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Me aproximo a tal momento sin ninguna connotación especial, sin admiración, incluso con algún distanciamiento, y relativa incredulidad.

Al principio solo mandaba él. Se producían esos característicos segundos de estremecimiento de lo sublime… pero yo no sabía qué era eso; solo se trataba de una emoción. Al cabo de un tiempo me pregunté sobre el significado de esa sensación especial. Y fui descubriendo entonces el momento sublime, de otra forma, antes inconsciente.

En algunos lugares lo tengo localizado ya, aunque él me pueda seguir siempre sorprendiendo. Es más, porque ahora conozco ya algunos de los sitios donde se encuentra o esconde, ahora generalmente soy yo quien acude a su encuentro, yendo hacia él para experimentar uno de esos momentos que, en cambio antes, venían azarosos hacia mí con ocasión de un descubrimiento artístico casual.

A poco que indago, en el momento sublime, de esta forma en cierta medida más racional y menos espontánea, confirmo su innegable presencia. Por eso, me acerco a él como aquel científico cuya atención ha sido llamada por alguna curiosidad. En definitiva, porque sé de su plena certeza, voy a su encuentro y me pregunto así por su significado.

Me pregunto si hay alguna lógica en el conjunto de las cosas que lo producen. Pero tampoco indago demasiado en esto, porque me interesa solo el significado que después contaré, del «momento» sublime, una vez verifico que este es real o innegable.

Observo también que se trata de momentos en forma de sensaciones que van y vienen. En efecto, dicho «momento» desaparece raudo, después de dejar su huella. Sobre todo me pregunto, una y otra vez, por qué lo sublime dura solo unos segundos. Esto me atormenta porque, una vez he descubierto el momento sublime, y, si tan real es, e innegable, ¿por qué no puedo quedarme allí más tiempo? Querría permanecer en él, pero no se puede. Verifico que existe el momento, al tiempo que también que me rechaza al cabo de un breve espacio temporal de pertenencia. Es así como lo sublime puede manifestarse. Llego a captar que lo sublime es una sensación de tal. Es, en principio, una sensación propia como otras. Me pregunto, como forma de avanzar a su encuentro, qué otras cosas me producen sensaciones con tal fondo interior, para así poder identificar mejor aquella otra. Observo por eso que lo sublime tiene algo especial dentro del género de las sensaciones. Envidio, en un instante absurdo, a esos místicos que llegan a un momento parecido quizás, por un estado religioso. Recuerdo textos y textos que he leído hace tiempo sobre lo sublime, en general o describiendo los caminos para llegar a él; o escritos sobre la conciencia del yo, si bien no recuerdo ahora nada escrito que relacione ambos fenómenos.

Yo, más sencillamente, he podido gozar de lo sublime de vez en cuando, alguna vez mediante cosas menores, pero generalmente son momentos que me ha enseñado el arte; y más concretamente la música me lo enseña. En verdad, me da lo mismo la música; me es totalmente indiferente el arte mismo. El centro de mi atención es solo esa sensación que me hace sentirme real a través de la concreta intensidad de la sensación de lo sublime: ¿por qué ese estado? Ese que me permite ver algo distinto, generalmente serio o sobrecogedor, un instante en contacto con algo que no entiendo, pero que me hace sentir real.

También otras cosas, discursos y paisajes o algunas conversaciones, o el simple desarrollo de cosas por azar, pueden llegar a ser trazos de momentos sublimes, pero raramente es así, en comparación con ese otro método musical más certero. Esa manifestación del arte, por la razón que sea, informa mejor de aquello que realmente interesa. No todo en la música es sublime. La mayor parte es divertimento, deleite o placer, solo belleza. Pero detecto algunos instantes concretos que me permiten el momento sublime.

Un instante en contacto con algo que no entiendo, pero que me hace sentir real. Una sensación es, nada más, lo sublime. Como otras sensaciones. Pero esta se diferencia por su altura, dicho sea, de nuevo, fría y desapasionadamente. Hay múltiples sensaciones de escaso contenido y casi nulo mensaje, y, por supuesto, también músicas diversas que no causan ese momento sublime y ni siquiera sensación alguna, como las cosas en general, quiero decir.

Lo sublime participa de la sensación en tanto en cuanto es una más, pero salvo esa nota común todo son después diferencias. Nada tiene que ver esta sensación con otras. ¡Tan jerarquizadas están, en un mundo antijerárquico, bajo un criterio de calidad!

Me pregunto de nuevo por qué se asocia necesariamente lo sublime con ciertos concretos segundos o momentos de ciertas obras de arte, o con ciertos paisajes naturales. Y por qué, si esto es así, lo sublime está al mismo tiempo, por contrapartida, siempre abierto, ya que en cualquier momento se me puede aparecer sorpresivamente.

Y no puedo también dejar de preguntarme, con total modestia, por qué yo soy una de esas personas con capacidad de captar algún momento sublime, y no solo deleite o placer. Me pregunto, otra vez, por qué otras cosas no producen lo mismo.

También me preocupa por qué no suelen ser productos de mi tiempo los que me llevan más fácil o rápidamente a un momento sublime. Me digo, por un momento, que me gustaría que todo fuera de otra forma. En realidad también esto me da lo mismo. Mi asunto es solo preguntarme por esta rareza, pero evidencia, del momento sublime, real e innegable. Un momento que, por una parte, creo o provoco yo mismo en torno a ciertas obras que conozco y que, por otra parte, aparece súbitamente cuando él quiere sorprenderme.

Observo también que al momento sublime antecede un momento previo no sublime, acaso preparatorio, así como otro posterior que tampoco lo es, aunque pueda ser igualmente placentero. Me viene a la mente la imagen de una montaña (estremecedora) y me doy cuenta del espacio llano antes y después de ella. Me pregunto cómo se produce este estado y cuáles son sus claves y qué hay detrás de todo ello y si no es esta la vía más certera para llegar a descubrir lo realmente importante.

Este descubrimiento me hace igualmente considerar, por fuerza, sin querer, pequeño el entorno. Lo no sublime pasa a parecerme por unos instantes carente de interés. No me agrada mucho la idea y me pregunto, ignorante yo, con algo de gracia, por qué las cosas son así. Y por qué existe lo sublime y lo no sublime.

También aprecio que en ese momento trascendente no cabe obviamente la distracción. Es un momento que significa algo. No caben siquiera mezclas, es puro aunque breve. No hay problema. Lo sublime dura unos instantes y después no ha pasado nada. Obviamente, lo sublime consiste en una emoción. Generalmente seria, profundamente seria, aunque, por eso, con contrapesos de broma y sátira.

Desconozco si es magia de su creador, o es arte de las cosas. Pero tampoco me importa esto mucho, solo la experiencia sublime cuenta.

Por supuesto, es un momento que me hace feliz, o que me hace superar la realidad o, mejor dicho, sentirla como es. También en tales momentos supero la soledad, aunque después «el momento» me lleve a ella, pero no es este mi tema ahora.

Recuerdo también, o admiro igualmente, todas esas personas a quienes vi capaces de tener momentos sublimes, a veces con cierto tono de pura broma o extravagancia fruto acaso de la mezcla entre grandeza e incomprensión del «momento». A ellas dedico estas páginas.

No todo es igual en la obra que contiene un momento sublime. Toda ella tiene mérito, pero solo una parte irrumpe haciendo ver el momento sublime. No se trata de nada subjetivo. No cabe en este asunto decir que unos tendrán la experiencia sublime en una parte y otros en otra, de la obra. No. Los momentos sublimes son objetivos. Los identifico como una cosa material ante mí. Es más, los conozco de memoria, como criaturas mías, los matices, las idas y venidas, los ecos en movimientos u obras posteriores, los antecedentes o notando cómo el compositor va llegando a ellos. La subjetividad afectará, todo lo más, al discernimiento del grado de los momentos.

Desde luego, el momento sublime me informa de las limitaciones de una perspectiva exclusivista científica o materialista de las cosas. Esta perspectiva de lo sublime me gusta porque aporta humildad. Tampoco será, supongo, que lo sublime sustituya a todo aquello, será posiblemente su complemento necesario. Pero indican, tales momentos, un posible misterio, real. Indican, más allá, la única vía certera de ver lo real. Sin embargo, se nos dice acostumbradamente lo contrario.

El momento sublime puede ser guía de actuación y parámetro de las demás cosas. Aporta la utopía de una vida que se convierte en un proyecto artístico. Quien capta lo sublime puede no contentarse con tales momentos. Podrá querer trasladarlos a la realidad social. Lo sublime puede servir de pauta para otras realidades, o por contrapartida puede ser aparente, al convertirse en simple traducción de aquellas otras.

Ese es otro momento clave, la imposibilidad y fatalidad de lo sublime: sin él, y sin dominar él el resto, la insatisfacción. Dominando él…, lo imposible, y el riesgo. La tentación de lo sublime es controlar la propia realidad social desde su perspectiva real. Observo a mi pesar que hay más ventajas que desventajas en el mundo social regido por principios más adecuados, no artísticos. Y veo claro que habría más malo que bueno si lo sublime fuera el parámetro del que partir derivando consecuencias. Entiendo por qué el mundo ha de ser como es, pero la conclusión no me gusta.

¿Qué es todo esto, entonces; qué significado encierra?

En parte ya está dicho. En el momento sublime he descubierto al fin mi propio yo, con mayor certeza. Esto sí interesa, observar que, de entre todas las posibles referencias, es la más certera para afirmar que uno existe. Los objetos, el acostumbrado propio hecho de que pienso, no me provoca esa misma intensidad necesaria para experimentar mi yo. No lo noto. No veo su utilidad para eso que me interesa, provocar tal sensación peculiar necesaria del yo. Preciso una mínima intensidad, esta del momento sublime, una sensación interior por la que captar o verificar o sentir el yo. En cambio, el momento sublime provoca una sensación propia, real e innegable, en el fondo de personal existencia. Esta sí está dentro de mí, la siento y noto como mía, y mi yo a su través.

Tampoco creo que haya una consciencia que se transmite a través de cualquier cosa. De forma vaga o general, siempre presente. No me doy cuenta, al menos en comparación con esto otro. Lo sublime es el grado de intensidad necesaria para la sensación del yo, por supuesto como sensación, pero más allá de la sensación ordinaria que no provoca ese algo sentido o innegable que irrumpe en uno mismo. Son sensaciones de un tipo concreto, elevadas y cultas, que permiten la sensación del yo.

Esto es, en realidad, lo que me interesa de toda esta historia. Lo sublime me sirve en tanto en cuanto otorga una pauta certera de propia existencia. No me importa tanto el arte en cuanto tal, sino en tanto en cuanto aporta un momento que me dice que existo. Me convenzo así de que existo, porque solo así me observo cierto.

Me causa absoluta perplejidad que pudiera ser que esa sensación del yo pudiera ser solo descubierta por algunos sujetos. Pero siempre fue así; que hubo unos cuantos, en esto, filósofos, que mostraron a los demás, cómo «los demás» existen. No obstante, también esto me asombra un poco. Y más extrañeza me provoca que lo sublime choca (en el fondo, a poco que se profundice en ello) con los principios del diseño social vigente.

Si lo sublime me lo produjera la música no culta, yo estaría allí, con ella, con tal de experimentar uno de esos momentos. Poco me importa, pues, la causa o el origen. La cultura misma. Solo ha de interesar en esto el efecto. Pero el caso es que, por la razón que sea, observo que lo sublime se asocia generalmente a lo no popular, a lo culto y más elevado o reservado. Siempre hay cosas insospechadas que de pronto causan un momento sublime, pero me pregunto por qué suelen ser cosas muertas del pasado.

Me considero por eso feliz, por captarlo, y lo aconsejo a los demás entonces. «Feliz», aunque sé que esta condición está prohibida para todo aquel que se ha adentrado mínimamente en este ascenso o gruta de lo sublime, en tanto en cuanto solo es tal si es total y puro. Justo eso que no puede ser. Y por eso entiendo, al fin también, lo reñido de todo lo intelectual con la felicidad. Y por qué también eso de sentirse felices está reservado, todo lo más, al desconocimiento, al menos el de la existencia del yo.

El concepto de lo sublime, no apto solo para filósofos porque se escapa de la filosofía, no apto solo para artistas porque se escapa al arte, no apto solo para ensayistas porque desborda cualquier estudio, más apto para poetas aunque no es tema solo poético…, al final es solo un concepto apto para practitioners. De todas esas cosas que forman la vida real. Eso es posiblemente lo que uno es, un práctico de las cosas, buscando sensaciones y dentro de ellas, unas concretas.

Y me maravilla, de nuevo, otra vez, observar, concluyendo, que lo sublime ya no depende, ahora ya, solo de él… porque también a uno mismo le es dado identificar o controlar o disponer del comienzo y el final de tales momentos sublimes que provocan la sensación del yo, y ese instante necesario, siempre tan ansiado, de verdad y realidad.

Escritor. Catedrático de la Universidad de Alicante