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Asigna el Diccionario de la Real Academia a la voz glosario dos acepciones, primera: «catálogo de palabras oscuras o desusadas, con definición o explicación de cada una de ellas»; segunda: «catálogo de palabras de una misma disciplina, de un mismo campo de estudio, etc., definidas o comentadas». Esta obra de Luis de Mora-Figueroa cumple las dos exigencias: es un catálogo de palabras pertenecientes al lenguaje de la arquitectura defensiva medieval, casi en su totalidad españolas, y muchas veces de gran belleza, como adarve, alambor, almena, barbacana, buhedera, cárcava, espalto, ladronera, matacán, palenque, poterna, etc., pero con frecuencia oscuras para la mayoría de los lectores de nuestra lengua, que pueden toparse con ellas en textos de carácter histórico o simplemente literario. Luis de Mora-Figueroa, doctor en Historia, profesor de Arqueología Medieval en la Universidad de Cádiz, miembro del Comité Científico del Internationaler Burgen-lnstitut del Consejo de Europa, y del Fortress Study Group, que ha sido director o partícipe de excavaciones arqueológicas en España, en el Reino Unido y en Sudán, y se ha especializado en castellología y poliorcética medievales, en paleoartillería y pirobalística, y en la restauración de fortificaciones, acometió y llevó a feliz término la empresa de explicarnos casi doscientas voces de ese lenguaje noble pero en gran parte desconocido. Y lo ha hecho por primera vez en España, en un libro que merece sin duda el calificativo de monumental, pues responde a los tres significados asignados también por el DRAE a este adjetivo: trata de auténticos monumentos, es excelente en su línea, y es una obra muy grande, aunque solo tiene 341 páginas. Lo es por el formato de éstas, 30 x 21 cms., y por la ingente cantidad de información y documentación que incluye.

El autor no solo define y explica cada término, sino que lo sitúa en su marco histórico y social, y lo ilustra con fotografías y dibujos espléndidos, que representan preferentemente castillos y fortalezas españoles, aunque también incluye material gráfico sobre monumentos de otros países, cuando las circunstancias lo aconsejan.

En el galeato, muy acorde con su función introductora, manifiesta que este glosario «es el primero de su naturaleza que se edita en España». Los repertorios de voces arquitectónicas y arqueológicas anteriormente publicados en nuestro país se limitaban a definir escuetamente poco más de una docena de términos, incurriendo no pocas veces en ambigüedades que oscurecían los significados. Luis de Mora-Figueroa se ha esforzado, con éxito, en definir con precisión y explicar mediante glosas adecuadas el contenido semántico de cada término técnico. Ha procurado respetar para cada vocablo glosado la ortografía y la acepción establecida por la Academia en la última edición de su Diccionario (1993), aunque, con alguna frecuencia, no le ha sido posible ajustar el caudal de voces tan especializadas a la norma selectiva del léxico académico, que soslaya asiduamente los términos de uso minoritario.

Es de estricta justicia elogiar las ilustraciones gráficas de la obra. Las fotografías, extraordinariamente nítidas y de color finamente matizado, son todas del autor e inéditas, excepto una, publicada anteriormente en otro trabajo suyo. Los croquis de planta, secciones y alzados de elementos defensivos son obra de Ildefonso Ruiz de Mier, que plasmó en ellos las instrucciones del autor. El marqués de Saavedra aportó a la obra primorosos dibujos miniaturistas.

Las diecisiete plantas generales reproducidas tras el glosario, digitalizadas en computadora, se deben a Juan Luis Siquier. Quince ocupan página entera; dos, incluso página doble. Trece corresponden a castillos o fortalezas de España; las demás, a propugnáculos de Francia, Reino Unido e Italia. En cada caso precede a la página del grabado otra en que Mora-Figueroa no solo explica el organigrama defensivo de la fortaleza correspondiente, sino también su emplazamiento geográfico y su historia.

La obra se cierra con un índice de remisiones bibliográficas para las ilustraciones, un breve pero sustancioso epílogo sobre las condiciones histórico-sociales que promovieron la arquitectura defensiva en la Edad Media española, un amplio índice selectivo de conceptos y otro, más amplio aún, de topónimos vinculados a fortificaciones.

El lenguaje del autor, ligeramente arcaizante (por ejemplo en la conversación de la b ante s en voces como substancial, substituir, etc.), se acomoda bien a la materia tratada.

Ya solo, antes de terminar, un leve reparo etimológico, y una duda. La voz «donjón», galicismo introducido en el siglo XIX, no incluido en el DRAE, es préstamo del francés donjon, pero éste no viene directamente del latín dominium, sino de su derivado popular o vulgar dominione (m), acusativo de dominio, dominionis. La duda se refiere al significado de almena. ¿Es un «vano descubierto entre merlones, en los parapetos de adarves y torres», como nos dice el autor, o «cada uno de los prismas que coronan los muros de las antiguas fortalezas», según afirma el Diccionario de la Academia? Sigue éste al de Autoridades, que, con su habitual amenidad, describe así la almena: «Cierto género de torrecilla o pyrámide de piedra, que se levanta en lo alto de las torres y muros, y se pone distante una de otra el espacio que puede ocupar un hombre, ú dos, y desde donde pueden señorear el campo y defenderse del enemigo estando a cubierto».

El Nuovo Dizionario Spagnolo-Italinano de L. Ambruzzi traduce almena por merlo, y el Vocabolario delia Lingua Italiana de N. Zingarelli deriva el merlo arquitectónico del ornitológico «perché danno l’idea di una fila di merli», y lo define: «Cada uno de los segmentos de un muro con intervalos regulares, que se levanta sobre el parapeto encima de las fortificaciones antiguas para resguardar a los defensores». Esta definición viene a coincidir con la de almena en el DRAE y en Autoridades. En cambio, el Dictionnaire Moderne Espagnol-Français de García-Pelayo y Gross traduce almena por créneau, voz definida en el Grand Larousse de la Langue Françoise como «abertura practicada de trecho en trecho en un parapeto, en una torre […] para observar o para disparar sin exponerse a los tiros del enemigo». El Diccionario Moderno Español-Inglés del mismo García-Pelayo y Gross traduce almena por merlon (de piedra), relacionado etimológica y semánticamente con el italiano merlo o merlone, pero también por crenel, relacionado con el francés créneau. Finalmente, la etimología de almena según la cual esta palabra procedería del artículo árabe al y del latín mina, «amenaza», tampoco es definitiva, pues no está claro el significado de minae en el único texto en que esta voz aparece asociado a muros, un pasaje de Virgilio, Eneida iv, 88 s.: minaequae / Murorum ingentes, de interpretación discutida. De todos modos, la palabra latina parece ser del mismo origen que los verbos emitiere, imminere y prominere, asociados a la idea de «sobresalir», «ser saliente», implícita en la definición académica de almena.