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La primera época de Las Edades del Hombre, que se cerrará el próximo 2006 en Ciudad Rodrigo, nació como una empresa aventurada el 24 de octubre de 1988 en la catedral de Valladolid. Los resultados sumados desde entonces hasta hoy han desbordado las esperanzas más optimistas.

UN MODELO A SEGUIR

Al examinar la cantidad y calidad de los trabajos realizados en estos años se percibe la dificultad de resumir, en el espacio de unas breves líneas, las aportaciones que el proyecto de Las Edades del Hombre ha ofrecido a los hombres y las tierras de Castilla y León. La dificultad aumenta si consideramos que ese proyecto, después de superar ampliamente las fronteras regionales, ha llegado a convertirse en un modelo para otras iniciativas dentro y fuera de España. Así lo demuestran las solicitudes presentadas a la dirección de Las Edades para el montaje de otras exposiciones, como las de Amberes y Nueva York, lo mismo que la instalada actualmente en la catedral de la Almudena, de Madrid, dentro de los actos del ciento cincuenta aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción.

Al evaluar las diez exposiciones que han recorrido durante los últimos años las diócesis de Castilla y León, junto a las dos citadas de Amberes y Nueva York, se registran unas cifras tan significativas que apenas necesitan mayor comentario.

En números redondos, son casi ocho millones los visitantes que han tenido la oportunidad de contemplar las tres mil piezas expuestas, entre esculturas, pinturas, retablos, orfebrería, custodias, tapices, monumentos sepulcrales, códices miniados, incunables; instrumentos y partituras de música sacra, textos y documentos. Todos estos objetos fueron seleccionados para integrarse en cada una de las catedrales, como el auténtico marco natural para el que fueron creadas y donde adquieren su más pleno sentido histórico, artístico y religioso.

LA DIGNIDAD DE UN PUEBLO

Se cumplen así los propósitos que movieron a los fundadores de Las Edades del Hombre -el sacerdote José Delicia (fallecido en 1996, a los 65 años) y el escritor y periodista José Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 1930)- a impulsar un proyecto tan ilusionado como de incierto final. En una larga conversación de amigos en torno a una mesa camilla, sacerdote y escritor habían decidido rebelarse contra el difundido prejuicio de considerar a Castilla y León como un cadáver, más o menos glorioso, del pasado. En realidad, no aceptaban los crueles versos de Antonio Machado cuando hablan de una Castilla que «envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora». El proyecto de las Edades, como avanzadilla de la cultura y recuerdo de la historia, ofrecería la posibilidad de vencer la ignorancia y cambiar el desprecio por un admirado aprecio. Y es que, conscientes de la riqueza de su patrimonio, estaban seguros de que el pueblo ya no sería acusado de refugiarse en sus harapos. Nunca más.

Velicia y Jiménez Lozano pusieron manos a la obra. La cuestión no era tanto reunir los elementos artísticos, disponibles en cantidades abrumadoras, sino habilitar el modo, la forma de darlos a conocer, para que fueran bien comprendidos y no simplemente «contemplados» como puro objeto. El problema fue más bien el «cómo» habría de hacerse para cumplir los objetivos deseados, puesto que se trataba de poner en relación la obra con sus autores, los hombres que la hicieron posible y comprender la fuerza de los sentimientos que aspiraban a transmitir, de acuerdo con los valores vigentes en la época en que esas obras se crearon.

Valores, sentimientos, historia que, en el caso de Castilla y León, nos descubren una elevada forma de ser hombre, en toda la dignidad que el término comporta. En definitiva, se trataba de recordar, con palabras del mismo Jiménez Lozano, la realidad que un mundo banalizado parece olvidar, a saber: que «el hombre es el capital más preciado».

José Velicia se refería a este proyecto de Las Edades del Hombre como «un pan amasado por muchas manos para recuperar la dignidad de un pueblo». En términos reales, bajo el símbolo de ese pan, se escondería, tal vez, el propósito de que sirviera de alimento sabroso, como lo sería también para el espíritu el rico patrimonio artístico, amasado por muchas manos, durante siglos, en las tierras castellanoleonesas.

LA MEMORIA HISTÓRICA

Situado, como base de partida, el hombre en el papel de verdadero protagonista y motor del proceso creativo, cada una de las exposiciones era concebida como un gran capítulo de la historia, plasmado en la expresión artística reflejada en pinturas, esculturas, retablos, libros litúrgicos y partituras musicales, ordenados siguiendo un criterio narrativo que permitiría captar la más plena dimensión humana -o «humanizada»- de las obras expuestas. De ahí el acierto del rótulo que abarca el conjunto del proyecto: Las Edades del Hombre, pues atribuye al paso histórico del hombre sobre la tierra -en este caso, la de Castilla y León- su camino auténtico hacia la trascendencia.

Para los dos contertulios, los ingredientes se encontraban disponibles con una abundancia abrumadora. Sólo había que trabajar para mostrar aquellos tesoros en calidad de testimonio visible, capaz de despertar la memoria histórica y devolver el orgullo de su identidad al pueblo castellanoleonés que, a lo largo del tiempo, con gran esfuerzo, tesón y fina sensibilidad, había generado aquel patrimonio, lo había custodiado y conservado como un tesoro que transmitir a las generaciones futuras.

Velicia y Jiménez Lozano coincidían en el propósito de no presentar las piezas agrupadas con criterios académicos -siempre fríos- según estilos, escuelas o épocas, sino disponerlas de modo que fueran capaces de recordar al hombre de hoy el mundo de valores religiosos, artísticos y culturales del que son herederos. Jiménez Lozano lo expresaba magistralmente el explicar los propósitos que les movieron: «No se trataba de una didáctica ni de una formación acerca de esa evolución artística formal sino del mundo y trasmundo en el que esas obras artísticas habían nacido, determinando incluso su forma y a veces hasta la misma técnica. Se trataba de evitar cualquier reduccionismo o falseamiento de la naturaleza de los iconos que se mostraban y de permitirlos hablar y decir en un ámbito o clima cultural y espiritual que fue el suyo».

SIGNOS SUTILES

Para cumplir esos fines, cada una de las exposiciones procedería a desarrollar, en varios capítulos, un argumento o tema central, en torno al cual las obras seleccionadas cobrarían su más pleno sentido. Jiménez Lozano fue el narrador que compuso el guión para las siete primeras exposiciones -Valladolid, Burgos, León, Salamanca, Amberes, Burgo de Osma y Palencia- y que sirvió como pauta y modelo en las sucesivas de Astorga, Zamora, Nueva York, Segovia y Ávila.

En todos los casos, al redactarse el guión narrativo, se valoraban debidamente las circunstancias específicas de las catedrales y templos donde se iban a celebrar las exposiciones, así como el carácter, cualidades y rasgos definidores de las obras que se encontraban disponibles.

Posteriormente, se trataba de acomodar los espacios disponibles a las exigencias del guión y disponer en ellos las obras de arte seleccionadas, que nos permiten comprender el particular lenguaje que dejaron escrito para nosotros los arquitectos, escultores, pintores, músicos, grabadores y orfebres castellanoleoneses.

No es difícil comprender que la preparación y montaje de cada una de las exposiciones resulte una tarea muy compleja, en la que participan equipos de expertos, diseñadores, decoradores, técnicos en iluminación y, sobre todo, restauradores dedicados a recuperar la belleza original, muchas veces afectada por el deterioro del tiempo, las condiciones del clima, la suciedad o el abandono. Localizar, valorar, acreditar la autenticidad, estudiar y catalogar cientos de obras, muchas de ellas desconocidas, ha sido una de las tareas de rescate que ya justificarían, por sí mismas, la existencia de Las Edades del Hombre.

Al éxito del proyecto han contribuido numerosos factores que es de justicia reseñar. Además de la genial visión debida a los fundadores -José Velicia y José Jiménez Lozano-, las Edades recibieron el respaldo entusiasta, primero de los obispos de las diócesis de Castilla y León, y después de la Conferencia Episcopal Española. Hay que consignar también el apoyo incondicional recibido en los primeros años a través de la presidencia de la Junta Autonómica, que en 1988 desempeñaba José María Aznar, ayuda que ha sido renovada, hasta el momento presente, por los sucesivos gobiernos de esa autonomía. Contribuyeron a sufragar los gastos, además de las citadas instituciones y diputaciones provinciales, otras entidades financieras, como las cajas de ahorro locales y empresas privadas.

Mención especial merece el sacerdote vallisoletano don Antonio Meléndez, que ha ejercido durante diecisiete años, con sumo acierto y máxima fidelidad a las ideas fundacionales, la gestión eficaz del proyecto, hasta su dimisión reciente. La labor realizada, merece el reconocimiento público de los actuales administradores, que habrán de velar porque Las Edades del Hombre respondan siempre al principio de que es el hombre «el capital más preciado».

Abogado y Periodista