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FOTOGRAFÍA  EN  AMÉRICA

Es raro que el periodismo haga algo más que describir lo que sucede en un nivel puramente informativo, con un grado mayor o menor de precisión. Esto es verdad del fotoperiodismo y de otras formas de expresión mucho más antiguas, como la escritura, el dibujo o la pintura. Se cuentan por miles las fotografías, las palabras o los dibujos impresos cuyo interés, aunque con frecuencia muy real, es sólo cosa de un instante y enseguida se olvida.

No solemos recordar durante mucho tiempo el qué de los acontecimientos, si no van acompañados de un cómo y de un porqué, que resulten comprensibles en términos de experiencia humana. Para poder proporcionarnos esto, el periodista tiene que convertirse además en un artista, llevando su modo de comprender la vida, su sensibilidad y, sobre todo, su propia participación en aquello que está presenciando a un punto de máxima precisión focal, que le permita definir al detalle lo esencial de la realidad.

Tanto por su texto como por las fotografías, el libro de Weegee, Naked City, es un ejemplo magnífico de un fotoperiodismo que ha trascendido su interés circunstancial. Después de haber visto este libro, es difícil que uno olvide algunas de las cosas que ha aprendido gracias a él: hondamente removido, desconcertado o incluso asustado puede quedar el lector, frente a la hiriente veracidad con que este hombre observa y habla de la realidad.

Weegee se ha especializado en el drama que la mayoría de nosotros no ve, o que no quiere ver. De hecho, casi todos dormimos mientras Weegee trabaja, a lo largo de la noche. Weegee es el fotógrafo de la vida hirviente, violenta que tiene lugar en Nueva York, por debajo de esa superficie impersonal de las jornadas de trabajo más o menos ordenadas.

Con su cámara y su automóvil, que ha equipado con una estación de radio para poder recibir las señales de la policía, Weegee se presenta allá donde hay crímenes, atracos o incendios, cuando las ambulancias anuncian chillonamente un accidente o cuando, al amanecer, las furgonetas de «la pasma» vacían en las comisarías su carga de detenidos.

¿Está allí simplemente para fotografiar el suceso? No, no es solamente eso; se trata de contar la historia de lo que está ocurriendo a través de las personas implicadas en el caso, sean los protagonistas o simplemente algunos testigos: Weegee los fotografía en el preciso instante en el que todo lo que están pensando y sintiendo se refleja con toda intensidad, como en un espejo, en sus rostros.

Y así, un incendio no es simplemente un edificio que arde, sino la gente que vive allí: el propietario atacado de los nervios, el policía atento a una mujer tumbada en una camilla, un joven judío pasmado que, boquiabierto-y con los ojos como platos, aprieta contra su cuerpo el rollo de la Tohrah que ha preservado de las llamas.  Un asesinato queda descrito por la gente asomada a las ventanas de los edificios contiguos; o por una mujer, familiar de la víctima, que llora rodeada por una multitud de chiquillos que ríen, sobreexcitados.

LAS CARAS DE LA NOCHE

Los capítulos del libro que abordan sucesos violentos y desgracias se cuentan entre los más expresivos e inolvidables, pero son sólo una parte de Naked City. La noche esconde muchos otros aspectos de la vida, que atraen hacia sí al fotógrafo.

Bloques de viviendas y barriadas, o los atestados barrios de la segregación racial: todos ellos alimentan el submundo de Nueva York, pero no son el submundo. Se trata de niños que no tienen dónde jugar si no es en la calle, que vuelven al surtidor de riego cuando el poli ha doblado la esquina… Son los millones de individuos que atestan las playas en Coney y los amantes que encuentran cobijo en la oscuridad de la noche, tumbados en la arena. Son los parroquianos del Samy’s, en el Bowery, y las familias enteras que duermen en los descansillos de las escaleras de incendios o en los tejados, cuando el calor del verano ha hecho un horno de sus apartamentos.

Weegee conoce desde dentro este mundo de desposeídos. De sí mismo, escribe: «No hace mucho tiempo, yo mismo solía caminar por el Bowery, hecho pedazos bajo el peso del anuncio andante… En verano podía dormir en Bryant Park, pero cuando empezaba a hacer más frío, me trasladaba a la casa municipal de hospedaje». Es evidente que estas fotografías sólo podía haberlas hecho uno que conociera esta esfera, por desgracia demasiado extendida, de la vida americana; alguien que no fuera simplemente un observador accidental.

UNA PRIMERA CONTRIBUCIÓN

Weegee ha sufrido el «lower East side», el «Little Italy», «Hell’s Kitchen» y Harlem. Las fotografías de gente dormida y el grupo tomado en Sammy’s, lo mismo que algunas copias obtenidas en Harlem, se cuentan entre los pasajes más conmovedores del libro. Esto es Nueva York, una parte de Nueva York al menos, aunque, no nos engañemos, es también una parte de cualquiera de nuestras ciudades americanas.

Estas fotografías de Weegee no son en modo alguno un fenómeno aislado, aunque representen la primera contribución fundamental que el periodismo de nuestros días ha hecho a la fotografía como un medio creativo.

Esto no implica en absoluto renegar de ese patrimonio de magníficas fotografías de prensa, acumulado en nuestro país durante años. Basta con hojear libros como The Brethless Moment, editado por Stern y Asbury en 1935, para encontrar tomas de instantes tan increíbles como el de Shooting of Mayor Gaynor, de Weegee, y otros muchos momentos brillantes en la obra de numerosos fotógrafos que han sabido capturar al vuelo, por así decir, el drama fugaz de incontables acontecimientos.

La peculiaridad de Weegee radica en haber producido una obra extensa y coherente, cuya unidad procede de una actitud individual frente a todo lo que fotografía.

Es esto lo que coloca a Weegee en continuidad con otros importantes valedores de la fotografía como medio de expresión: con Brady, el fotógrafo que cubrió informativamente la Guerra Civil desde el lado de los unionistas; y con Lewis Hiñe, pionero en América de las tramas fotográficas y del uso del flash, que fotografió a los niños y menores empleados en los ingenios textiles del sur y la acogida de inmigrantes en Ellis Island, en los años diez. Y le aproxima también a Atget, aquel gran artista de la fotografía que en los primeros años del siglo XX documentó su querida ciudad de París con el retrato más completo de una ciudad que ha sido hecho hasta el momento.

Esta es la tradición, pero Weegee pertenece a un tiempo posterior, a aquellos años que trajeron lo que, a falta de una expresión mejor, se ha llamado la fotografía «documental». En sentido práctico, ésta consistió fundamentalmente en dirigir muchas cámaras hacia la gente común, al medio en el que hallaban y a los problemas que tenían que afrontar en él. Este desarrollo de la fotografía fue consecuencia directa de los años de la Gran Depresión, cuando lo que le estaba ocurriendo a millones de americanos debía ser solucionado, tenía que ser dado a conocer para que se pusiese remedio.

LAS PLANTACIONES EN AMÉRICA

A través de Roy Stryker, oficial de la Farm Security Administration, el Gobierno federal envió a fotógrafos como Dorothea Lange, Ben Shahn, Russell Lee, Jack Delano y otros más, de una costa a la otra, con objeto de que dieran a conocer la situación en que se encontraba nuestra gente —los aparceros—. Moradores, blancos y negros, del sur; los Okies (así eran llamados en la prensa popular los inmigrantes del Estado de Oklahoma) en las carreteras hacia California; los parados en los pueblos y en las ciudades; la erosión de los seres humanos y la de la tierra… En este archivo, hoy en la Biblioteca del Congreso, se encuentra una de las fotografías más expresivas realizadas en América.

Y en esta misma época, la Photo League estaba dando a conocer a gente como Morris Engel, Sid Grossman, Walter Rosenblum y algunos otros que, como Weegee, se dedicaban a fotografiar a la gente corriente de Nueva York. El joven francés Cartier Bresson estaba por entonces realizando sus agudas, casi macabras observaciones de la gente en París, en España y en México con su cámara portátil. Helen Levitt, con una actitud más benévola, seguía una senda similar en sus delicadas fotografías de niños en las calles de Harlem.

Este es el rico patrimonio fotográfico al que Weegee aporta su particular cualidad de visión y sensibilidad. Su modo de tratar Coney Island es menos cálido y sutil que el de Morris Engel. Los maniquís que Atget fotografió en los escaparates de las tiendas parisinas eran humorísticos, encantadores. En Nueva York, éstos se han transformado para Weegee en muñecas de doscientos dólares, que asoman grotescamente por encima del empleado que se dispone a vestirlas. Weegee busca en Harlem violentos y brutales contrastes, sin la delicadeza de Levitt. Y sin embargo, todos estos fotógrafos revelan partes de la verdad y de la vida.

Weegee tiene un modo de mirar violento, abrupto y con un sentido infalible para el momento de máxima tensión. La crudeza de la luz del flash tiende a intensificar esta cualidad explosiva. También él, como Bresson, tiene un sentido muy agudo para lo macabro, a lo que añade una clara conciencia de aquellos elementos del entorno y de la situación que con frecuencia hacen aparecer a la gente de manera grotesca, y la deforman.

EL TALENTO PARTICULAR DE WEEGEE

Muchos de los temas de los que se ocupa este libro causan sensación; pero no es sensacionalismo lo que Weegee se ha propuesto conseguir. Estamos frente a un artista, a un hombre de sensibilidad honesta y fuerte. En los círculos de la vida donde él se ha movido y trabajado, estas fotografías registran con toda veracidad su modo de mirar. En ellas descubrimos una extraordinaria amalgama de humor sardónico, resentimiento frente a la injusticia, capacidad de apasionamiento y una compasión tintada de amargura. Parece que sus fotografías dijeran, una y otra vez: «Vaya, la vida tendría que tener alguna dignidad».

Considerado como un todo, se trata de un libro más bien triste, pues las gentes que aparecen en él son, de una manera u otra, víctimas de la ciudad. A uno le gustaría haber visto en alguna parte de él insinuaciones de ese realismo austero, del coraje e inagotable dignidad de los neoyorkinos, que tendrán buen cuidado de que esa gente no duerma para siempre cobijada en una escalera de incendios.

Tal vez Weegee haya proyectado otro libro para ofrecer ese Nueva York. Éste, en todo caso, revela con gran intensidad y honestidad una parte significativa de América. Y como tal, ocupa un lugar importante en el desarrollo americano de la fotografía como medio creativo de expresión

¿Quién fue Weegee?

Usher (y desde que llegó a América: Arthur) Fellig nació en 1899 en Lemberg (Ukrania), en el seno de una familia judía ortodoxa, emigrada en 1906 a Estados Unidos. Desde 1913, Arthur empezó a trabajar como fotógrafo callejero —retrataba a los niños del Lower East Side, montados en un pony de su propiedad— Fracasado el negocio (no daba para alimentar al pony), realizó todo tipo de oficios hasta que en 1921 fue contratado por The New York Times para ocuparse de los laboratorios fotográficos. En 1924 empezó a trabajar con la agencia gráfica de noticias Acme Newspictures (origen de la posterior United Press International), hasta que en 1935 decidió trabajar como free lancer. Es en esa época cuando empieza a utilizar el nombre que le ha hecho famoso. En 1938 obtiene permiso para sintonizar las frecuencias de radio empleadas por la policía de Nueva York. En 1941 realiza su primera exposición individual, organizada en Nueva York por la Photo League con el título: «Murder is My Business». En 1943, el MOMA adquiere cinco copias de Weegee. En 1945, publica su primer libro de fotografía periodística: Naked City (Essential Books), cuya crítica corresponde a este texto de Paul Strand. Aparecido originalmente en Pall Mall (Nueva York) vol. VI, nº 30 (22.07.1945).

© De la  edición original, Pall Malí  1945
© De la  traducción al  castellano, Rafael Llano  2005