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Entre las características de la universidad española, salta a la vista la masificación. Se han creado universidades en todos los rincones del país en la esperanza de que contribuyan al desarrollo económico local; y, del mismo modo, se acepta a muchos más estudiantes de los que pueden obtener empleo en la rama en cuestión, en el caso de que terminen todos la carrera. España ha elegido la cantidad ante la calidad, abriendo las puertas a la universidad de par en par para intentar suavizar el problema del desempleo juvenil. Se trata de una situación contradictoria ya que, al mismo tiempo, hay quejas sobre la calidad de la secundaria y del bachillerato. Si se quiere mejorar la calidad de la educación, lo lógico sería empezar por mejorar la calidad de lo que ya existe en vez de abrir más plazas en la universidad. Si no está asegurada la calidad en los niveles preuniversitarios, es imposible que la expansión de la universidad no haga descender la calidad universitaria. Además, aceptar a estudiantes poco preparados aumenta el abandono de la carrera, un despilfarro de recursos materiales e inmateriales. Los profesores frustrados dicen que la universidad se ha vuelto una guardería. En las páginas que siguen vamos a mirar de más cerca la situación de cada uno de los diferentes grupos de personas que constituyen juntos el mundo universitario: los estudiantes, los profesores/investigadores y los administradores, para terminar con unas sugerencias de cara al futuro.

Los estudiantes

La decisión de aceptar como estudiantes universitarios a unos jóvenes con resultados mediocres de bachillerato puede representar un ejemplo de cobardía política: los políticos no se atreven a decir que no todos los jóvenes están preparados para estudiar en la universidad y, además, saben que no existen puestos de trabajo para todos esos jóvenes. Lo que suele suceder es que la falta de preparación intelectual de los jóvenes lleva a que el entusiasmo por la universidad se les enfríe rápido. Como no tienen realmente un interés por el estudio, los primeros años universitarios vienen a ser un periodo de transición hacia el mercado laboral. Empiezan por buscar un trabajo a medio tiempo, entrando en una dinámica en la que irán alejándose cada vez más de los estudios. Finalmente, el trabajo se convierte en un tiempo completo aunque quizá sin contrato fijo. Así, el propio joven se va insertando en el mercado laboral en un puesto modesto que quizá ni siquiera exige el bachillerato. Se podría decir que la experiencia de la universidad le sirve para moderar sus pretensiones laborales.

Para los jóvenes más ambiciosos, el primer año puede resultar decepcionante por otras razones. Bastantes de ellos descubren que no están acostumbrados a trabajar de manera independiente y que, peor todavía, no siempre disponen de los instrumentos intelectuales imprescindibles, como unos conocimientos previos del campo, un vocabulario rico y variado y la costumbre de leer textos largos y relativamente complicados. Como hay que leer mucho, es además necesario leer con cierta rapidez, sabiendo identificar al mismo tiempo lo que es lo importante en los textos. Los estudiantes también necesitan saber leer en inglés y redactar trabajos escritos. Adquirir esas destrezas es un proceso gradual: si el estudiante no está ya en camino cuando llega a la universidad, será demasiado tarde para él.

La universidad exige que se estudie «en profundidad», y con este término se señala un aprendizaje enfocado en las estructuras y los conceptos, incluyendo el saber distinguir entre reglas y ejemplos. Lo contrario es estudiar «superficialmente», con lo cual se quiere decir aprender unos cuantos datos correctos pero no conectados entre ellos. Algunos estudiantes llegan a la universidad sin haber estudiado nunca en profundidad y están perdidos porque no entienden lo que hay que hacer. Estudiar en profundidad está conectado con el razonamiento, la vida intelectual y la idea de lo científico. Lo contrario sería el cientificismo, un término que designa una aceptación acrítica de conceptos o términos de apariencia científica pero que no explican gran cosa. Una actitud cientificista puede llevar a que el estudiante acepte como verdaderas unas teorías enseñadas por profesores mediocres que tampoco han desarrollado una actitud científica.

¿Cómo empezar a estudiar? En las Humanidades, ser estudiante significa ponerse a leer, dejándose «empapar» por los textos. En Filosofía, es cuestión de leer los clásicos de la Filosofía para después intentar entender el debate entre diferentes filósofos durante los siglos. En Literatura, se trata de leer y leer, porque para poder analizar un libro hay que fijarse en los rasgos relevantes, y no es hasta haber leído mucho que el estudiante entiende qué rasgos son relevantes. En Tecnología, lo que debe aprender el alumno es el rigor. Si falta la exactitud, lo construido no funciona; no hay manera de escapar a la prueba de la realidad. En Medicina, lo que es estudiar en profundidad se puede ilustrar contando un caso. Cierto catedrático de Medicina Interna solía ver a su grupo de estudiantes una vez por semana durante cinco meses. Debían leer un manual y, además, en cada ocasión él traía a un paciente o un artículo. Los estudiantes debían observar el «caso», comparándolo con lo que decía el manual. Mientras avanzaba el semestre, el catedrático hacía cada vez más referencias a las clases anteriores. ¿El caso actual era igual o no a los anteriores? ¿Por qué o por qué no? Estas clases venían a ser una larga «conversación» sobre cómo entender los manuales, los artículos y las observaciones sobre los pacientes, es decir, a la vez un entrenamiento científico y un aprendizaje de cómo elaborar juicios profesionales. Con eso, el catedrático lograba una doble socialización de los estudiantes como futuros médicos y futuros investigadores.

Sigue siendo una «caja negra» cómo se consigue el desarrollo intelectual. Utilizamos los conceptos de curso, de tiempo dedicado a un programa y de ambiente académico, pero exactamente lo que pasa en el cerebro durante el proceso de aprendizaje y cualificación sigue siendo difícil de saber. La enseñanza y el aprendizaje contienen elementos interpersonales y artesanales.

En lo que se acaba de mencionar, los aspectos cualitativos se combinan con los cuantitativos. Para que los estudios universitarios sean de calidad hace falta que los estudiantes sean inteligentes y tengan una buena formación previa, que estén preparados para trabajar duramente y que la universidad en cuestión les ofrezca buenos profesores. El aprendizaje depende a la vez del esfuerzo y de la capacidad del estudiante y del aporte de la universidad en cuestión a través de un ambiente propicio, siendo más importante el ambiente humano que el material. Si la universidad solo acepta a estudiantes de cierto nivel, se obtiene otro factor de calidad: la posibilidad de estudiar junto con un grupo de estudiantes inteligentes y motivados. De ese aspecto no se habla lo suficiente en el debate público.

Los profesores/investigadores

El exigir que los profesores universitarios no solo enseñen sino también investiguen tiene el propósito de que los estudiantes puedan oír lo «último». En otras palabras, la idea es que la investigación funcione como formación continua para el profesor y que el profesor use en el aula los métodos empleados en la investigación, funcionando así como un modelo para los estudiantes. La esperanza es que el estudiante se quede para siempre con una pauta de referencia para reconocer la calidad en contraste con la charlatanería.

Los investigadores deben ser inteligentes, trabajadores y valientes, una serie de cualidades que no reúnen todos los profesores universitarios. La personalidad del investigador y la ética juegan un papel más importante en la investigación del que se podría pensar. Una de las tentaciones del investigador es el conformismo, el no alejarse de lo afirmado por las autoridades del campo. Por ejemplo, un joven investigador podría elegir trabajar sobre cierto tema que está de moda aunque no muy importante. Son tentaciones también el plagio o el usar datos no comprobados. En las Humanidades y las Ciencias Sociales, otra trampa la constituye la teoría en boga que reza que la verdad no existe. Si creen eso, los investigadores deberían renunciar a su puesto de investigadores porque no está claro lo que se supone que deben hacer. Sin embargo, no suelen dejar sus puestos sino que pasan a considerar que investigar es elaborar textos atractivos para los colegas.

Para el profesor/investigador con vocación no hay un claro límite entre trabajo y ocio porque el investigador trabaja en algo que le gusta. Sin embargo, en la vida diaria en la facultad, hay algunas nubes negras que tienen nombres muy conocidos: amiguismo, nepotismo, clientelismo, enchufismo o endogamia, es decir, los puestos y las becas se adjudican no según el mérito y el esfuerzo sino según los vínculos del solicitante con los que tienen influencia en el departamento o la universidad. Más de un profesor/ investigador termina amargado y cínico cuando ve que se sacan plazas para los favoritos. A veces, ni siquiera se sacan sino que se adjudican directamente a alguien que ha sabido «colaborar». Estas prácticas preferenciales resultan doblemente negativas: instalan por mucho tiempo a unos profesores/investigadores relativamente mediocres y amargan a los otros que reaccionan pidiendo excedencia o buscando becas para irse al extranjero, y así sus conocimientos no benefician a los estudiantes.

El «publica o perece» estimula a los profesores a «producir» artículos, pero resulta también un peligro porque se combina con un método introducido por burócratas, el de considerar como indicio de calidad de la investigación el número de publicaciones del investigador o las veces que los trabajos del investigador son mencionados por otros. Sin embargo, no es seguro que haya más artículos buenos porque se publiquen más textos. Además, ya que es importante tener muchas publicaciones, los investigadores podrían publicar cierto número de artículos con un contenido muy similar. Otras veces tienen tanta prisa que quizá no tomen en cuenta la bibliografía ya existente o no dediquen suficiente tiempo a la elaboración del texto. Finalmente, la misma proliferación de publicaciones podría dificultar la identificación de los estudios realmente valiosos. En ese clima de prisas, pocos se detienen a pensar en la responsabilidad moral individual del investigador por el buen uso del dinero invertido en la investigación.

La ciencia es universal, basada en el rigor, y supone un trabajo duro. La imagen del investigador es de alguien caracterizado por la honradez intelectual y el desinterés personal. Se debería añadir que también hace falta un valor moral para investigar temas sensibles y para atreverse a publicar verdades que no gusten al público o a los colegas. El trabajo científico es claramente creativo, ya que el científico formula nuevas preguntas de investigación buscando nuevas soluciones. Sea cuál sea su disciplina, todos los investigadores necesitan estar insertados en un ambiente intelectual con colegas como modelos y como adversarios. Lo nuevo es que la expansión universitaria ha llevado a un enorme aumento del número de profesores/ investigadores, con la consecuencia de que bastantes personas con cargos de profesor no sientan la vocación de investigar sino que ven su trabajo como una profesión entre otras. En vez de decir que todos los profesores deben investigar, la idea se podría reformular como que todos los profesores tienen la obligación de seguir el desarrollo de su disciplina.

Los administradores

Las universidades solían regirse según un modelo colegial pero cada vez más se impone un modelo mixto que viene a ser mitad burocracia mitad empresa. Los economistas tienen la voz cantante y no los catedráticos. Los gastos dedicados a la administración están subiendo y es notable que ahora solo una parte del presupuesto se dedique a la enseñanza propiamente dicha. Llama además mucho la atención en la universidad española la manera de elegir al rector; parece llevar a que la mitad de los profesores/investigadores se queden con la impresión de que el rector pertenece a un grupo que les es adverso. Otro problema es que no es infrecuente que los universitarios que pierden interés por la enseñanza y la investigación terminen en la administración, convirtiéndose en los jefes de los profesores/investigadores más entusiastas y exitosos.

El llamado Proceso Bolonia es una decisión adoptada por la Unión Europea para homologar los diplomas de educación superior en Europa. Es una reforma que quiere agilizar el mercado laboral, permitiendo un trasvase e intercambio de trabajadores entre los países. El método utilizado es exigir que las universidades escriban sus planes de estudio como descripciones de lo que un estudiante debe saber hacer después de haber aprobado un curso, para facilitar así a las empresas decidir si un solicitante les interesa o no. Al interior de las universidades, el Proceso Bolonia ha provocado un rechazo a esta intromisión política. Los profesores se resisten a describir sus materias de un modo que no les convence y no les parece corresponder a la naturaleza de la materia. Nadie ha pretendido siquiera que así mejorará la calidad sino que lo que se pretende es un «control de calidad» como si la universidad fuera un proceso industrial. Los políticos han presentado la novedad como si los nuevos planes de estudio fueran un documento jurídico en forma de un acuerdo entre el estudiante y el departamento; el estudiante podría ver, antes de matricularse en un curso, qué conocimientos y destrezas va a conseguir. Sin embargo, el departamento no tiene el derecho de exigir al estudiante un alto nivel de conocimientos previos ni tampoco una dedicación completa al estudio. Esta manera de escribir los planes de estudio gusta a la burocracia porque facilita también el control de las universidades a través de la comprobación de si la realidad es tal como dice el plan de estudio. Si el estudiante no aprende, parece que la culpa es de los profesores. En conexión con este cambio, se han creado nuevos puestos para administradores, unos administradores que muchas veces se comportan como si jerárquicamente estuvieron en un nivel superior a los catedráticos. El malestar provocado por el Proceso Bolonia es el ejemplo más reciente, pero no el único, creado por la utilización de la universidad para propósitos no intelectuales sino político-económicos.

La homogeneización de las universidades europeas también ha impuesto el esquema 3+2+3, es decir, una licenciatura de tres años, un máster de dos y un doctorado de tres, algo que en España ha llegado a ser en general 4+1+3. Para los países que tienen un bachillerato corto, tres años podría resultar poco tiempo para obtener una licenciatura. El máster es relativamente nuevo en Europa y no siempre se sabe cómo valorarlo en el mercado laboral. Finalmente, un doctorado de tres años significa examinar a más doctores pero menos cualificados que antes. El doctorado viene a ser una etapa de formación más que la realización de un trabajo original.

La burocracia supone un verdadero peligro para la calidad universitaria ya que roba tiempo, dinero y energía a la investigación y la enseñanza, las tareas principales de la universidad. A la vez, es cierto que no es fácil «liderar» a unos profesores/investigadores que representan especializaciones realmente muy diferentes y que, además, a veces tienen un temperamento de artistas. Ya que suelen tener gran facilidad para expresarse, cuando se enfadan, hay protestas de todo tipo.

¿Y si fuera de otro modo?

En Europa estamos acostumbrados a unas universidades públicas de grandes dimensiones y a que Estado y universidad funcionen como monopolios solapados, un tipo de organización que corre el riesgo de estancarse. Quizá sea útil plantearse algunas ideas diferentes.

Un tabú actual es cuestionar que un profesor universitario sea siempre un investigador. En realidad, hay muchos profesores que no son investigadores ni tampoco tienen la capacidad de serlo, a pesar de las declaraciones oficiales. Con la enorme expansión de la educación superior, se necesitan más profesores, pero eso no lleva a que haya más personas aptas para investigar. El igualitarismo político hace que nadie se atreva a decir que quizá no deberían investigar todos porque no es seguro que contribuyan a la calidad de la investigación. Ahora existe bastante «pseudoinvestigación», una investigación no aporta mucho a la comprensión del mundo.

Otro tabú es cuestionar la actuación de los sindicatos. No siempre apoyan la calidad de la investigación y no siempre piensan en lo mejor para los estudiantes y el país. Suelen dedicar sus esfuerzos a pedir el mantenimiento en sus puestos de los profesores/investigadores disfuncionales. Quizá los puestos de profesor universitario e investigador no deberían ser puestos fijos para el resto de la vida del profesor/investigador.

Un tercer tabú es considerar que siempre es un avance que haya más estudiantes universitarios en un país. Quizá sea mejor para el futuro del país un número algo menos alto pero de jóvenes inteligentes muy bien formados que una masa más grande de jóvenes menos bien formados. Hay economistas que dicen que tener un nivel de matemáticas correspondiente al final del bachillerato constituye el factor más importante para tener más tarde un buen desempeño profesional y lograr un salario alto. Quizá sea una mejor idea que un país tenga un bachillerato de excelente calidad y un número algo menor de estudiantes universitarios. Si se admite a una gran cantidad de estudiantes, se llega a una situación en la que los exámenes universitarios no garantizan un empleo y menos un salario que recompense tantos años de estudio. Algunos críticos consideran que el salario actual en algunos casos más bajo refleja a la vez la sobreproducción de diplomados y el nivel mediocre de algunos de los nuevos diplomados.

Hasta en la universidad se ve actualmente un antiintelectualismo que resulta una corrupción del «ethos» universitario. El igualitarismo político ha llevado a la aceptación de estudiantes con pocos conocimientos y la exigencia de que se suspenda a muy pocos. También se ve en la influencia ejercida por unos pedagogos que supuestamente van a ayudar a estos alumnos poco preparados. Los pedagogos suelen convertirse en los defensores de los estudiantes con problema y en el uso de nuevos métodos de trabajo. No suele interesarles el avance de las disciplinas y la búsqueda de la verdad. Si se añade a esto una administración voraz que se hace con una parte cada vez más grande de los recursos, se ve que la universidad está en peligro como centro de estudios superiores y de excelencia intelectual.

En resumen, ¿qué hacer?

  1. Mejorar el nivel de conocimientos del bachillerato para que los estudiantes entren mejor preparados a la universidad.
  2. Restringir el número de plazas para atraer a mejores estudiantes ofreciéndoles un ambiente estimulante. El ideal podría ser menos estudiantes pero mejor preparados y que terminen sus carreras sin mucha demora.
  3. Sacar a concurso nacional las plazas de profesor universitario para evitar la endogamia.
  4. Reclutar a profesores de alto nivel en los que se puede confiar para evitar gastar en frecuentes evaluaciones.
  5. Simplificar los trámites de todo tipo y disminuir la burocracia.

Para resumir la sugerencia en una sola oración: en el nivel de los estudiantes, lo importante es que tengan conocimientos previos y que se esfuercen; en el nivel del profesorado, elegir la calidad y evitar la endogamia; y, finalmente, en el nivel de la universidad, crear menos plazas pero mejor financiadas.

Hispanista y pedagoga. Catedrática en la Universidad de Lund, Suecia