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Los relatos de viajes, grandes expediciones y descubrimientos, además de ofrecer el atractivo de los hechos reales, suelen superar con frecuencia la fantasía del más exaltado novelista.

Aventuras en mares desconocidos, travesías arriesgadas en las selvas tropicales y en los desiertos, hombres esforzados en busca de la gloria, la fama, el dinero y el poder que sólo alcanzan unos cuantos privilegiados. El sueño de conocer nuevas tierras y contemplar paisajes exóticos permanece como deseo constante, inmune al paso de los siglos. Es cierto que varían las condiciones y circunstancias de la aventura, según las épocas, pero el atractivo del riesgo y el instinto de superar los peligros permanecen como actitud constante del ser humano.

Todos esos sentimientos y aspiraciones se reflejan tanto en las crónicas elaboradas por serios historiadores, como en los sencillos relatos recogidos sobre el terreno, justo en el momento de ocurrir los hechos

Todos esos sentimientos y aspiraciones se reflejan, de una y otra forma, tanto en las crónicas elaboradas por serios historiadores, como en los sencillos relatos recogidos sobre el terreno, justo en el momento de ocurrir los hechos. De cualquier modo, son testimonios fiables que nos hablan de otros mundos, teñidos de fantasía, donde se interfieren los mitos con la realidad vivida.

Relatos amenos, plagados de anécdotas curiosas que, como en el libro Latitud cero, de Gianni Guadalupi y Anthony Shugaar reproducen con lenguaje atractivo una amplia selección de episodios surgidos a lo largo de los siglos en las distintas expediciones emprendidas en torno a la línea del ecuador.

Desde los primeros viajes oceánicos, iniciados en la segunda mitad del siglo XV por los navegantes portugueses y españoles que iniciaron las rutas hacia el sur y el oeste del Atlántico, los autores se desplazan en el tiempo, con el fin de ilustrar los descubrimientos posteriores en Asia y, sobre todo, en África, el último continente explorado, pese a su proximidad a las costas europeas.

G. Guadalupi y A . Shugaar han seleccionado episodios históricos con base real, narrados con el lenguaje y estilo propios de una novela de aventuras

G. Guadalupi y A . Shugaar han seleccionado episodios históricos con base real, narrados con el lenguaje y estilo propios de una novela de aventuras. Presentan los hechos en su vertiente legendaria, para resaltar los aspectos más pintorescos y llamativos de cada aventura. Las hazañas de los Pizarro en la conquista de Perú, los viajes por el mundo fabuloso de las Amazonas, en Brasil, las románticas islas del Pacífico americano, muestran, desde perspectivas diversas, el extenso panorama de los mitos y fábulas, tal como fueron concebidos por la imaginación desatada de los descubridores del Nuevo Mundo.

Siglos más tarde, ya en pleno siglo XIX, desde Livingstone a Stanley, se suceden las expediciones británicas en busca de las fuentes del Nilo, al encuentro de los grandes lagos, Tanganika, Victoria, que abrieron la expansión y el dominio de los blancos en el África ecuatorial. Quedan así marcadas las fases de la colonización europea que se prolongan hasta el brusco final, a mediados del XX. Llama la atención el interés de los autores en destacar la crueldad sanguinaria atribuida, en exclusiva, a los conquistadores españoles, además de acusar de forma gratuita a los misioneros católicos de abuso de fuerza y trato inhumano ejercido sobre los pueblos indígenas.

ESPAÑA, EN EL CAMINO DE AMÉRICA

Un enfoque bastante más riguroso y objetivo en la exposición de los hechos, presenta la obra titulada La aventura de los conquistadores, de Juan Antonio Cebrián, que reúne una serie de crónicas dedicadas a narrar algunos capítulos fundamentales para conocer la historia del descubrimiento y colonización del Nuevo Continente. Los episodios recogidos se refieren a las expediciones de Cristóbal Colón, Alonso de Ojeda, Ponce de León, Núñez de Balboa, Pedro de Valdivia, Hernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano.

La aventura de los conquistadores. Juan Antonio Cebrián. La Esfera. 288 págs.

Se presta una particular atención a las conquistas de Perú y Chile, al tiempo que se reconoce, en sus justos y reconocidos méritos, la obra pacificadora desempeñada, con entrega y generosidad no exenta de heroísmo, por los religiosos y misioneros.

El autor mantiene el tono ágil y ameno, propio de un reportaje informativo que, sobre la base del respeto a la más estricta veracidad histórica, describe los episodios con lenguaje asequible y un estilo narrativo adaptado a la mentalidad del hombre moderno.

Reconoce, por un lado, la voluntad firme y los esfuerzos de la Corona encaminados a defender los derechos de los indios y, por otro, la dificultad de llevarlos a la práctica. La gran extensión de las tierras americanas, el peligro y lentitud en las comunicaciones y los intereses económicos de los colonizadores contribuyeron a debilitar la acción de los gobernantes responsables. No obstante, y en tales circunstancias, se resalta el mérito y esfuerzo de los pensadores y teólogos españoles que, a pesar de los abusos, lograron difundir una escala de valores humanos, religiosos y culturales que, en gran parte, han demostrado su validez hasta el momento actual.

Los cronistas del siglo XX

La inquietud viajera no termina con los grandes viajes y expediciones del pasado. En nuestra época, el deseo de conocer nuevas tierras, de navegar mares alejados de las rutas comerciales y experimentar la emoción del riesgo, se mantienen vivas.

Ryszard Kapuscinski © Kubik

Es el caso del periodista polaco Ryszard Kapuscinski (1932) que nos brinda, en su madurez, una suerte de antología del moderno periodismo viajero, en la que recoge las experiencias vividas en calidad de corresponsal de la prensa oficial polaca, enviado para informar sobre los sucesos ocurridos en diversos países, entre 1956 y 1981.

Cierto es que, en sus primeros reportajes, nos habla de un mundo que ya parece, a estas alturas, muy lejano: la India y China en los años cincuenta del siglo pasado. Posteriormente, la actualidad le lleva a informar sobre episodios más recientes, esta vez, relacionados con África y Oriente Medio: la independencia de Argelia, el golpe de Estado de Nasser, en Egipto, las guerras civiles en el antiguo Congo Belga, o la caída del Sha de Persia, ya en las décadas de los sesenta y setenta.

Como hilo conductor, Kapuscinski cita numerosos pasajes debidos al historiador griego Heródoto, a través de los cuales establece ciertas analogías que le sirven para enlazar el pasado con el presente

Como hilo conductor del tono humano y el espíritu que mueve la pluma del periodista, Kapuscinski cita numerosos pasajes debidos al historiador griego Heródoto, a través de los cuales establece ciertas analogías que le sirven para enlazar el pasado con el presente. Al relatar los conflictos planteados en Egipto, Somalia, Argelia y el Congo o los de India, China, Irán, las crónicas de Heródoto parecen cobrar en la pluma de Kapuscinski nueva vida. Cambian las personas y las circunstancias, pero las ambiciones y pasiones de los hombres, permanecen.

Así, las empresas de los grandes caudillos, desde Ciro a Darío, nos recuerdan demasiado a los líderes de nuestra época, en sus ansias de dominar el mundo. Kapuscinski muestra su reconocida habilidad para resumir en frases breves y episodios anecdóticos, los valores debatidos en las crisis políticas y recuperar, al mismo tiempo, la memoria de la cultura clásica representada por Heródoto. Habilidad literaria que le permite, a través de una prosa cuidada lograr hacer atractivos hechos que ya no son noticia y nos remiten a la segunda mitad del siglo pasado.

Kapuscinski muestra, en crónicas y reportajes, su reconocida habilidad para resumir en frases breves y episodios anecdóticos, los valores debatidos en las crisis políticas y recuperar, al mismo tiempo, la memoria de la cultura clásica representada por Heródoto. Habilidad literaria que le permite, a través de una prosa cuidada, hacer atractivos hechos del pasado que ya «no son noticia», pero que reavivan la memoria y aportan elementos valiosos para conocer aspectos importantes de la realidad presente.

Por la URSS sobre ruedas

El automóvil, medio de transporte por excelencia en el siglo XX y lo que llevamos del XXI, ha permitido recorrer grandes distancias de forma (relativamente) cómoda y rápida. Esa debió ser, al menos, la intención del periodista-novelista-narrador-altruista francés Dominique Lapierre al emprender su viaje a la Unión Soviética entonces gobernada bajo la férula del famoso Nikita Kruschev. El resultado de la aventura lo cuenta, muchos años más tarde, en su reciente libro Érase una vez… la URSS, Lapierre había logrado en aquellos años algo casi imposible para un corresponsal de la prensa occidental: permiso para recorrer la Unión Soviética en coche, sin limitaciones…

Érase una vez la URSS. Dominique Lapierre. Planeta. 200 págs.

Al menos en esos términos se establecieron las condiciones. Las complicaciones, trabas y dificultades vinieron después.

Lapierre nos cuenta con gracia y soltura las amistades y relaciones trabadas directamente con el buen pueblo ruso, acogedor y cordial, abierto a las relaciones humanas y generoso con los extranjeros

Contaba, el entonces joven periodista, con la ayuda de un fotógrafo de prensa y la compañía de sus respectivas esposas embarcadas en la aventura, a bordo de un último y flamante modelo de la tecnología occidental, fabricado por la SIMC.. Las incidencias del viaje mantienen el interés de todos los miembros del grupo en conocer algunos de los rasgos definidores de la mentalidad y la cultura de los rusos, por encima de la coyuntural y férrea dictadura soviética.

Dominique Lapierre nos cuenta con gracia y soltura las amistades y relaciones trabadas directamente con el buen pueblo ruso, acogedor y cordial, abierto a las relaciones humanas y generoso con los extranjeros. Al mismo tiempo refleja la ceguera y crueldad de unas autoridades movidas por criterios ajenos a la realidad, incapaces de satisfacer las necesidades materiales y morales de sus ciudadanos.

Los incidentes se sucedieron, a veces con el riesgo de caer en manos de personajes corruptos o sectarios, defensores del orden soviético. Percibían el control de su movimientos, limitados por los «traductores» y guías que informaban a la policía con puntualidad sobre cualquier tipo de conversación o comentario. El viaje termina, felizmente, con el regreso de la expedición a la Europa de la libertad y la democracia. Valores que sólo, treinta años más tarde, lograron desbancar el sistema impuesto por el comunismo en la Unión Soviética que parecía, en aquellos tiempos, inamovible.

Abogado y Periodista