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La reciente exposición internacional de Zaragoza 2008 ha mostrado de nuevo la especial relación entre el agua y la ciudad. El agua es sin duda un factor limitante del desarrollo y supervivencia de una sociedad, es ante todo, el germen necesario para la vida y la razón de peso para el establecimiento del hombre en el territorio, nexo de unión entre la naturaleza y el hábitat humano. Así lo recoge la Carta Europea del Agua, que en su primer punto afirma: «Sin agua no hay vida posible; es un bien preciado, indispensable a toda actividad del hombre». Por este motivo, ríos y costas configuran la disposición de las ciudades, son los espacios habitados desde la Antigüedad, cuna de las grandes civilizaciones, además de un elemento transfronterizo y adimensional configurador de paisajes con una importante carga cultural y mediambiental.

A lo largo de la historia los ríos han pasado de ser considerados un recurso de carácter hídrico o energético, a ser concebidos como un bien en sí mismos, y por tanto parte del patrimonio natural y cultural del territorio y por extensión de la ciudad.

Río y ciudad conforman una unión casi universal. El río es fuente de agua y alimentos, riega los cultivos y constituye una frontera natural de defensa del hábitat humano.

Remansados, desecados, canalizados, trasvasados, soterrados, así hasta un largo etcétera los ríos han sido domesticados conforme avanzaba la tecnología de las sociedades que han colonizado sus riberas. Se han convertido en testigos mudos de las transformaciones producidas a lo largo de la historia urbana del país.

La Revolución Industrial supuso un cambio significativo en la evolución de las funciones adquiridas por el espacio próximo a las aguas.

Antes del desarrollo de la industrialización, el ámbito fluvial tenía un fuerte valor estratégico y un uso fundamentalmente agrícola y urbano. El río suponía un elemento defensivo, una muralla natural, un frente protector en constante movimiento. Por otro lado, el agua era empleada tanto en el consumo humano como en el sector primario. Marismas y huertas, enriquecidas por periódicas crecidas, construían el pilar productivo fundamental de una sociedad con economías agrarias de subsistencia.

Posteriormente, con la llegada de la Revolución Industrial, el agua, y la energía cinética de ésta, comenzó a ser empleada de forma sistemática como motor energético de la actividad productiva. Es entonces cuando los espacios fluviales fueron colonizados por el sector secundario, convirtiéndose en áreas productivas con la mayor vitalidad de la ciudad, donde se asentaron empresas papeleras, textiles, siderurgias, harineras o productoras de electricidad. El mayor exponente de dicha transformación son las áreas de interconexión entre los ríos y el litoral marítimo. Áreas urbanas con zonas portuarias y de ribera adquirían un valor estratégico fundamental en la economía nacional. Un claro ejemplo de ello es la Ría de Bilbao.

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Si bien previamente las ciudades establecían un vínculo con su medio natural, y desde la Antigüedad existían puertos, con la modernización de la era infraestructural esta relación cambió radicalmente en grado y forma, ya que se perfilaban técnicas que otorgaban a las sociedades una progresiva capacidad transformadora sobre el entorno. La construcción de redes ferroviarias y puertos —de infinita mayor capacidad y eficiencia operativa— conectó territorios lejanos con la ciudad, no sin un alto coste medioambiental. La actividad intensiva produjo altos niveles de contaminación que degradaron de forma significativa la calidad de las aguas, así como de los valiosos ecosistemas asentados en el contacto entre tierra y agua. Ríos y costas se convirtieron en áreas industriales insalubres, siendo ésta una de las posibles razones que explican el cierto grado de rechazo, si no indiferencia, que en el pasado la ciudadanía mostraba hacia su patrimonio hídrico.

La etapa posindustrial, marcada por la internacionalización y globalización de la actividad productiva, la especialización y la tecnificación, provocó la disminución de la necesidad de mano de obra en los países occidentales, así como el cierre y deslocalización de grandes espacios fabriles del país.

Con el abandono —no sin grandes conflictos sindicales y laborales— de estas actividades industriales obsoletas y poco competitivas, se da comienzo a un proceso de expansión del sector servicios. Es entonces cuando reconversión, renovación y reestructuración tratan de encaminar todo un conjunto de transformaciones urbanas, que antes de llegar a España ya fueron experimentadas en países como Reino Unido o Estados Unidos.

Estos procesos de transformación han sido descritos como «operaciones de cirugía sectorial y espacial» que, aunque costosas, «posibilitan la inserción de la ciudad en la creciente competencia interurbana e interregional», como un «proceso de adaptación urbana a las exigencias de la ciudad de nuestro tiempo» (Ferrer et al., 1992: 241). Una transformación dirigida encaminada a la búsqueda de nuevas alternativas productivas.

Es entonces cuando se produce una terciarización del espacio urbano y una especialización en el sector industrial encaminado al desarrollo de áreas de tecnológicas de investigación. Sin embargo, pese a que el río deja de ser un elemento de repercusión local, resultado de ser el origen energético directo de actividades próximas a su cauce, la ejecución de grandes obras hidráulicas lo transformará en una importante fuente energética a disposición de un ámbito territorial regional.

No obstante, esta reutilización del espacio puede considerarse, a diferencia de la etapa anterior, gradual y multifactorial. En cierto modo, desaparece el desarrollo de espacios con una función monoespecífica y se buscan áreas polifuncionales en las que la complementariedad de actividades permita una sostenibilidad estratégica. Por este motivo, no sólo se emplearán para dotar a la ciudad de áreas activas desde el punto de vista económico sino que también aparecen espacios residenciales y dotacionales con una clara vocación lúdica. Museos, teatros, palacios de congresos y parques tratan de atender las demandas culturales de una ciudadanía necesitada de nuevos espacios públicos.

La reutilización de esos espacios industriales y su empleo en el sector servicios ha permitido una vuelta al diálogo entre la ciudad y el agua. Se ha producido una puesta en valor del río y de la costa, en dos de sus dimensiones fundamentales. Por un lado, la medioambiental, a través de la implantación generalizada de centros de tratamiento de aguas residuales y el desarrollo de planes de revitalización y recuperación ecológica de los cauces fluviales y litorales. Ejemplo de ello son los planes de recuperación de ríos tan degradados como el Manzanares o el Llobregat.

Y por otro lado, la histórico-artística, mediante la tutela, restauración y reutilización de bienes inmuebles que constituyen un valioso patrimonio industrial que indudablemente narran parte de nuestra historia contemporánea. A este respecto encontramos innumerables ejemplos, como el bello puente colgante de Bizkaia sobre la ría de Bilbao, o el Plan Director de Reforma y Restauración de las Atarazanas, en el área portuaria Barcelonesa que ha dado lugar al actual Museo Marítimo de la ciudad condal.

La mejor referencia al respecto es una modalidad de transformación urbana muy extendida en los últimos treinta años y acuñada a finales de los años ochenta en Europa y Norteamérica con el nombre de waterfronts (Perkins, 1986; Lever, 1991; Mc Crone, 1991; Bruttonesso, 1993), proyectos planificadores en busca de una evolución positiva de las viejas estructuras de contacto entre las instalaciones portuarias degradadas —bien de riberas fluviales o costeras— y las áreas urbanas residenciales (Goodman, 1999; Marshall, 2001).

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La transformación de la ría del Nervión ha supuesto toda una revolución para el área metropolitana de Bilbao. Icono, imagen y función se han combinado sabiamente para desarrollar las potencialidades de una ciudad para el futuro.

Su objetivo es tratar de integrar nuevamente estas áreas, en recesión, al espacio público del ciudadano. Un conjunto de actividades que van más allá de la simple reestructuración fisonómica de la ciudad y que constituyen, o debieran constituir, una verdadera conversión funcional del área.

El soterramiento de la ronda litoral a su paso por Barcelona con motivo de la reordenación urbanística de las Olimpiadas de 1992 o el ambicioso plan que se está llevando a cabo en la M-30 de Madrid, tienen por objeto el establecimiento de un nuevo marco de comunicación entre la ciudad y el agua. Este último plan tiene por objeto reinvertir de nuevo la posición del río respecto al eje de circunvalación. Para ello amplios tramos del río Manzanares canalizados y enterrados bajo el asfalto están siendo sacados a la luz, a la par del desarrollo de amplios jardines. Sin duda, se trata un curioso ejemplo de la profunda transformación sociológica desarrollada en nuestro país resultado de la gran variación que ha sufrido en los últimos treinta años la concepción de las vías de comunicación y los cauces fluviales por el urbanismo metropolitano. Mientras que hasta casi la mitad de la década de los ochenta, los grandes nudos de transporte eran reflejo del desarrollo y bonanza del país, durante los últimos diez años del siglo XX, la concienciación internacional ante los riesgos ambientales de la expansión urbanística produjo que estas infraestructuras comenzaran a ser vistas como un foco de contaminación y de riesgos tanto para la salud humana como para el equilibrio natural de los ecosistemas.

Madrid se encuentra en la actualidad en plena renovación. El espacio urbano ocupado por el anillo de comunicación de la M-30 está siendo transformado en un cinturón verde en el que se apuesta de forma clara por el desarrollo de nuevos espacios públicos ajardinados junto al lecho, ahora accesible, del río Manzanares.

Sin embargo, es preciso indicar que la recuperación de las riberas fluviales y litorales ha tenido, y tiene, sus luces y sombras. En ocasiones dichos espacios han sido tratados como un elemento urbano más, olvidando el carácter natural de los cauces y sus entornos. El esteticismo imperante en nuestra sociedad y una concepción hedonista del territorio ha llevado en muchas ocasiones a ajardinar las riberas, eliminado el carácter renovador y protector de estos sensibles ecosistemas.

No obstante, el desarrollo de espacios públicos donde toda la ciudadanía puede disfrutar por igual es sin duda alguna un ejercicio que permite fomentar la cohesión social.

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Porque no hay que olvidar que la ciudad es el sedimento de una sociedad estructurada, es un concepto propiamente humano. En palabras de Ortega y Gasett, «la ciudad es un ensayo de secesión que hace el hombre para vivir fuera y frente al cosmos, tomando de él sólo porciones selectas y acotadas» (2004: 408); se basa, por tanto, en su contraposición con la naturaleza, «una creación abstracta y artificial del hombre». Destaca también su definición en relación a la ciudad mediterránea de «plazuela, ágora, lugar de conversación, la disputa, la elocuencia, la política» (2004: 537).

Pese a todo, en los últimos años parece que la ciudad ha perdido en cierto grado su valor como lugar de convivencia y de comunicación interpersonal, parece que ha perdido parte de esa referencialidad especial para sus habitantes (Ferrer, 2003), de ahí nace quizás esa necesidad de crear iconos urbanos, hitos singulares que sirvan de seña y marca distintiva de polo de atracción de la ciudadanía.

Hay quienes van más allá y argumentan que son los avances técnicos y las nuevas formas de movilidad y de transporte de las sociedades tecnológicas los que han favorecido la creación de una nueva realidad urbana como centro de producción, distribución y consumo de mercancías técnicas y culturales. La ciudad ya no es un quehacer diario para sus habitantes, sino un producto, ha pasado a ser un centro de consumo. El ciudadano se convierte de esta forma en pasajero de su propia ciudad, ésta es una realidad simbólica ligada a lo visual donde apenas existe el juego natural entre el que percibe y el entorno percibido (Vadillo, 2005).

El hombre en este proceso ha perdido el verdadero espacio de comunicación en pro de nuevas áreas comerciales, destinadas a un mal entendido sentido del ocio y en su mayoría desplazadas fuera de la ciudad como resultado de la importación de modelos urbanos anglosajones. El ciudadano ha perdido el espacio inespecífico destinado a la conversación sin intención mercantilísta.

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Por este motivo, estos nuevos espacios públicos próximos al río y a la costa, grandes espacios públicos junto al agua, son áreas abiertas al ciudadano que han podido y pueden suponer las nuevas ágoras. Los nuevos nexos de unión del ciudadano, donde puede conversar, reflexionar al «aire libre» sin que ello implique un consumo, sino únicamente un disfrute gratuito del espacio urbano.

El desarrollo espacios públicos, como los parques y jardines pueden, por tanto, considerarse una medida estructural, una matriz que posibilita una mejora en la cohesión social.

No obstante hay que recordar que la ciudad es un fenómeno vivo y en constante cambio; si se quiere, una obra infinita que en el día a día es modificada en alguno de sus múltiples componentes, por lo que la ciudad de hoy nunca será la misma que la ciudad del mañana. Por este motivo, la creciente diversidad cultural fruto de la globalización así como la integración ambiental de las antiguas riberas fluviales y costeras no dejan de suponer un nuevo reto para del papel de la planificación y gestión de la ciudad del futuro, en la que a buen seguro los espacios públicos en todas sus condiciones pueden constituir la clave de un desarrollo sostenible desde el punto de vista social, cultural y medioambiental.

 

BIBLIOGRÁFICAS

Bruttonesso, R. (1993), Waterfronts. A new frontier for cities on Water, International Centre Cities on Water, Venecia.
Ferrer, M. (2003), Los centros históricos en España. Teoría, estructura, cambio, Departamento de Medio Ambiente, Ordenación del Territorio y Vivienda. Gobierno de Navarra, Pamplona.
Ferrer, M., Císcar, I., y Luri, V. (1992), «Reestructuración y revitalización urbanas. Barcelona-Sevilla 92 y Bilbao metropolitano», en Ferrer, M. (ed.), Cambios urbanos y políticas territoriales: Barcelona y Sevilla 92, Bilbao, Pamplona, Eunsa. Pamplona.
Goodman, D. C. (1999), European cities and technology: indutrial to post-industrial cities, Routledge, Londres.
Lever, W. F. (1991), Deindustrisation and the reality of the Postindustrial City. Urban Studies, 28, 6, 983-1000.
López de Aguileta, I. (2000), Cultura y ciudad: Manual de política cultural municipal, Trea, Gijón.
Marshall, R. (2001), Waterfronts in Post-Industrial Cities, Spon, Londres.
Mc Crone, G. (1991), Urban Renewal: The Scottish Experience. Urban Studies, 28, 6, 9199 38.
Ortega y Gasset, J. (2004), Obras completas, Taurus, Madrid.
Perkins, G. (1986), Boston’s Waterfront. A storied past and brigtening future, (BRA) Boston Research Department Publications, Boston. Vadillo, M. (2005), «La ciudad consumida», en La ciudad: ausencia y presencia, Plurabelle, Córdoba.

Investigador del Departamento de Geografía y Ordenación del Territorio. Universidad de Navarra.