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Como es bien sabido, la relación que Fernando Pessoa mantuvo con España no fue particularmente fluida ni extensa: el poeta portugués nunca cruzó las fronteras de nuestro país, apenas se interesó por nuestra literatura, incluso fue crítico con las ansias imperialistas de España en general y de Castilla en particular. Pero no es menos cierto que al creador de Alberto Caeiro siempre le interesó la cuestión del iberismo: estudios recientes, principalmente las numerosas investigaciones llevadas a cabo por el escritor y profesor extremeño Antonio Sáez Delgado, así como la aparición de Ibéria. Introdução a um imperialismo futuro, en la editorial portuguesa Ática,así lo constatan. En estas páginas, someramente y a modo de escalas en ese viaje hasta España que el genio lisboeta nunca llegó a realizar, analizaremos los principales encuentros y desencuentros que Pessoa mantuvo con algunos de los escritores españoles de su época.

 1ª escala. Miguel de Unamuno: la polémica

 No hay duda de que Miguel de Unamuno era considerado, en vida, como uno de los principales intelectuales europeos de su tiempo. También es innegable el gran interés que el escritor vasco mostró por todo lo relativo a Portugal y a su literatura: basta dar un repaso a su volumen Por tierras de Portugal y España para descubrir hasta qué punto era un fino conocedor del país vecino y de su literatura, y del gran amor que le profesaba: “¿Qué tendrá este Portugal –pienso– para así atraerme? ¿Qué tendrá esta tierra, por de fuera riente y blanda, por dentro atormentada y trágica? Yo no sé; pero cuanto más voy a él, más deseo volver”, escribirá tras uno de sus primeros viajes a tierras lusas.

 Marzo de 1915. La mítica Orpheu acaba de ver la luz. Pessoa, sabedor de la elevada reputación de Unamuno y muy orgulloso de la revista, no duda en enviarle un ejemplar. El joven Pessoa se muestra algo arrogante en la misiva, llegando a calificar a Orpheu como la publicación “más cosmopolita de cuantas han surgido en Portugal”, resaltando “la conciencia absoluta de nuestra originalidad y de nuestra elevación” y afirmando sin ningún pudor que estaban “trascendiendo las corrientes que han prevalecido en los grandes medios cultos de Europa”. Unamuno, bien por desechar de antemano todo aquello que oliese a vanguardia, bien por el desconocimiento de la mayoría de autores allí recopilados, ni siquiera acusó recibo del envío, hecho que, sin duda, debió de menoscabar el amor propio del remitente.

 Pero el asunto no termina aquí: tiempo después, Pessoa tendrá oportunidad de desquitarse de la afrenta. La polémica se fundará en las diferentes posturas de ambos en relación con el problema del iberismo. Unamuno, por su parte, siempre defendió el papel preponderante de Castilla –y del castellano– en la Península Ibérica; Pessoa, en cambio, se acercó al iberismo desde una propuesta mucho más integradora, en la que cada pueblo peninsular gozara de igual valor, e identificando a Castilla como el monstruo obsesionado por devorar a las otras regiones. Así, cuando Unamuno afirma lo siguiente: “Pienso que vale más escribir en una sola lengua, en beneficio de la propia cultura, que permanecer encerrado en una lengua inaccesible, poco divulgada. ¿Qué ganan los catalanes escribiendo en catalán? ¿Qué ganan los vascos escribiendo en su lengua? La cultura catalana, finalmente, es conocida por sus escritores que escriben en castellano. Incluso los portugueses ganarían escribiendo en castellano”, Pessoa no tarda en replicar, con una respuesta que llama la atención por su vigencia: “El argumento de Unamuno es realmente un argumento para escribir en inglés, ya que esa es la lengua más difundida del mundo. Si yo me abstuviera de escribir en portugués porque mi público es limitado, puedo escribir en la lengua más difundida de todas. ¿Por qué he de hacerlo en castellano? ¿Para que usted pueda entenderme? Es pedir demasiado para tan poco”.

2ª escala. Ramón Gómez de la Serna: el error

 El ecléctico Gómez de la Serna fue uno de los escritores españoles (junto con el propio Unamuno o Eugenio d´Ors) que más se preocuparon por Portugal y su literatura. Siempre atento a las relaciones personales y a las vanguardias, mantuvo amistad, entre otros, con Almada Negreiros, António Ferro y José Pacheco, director de Contemporânea, revista que se convertiría en uno de los principales puentes entre los escritores más vanguardistas de ambos lados de la raya. En 1915 viaja a Portugal junto a su compañera sentimental, la también escritora Carmen de Burgos Colombine, país por el que automáticamente sentirán una gran atracción, acabando por instalarse en Estoril durante una temporada; muchísimas páginas de la obra de Ramón (la novela La quinta de Palmyra, fragmentos de Automoribundia, etc.) están salpicadas de recuerdos y alabanzas de sus vivencias en el país luso.

Ramón, durante su estancia en Portugal, será parte activa en la vida literaria de Lisboa. Sabemos que Pessoa era un asistente asiduo a encuentros y tertulias en los cafés, centros neurálgicos de la intelectualidad del momento. La pregunta surge por sí sola: ¿se conocieron personalmente? No hay certeza absoluta de que así fuese, pero disponemos de un par de indicios que parecen indicar que sí llegaron a encontrarse. Por un lado, en la biblioteca personal de Pessoa se encontró el volumen La inferioridad mental de la mujer, del neurólogo alemán Paul Julius Moebius, curiosamente traducido y prologado por Carmen de Burgos; atendiendo a las características del libro, todo para indicar que fue la propia Colombine quien hizo entrega del ejemplar a Pessoa. Por otra parte, hay que tener muy en cuenta el siguiente texto de Gómez de la Serna, incluido en Pombo, en el que hace referencia a los principales autores jóvenes que conoció en su etapa portuguesa:

“Perdidos, pero frenéticos de inspiración, hay muchos jóvenes de corazón hijo del sol naciente, como Veiga Simões, como Joaquim Correia da Costa, como Mário Beirão, Afonso Duarte, Mário de Sá-Carneiro, suicida del que otro gran poeta que fue su amigo, António Ferro, ha dicho «que fue el último suicida de su obra», Fernando de Pessoa, Augusto de Santa Rita, Luís de Montalvor, Silva Tavares, Pedro Menezes, Luis J. Pinto, Augusto Cunha”.

Perdido pero frenético de inspiración: a buen seguro que Pessoa hubiera estado de acuerdo con esa definición de sí mismo. He aquí el posible encuentro, he aquí el error.  Ese impreciso sintagma, ese de accidental entre nombre y apellido, parece decirnos que el conocimiento que Ramón tuvo de Pessoa fue más bien reducido; en todo caso, tal mención, aunque incorrecta, parece indicarnos que el contacto físico tuvo lugar.

 3ª escala. Iván de Nogales: el excéntrico

 Iván de Nogales, nacido en 1884 en Ciudad Rodrigo (Salamanca), fue, según todo parece indicar, el primer escritor español que, con absoluta seguridad, trabó contacto físico con Fernando Pessoa. Pero seamos rigurosos: Iván de Nogales fue un inclasificable personaje de vida disparatada que, sin duda, aportó muchísimo más a la historia de la anécdota y del chascarrillo que a la historia de la literatura. Muy divertida y recomendable es la semblanza que Juan Manuel de Prada traza de él en la colectánea de bohemios Desgarrados y excéntricos; nos limitaremos a mencionar que, entre otras muchas actividades, fue alcalde de su localidad, marino mercante, dudoso políglota, coleccionista de vello púbico y autor del poemario Nueces eroticolíricas, heteroclitorizadas y efervescentes, primer volumen de una saga que, de haberse llevado a cabo, incluiría títulos tan fascinantes como La religión de la almeja perfumada y Conejario sentimental.

 En un diario de 1915, escrito en inglés, Pessoa escribe: “Me encontré (me reencontré, aunque mejor en esta ocasión) casualmente, en la librería Monteiro, con Juan de Nogales, el teósofo, del estilo de Orpheu, etc”. Al día siguiente añade: “Un día perezoso, más o menos sin sentido. El encuentro con Nogales, más o menos interesante”. Por lo que parece, Iván de Nogales, de entre sus múltiples máscaras, habría escogido la de la teosofía para mostrarse ante Pessoa. En cualquier caso, y como parece extrapolarse de la segunda anotación, Pessoa no quedó del todo convencido de las virtudes de su interlocutor; es más que presumible que captara con celeridad la inmensa extravagancia y la escasa iniciación del bon vivant extremeño. En cualquier caso, no es menos cierto que, en una extensa relación de 1918 escrita por Pessoa, el nombre de Iván de Nogales aparece asociado a un posible artículo sobre sensacionismo. Tampoco hay que ocultar, en beneficio del humor y la ironía, el texto de la tarjeta de presentación que Nogales entregó a Pessoa en uno de sus encuentros, y que hoy descansa en la Biblioteca Nacional de Portugal: “Amante de los hambrientos rusos y hambriento del amor de las Rusas”.

4ª escala. Adriano del Valle: el amigo

 Nacido en Sevilla en 1895, poeta, articulista, pintor, traductor y agitador cultural, Adriano del Valle es el único escritor español que mantuvo una relación de amistad, si bien breve, con Fernando Pessoa. Especialmente activo, siempre atento a los ismos de su tiempo –modernismo, ultraísmo, surrealismo–, fue redactor jefe de la revista Grecia y fundador de Papel de Aleluyas, Premio Nacional de Poesía en 1933 por Mundo sin tranvías y autor de una numerosa obra plástica en forma de collages. Discípulo y amigo de Eugenio d´Ors, quizá fue éste quien le inculcó el interés y el amor por Portugal, amor que se halla desperdigado por muchas páginas de su obra y especialmente en el largo poema Canto a Portugal, interesante y exaltado panegírico de las bondades del país vecino:

                               ¡Salve, Portugal fraterno

que, en fraterno meridiano,

tu verano es mi verano

siendo nuestro el mismo invierno!

 Adriano del Valle fue, junto a otros muchos escritores españoles, colaborador de la panibérica revista Contemporânea. Por ello, cuando en junio de 1923 decide pasar su larga luna de miel en Lisboa, tendrá oportunidad de conocer personalmente a algunos de los poetas portugueses que participaban en la publicación. Y uno de ellos será Fernando Pessoa, con quien muy pronto entrará en sintonía y que se convertirá en su principal aliado en la capital lusa, hasta el punto de verse prácticamente a diario, como afirmará en una entrevista concedida a Eduardo Freitas da Costa, primo de Pessoa: “Es evidente y baste decirle que durante el mes que pasé en Lisboa, todas las tardes Fernando me buscaba en el hotel y, juntos, conversábamos y trabajábamos dos o tres horas…”. Ese “trabajo” al que se refiere el autor español era, principalmente, la traducción de Indicios de Oiro, libro de poemas de Mário de Sá-Carneiro, reconocido autor portugués que se suicidó en París en 1916 y que fue, sin duda alguna, el mejor amigo que Pessoa tuvo jamás. Resulta interesante la gran humildad de Pessoa, pues apenas le hizo mención a del Valle de su propia obra literaria; así lo reconocerá éste último en la citada entrevista: “Pessoa era de un desinterés tal, de una humanidad, de un ensimismamiento –o como quisiera llamarlo– que raramente, durante ese mes de convivencia íntima, me habló de su propia poesía”.

 A la vuelta a España –no volverán a verse–, el contacto continuará epistolarmente desde agosto de 1923 hasta finales de 1924, momento en el que la comunicación, sin un motivo claro, toca a su fin. En estas misivas, de las que a día de hoy se conocen catorce –diez escritas por Pessoa, cuatro por del Valle– hablan de proyectos literarios, de libros de poesía, de colaboraciones en revistas, etc. Son, desde luego, unas cartas mucho más profesionales que personales. Gracias a del Valle, Pessoa tomará conocimiento de otros dos poetas ultraístas andaluces: Rogelio Buendía e Isaac del Vando-Villar. Buendía, médico y escritor nacido en Huelva en 1891, tiene el honor de ser el primer traductor español de Fernando Pessoa: el 11 de septiembre de 1923, en el diario onubense La Provincia, aparecen publicados cinco poemas de Inscriptions, conjunto de catorce epitafios escritos originalmente en inglés y publicados en 1920. Por su parte, Pessoa escribirá una reseña positiva de La rueda de color, poemario ultraísta de Buendía, que será traducida al castellano y publicada el 18 de septiembre de 1923 por Adriano del Valle en el diario La Unión de Sevilla.

Isaac del Vando-Villar, nacido en Albaida de Aljarafe (Sevilla) en 1890, tuvo una brevísima relación epistolar con Fernando Pessoa. Amigo personal de Adriano de Valle, entre ambos intentarán que Pessoa redacte una crítica de La sombrilla japonesa, libro de poemas del sevillano, para alguna publicación literaria portuguesa. Pessoa les informará de su escasísima vinculación con los principales medios culturales de su país, y les hará llegar una breve reseña con objeto de ser traducida y publicada en España. A día de hoy, y hasta donde llegan mis investigaciones, no hay constancia de que ese texto fuese publicado en medio alguno.