras realidades configuradoras del paisaje social latinoamericano: la enorme inmigración hacia los países desarrollados (Estados Unidos, España…), que trae como consecuencia inmediata el ingreso de enormes sumas de divisas a los países de origen de cada una de esas personas; la creciente presencia de masas de población indígena en la vida social y cultural; el asentamiento —cada vez mayor en algunos lugares— de una clase media trabajadora, que da solidez a los procesos sociales; y el papel de la mujer, que está pasando muy lentamente de ser tratada como protagonista de segundo orden — incluso con atentados flagrantes a su dignidad— a convertirse en el núcleo del desarrollo y estabilidad de las familias, y, por lo tanto, cimiento del orden social. Además de los gobiernos respectivos, son las instituciones intermedias quienes pueden dar continuidad y eficacia a tantos recursos que se destinan a estos campos, y que muchas veces se pierden por falta de planificación.

Hace unos años, las líneas principales de la cooperación al desarrollo se planteaban sobre todo como asignación de las partidas presupuestarias a proyectos básicos, que poco o nada favorecían la iniciativa y responsabilidad locales. Es muy posible que la ideologización de los gobiernos de turno favoreciera esta miope visión del asunto. Sin embargo, con la experiencia, sin dejar de lado la necesaria atención de los que carecen de todo —luz, agua, comida, vivienda digna y suficiente…— se ha ido cambiando la perspectiva. Ahora, junto al apoyo de loables iniciativas de menor entidad cuantitativa, se busca una cooperación orgánica de Estado a Estado, complementada con el fortalecimiento de acciones dirigidas a la apertura de oportunidades a la clase media, clave en un futuro no muy lejano: concesión de créditos y microcréditos bastante favorables; inversión en las instituciones universitarias (docencia e investigación, becas a los alumnos más preparados, pero sin capacidad de costearse los estudios, formación de profesores, creación de bases de datos y acceso a publicaciones de nivel académico, acceso a la informática y a las nuevas tecnologías, etc.); medidas fiscales que permiten más acciones de empresas y particulares en algunos de los proyectos, etc. Todas ellas son luces de esperanza que permiten soñar en un cambio que, aunque sea lento, sin duda será más o menos seguro.

U n enfoque novedoso de este trabajo, y muy adecuado por lo que se ha podido comprobar hasta el momento, consiste en la dedicación profesional de los recursos humanos y económicos, complementando el concepto empresarial de la gestión con el convencimiento de que la cuenta de resultados no es lo único decisivo en el desarrollo. Es probable que, poco a poco, se vaya implantando esta manera de hacer las cosas. Tiene su base en la confianza entre las personas y el arbitraje de unas medidas de evaluación rigurosas a la vez que flexibles.

También es necesaria como condición previa a este nuevo modo de hacer cooperación la conciencia de servicio social, es decir, saberse pieza de un entramado humano, y evitar de lejos la tentación de aprovecharse de la situación técnica, cultural o social inferior de las personas a las que uno se supone debe servir. Por eso, antes de llegar a acuerdos concretos, se hace necesario implementar esas medidas de evaluación de procesos que tengan dos caras bien definidas: articular los límites de la actuación humana, con demasiada frecuencia errada, con la eficacia segura que tiene el ejercicio libre de esa misma actuación.

Muchas de estas instituciones intermedias comprueban que cuando existe un buen conocimiento mutuo, que incluye la certeza asumida y querida de las debilidades del otro, es posible el trabajo en equipo. Incluso, se puede afirmar que esta manera de hacer cooperación, en el fondo, es la única que funciona de verdad porque permite el progreso personal y colectivo de las instituciones en ambos lados del océano. Se produce entonces una dedicación profesional, con beneficios para ambas partes, que no depende de situaciones políticas y sociales coyunturales porque busca la sinergia de todos los actores presentes en la escena: políticos, empresarios, particulares, profesionales liberales, diplomáticos, etc. Gran parte del trabajo consiste en detectar y delimitar con certeza bien probada las necesidades que existen en ambos lados, y después diseñar con iniciativa e imaginación los cauces que permiten llegar a satisfacer en gran medida esas necesidades. Después, se constata con los resultados que las condiciones para los grandes acuerdos económicos y sociales mejoran, y se pueden apoyar en ese trabajo previo y complementario de gran calado.

¿Es posible que España tenga un papel importante en este terreno? Probablemente sí, porque la España de nuestros días es heredera de un pasado en el que ha sabido conjugar muchas veces esta manera de trabajar. Por su situación geopolítica estratégica entre Europa y América, España es quizá uno de los países que más puede hacer en este terreno si fomenta en los foros internacionales, a todos los niveles, los valores que sustentan el verdadero desarrollo. Mal asunto sería que nos dedicáramos a localismos estériles, o a airear modos de hacer decimonónicos, que la experiencia ha demostrado fracasados e incluso provocadores de grandes tragedias y desigualdades.

Estamos en un momento en el que la sociedad civil latinoamericana, por diversas causas apenas apuntadas en estas líneas, despierta con nueva fuerza y descubre que tiene potencial suficiente para afrontar con optimismo los años venideros. Son claros los peligros, y a la vista están en muchos lugares, pero no parece excesivamente ingenuo concluir que es posible pensar en un futuro prometedor.

Vicepresidente de la Asociación para el Fomento y Desarrollo de Hispanoamérica (ADESH)