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Cinco años después de las elecciones que llevaron a la presidencia a Vicente Fox y arrancaron de ella al Partido Revolucionario Institucional (PRl), México se encuentra nuevamente inmerso en la carrera electoral que llevará a Los Pinos un nuevo inquilino el próximo año.

Lo ocurrido el 2 de julio de 2000 fue fruto de un largo camino cuyo punto de partida hay que situar en 1982, año de la crisis de la deuda y quiebra de las finanzas públicas. Se rompía así un instrumento esencial para la permanencia del PRI al frente de la máxima institución del Estado. Desde ese momento, la pérdida de peso específico del partido hegemónico se fue consumando en forma de derrotas electorales a todos los niveles.

Estos dieciocho años comprenden un proceso de transición cuyo principal logro ha sido asegurar la limpieza electoral, posibilitando la aparición de un sistema de partidos competitivo. De esta forma, México ha confirmado su mayoría de edad en las urnas.

EL AGOTAMIENTO PRESIDENCIAL

Sin embargo, la euforia que acompañó la elección de Vicente Fox fue efímera. Pronto se comenzó a percibir que el cambio no estaba tan cercano como se había dicho. En el 2003 la sociedad mexicana volvió a expresarse a través de las urnas, aunque esta vez no hubo euforia ni antes ni después del proceso. La percepción más bien fue de agotamiento, de una sociedad que veía con desidia el incumplimiento de promesas y el derrumbe de expectativas que habían apuntado demasiado alto. En las elecciones de ese año se renovaba el poder legislativo, lo que confería el carácter federal del proceso y en consecuencia suponía una prueba para el partido del presidente y la oposición.

La participación fue la más baja que se recuerda, con una abstención del 58,32%, expresando así la ciudadanía su alejamiento respecto de los políticos. El PRI se alzó con la victoria, aunque sin mayoría absoluta, favorecido por ser el partido que cuenta con el voto menos sensible a las fluctuaciones abstencionistas. Confirmó su candidatura a regresar a la presidencia de la República, ratificando una estrategia de oposición que lógicamente no iba a ser alterada antes de 2006. La mayoría en el poder legislativo le otorgaba la posibilidad de seguir realizando una política de desgaste al Ejecutivo, dificultando e incluso impidiendo el cumplimiento de las grandes líneas de gobierno.

Por su parte, Vicente Fox ha sido víctima de sí mismo. El sistema presidencial que le llevó a la victoria quedó definitivamente agotado en ese momento, y síntoma de ello ha sido la incapacidad de su Gobierno para poner en marcha una sola de las múltiples reformas proyectadas. Mientras que en la época priista el legislativo era la pareja de baile perfecta del Ejecutivo, en la actualidad ambos poderes en manos de formaciones distintas juegan a hacer perder el paso al contrincante.

El escaso sentido de Estado desarrollado por los políticos mexicanos se ha traducido en la incapacidad para llegar a acuerdos en beneficio del país. Esta situación demuestra que la reforma del Estado es una de las más necesarias, y sin ella la toma de decisiones seguirá supeditada a los intereses privados de las distintas facciones políticas. En consecuencia, es necesario que durante el próximo sexenio se busquen fórmulas que eviten la actual parálisis gubernamental.

Aunque no ha sido la norma, sí existen precedentes que abren una puerta a la esperanza en la búsqueda de pactos. La creación del Instituto Federal Electoral (IFE) es un buen ejemplo de supeditación de los políticos al interés común. Su fundación se marcó como objetivo terminar con la perpetua sospecha de fraude que rodeaba cualquier proceso electoral, lo que se logró a costa de ingentes cantidades de numerario público. El IFE aseguró la legitimidad del proceso electoral y la alternancia en el poder, siendo su desempeño reconocido a nivel internacional.

Si bien la transparencia electoral es un elemento necesario en el anhelado proceso de cambio, no es suficiente. El IFE no ha transformado el orden anterior, sino que más bien es consecuencia del mismo. Su creación se debe a la desconfianza creada por unas estructuras cuyo apego a la norma escrita es más que dudosa. El IFE es síntoma de que todavía queda mucho camino por delante, pero de igual forma permite abrigar un mínimo de confianza en el futuro.

LA CARRERA HACIA 2006

La rivalidad electoral es un fenómeno reciente en México, que se remonta a 1988, cuando Cuahutémoc Cárdenas disputó la presidencia al candidato oficial del PRI, Carlos Salinas de Gortari. Si bien el candidato opositor, fundador del Partido de la Revolución Democrática (PRD), finalmente no logró la victoria, esas elecciones tuvieron un importante significado al quedar de manifiesto por primera vez en décadas la posibilidad de desbancar al PRI.

Desde entonces, las elecciones han sido el principal centro de atención de la vida política mexicana, convirtiéndose en un fenómeno que abarca varios meses e incluso años. Tras las elecciones de 2003 se reactivaron las maquinarias electorales y comenzó la carrera hacia el 2006.

De entre los candidatos presidenciables es Andrés Manuel López Obrador (AMLO) quien parece partir con ventaja. Dentro del PRD —formación que se considera de izquierda— parece tener asegurada su elección como candidato a la Presidencia, aunque aún necesita recabar apoyos internos que podrían perjudicar su candidatura.

AMLO ha abandonado recientemente la regencia de la Ciudad de México, cargo gracias al cual ha llegado a ser conocido en todo el país. Su gestión en el Distrito Federal cuenta con el apoyo de amplios sectores populares merced a una política en la que el gasto social ha jugado un papel protagonista. Otro factor que le ha favorecido en las encuestas ha sido el proceso de desafuero al que se vio sometido al comienzo del verano, lo que le habría impedido presentar su candidatura. Sus adversarios políticos terminaron siendo sus mejores aliados al contribuir a engrandecer su imagen como mártir de la democracia mexicana. Finalmente, la intervención del presidente Fox posibilitará que se concrete su candidatura.

Mientras, dentro del PRD es Cuahutémoc Cárdenas quien le puede hacer más daño, e indudablemente tendrá que negociar y pactar si no quiere encontrarse con la sorpresa de una candidatura externa del propio Cárdenas, lo que le restaría un porcentaje de votos que podrían ser definitivos. Otras figuras de la izquierda mexicana se han lanzado contra López Obrador, destacando entre ellas el subcomandante Marcos, quien posiblemente busca forzar algún tipo de negociación o simplemente protagonismo.

Dentro del PRI es Roberto Madrazo el principal aspirante, pero sin tener asegurada su postulación como cabeza del partido. Sectores internos se han unido en torno a la plataforma Unidad Democrática, mejor conocida como TUCOM (Todos Unidos Contra Madrazo), que presentará como candidato a las internas a Arturo Montiel, gobernador del Estado de México hasta este mismo año. Si el TUCOM logra mantener la unidad arropando a su candidato, cabe la seria posibilidad de que el resultado les favorezca, o como mínimo pueden obligar a negociar un reparto de poder con el sector madracista.

A día de hoy el PAN es el partido que presenta peores expectativas. Su candidato, el ex secretario de Gobernación —equivalente en México al ministerio del Interior español—, Santiago Creel, tiene el apoyo del aparato presidencial pero no cuenta con el consenso interno del partido. Es más, desde su lanzamiento como candidato presidencial ha sido patente su pérdida de fuerza, al tiempo que aumentan las críticas contra su gestión al frente de la secretaría de Gobierno. Su principal rival interno es Felipe Calderón Hinojosa, quien va ganando adeptos y de seguir así, contará con posibilidades de desbancar al candidato foxista.

Sintetizando más si cabe, quien parte con mayores posibilidades es López Obrador, aunque su capacidad como estadista crea también grandes dudas. Su actitud arrogante, sus características populistas o los escándalos que han rodeado su gestión al frente del Distrito Federal no son además las mejores cartas de presentación. Si a ello añadimos el hecho de que nunca ha puesto un pie fuera de México, la incógnita sobre su posible desempeño como presidente aumenta.

Por su parte, el PRI es la formación que parte con ventaja. Vencedor en las intermedias de 2003, su baza pasa por presentar una candidatura de consenso. La maquinaria electoral priista continúa en bastante buen estado y junto con un ambiente de unidad interna, el partido tiene no pocas posibilidades de regresar a Los Pinos. Sin embargo, existe una clara división interna con dos grupos que apoyan a los dos precandidatos. Su principal reto en los próximos meses es evitar un recalentamiento que termine por excitar un proceso de deserción, lo que sería definitivo para sus aspiraciones.

El PAN ha sufrido el desgaste que supone ser partido del gobierno y sus posibilidades son remotas. A ello hay que unir el que las circunstancias en las que su candidato se proclamó vencedor en 2000 han cambiado. En aquella ocasión logró aglutinar el voto contra el PRI, lo que es obvio que no va a ocurrir en esta ocasión. Cabe la posibilidad de que Creel se vea relegado por otro candidato y que el partido busque así remontar su actual posición en las encuestas. Habrá que esperar.

LAS CUENTAS PENDIENTES

Quien obtenga el apoyo de los mexicanos y sea proclamado presidente de la República de los Estados Unidos Mexicanos heredará los problemas no solucionados durante el actual sexenio.

En este sentido, los años de gobierno de Vicente Fox no han supuesto una transformación profunda de México. Su campaña electoral estuvo bien dirigida y enfocada a lograr la victoria, pero alejada de la realidad que supondría gobernar. Promesas imposibles de cumplir como un crecimiento anual del 7%, otras con tan buena voluntad como ingenuidad como solucionar el problema zapatista en quince minutos, han llevado a la sociedad mexicana del éxtasis de la euforia al sofoco de la desidia.

La principal aportación del gobierno de Fox a México ha sido conservar una coyuntura macroeconómica estable, manteniendo el atractivo para la entrada de inversión extranjera. Aunque no se ha logrado crecer al 7% anual, el país ha superado coyunturas económicas difíciles en un entorno global que no le ha sido muy favorable.

Sin embargo, esta estabilidad económica no se ha traducido en una mejora en la situación social y mucho menos en la política. El último informe de la Asociación Latinoamericana de organizaciones de Promoción (ALOP)1 indica que el ajuste estructural, inspirado en el modelo neoliberal, al que se ha visto sometido el país desde la crisis de la deuda de 1982, ha supuesto un progresivo aumento de la pobreza. De poco más de 100 millones de habitantes que tiene México, entre 58 y 60 son pobres y de ellos la mitad se encontrarían dentro de la categoría de pobreza extrema.

Mientras, los datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PENUD) no son más alentadores, otorgando a México un coeficiente de GINI de 54,6 para el año 20002 . El 20% de la población más pobre del país suponía el 3,1% de los ingresos, mientras que el 20% más rico el 59,1% del mismo. Ante una redistribución de la riqueza extremadamente desigual, la reforma fiscal se convierte en un punto esencial de la agenda. Sin embargo, lo que debería de plantearse como una política de Estado se ha convertido en un arma política. El gobierno de Vicente Fox presentó un plan de reforma que fue criticado desde distintas instancias políticas y sociales por su carácter regresivo, al gravar esencialmente el consumo. Más allá de su acierto o desacierto, la reforma topó con la negativa de la Cámara de Diputados, donde el PAN sólo cuenta con 149 de los 500 diputados.

El acuerdo migratorio es otro de los retos que se marcó el gabinete foxista. Sin embargo, a una negociación ya de por sí difícil se unieron los atentados del 11-S, alterando la agenda estadounidense y postergando la negociación. Cerca de diez millones de mexicanos de nacimiento viven en el país vecino y son cientos de miles los que engrosan anualmente esta cifra. Ante una situación generalizada de baja productividad, México necesita mantener activo este proceso que por un lado es una válvula de escape a posibles conflictos sociales, y por otro supone el segundo rubro de entrada de ingresos al país a través de las remesas: México es el segundo receptor mundial de remesas —se calcula que el 20% de las familias mexicanas reciben algún tipo de remesa—, aventajado solamente por la India.

MÁS ALLÁ DEL 2006

El próximo mes de julio de 2006 los mexicanos van a lanzar un nuevo mensaje a los políticos, al otorgar la presidencia presumiblemente con menos del 40% de los sufragios. Es un llamamiento al entendimiento entre las distintas formaciones políticas, con independencia de quién sea el vencedor. Será responsabilidad del futuro presidente y de la oposición dar respuesta a las necesidades de su sociedad, ya que un nuevo desengaño supondría un duro golpe para la débil democracia mexicana.

Caminar en otro sentido puede traer consecuencias no deseadas. La debilidad institucional está en índices preocupantes y señales como el incremento, tanto cualitativo como cuantitativo, de grupos relacionados con el narcotráfico deben ser suficientes para activar las conciencias. El interés común se tiene que imponer definitivamente a la conservación de privilegios de ciertos grupos y sectores sociales. En la actual situación, el país no se puede permitir el lujo de vivir otros seis años de parálisis política. Urge reducir la anemia del Estado, actuar conforme a derecho y aumentar los índices de confianza, contribuyendo a acortar la distancia entre políticos y ciudadanía, además de aportar mayor seguridad a la inversión presente y futura.

Continuar igual no es una opción, por lo que la disyuntiva se encuentra entre retroceder o progresar. Lo primero sólo necesita que las cosas sigan igual. Lo segundo precisa que todas las fuerzas del país remen con el mismo rumbo hacia el perfeccionamiento de la democracia en todos sus niveles, un objetivo difícil pero al alcance de México.

 

NOTAS

1· ALOP es una asociación de organizaciones no gubernamentales de desarrollo (ONGD), prove nientes de veinte países de América Latina y el Caribe. Creada en 1979, constituye uno de los esfuerzos más duraderos de integración regional entre ONGD de la región, http://www.alop.or.cr

2· El coeficiente de GINI mide la desigualdad a lo largo de toda la distribución de los ingresos o con sumo. U n valor de 0 representa la igualdad perfecta y un valor de 100, la desigualdad perfecta.

Coordinador del Centro de Estudios Latinoamericanos, Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset (Madrid)