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El trabajo más difícil del mundo, el de papa, tiende a consumir más de 24 horas al día, y cuando Benedicto XVI afirma que «desde mi elección a la sede episcopal de Roma he aprovechado todos los ratos libres para sacar adelante este libro», transmite, en realidad, un segundo mensaje: escribir Jesús de Nazaret ha tenido prioridad sobre otros muchos asuntos pendientes que se acumulan sobre su mesa. Su ensayo -todavía incompleto- sobre el personaje que ocupa el centro de la historia es una tarea central de su pontificado.


El libro revela el quicio de su programa de gobierno porque el protagonista, Jesucristo, ha sido central en su vida, y lo es también en la vida de la Iglesia, como recordó en mayo a los obispos del Brasil, el mayor país católico del mundo, donde la Iglesia católica pierde cada año el uno por ciento de sus fieles precisamente porque su desorden y sus muchos problemas les distraen de anunciar a Jesucristo.


Quien observe a Benedicto XVI de cerca -o, al menos, lea despacio su libro-, descubrirá que se comporta como alguien que ha encontrado la noticia más importante de la historia de la humanidad y siente verdadera pasión por transmitirla. Quienes habían creído a pies juntillas -quizá voluntariamente- la falsa leyenda del «Panzerkardinal», se quedaron sorprendidos -quizá desilusionados- al comprobar que el nuevo papa tomaba las riendas de la Iglesia con la máxima dulzura e incluso aprovechaba su primer verano en Castelgandolfo para recibir «rebeldes» como el obispo lefebvriano Bernard Fellay o el teólogo disidente Hans Küng, que salían de la villa pontificia deshaciéndose en elogios de su anfitrión.


Su primera encíclica no fue una llamada al orden, sino algo infinitamente más valioso y eficaz. Deus chantas est (Dios es amor) era un retrato del Dios Padre invisible, trazado en torno a su rasgo esencial. Con Jesús de Nazaret, Joseph Ratzinger presenta al mundo entero el rostro de Dios Hijo, el Dios visible.


Al mismo tiempo, este libro de madurez, fruto de sesenta años de estudio y reflexión, revela las claves de un pontificado, las claves de una vida. Según el portavoz del papa, Federico Lombardi, «estas páginas permiten comprender mejor sus homilías, sus catequesis de los miércoles, el orden de su vida y, en cierto modo, también sus prioridades y sus decisiones de gobierno».


En estos meses veraniegos, Benedicto XVI escribe a la carrera la segunda parte del libro para completarlo con la Pasión, la Muerte y la Resurrección. Escribe deprisa porque, como explica en el prólogo, «no sé cuánto tiempo y cuántas fuerzas me quedan», y necesita terminar su tarea antes de que se haga de noche.


Charles More, el antiguo director de The Daily Telegraph, comentaba en un artículo de abril del 2005 sobre la elección del nuevo papa que «durante los últimos veinticinco años, tuvo lugar semanalmente una reunión que desafiaba la historia del siglo XX. Un polaco y un alemán se reunían en paz para conversar sobre la voluntad de Dios».


Tenía lugar cada viernes y en alemán. En esos encuentros maduraron iniciativas como la encíclica Fides et Ratio (Fe y Razón), el regalo de gran hondura filosófica y teológica que Juan Pablo II hizo a los fieles en 1998 con motivo del vigésimo aniversario de su elección papal. Probablemente habrá pasado por ese foro el regalo que Benedicto XVI ha hecho al llegar a los ochenta años. Esta vez no es una encíclica sino un libro: Jesús de Nazaret.


Benedicto XVI es menos telegénico que su predecesor, y la revista Newsweek llegó a calificarle de «invisible» el pasado 16 de abril, justo el día de su ochenta cumpleaños. Tan sólo unas horas más tarde, el libro había escalado todas las listas de superventas en Alemania, Italia y Polonia. Al cabo del primer mes se habían vendido un millón y medio de ejemplares, y el ritmo de ventas continúa siendo alto en lugares insospechados como las librerías de las estaciones y los aeropuertos.


Este fenómeno ayuda a comprender al «verdadero» Ratzinger, el profesor que llenaba las aulas y el cardenal que llenaba los templos y las salas de conferencias. En los últimos dos años, el número de personas que acuden a la audiencia general de los miércoles o al rezo del ángelus los domingos se ha casi duplicado. Han aumentado los números y ha cambiado la actitud. Antes los fieles venían a «ver» a Juan Pablo II, ahora vienen a «escuchar» a Benedicto XVI, un teólogo que sería multimillonario si hubiese ingresado en el banco los derechos de autor de un centenar de libros (y más de un millar de artículos) que han vendido millones de ejemplares.


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A todas luces, Joseph Ratzinger es un hombre que tiene algo que decir. El 12 de marzo de 2005, cuando la enfermedad de Juan Pablo II entraba en una fase crítica, el entonces cardenal decano se excusaba con Olegario González de Cardedal por no poder ir a Salamanca. En su carta al teólogo español, Ratzinger explicaba los motivos: «He renunciado a dar conferencias. Los años que Dios todavía me dé quiero consagrarlos a un libro de meditaciones sobre Jesucristo en la línea de lo que fue la gran obra de R. Guardini, El Señor».


En un periodo en que el mercado está lleno de mercancía falsa sobre Jesucristo, no tanto ya a nivel teológico como a nivel popular (desde El Código Da Vinci al Evangelio de Judas, pasando por el documental La tumba perdida de Cristo de James Cameron), Joseph Ratzinger decide saltar al campo con el producto genuino y, por fortuna, ha logrado cumplir su deseo «a pesar» de la elección papal.


Como ha señalado en La Civiltá Cattolica el cardenal Carlo Maria Martini -alumno de Ratzinger en Münster-, «hasta ahora no había sucedido nunca que un papa publicase un libro sobre Jesús. Juan Pablo II nos había entregado de vez en cuando algunos recuerdos de su vida, pero ésta es la primera vez que un papa aborda directamente en un libro un tema tan arduo y tan amplio como la entera vida Jesús y el significado de su obra».


Según Martini, que ha podido volver hace unos años a su vocación de exégeta bíblico en Jerusalén, «el libro debería titularse más exactamente Jesus de Nazaret, ayer y hoy, pues el autor pasa con facilidad de la reflexión sobre los hechos de Jesús a su importancia para los siglos siguiente y para la Iglesia. Por eso el libro está lleno de referencias a cuestiones contemporáneas».


El antiguo rector de la Universidad Gregoriana y antiguo arzobispo de Milán señala, como ejemplo, el comentario a una de las tentaciones de Jesús en el desierto, cuando Satanás le ofrece todos los reinos del mundo. Según el papa, «el imperio cristiano intentó enseguida transformar la fe en un factor político para la unidad del Imperio. El reino de Cristo debía tomar la forma y el esplendor de un reino político. La debilidad de la fe y la debilidad terrena de Jesucristo deberían ser reforzadas mediante el poder político y militar. A lo largo de los siglos, esta tentación de asegurar la fe mediante el poder se ha vuelto a presentar continuamente y de diversas formas. Y la fe ha corrido siempre el peligro de resultar sofocada precisamente por el abrazo del poder».


Otro ejemplo fascinante es el salto desde Dios creador a los comentarios sobre la paternidad humana, en la que «los hijos pertenecen a los padres pero son, al mismo tiempo, criaturas libres de Dios, cada uno con su propia vocación, con su novedad y con su carácter único delante de Dios. Los hijos no pertenecen a los padres como posesión sino como responsabilidad».


El lector notará que Joseph Ratzinger contempla en presente, y con el trasfondo del mundo contemporáneo, los episodios de la vida de Jesús y los primeros tiempos del cristianismo. Es su estilo. En la audiencia general del pasado 20 de junio, comentaba que a principios del siglo IV, «la herejía arriana, que entonces amenazaba la fe en Jesucristo, lo había reducido a una criatura intermedia entre Dios y hombre, según una tendencia que se repite a lo largo de la historia y que vemos de diversas maneras en nuestros días».


Por eso su libro pone con vigor el acento en la divinidad de Jesús, rechazada por la mayor parte de los judíos de su tiempo, empañada por Arrio y negada por un sinfín de autores en los últimos dos siglos hasta nuestros días. Para Benedicto XVI el centro del mensaje de los Evangelios es la revelación paulatina que Jesucristo hace de su carácter divino, que terminará llevándole a la condena a muerte.


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«Yo estoy convencido -afirma- de que el Jesús de los Evangelios es una figura históricamente sensata y convincente. Tan sólo si sucedió algo extraordinario, si la figura y las palabras de Jesús superaban radicalmente todas las esperanzas y expectativas de su época se explica su crucifixión y su eficacia».


Ratzinger confiesa que «el camino interior hacia este libro ha sido largo». En realidad se inicia en los años juveniles en que sintió la misteriosa llamada personal de Jesús de Nazaret y atraviesa después todas las etapas de su vida: seminarista, sacerdote, profesor de teología, asesor del Concilio Vaticano II precisamente en la constitución dogmática Dei Verbum sobre la palabra de Dios, cardenal, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, finalmente, papa.


Aun así, el autor señala que «este libro no es de ninguna manera un acto de magisterio, sino sólo el resultado de mi investigación personal sobre el rostro del Señor. Por eso, cada uno es libre de contradecirme». La puerta está abierta pero, según el cardenal Martini -presentado simplísticamente a veces como un rival-, «a la vista de la calidad del libro, no va a ser fácil».


Joseph Ratzinger ha sido profesor universitario durante veinticinco años, y si es brillante como escritor, resulta genial cuando improvisa o, mejor dicho, cuando habla sin papeles en la mano pero explicando ideas que ha meditado durante décadas. Con frecuencia pronuncia homilías y discursos sin necesidad de un texto. Después, al transcribir la cinta magnetofónica, basta con poner las comas y los puntos. No es necesario tachar nada ni cambiar el orden de ninguna frase. El pensamiento es lineal y fluye con la misma precisión de palabra que en los libros.


En un reciente encuentro con sacerdotes de Roma -en los que no hace discursos sino que simplemente responde a sus preguntas-, el papa volvió sobre el objetivo de su servicio ministerial y de su libro: ayudar a descubrir un caso de divinidad oculta bajo apariencias meramente humanas, «pues sólo si logramos entender que Jesús no es sólo un gran profeta o una de las grandes personalidades religiosas del mundo sino que es el Rostro de Dios, que es Dios mismo, logramos descubrir a Dios. El Creador tiene un rostro, el rostro de la misericordia, el rostro del amor, el rostro del encuentro con nosotros», del «Emmanuel».


El «camino interior» ha sido largo pero está perfectamente documentado. En su autobiografía Mi vida, que por desgracia llega sólo hasta su consagración como obispo de Múnich en 1977, Joseph Ratzinger revive su admiración por uno de sus maestros Friedrich Wilhelm Maier, profesor de exégesis del Nuevo Testamento, a quien Roma prohibió durante algunos años la enseñanza por afirmar que el evangelio de Marcos era el más antiguo, y que sirvió como material de trabajo para los de Mateo y Lucas junto con otra fuente (llamada «Q» por «quelle», fuente en alemán) que recogía los «dichos» de Jesús.


«Yo escuchaba con gran atención -recuerda en su autobiografía- todas las lecciones de Maier, y las hacía objeto de reelaboración personal. Para mí, la exégesis ha ocupado siempre el centro de mi trabajo teológico. Y es mérito de Maier que para nosotros la Sagrada Escritura haya sido siempre el alma del estudio teológico como aconsejó el Concilio Vaticano II».


Pero la carrera universitaria como profesor en Bonn (1959-1969), Münster (1963-1966), Tubingen (1966-1969) y Regensburg (1969-1977) resultó interrumpida en 1977 cuando Pablo VI le nombró arzobispo de Múnich y cardenal a los cincuenta años. Y fue definitivamente abandonada cuando Juan Pablo II le llamó a Roma en 1981 como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.


Por fortuna, ese cargo lleva consigo presidir la Comisión Teológica Internacional y la Pontificia Comisión Bíblica, que reúnen a excelentes teólogos y exégetas del mundo entero, lo cual ha proporcionado a Joseph Ratzinger un extraordinario marco «intelectual», aunque fuese a puerta cerrada, durante sus veinticuatro años al frente de la Doctrina de la Fe.


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En un discurso del año 2003 sobre «La relación entre magisterio de la Iglesia y exégesis» con motivo de los cien años de la Pontificia Comisión Bíblica, el cardenalpresidente volvió sobre el caso de Friedrich Wilhelm Maier como ejemplo de un enfoque superado en 1971 «cuando Pablo VI reestructuró completamente la Comisión Bíblica, para que ya no fuese un órgano del magisterio sino un lugar de encuentro entre el magisterio y los exégetas, un lugar de diálogo».


Otro paso importante -añadía- ha sido «el documento de la Comisión Bíblica La interpretación de la Biblia en la Iglesia, de 1993, en el cual ya no es el magisterio el que impone desde lo alto las normas a los exégetas sino que son ellos mismos quienes intentan determinar los criterios que deben indicar el camino para una interpretación adecuada de este libro tan especial».


Jesús de Nazaret es heredero también del segundo gran documento de la Pontifica Comisión Bíblica: «El pueblo judío y sus Escrituras en la Biblia cristiana», del 2001, que invita a superar la separación artificial y a ver a Jesucristo en el contexto judío de su tiempo.


El papa revela en su libro que un acicate para escribirlo fue su encuentro con el gran erudito judío Jacob Neusner y su obra A Rabby talks to Jesus (1993). Se trata de «una disputa respetuosa y franca entre un judío creyente y Jesús […] que me ha abierto los ojos sobre la grandeza de la Palabra de Jesús y las encrucijadas que plantea el Evangelio. También yo, como cristiano, entro en ese diálogo para entender mejor lo que es auténticamente judío y lo que es el misterio de Jesús». El lector queda invitado a sumarse a esa extraordinaria conversación: descubrirá tres personajes fascinantes.