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LA  VICTORIA  DEL  PARTIDO  REPUBLICANO

No hay autoengaño mayor que el de hacer trampas al jugar un solitario; y cuando se trata de política, ese autoengaño conduce a la catástrofe. Así, desde que John Kerry reconoció su derrota en la mañana del 3 de noviembre, los analistas que habían predicho, deseándola, su victoria, nos han explicado por qué sus análisis han resultado un fiasco. Que Estados Unidos es un país rural y ultraconservador, nos han dicho, y que la movilización del voto fundamentalista evangélico ha logrado para Bush la continuidad en la Casa Blanca. Finalmente, han querido concluir su pintura con una descripción del ciudadano americano medio en un estado de angustia casi patológica, tras los atentados del 11 de septiembre.

Si el partido demócrata despachara las causas de su derrota con la misma simpleza que en Europa lo estamos haciendo, seguirá perdiendo las elecciones una tras otra, como le viene ocurriendo casi ininterrumpidamente desde 1994, con la excepción de la victoria de Clinton sobre Dole en 1996. En 2004 los Republicanos no sólo han mantenido el control de la Presidencia sino que han aumentado su mayoría en el Senado —pasando de 51 a 55 senadores—, y en la Cámara de Representantes han ganado dos nuevos escaños, incrementando de esa manera su mayoría absoluta. Además, se ha ampliado el número de gobernadores republicanos: 29, entre los que están los de California, Nueva York, Tejas y Florida, frente a los 21 demócratas.

La victoria republicana ha sido tan abrumadora e insultante que el propio líder de los demócratas en el Senado, Tom Daschel, se ha quedado sin su escaño. Bush ha ganado con 59 millones de votos, que suponían el 51% del electorado en las elecciones de mayor participación de la historia de Norteamérica—114 millones.de americanos acudieron a las urnas—. Desde 1988, ningún presidente había conseguido ser respaldado por más de un 50% de los electores. El presidente Bush no sólo ha conseguido más votos electorales que en él 2000, sino que a diferencia de esa elección en la que perdió el voto popular, en ésta ha obtenido una diferencia de casi cuatro millones de votos a su favor.

Dentro del equipo del presidente, los arquitectos de esta victoria han sido Karl Rove y una Karen Hughes, de la que no conviene olvidarse. Uno ha sido el gran estratega de la campaña, y ‘la otra ha diseñado la táctica que ha permitido al presidente reaccionar con buenos reflejos ante lo que fueron las dos sorpresas de octubre: el vídeo de Bin Laden y el reportaje del The New York Times en el que se denunciaba la desaparición de 400 toneladas de explosivos en Irak.

El equipo de Bush ha asumido como punto de partida la experiencia de la derrota del anterior presidente Bush, en 1992: un presidente con una labor internacional impecable que fue sin embargo derrotado por un gobernador de Arkansas desconocido y lleno de escándalos, como lo era por entonces Bill Clinton. Bush padre fracasó en uno de los aspectos fundamentales de un político, que es motivar a los suyos para que salgan a votar el día de las elecciones. El lema con que los demócratas reflejaron este alejamiento de los intereses de los ciudadanos fue el conocido: «Es la economía, estúpido».

Con la lección bien aprendida, la Administración de George W. Bush ha rechazado soluciones basadas en el frío realismo político y ha buscado, por el contrario, conectar siempre con los intereses y sentimientos de su base electoral.

Una de las claves ha sido evitar que la elección se centrase exclusivamente en la labor del presidente. Hasta finales del mes de septiembre, el debate de campaña había versado sobre la figura del Kerry, tanto en su discutido abandono de Vietnam después de cuatro meses escasos de presencia en el frente, como en su historial de votaciones después de veinte años en el senado.

De todos modos no ha sido una sola la razón de este éxito histórico y sin precedentes de los republicanos. El hecho de que Bush llamase «War on Terror» a su política antiterrorista desde el 11 de septiembre de 2001 y de haber reiterado que era el presidente de un país en guerra contra el terrorismo, ha apelado a la conciencia de los americanos y a su responsabilidad para no cambiar al comandante en jefe en plena batalla.

Sobre la situación económica del país, se podían hacer distintas lecturas. Por parte de Bush, se ha insistido en el crecimiento de contratación en el mercado de valores y de la economía en general desde hace dos años, y el incremento de casi dos millones de puestos de trabajo desde el 2003. Por su parte, Kerry ha esgrimido el aumento del desempleo neto registrado durante la Administración Bush y el déficit del Estado, que suma los 400.000 millones de dólares.

El acierto del equipo de Bush durante la campaña ha sido diluir esta controversia, introduciendo dos nuevos temas en el debate político, mucho más manejables para ellos y que sólo podían traerles resultados positivos. El primero ha sido el carácter del presidente. A diferencia de Kerry, Bush hace lo que dice y, en consecuencia, se puede saber lo que piensa. Pero en su calidad de experimentado senador, Kerry es un hombre lleno de matices y dobleces, que buscan siempre un rédito personal. Su oposición a la primera guerra del Golfo en 1990, su apoyo a la segunda en 2002 y su negativa a financiar las tropas en Irak con 87.000 millones de dólares, cuando luchaba contra Howard Dean por la nominación demócrata en noviembre de 2003, han sido pruebas suficientes para demostrar su escasa firmeza de carácter en tiempo de crisis.

Por su parte, el lobby homosexual puso en bandeja al equipo de Bush el segundo asunto. La sentencia del Tribunal Superior de Massachussets que reconocía el derecho de los homosexuales a contraer matrimonio; más el espectáculo ofrecido a continuación por el alcalde de San Francisco concediendo licencias matrimoniales a los gays, desató a pocos meses de las elecciones una gran controversia, ya que la inmensa mayoría del país rechazaba la existencia de este supuesto derecho. El respaldo abierto de la Administración Bush a la introducción de una propuesta de enmienda a la Constitución que garantice que el matrimonio es algo exclusivo entre un hombre y una mujer, ha hecho que en once Estados, entre ellos Ohio, se votase el respaldo a dicha enmienda. Kerry se quedó en una difícil posición en un asunto en que la opinión pública pedía claridad. El hecho de negarse a respaldar la enmienda, aunque se mostrase en contra a la existencia del supuesto derecho, demostró una vez más su escasa determinación de carácter.

De todos modos han existido otras cuestiones concretas que explican la victoria de Bush. En Florida —un Estado clave— ha habido dos hechos que han jugado a su favor. Por un lado, la popularidad del hermano del presidente, el gobernador Jeb Bush. Por otro, los reflejos del presidente durante el mes de septiembre para responder a las devastadoras consecuencias del paso de tres huracanes por el Estado. George Bush supo estar con los damnificados e hizo llegar abundantes ayudas de un modo efectivo. Sin esta catástrofe no se entienden los cinco puntos de diferencia obtenidos en el Estado, y que, en condados de mayoría demócrata como Miami Dade, se haya producido casi un empate entre los contendientes.

Bush y su equipo han sabido dar, a todos los posibles votantes republicanos del país, buenas razones para hacerlo. La feroz campaña demócrata ha ayudado a que, además, pudieran hacerlo con absoluta convicción. Moore, Krugman y compañía han ayudado a demostrar que efectivamente Kerry era el más liberal de los senadores por Massachussets.

El mapa electoral no ha conocido cambios significativos desde el 2000. Sí ha habido en cambio un vuelco a lo largo de los últimos cuarenta años. De un sur que parecía eternamente demócrata y una costa este republicana, las corrientes culturales y políticas han dado la vuelta a la situación. Quizás también por ello se expliquen las tres mayorías seguidas de Roosevelt, los dos mandatos de Truman y las victorias de Kennedy y L. B. Jonson. El sistema americano se basa en equilibrios. No se puede ganar sólo con los Estados del interior y tampoco se puede ganar sólo con los Estados de las costas: es necesario tener presencia en ambas partes del país. Florida es la clave para los republicanos. Kerry era consciente de este hecho y por eso eligió como compañero a un senador por Carolina del Norte, con la intención de que arrastrase voto del sur.

Ha sido la política lo que ha derrotado a Kerry y lo que ha dado ahora la victoria a Bush, y a los republicanos desde 1994. Los demócratas se han alejado de las preocupaciones verdaderas de los ciudadanos americanos y se han transformado en rehenes de unas élites alejadas de la realidad mayoritaria de los Estados Unidos. Las carreras de Fórmula NASCAR apelan a sentimientos primarios al igual que la neoyorquina Sex and the City; la diferencia es que los coches mueven a más gente aunque el The New York Times dedique más tiempo a Sara Jéssica Parker y la convierta en icono de la modernidad.

El futuro de los demócratas no pasa por la senadora por Nueva York, la señora Hillary Clinton; eso sería repetir la experiencia de Kerry. Además, Bill Clinton estuvo haciendo campaña en Arkansas la última semana y pudo comprobar cómo había perdido ya tirón popular. Edwards tampoco tiene un futuro prometedor ya que ha demostrado escasa fuerza en el sur, donde no ha conseguido ni siquiera el Estado por donde era senador, Carolina del Norte.

La gran figura emergente del partido demócrata es sin duda Barack Obama. Acaba de conseguir su escaño de senador por Illinois con más de 30 puntos de diferencia sobre el candidato republicano. .A pesar de  su juventud, presenta un currículo extraordinario y tiene un perfil idóneo, pues se trata .de un hombre del interior. No hay que olvidar que en los últimos setenta años sólo ha habido un senador presidente, J. F. Kennedy, y su labor en el Capitolio fue .de apenas .seis años y bastante gris. Ahora, Barack Obama tiene que Comprobar si es capaz de organizar un equipo para una campaña .presidencial.

Como en otras etapas de la vida del país —-en los años treinta con el New Deal, en los cincuenta con la caza de brujas, en los sesenta con el proyecto de gran sociedad, en los setenta con Vietnam, en los ochenta con Reagan y en los noventa con los escándalos de Clinton—, el país se encuentra muy polarizado, algo que parece inevitable en una nación en la que sólo existen dos partidos políticos. Lo que parece inapelable es que uno de los dos proyectos, él republicano, ha contactado con el sentir mayoritario de los ciudadanos, con sus verdaderas preocupaciones. Ha sabido leer lo que Arthur Schlesinger denomina «el ciclo de la historia americana», y lo está liderando. Que ese ciclo está acabado o no, será lo que determine que el próximo candidato republicano sea un liberal, como Giulianim, que pueda ganar en la costa este; o un conservador del interior, como Bill First; o alguien en el término medio, como Jeb Bush.

Mientras: tanto, George W. Bush dispone de cuatro años para apoyar la transformación política y cultural del país (los nombramientos de dos o tres jueces del Supremo será clave durante este tiempo), y para pasar a la historia junto con Eisenhower y Reagan como los únicos presidentes republicanos que, en los últimos setenta y cinco años, han logrado la reelección.

Pablo Hispán Iglesias de Ussel es licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Navarra. Universidad en la que se doctoró en Historia Contemporánea. Ha desempeñado distintos cargos en la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid. Es autor de varias publicaciones sobre diversos temas como la Economía sumergida, Política monetaria, Política regional, Globalización y temas de la Unión Europea.