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Hay vidas de Jesús escritas por exégetas, por teólogos, por novelistas, por poetas, por periodistas, por pensadores… Y otras que son, fundamentalmente, obra de historiadores. A esta última variedad pertenece la recientemente publicada por Francisco Fernández Carvajal. El autor, a quien conozco desde que cursaba Historia en la universidad, es también teólogo, sabe exégesis, narra bien y está inspirado por la vocación pedagógica y pastoral de un buen sacerdote. Pero en su libro destaca en primer plano su perfil de historiador.

La fuente principal de ésta y de cualquier otra biografía seria de Jesús son los relatos evangélicos, con sus sublimes enseñanzas y sus portentosos milagros. Pero el Jesús del que Fernández Carvajal refiere esos hechos y esas palabras es un ser encarnado en una naturaleza humana, que vive y actúa en un momento y en un lugar de la historia, desde el seno de una cultura y de una sociedad determinadas. Jesús aparece en este libro situado en su ambiente, hablando y obrando con las palabras y con las experiencias y saberes del mundo al que pertenece. Jesús, por ejemplo, sabía cómo jugaban los niños judíos en las plazas de los pueblos, pues había jugado también él. Conocía las faenas de la labranza -la siembra, la siega, la trilla, etc.- y las de los pescadores del mar de Galilea, el oficio de los artesanos que había practicado él mismo; las técnicas dialécticas de los escribas; el servicio de los soldados romanos, de los policías de Herodes y de los guardias del templo, las disputas doctrinales de fariseos y saduceos y sus repercusiones políticas. Estaba familiarizado con las preocupaciones de las amas de casa de aquella sociedad, que fabricaban el pan, disponían el hogar y rebuscaban las monedas ahorradas para gastarlas bien. Jesús participaba de los hábitos sociales de sus contemporáneos palestinos, había asistido a sus escuelas, hablaba sus dos lenguas y nada de la vida de su entorno era para él ajena o postiza: las ceremonias religiosas, las cortesías sociales, los ágapes protocolarios y los «picnics» campestres, el calor de los lazos familiares y los «modos» y grados de la amistad, las peregrinaciones y los viajes, con bastón, alforja y provisiones, etc.

Jesús, en una palabra, estaba impregnado de la cultura de un pueblo: el suyo. Oraba como un israelita piadoso (sin perjuicio de su íntima relación intratrinitaria con las otras Personas divinas), recitaba los salmos y componía oraciones con el estilo de los antiguos rezos hebreos. Aprendidas en las propias escrituras y en la vida, dominaba las artes de la persuasión y utilizaba la fuerza mnemotécnica de las antítesis y del ritmo literario de los buenos discursos.

Éste es el Jesús que presenta Fernández Carvajal. En este contexto describe el autor la vida de Jesús, acertando a insertar en ella su acción y su doctrina. En esta «vida» se capta muy bien cómo diseñaba Jesús sus parábolas y cómo construía sus comparaciones y enunciaba sus enseñanzas: a partir de la experiencia de su propio mundo, de la naturaleza y de los paisajes de su tierra, así como de la realidad y de las tradiciones espirituales de aquel pueblo. Su genialidad -si es que cabe emplear sin irreverencia esta palabra en relación con el Hijo de Diosconsistió en convertir todas esas vivencias y saberes en el marco y en el asiento de un mensaje de trascendencia universal, capaz de hablar a todos los hombres de todos los tiempos y de todas las culturas.

En las páginas de esta biografía se advierte, además, como en una lúcida transparencia, la singularidad del personaje de Jesús de Nazaret, el misterio de su condición divina y el incalculable alcance de su misión en la historia de la humanidad. En este libro se ve y se escucha al Jesús que fue y al Jesús que es y que será para cada uno de los humanos y para el universo.

La biografía de Fernández Carvajal enriquecerá la espiritualidad de los lectores cristianos y mostrará ese Jesús de la historia, vivo y real, a quienes se asomen a este libro desde otras perspectivas religiosas o ideológicas.

Fundador de Nueva Revista