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Fernando Lanzas nació en Madrid en 1951. Lo conocí en «Balmoral» hará media docena de años, en unas circunstancias lo suficientemente disparatadas como para recordarlas aquí. Yo estaba con unos amigos, entre los que recuerdo la canosa cabeza de Fernando González de Canales. De repente, una silueta masculina, espigada y borbónica, abandonó una mesa cercana y se dirigió a la nuestra, enarbolando un ejemplar de mi Poesía 1970-1989 publicada por Renacimiento, la editorial hispalense de Abelardo Linares. Figura en ese libro una fotografía mía que me hizo José del Río Mons en su mítico estudio de General Zabala. La silueta, que luego resultó ser Lanzas, había reparado en mí al entrar y había colegido que el de la foto y yo éramos una y la misma cosa, de manera que dijo: «Disculpen. Acabo de comprar este libro y me parece que es usted su autor. ¿Le importaría dedicármelo?»

A partir de ese momento, me honro con la amistad de Fernando Lanzas, brillante economista donde los haya y genial hacedor de versos. Leí, con una mezcla de fruición y complicidad, sus poemas inéditos, que muy pronto dejarían de serlo para agruparse en un tomito de 52 páginas titulado El .frente de Madrid (Sevilla, Renacimiento, 1993). Ese libro, único hasta la fecha publicado por Lanzas, no tiene desperdicio: divertido, ingenioso, fresco, vivo, constituye un ejemplo sobresaliente de esta «línea clara» de mis pecados con la que tanta lata estoy dando. A Fernando lo influye Gil de Biedma, que no es mala influencia, ¡voto a bríos!, y, además, aprovecha del autor de Poemas póstumos lo mejor de su voz, renunciando al tedioso malditismo que acecha en las esquinas de la obra de Jaime. Buena prueba de ello es la estupenda pieza «Visita a las tías de Alcira», que ofrezco a mis sufridos lectores en versión corregida por el poeta para la presente ocasión.

VISITA A LAS TÍAS DE ALCIRA

Sin ti esta vez, camino de Levante,
un viernes de febrero por la noche,
ciento cuarenta, no hay quien me adelante
ni guardias que persigan a mi coche.

No hay absurdo mayor que este viaje
-tú sabes que tenías que venir­
sin tabaco, ni radio, ni equipaje,
ni ganas de parar ni de seguir.

La Partida de Gíjara es el huerto
de naranjos, la casa familiar
que recibe la brisa de los puertos
en la alta torre que domina el mar.

Murió Milagros y casó Mercedes
a los cuarenta años de enviudar;
doña Isabel de Lanzas y Barrede
es ahora la reina del lugar.

Sentados en el porche luminoso,
dimos cuenta de casi una botella
de mistela, y de un pasado hermoso
que un día me contó que vivió ella.

A fuerza de café recuperó
mi tía la memoria, y a la sexta
generación llegamos. Se perdió
por las guerras carlistas nuestra siesta.

Con las últimas luces, Isabela
me preguntó por ti: «¿Y esa paloma
que sale de tu boca y vuela y vuela,
y en todo lo que dices va y se asoma?»

 

Al claro de la luna valenciana
conté a mi tía abuela nuestra historia,
y a eso de las tres de la mañana
abrimos el champán en plena euforia.

Le daba mucha risa: a los noventa
las cosas se ven ya de otra manera.
«No corras, Fernandet, más de la cuenta,
y ten cuidado con la carretera».

Entre Jávea y Altea me he parado
a escribirte esta carta. Ya amanece.
Cuando despiertes yo estaré tumbado
al sol en una playa, y tú en tus trece.

Filólogo. Profesor de investigación del ILC/CCHS/CSIC. Poeta. De la Real Academia de la Historia.